V E I N T I T R E S

Quizá Dorian fue solo una atapa...De esos primeros amores dolorosos e inolvidables que reflejan las películas, pero que tienen su fin.

Yo no era de esas personas que salían con otras solo por el hecho de salir. Me habían gustado algunos chicos, pero ninguno resulto ser el chico, de esos que hacen que pases cada maldita noche mirando el techo de tu habitación imaginando corazones, de esos que cambian todas tus estructuras y rompen tus esquemas. Los chicos que me gustaban en la niñez eran el tipo de chico que era Bratt, alguien muy superficial para mi gusto, un amor que no es exclusivo, porque todas las chicas gustan de él y no ves nada que otros no ven, solo su bonita apariencia. Pero Dorian, él tiene ese no sé qué. Su mirada me causa intriga, su silencio, su sensibilidad, e incluso, su soledad en muchos momentos, cuando los chicos se comportan como idiotas e inmaduros él está en un rincón, mirando todo desde una perspectiva oscura y solitaria. Supongo que solo tengo que esperar a que todo eso en mi interior se desvanezca, esperar a que él se vaya a Canadá y que llegue la persona siguiente. Y, aunque duela infernalmente (ser una exagerada en mi fuerte) este tipo de cosas pasan, los amigos vienen y van, y el nada es para siempre es algo que entendemos cuando chocamos contra una pared y nos hacemos trizas.

El sonido que indicaba que debíamos abrochar nuestros cinturones me sacó de mis pensamientos. Estábamos por aterrizar y mi madre seguía durmiendo desde que salimos de Los Ángeles, era mi primera vez viajando en avión y ella se burlaba de mi terror. Abrió los ojos lentamente y sonrió.

–Tranquila, Edgar y Keyla nos esperan en el aeropuerto.

El aterrizaje fue aún peor, me sostuve del asiento mientras mi madre me tomaba del hombro y apretaba los dientes para no reírse. La cosa por fin se detuvo. Las personas empezaron a bajar poco a poco. Tomé mi bolso de mano y esperé a que mi madre hiciera lo mismo.

– ¿Lista?

Asentí y bajamos.

Miles de personas caminaban apresuradas por el piso blanco y reluciente, respiré el aire neoyorquino. Hombres y mujeres trajeados corrían de acá para allá. Madres arrastrando a sus niños y jóvenes con mochilas enormes. Para mí, un aeropuerto era sinónimo de locura.

Caminamos un poco más adentro, casi llegando a una tienda de recuerdos, donde predominaban las Estatuas de La Libertad. Un sonriente Edgar nos hacía señas, mi madre corrió a sus brazos.

–Es un placer, Shelley. –dijo estrechando mi mano. –Ella es Keyla, mi hija.

Una joven de unos veintiún años se acercó y me abrazó efusivamente. Era mucho más bonita de lo que imaginaba, y no parecía tener ningún rasgo físico común con su padre. Su cabello era de un rubio casi blanco, ojos verdes, cara redonda y pálida.

–Mi padre me ha hablado mucho de ti. ¡Es genial tenerte aquí!

Era exageradamente gentil, y muy alegre. Su blanca y gran sonrisa permanecía en su rostro mientras examinaba el mío, esperando respuesta. Me pregunté qué pensaría de mí.

–No podría decir lo mismo, he oído muy poco de ti. Aun así, también me alegra estar aquí.

–Bueno, ¡No hay tiempo que perder! Ya podemos ponernos al día.

Edgar y mamá nos miraban con unas bobas sonrisas en sus caras. Estaban contentos, a ninguna de las dos parecía desagradarle la idea de su relación.

Subimos a los asientos traseros del BMW y emprendimos el camino.

–¿No te duele desperdiciar estas dos semanas? –preguntó alisando su falda bordada con flores de colores. –Digo, es tu último tiempo en el instituto junto a tus amigos, y te perderás el baile. – hacía gestos con la mano mientras hablaba, como si dibujara en el aire lo que estaba diciendo.

–Realmente necesitaba un tiempo, las cosas no han ido muy bien últimamente.

–Oh, bueno. Si necesitas despejarte la ciudad que nunca duerme es la respuesta, saldremos con mis amigos en la noche.

Miré por la ventana. Los grandes edificios se extendían hasta el cielo. Los taxis amarillos, los carteles que brillarían cuando llegara la noche. Miraba todo asombrada, lejos estaba de parecerse a California, donde podías conducir por la carretera y mirar la inmensidad del mar, antes que una ciudad cubierta de una leve neblina. No me desagradaba, ni siquiera había recorrido algo como para hacerle una cruz, supongo que cuando el sol bajara y todo se iluminara, me encantaría. Aunque no era precisamente lo mío.

Edgar condujo durante unos veinte minutos, hasta llegar a una gran reja color negro.

–Buen día señor Brown, Señora Back. –saludó un joven desde una especie de cabina.

Las rejas se abrieron y entramos a un barrio, supuse que es del que mamá me habló. Las casas eran todas del mismo estilo, cada una tendría por lo menos tres plantas, un jardín delantero muy bien cuidado, y la bandera estadounidense flameando en el porche. A medida que avanzábamos, podía ver como cada una tenía su toque particular. Algunas tenían flores de colores en masetas, otras un poco más ostentosas, contaban con una fuente.

–Hogar dulce hogar. –susurró Keyla.

Estacionamos en una casa. Esta parecía tenerlo todo, las flores, la fuente, e incluso, un buzón el apellido del propietario escrito.

–Anda, vamos. –me animó.

Bajé y fui recibida por un pequeño perro.

–¡Peludo! Mira a quien te traje. – gritó mientras lo levantaba del suelo. – Es todo una lindura. –me miró y lo agitó en el aire, pobrecillo. –Ven, te mostraré mi habitación.

