S I E T E


–Shelly... ¡Oh maldición! Despiértate. –la dueña de la voz me sacudió hasta que abrí los ojos.

–¿Qué quieres?

–Que te levantes, llegaremos tarde.

–Ahg, es viernes, no tenemos que ir. –me di la vuelta y volví a taparme.

Y si, la semana se pasó volando. Maggie estuvo viniendo todas las noches desde el martes, día en que mamá se marchó a Nueva York. Fue muy divertido, películas, comida y chismes.

–Sí, si tenemos. Entra al baño ya te preparé la ropa.

Me di una ducha rápida, ya que mi amiga estuvo recordándome que me tenía que apurar. Me puse un vestido color celeste pálido y me lavé los dientes rápidamente.

–Te ves bien, soy una genio. Ya verás cómo Dorian te come con la mirada.

–Cállate, Maggie.

Subimos a mi coche, ella manejaría, mientras yo comía unos Cup-Cakes.

El instituto St. Francis estuvo frente a nosotras unos cuantos minutos después.

–Al fin llegan, se han saltado la primera clase. –dijo Jack en cuanto nos vió.

–Uff ¿Qué era?

–Historia.

– ¡Genial! Gracias, Shelly, el profesor Gomes me reprobará. –abrió su taquilla para sacar un libro y la volvió a cerrar rápidamente.

–Siempre dices lo mismo, y no es que fuera el fin del mundo.

–Si lo es, mi título Universitario depende de ello. Tú no te quejes, el profesor Blackwell te puede reprobar.

–Sí, pero ella no ira a una. –dijo con una sonrisa, como si se le hubiera ocurrido el mejor chiste de la historia.

–No era necesario decir eso, Jack.

–Margaret, ¿Crees que podemos hablar? – le preguntó Dorian.

–Sí, claro.

Ambos se fueron hacia afuera. ¿Qué era lo que tenía que hablar con ella? Y encima a solas.

–Shelly yo... tendría que decirte algo. –me miró con tristeza.

–¿Qué te ocurre?

Pareció meditarlo por unos segundos.

–Nada, olvídalo. No soy yo quien te lo tiene que decir.

Dicho esto, hizo su camino al salón. Me quedé más que confundida. Nada me tendría que poner mal, ya tenía suficiente con mi madre fuera de casa y mi padre en Las Vegas. Si, leyeron bien, anoche me llamó para informarme que se había ido de vacaciones y que quizá, jamás volvería. Nah, eso es mentira, pero lo que es real es que se fue.

La campana me ensordeció, me quedé parada, mirando como el pasillo se iba quedando vacío.

Sabía que estaba mal, pero no quería entrar a clases. Salí al aparcamiento y una vez dentro de mi auto conduje a ningún lugar en particular.

Inconscientemente estacioné en la playa. Aquí veníamos todos los fines de semana con mis padres y mis dos mejores amigos. Lo pasábamos genial.

Había gente metida en el mar, pero yo solo me senté en la arena observando aquella inmensidad. Dorian ni siquiera me había mirado. Era obvio que jamás llegaríamos a ser algo. No le importaba, no de esa forma. A mis progenitores tampoco. El resto de mi familia estaba repartida por algún lugar del mundo, eran tantos sitios diferentes que ya ni sabía dónde estaba cada quien. Nunca me había sentido tan sola.

Miré al cielo, me sentí pequeña. Las palmeras se elevaban alto, la vista era impresionante. Sentí unos pasos detrás de mí.

–Hola.

Una figura femenina estaba frente a mí. Tenía el pelo castaño y los ojos azules. Era Ingrid.

–Hola, ¿Qué haces aquí?

–Te seguí. –se sentó a mi lado.

– ¿A mí? ¿Por qué?

–No lo sé, me dió curiosidad. Me pareces interesante.

–Yo no soy interesante, tú, en cambio, eres una porrista que se la pasa haciendo piruetas extrañas, eso me parece más interesante.

–Sí, pero tu escapaste de la escuela. –señaló.

– ¡Tú también! Y... tampoco escapé.

–Faltó mi profesor de Teatro, ¿Cuál es tu excusa?

–No me sentía bien, y llegué una hora tarde, es por eso que me fui.

– ¿Qué es lo que está pasando por esa cabecita? – preguntó sonriendo.

–Dorian. –respondí sabiendo que no era solo eso.

– ¿Acaso no lo sabes...? –abrió sus ojos con sorpresa.

–¿Saber qué?

–Nada, olvídalo.

No podría olvidarlo. No fácilmente.

–Bien, vámonos. –se paró rápidamente y sacó la arena de su pantalón.

