D I E C I O C H O
No podría resumir mejor la cena, diciendo que prácticamente pasaron de mí, unas pocas preguntas por parte de Edgar por el instituto. Luego, se sumieron en una charla, de trabajo, viajes y un futuro no muy lejano. También me enteré que tenía una hija un poco mayor que yo.
Mientras me lavaba los dientes, pensé que tendría que hacer algo para que Dorian me recordara, algo indirecto. Simplemente quería otra oportunidad, Maggie me había dicho que Dorian solo me uso para ponerla celosa, pero no sentía eso cuando estábamos juntos.
Los pasillos estaban vacíos, caminé hasta llegar a mi clase de Historia. Pero no había nadie, en su lugar, estaba Evan limpiando las mesas.
–Disculpa, ¿Dónde están todos? –pregunté.
–Oh, no te escuche entrar, clases al aire libre. –respondió volteando hacía mí.
Suspiré, tenía que cruzar toda la escuela, y luego todo el campo.
–¿Todo está bien?
Me miró y sus ojos me transmitieron calidez, y basto eso para soltarlo todo.
–La verdad es que no.
–¿Quieres hablar de eso? –me preguntó sentándose sobre el escritorio del profesor Gomes.
–Pues...
Él me escuchó con atención, sin interrumpirme, se lo notaba conmovido.
–Guau, suena muy complicado. –suspiró. –Yo también tengo Amnesia.
Eso no me lo esperaba.
–¿Cómo sucedió? Cuéntame.
–Aún estaba en San Diego, y el autobús en el que viajaba chocó. Lo más curioso es que yo sé que estaba con alguien, pero esa persona nunca apareció y nadie sabe nada de ella.
– ¿Una persona? –me senté a su lado, ya me estaba acalambrando de tanto estar parada.
–Supongo que era mi novia, una de las enfermeras me dijo que una joven me fue a visitar la primera noche, pero después no fue más. Al parecer no se hizo daño...No entiendo cómo es posible que se haya esfumado, mi familia, mis amigos... sé que saben, pero no me quieren decir nada. Solo recuerdo sus ojos, de un azul tan intenso que podría reconocerla fácilmente.
– ¿Hace cuánto pasó?
–Un mes, a la semana salí del hospital, y al no obtener respuestas me puse a investigar, habíamos comprado un boleto para venir a Los Ángeles, supuse que ella vino a aquí sola. Espero a recordar algo clave que me guie en la búsqueda.
–Va a ser algo complicado.
–Lo es, estoy solo.
Sentí mi corazón latir con fuerza.
–No, no lo estas. Estaremos solos juntos.
Me sonrió, y por alguna razón inexplicable nos acercamos hasta que nuestras narices rozaron, no pensé en nada, ninguno de los dos lo hizo. Solo nos besamos, experimentando la sensación de los problemas desvanecerse a nuestro alrededor. Nos unía el dolor, y el temor al olvido. Mientras todo se resolviera, nos complementaríamos. Eso fue algo que pactamos en la soledad del salón de historia.
No fue hasta la tercera hora, en Literatura, cuando lo noté. Dorian tenía un tatuaje en la nuca, con la forma de un ancla. Recordé la calcomanía de su Jeep. Nunca le pregunté qué significado tenia para él. No aparté la mirada, me entretuve mirando sus movimientos, Maggie que estaba sentada a su lado, le tomó la mano y él hundió el rostro en su cuello, pero se apartó bruscamente.
"Amo ese olor a frutos rojos que tienes."
En el receso me acerqué a Cam.
–Hola, sabes, lamento lo de la otra vez. –le dije fingiendo una sonrisa.
–No te preocupes, debe ser duro.
–En realidad, me dolió más el hecho de que Maggie me haya traicionado. Era mi mejor amiga.
– ¿Piensas hacer algo? –acomodó sus lentes y me miró fijamente.
–Tratar de alejarme de todo, hasta que él recuerde algo.
Con eso me refería a Evan. No quiero que me juzguen, nos necesitamos mutuamente, hasta que sea suficiente.
–¿Has sabido algo de Tasha? Hace días que no viene.
Negué con la cabeza, la situación de la otra vez es algo muy personal como para decirlo.
Me despedí de ella y fui en busca de Evan, necesitaba hablar con él.
– ¿Qué es lo último que recuerdas? - Le pregunté, mientras el freía unas patatas.
–El impacto del autobús, los gritos de la gente, y como empezó a dar vueltas. Luego desperté en el hospital. Es algo raro, solo recuerdo los instantes antes del accidente, pero nada anterior al el.
–Y lo único que recuerdas de ella son sus ojos...–reflexioné.
–Es una cara borrosa, no se distingue bien, pero sus ojos están en mi memoria intactos. No hay mensajes, correos, llamadas, fotos. Ni siquiera la encontré entre mis amigos de Instagram.
Bajé de la mesa de mármol cuando el cocinero en jefe entró, y me quedé parada a su lado.
– ¿Qué te hace suponer que ella está aquí?
Sonrió, pero no lo hizo con alegría, si no que con dolor.
–El boleto tenia fecha de partida a la madrugada del viernes, según la enfermera una joven, que no me supo describir, estuvo allí cerca de esa hora, se había metido a hurtadillas.
–Tal vez dejó una carta o algo, no se metería por nada.
O quizá sí, solo quería despedirse de él y por alguna razón no pudo hacerlo en horario de visita. Pero me negué a creerlo, debía de haber una buena explicación.
–Tengo una caja con regalos, nunca la abrí, odio que la gente te regale cosas en esas situaciones y cuando estás bien apenas te llame. Debo tener como una docena de peluches horribles.
–Podemos revisarla.
– ¿Tienes tu auto? –asentí. – Espérame a la salida, iremos a mi apartamento.
Los autos comenzaban a alejarse del parque de estacionamiento.
–¿Lista? –me preguntó besando mi frente.
–Allí vamos. –asentí.
Vivía en una zona céntrica. Su apartamento era pequeño y muy masculino, tenía una cocina, una habitación y un baño. El color café de las paredes daba un aspecto acogedor y más reducido.
–Aquí esta. – dijo tendiéndome una enorme caja.
No había exagerado, miles de peluches de todos los tamaños, flores resecas, cajas de bombones vacías. Saqué todo rápidamente y ahí estaba, al final de la caja, una hoja doblada a la mitad. Se la tendí.
La leyó y suspiró frustrado.
Lo siento.
A.
No decía más, solo eso.
–Tenemos una inicial. –dije como si no lo supiera.
–Puede ser Ana.
–O Amalia.
–O millones de probabilidades más.
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