D I E C I N U E V E

Un maldito mes. Había pasado un mes desde todo lo sucedido sin que Dorian diera ápice de recordar algo. Ignorando a Maggie quien se acercaba y fingía que la amistad seguía en pie, hablando con Jack de vez en cuando, y, saliendo con Evan a algún lugar.

Habíamos dejado atrás los exámenes finales. Las semanas de sacrificio sirvieron para despejarme y obtener un promedio de 8,25. Ya había enviado mi pase a la academia, ahora solo quedaba esperar, a mí, y a todos los que irían a una Universidad.

Pero deseaba que los días pasaran lento. Miraba los pasillos llenos de alumnos, con nostalgia, se acercaba el fin, y todos podíamos sentirlo. Terminaba esta etapa, y si, comenzaría otra, pero sabíamos que todos nos dispersaríamos por el país, por el mundo quizá, después de años juntos, todo cambiaría.

En la próxima semana sería mi cumpleaños, al fin tendría dieciocho, y lo que menos quería hacer era celebrarlo.

El único avance es que tenía un plan. Margaret estaba empecinada en fingir que seguíamos siendo las mejores amigas del mundo, y supuse que es porque Dorian sospechaba. La trataría igual, haría que todo estaba bien, y en cuanto pudiera la dejaría en evidencia. No estaba del todo segura, pero Evan me alentó a hacerlo. Con él no somos nada, solo disfrutamos la compañía del otro, miramos películas, vamos al centro comercial, y hacemos listas y listas de nombres con A.

Se preguntarán ¿Qué hay de los padres de Dorian? Pues la verdad no lo sé, no sé cómo es que hace para que ellos no digan ni una palabra sobre mí, aunque supongo que la sonrisa de su hijo les es suficiente para mantener la boca cerrada.

Luka está en época de exámenes en su universidad, y no tiene ni idea de lo que ocurre acá.

Mi mamá ha hecho vagas preguntas al respecto, pero sabe que es algo de lo que prefiero no hablar. Y hablando de mamá, al parecer Edgar la quiere de verdad, y piensan prometerse, algún día.

En fin, el profesor Blackwell explicaba algo que iba a venir en el examen, y yo estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para concentrarme, pero mi mirada se enfocaba en el tatuaje del ancla.

La mirada del profesor se fijó en mí, estuvo a punto de hablarme, pero la campana sonó salvándome el trasero. ¡Hora de volver a casa!

Antes de cruzar la puerta Ingrid me interrumpió.

–Shelly, en la noche habrá una fiesta en la playa ¿quieres ir?

No me lo pensé dos veces.

–Claro.

–Genial, te esperaremos allí.

Ya era medianoche, me di una última mirada en el espejo. Llevaba un short de cuero blanco, una remera color borgoña y unas sandalias cómodas.

La extensión de playa estaba llena de adolescentes medios ebrios. Los barriles de cerveza y los tragos improvisados los organizaban Bratt y su grupo, vaya a saber qué otras cosas se estaban consumiendo en este mismo lugar.

La mayoría de las chicas habían optado por la parte superior de su bikini y se paseaban con seguridad, pocos eran los que se adentraban en el mar.

– ¡Shelley! –gritó Jack, pero no estaba solo.

–Hola, chicos.

– ¿Qué haces aquí? – me preguntó Maggie.

–Ingrid me invitó.

–Bratt se superó esta vez. Esta será la primera de muchas fiestas de aquí a la graduación. – dijo Jack mirando con emoción el fuego arder en el fogón que estaba cerca de nosotros.

Dorian miraba las estrellas, recordé aquella noche en la casa de papá.

Me alejé y fui hasta donde estaban las conservadoras y los barriles.

–Hey enana, ¿quieres beber algo? –me preguntó Bratt sacando un vaso rojo.

–Sí, ¿Qué me recomiendas?

– ¿Has probado tequila, alguna vez?

Negué con la cabeza.

– ¡Sooy un pajaritooo!

–Shelley, ¿Qué demonios has bebido? –preguntó Jack, parecía molesto.

Mis apenas dos horas aquí se habían convertido en un desfile de shots de tequila.

– ¿Crees que podré volar?

Mi vista era borrosa, y cada paso que daba eran vueltas infernales en mi cabeza.

–No, no podrás.

–Pero soy un lindo pajarito, eres un amargado, Stone. –gruñí.

–Vamos a casa, ahora.

– ¡No! – grité para alejarme de él corriendo. – ¡Soy un pajarito! –volví a gritar.

Abrí los brazos, quizá si corría rápido tomaría impulso y saldría volando. El aire golpeaba mi cara y sentí que lo estaba logrando, hasta que choqué contra algo duro y caí.

Miré a la persona que me cargo en brazos.

– ¿Eres un angelito?

Él asintió. Me sentí segura, y rodeé su cuello con mis manos.

– ¿Tu puedes volar?

Jugué con su cabello, y cuando mi mano se posó en su nuca sentí un relieve, tracé la forma con el dedo, lo reconocí al instante; era un ancla.

–Tú no eres un angelito.

–Sí que lo soy, estoy protegiéndote, ¿no?

Sentí una opresión en mi pecho.

–No creo que los ángeles te lastimen tanto.

– ¿A qué te refieres?

–A nada, mejor bájame, quiero seguir volando.

No me hizo caso, y siguió caminando. Luego de un rato decidió hablar.

– ¿Puedo preguntarte algo?

Asentí.

– ¿Cuál fue el problema con Maggie?

–Pregúntale a ella. –respondí molesta.

–Si me respondiera, no te estaría preguntando a ti.

– ¿Ves las estrellas?

Miró hacia arriba y sonrió.

–De aquí se ven pequeñas, parecen superficiales, al igual que muchos aspectos de nuestra vida, ¿no sería bueno tener un observatorio reservado para mirar nuestra vida más de cerca? Así podremos analizar de cerca los problemas que son más pequeños, y los que creemos grandes.

Se quedó quieto, y por un momento pensé que lo recordaría todo.

–Me gusta tu perfume. –me dijo bajándome junto a su jeep.

–No es perfume, es un humectante de frutos rojos.

Subí al asiento de copiloto y me acurruqué. Lo escuché hablar por teléfono, le pedía a Jack que se llevara a Maggie en mi auto y que nos encontraríamos afuera de mi casa.

Cerré los ojos mientras disfrutaba del olor al perfume de Dorian

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