–No regresaré al Instituto.

–Al instituto no, tonta. Iremos al centro comercial, por ropa.

–Está bien.

Cuando subimos al auto me percaté de que mi teléfono seguía en la mochila. Tenía diez llamadas perdidas de Maggie, cinco de Jack y tres de Dorian, más innumerables mensajes preguntándome donde estaba. Lo dejé en su lugar, ya les contestaría más tarde.

– ¿Tienes tarjeta de crédito? – me preguntó.

–Si.

Me mostro la suya y sonrió con malicia.

Ni bien llagamos salí corriendo al carrito de Smoothies. Pedí uno de durazno y Ingrid uno de mango.

–Mira, Shelly, esto es genial para ti. Te lo llevaras y el lunes iras con él a la escuela.

Era un vestido rojo liso, en la cintura llevaba un pequeño cinto de color negro. A decir verdad, era muy lindo, pero seguramente le quedaba mejor al maniquí que a mí.

–Está bien. Me lo llevo.

Era temprano, todavía no era el mediodía, decidimos ir por algo de comer.

–Eso ha sido genial. –me dijo sentándose frente a mí.

–Sí, creo que a partir de ahora podemos ser buenas amigas.

Ingrid había entrado en el instituto hacía tres años. No compartíamos muchas materias, pero la veía en la cafetería y mientras ensayaban para los partidos.

Pedí un Chasse cake y ella unas donas.

Era difícil pensar que mi madre estaría muy decepcionada, nunca estaba en casa y por esa razón no sabe si voy o no, y si me va bien o me va mal. Prácticamente había huido del instituto, no les había respondido a mis mejores amigos y probablemente estarían preocupados.

– ¿Tienes novio? – pregunté para evadir mis pensamientos.

–Sí, es Bratt. Sé lo que pensaras, pero él salió con Maggie durante el mes que estuvimos separados.

–Perdona la pregunta, pero... ¿Tu saliste con alguien? En ese tiempo digo...

–No, yo solo lo quiero a él.

–Oh, ya veo.

–Después de todo...siento que él no es el chico para mí. Puede que sea popular y que en nuestra burbuja todo esto sea normal, pero a mí no me gusta, los chicos del quipo hacen cosas cada vez más peligrosas. Y no solamente cigarrillos, alcohol y drogas, habló de cosas realmente jodidas. Me gustaría una relación normal, que no tenga que terminar en la sala de espera de un hospital o en la cárcel al final de cada cita.

–¿Se lo has dicho? –le pregunté mientras la camarera dejaba nuestro pedido.

–Sí, pero no tan literal como te lo dije a ti. Cree que soy una miedosa, es por eso que siempre trato que nos juntemos en mi casa, o en la suya. Eso es más seguro.

–Es difícil cuando estas verdaderamente enamorada.

–Lo es.

Lamentablemente para mí, ella se tenía que ir. No me quedaba más remedio que ir a casa. Este día había sido una completa mierda. Bueno excepto por la parte en que llegó Ingrid.

Abrí la puerta y para mi sorpresa mis tres amigos se encontraban en mi living.

–¿Dónde rayos estabas?

–Solo necesitaba aire, Maggie, ¿Qué hacen aquí, de todos modos?

–Te vas del instituto, no contestas el móvil y ¿encima te das el privilegio de enojarte porque vinimos a buscarte? –respondió Jack.

– ¿Y ustedes no escaparon?

–Fue por tu culpa.

¡Genial, ahora todo era mi culpa!

–Oh, bueno, no se enojen. No me estoy sintiendo muy bien, necesitaba estar un tiempo a solas.

–Sí, y veo que también has decidido pasar por el centro comercial. –dijo Maggie.

–Es solo un vestido. –suspiré y fui hasta a cocina para beber un poco de agua.

–Por Dios, Shelly, ¿no podías atender el teléfono? Casi muero del susto.

–Lo siento, Jack. Ahora déjenme tranquila.

–Está bien, vámonos, no nos necesita. –dijo Maggie y se marchó seguida de mi mejor amigo.

–Cualquier cosa que necesites, solo llámame.

–Gracias, Dorian, lo haré.

¿Acaso era tan malo lo que había hecho? ¿No podían simplemente entenderme, y apoyarme?

No soy alguien que acostumbre a ver la realidad tal y como es. Soy de esas personas que se cierran en su mundo porque no soportan lo que hay alrededor. Pretendo no ver y no escuchar. Fingir que todo está bien, con mi padre, con mi madre y con mis amigos. Sé que hay algo que me ocultan y mi corazón cree saber que es, pero soy demasiado cobarde.

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