La casa estaba muy bien decorada. Al entrar quedabas frente a una potente escalera, a la derecha se encontraba el comedor, una larga mesa de madera, con unas doce sillas. Las paredes estaban escasamente decoradas con cuadros de jarrones pintados a mano, y más allá, la puerta que conectaba con la cocina. Del lado izquierdo se encontraba el living, los sillones eran de cuero, color marrón claro, y los muebles de madera. Después de ojear un poco todo, seguí a mi anfitriona escaleras arriba. Pasamos la primera puerta.

–Esta es la habitación de papá. –seguimos caminando y me fue diciendo que había detrás de cada una. –La oficina, el baño, la habitación de huéspedes, y esta. –llegamos a una puerta con un corazón rojo pegado en ella. –Es la mía, aquí dormiremos.

Como lo esperaba. Las paredes eran de un rosa claro, en el centro de la habitación había una cama con dosel, también rosa, pero más oscuro, a los pies un pequeño sillón blanco. El enorme televisor colgaba de la pared, y en un rincón, junto a la ventana, estaba el tocador con mucho maquillaje y una repisa con fotos y coronas.

–¡Mira! –exclamó y me condujo hasta un espejo que ocupaba casi toda la pared, cuando lo corrió me di cuenta de que, en realidad, era una puerta corrediza, hacia su armario. –Puedes tomar todo lo que quieras de aquí.

¡Esto era increíble! Sinceramente me sorprendida más el hecho de su organización y prolijidad, yo era un desastre para este tipo de cosas.

–El baño queda por allí. – me señaló una puerta llena de fotos. –Dejaré que te des una ducha y te prepares, luego comeremos algo.

Revisé mi móvil, antes de salir de casa dudé en si traerlo o no. Pero al final lo hice. Tenía un mensaje de Jack.

¿Dónde estás?

Dorian era el único que sabía de mi viaje. Redacté una respuesta.

En Nueva York. Nos vemos en la graduación.

Ni siquiera yo podía creer que estaba en Nueva York. Mi viaje más largo había sido a Santa Mónica. Mi madre era más desapegada, a ella le gusta viajar y, prefiere montarse en un avión sin rumbo antes que estar en casa.

–¿Shelly? –mamá abrió la puerta lo suficiente como para meter la cabeza. –Te traje tu maleta, ¿Estás bien?

–Sí, me daré una ducha. Me dijo Keyla que en la noche saldría con sus amigos.

–Está bien, tienes que divertirte. ¿Estas cómoda aquí? Si quieres podemos ir a un hotel nosotras solas...

–No, estoy bien.

–Mañana iremos a recorrer un poco.

Asentí, y se marchó. Saqué algo de ropa y entré al baño. Me relajé ante el tacto con el agua caliente. ¿Qué pasaría luego de volver a California? ¿Cómo soportaría la ausencia de todos mis amigos? Ya tenía bastante con conformarme con mi soledad y dejar atrás la idea de vivir en un apartamento junto a Margaret. Pero vivir sin Jack... eso jamás lo pensé. Me aburriría mucho sin sus locas ideas, y comentarios estúpidos.

Cuando por fin estuve lista, salí de la bañera, me sequé y me puse la ropa que escogí. Miré mi humectante con recelo, tendría que probar uno nuevo.

Keyla me esperaba sentada en la cama.

–Oh, Keyla. ¿Cómo me veo?

–Te ves bien, puedes decirme Key. Sabes, mis amigos mueren por conocerte, somos cinco, tres chicas y dos chicos. –se tiró en su cama y clavó su mirada en el techo. – Es bueno por fin tener vacaciones, sinceramente, extraño el instituto.

–Yo estoy súper melancólica, es triste pensar que las personas se van, en todos los ámbitos. –sonreí. – ¿Qué estudias?

–Derecho. Seré la abogada de la inmobiliaria de papá.

Caminé hasta llegar a la repisa llena de fotos y adornos, tomé una donde aparecía una mujer rubia de ojos verdes, muy bonita, junto a una niña.

–Era mamá.

Lo imaginé, eran idénticas.

–¿Qué le pasó?

Cáncer.

Volví a dejar la foto, y seguí mirando. En otra se la veía a ella con un traje de porrista, junto a unos chicos del equipo de futbol, en la siguiente tenía un vestido brilloso, y una corona, la misma corona que descansaba en su tocador.

–Es del baile de graduación. –dijo sosteniéndola, la volvió a dejar y tomó una más grande. – Esta es de un concurso de belleza.

Su mirada se fijó en algo. Elevé la mirada, en la repisa superior había otras coronas más pequeñas, y de esas banderas que se usan cruzadas en el pecho.

–Lo dejé hace tres años, cuando mamá enfermó. No tenía tiempo para arreglarme y seguir siendo la chica bonita que veían todos. Adelgacé mucho, y ni el maquillaje podía cubrir mis ojeras...Mi entrenador y la gente del concurso perdió el interés en mí. Intenté volver, promocionaba a una línea de vestidos femeninos, pero me dieron la espalda.

–¿No volverías? Eres hermosa, seguro hay miles de propuestas esperándote allí fuera.

–Ese mundo es demasiado superficial. Pero... supongo que es lo que pega conmigo. Soy mucho más que el color rosa, Shelley, soy mucho más que eso que fui, que las pompas de animadora, los vestidos y las coronas. Me gradué con el mejor promedio, pero eso no quiere decir nada, no eres nada cuando llegas a la cima sintiéndote vacío.

–¿Puedes tocar el fondo sintiéndote lleno?

–¿Lleno de dolor?

Solté una carcajada.

–¿Me ayudas a escoger la ropa para esta noche?

Asintió emocionada.

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