Capítulo 1

 No importa cuantas veces cuente esta historia, siempre hay un detalle que modifico, para hacerla más graciosa o algunas veces más triste. Por que esta historia es tan mía como de él, es nuestra. Y hay cosas que son mejor dejarlas sin decir, porque fueron de alguna manera solo nuestras.

Quizás hasta cambie su nombre para que nadie lo pueda encontrar, aunque estoy más que segura que nadie lo va a encontrar. Él es bueno para desaparecer y esconderse, conociéndolo hasta de rostro ya ha haber cambiado. Después de todo esta en su naturaleza.

Muchas personas darían lo que fuera por un nuevo inicio. Algunos cambian su nombre, se mudan de estado y en algunos casos extremos de país. Huyen de su pasado como si este los estuviese persiguiendo, como si fuese un ser maligno sosteniendo un cuchillo listo para ser clavado en su espalda.

No comprenden que el pasado es parte de quienes somos y quienes seremos. El ser humano aprende de errores, no de cuentos. Desde que son pequeños se lanzan al mundo y sin importar las advertencias de los adultos, hacen lo que quieren. Porque son exploradores, porque para saber que los pequeños huecos en el interruptor dan descargas eléctricas, tienen que meter su dedo dentro de él. Y así aprender que si no quieres sufrir, no lo debes tocar. Si borras todo tu pasado no sabrás que piedras son las que debes evitar y que pisadas tomar. Si no tienes recuerdos, si no tienes un nombre, si no tienes familia. Estas perdido.

Yo, ha diferencia de aquellas personas que quieren olvidar y volver a empezar, quiero recordar. Quiero saber quien fui, quiero encontrar a mi familia, porque se que tengo una, todos tenemos una.

Yo, ha diferencia de aquellas personas, no escogí olvidar. Simplemente, un día para el otro no recordé nada, es como si me hubiese ido de vacaciones y haya dejado mi cuerpo en modo piloto y ahora al fin había regresado.

Los doctores dicen que es una amnesia global, no saben su causa, pero creen en la teoría de que mi cerebro bloquea todos eso recuerdos por que pueden ser dolorosos para mí.

La señora Picket; la dulce señora que me ha acogido desde que tengo memoria, es decir los últimos dos años, me lleva a las terapias una vez a la semana. Llevo un año y medio en ellas, antes eran más frecuentes, casi a diario. Pero, prácticamente ya me he resignado a simplemente seguir con mi vida. Con o sin recuerdos.

La señora Picket, fue quien me encontró en medio de una pradera, sola y llorando. Iba de camino a recoger agua al río cerca el pueblo, ya que no confiaba en el servicio de agua potable que juraba que se podía tomar agua directo de la llave. Según ella contiene más males que el agua del río. 

En fin, ella iba camino al río cuando vio a una joven que lloraba desconsolada y entre murmullos decía "vuelve", con una mirada perdida, y usando un rasgado, sucio vestido de novia.

La señora Picket al instante me sostuvo entre sus brazos y trató de consolarme. Siendo honesta no recuerdo mucho de esos días, la verdad no es como que mi memoria fuera buena. Por algo tengo amnesia ¿no?

Ella me cuidó como una madre lo haría. Como dije antes, con el tiempo me resigné a recordar, y traté de comenzar una nueva vida.

—¡Linda! ¡Deja de pensar en la inmortalidad del cangrejo y regresa trabajar. La mesa dos aún sigue esperando su café!— me reprendió Paula mientras me ponía los platos en mi narices.

—Iba a pedirte que te apures con ellos— con mala gana cogí la charola y le sonreí sarcástica.

Llevaba trabajando en la cafetería de la Señora Picket desde que los doctores me había diagnosticado en un estado estable. La verdad no tenía quejas. Me gustaba trabajar allí, y más en los días en los que Paula no le tocaba turno. Por alguna razón desde el inicio no nos llevamos muy bien que digamos. Es como que al verme pasar por la puerta me haya aborrecido desde el primer segundo. Igual, no es mala persona. Simplemente no congeniamos... No se le puede caer bien a todos.

Linda había sido el nombre que me habían puesto. Había empezado como un apodo del pequeño de Ángel; un lindo mocoso que siempre venía a la cafetería a las cuatro, sin falta, todos lo días. Y como todo aquel que lo escuchaba llamarme "linda", suponía que ese era mi nombre, empezaron a llamarme así. No me molestó en absoluto, no recordaba mi nombre y prácticamente Ángel me había rebautizado. Hasta debería agradecerle.

Salí por la cortina que dividía la cocina con el comedor para los clientes y rápidamente mi vista se fijó en el pequeño rubio de mirada azul brillante, sentado en la mesa central, sonriéndome como todos los días a las cuatro de la tarde.

—Hola, linda— me saludó Ángel con un tono coqueto, mientras pasaba a lado suyo para entregar la orden que aún tenía en mi charola.

Yo me reí discretamente, era la cosa más tierna. Con la mano izquierda sostuve la charola y con la otra la agarré sus cachetes, estirándoselos. Era mi manera de saludarlo, era imposible resistirse a jalarle esos cachetotes que tenía.

—Hola, pequeñuelo— solté su mejilla y él se la sobó notoriamente enojado por tratarlo como un niño pequeño. Rápidamente recordó por lo que estaba aquí y volvió a sonreír de una manera que si tuviera doce años me volvería loca por él. Lastima que los doctores dicen que tengo alrededor de veinte años.

—Linda, linda mía. ¿Saldrías conmigo mañana? — y puso su carita de perrito triste.

Siempre me dolía rechazarlo, pero aceptar su invitación era como fomentar más a su —hasta ahora— ligero enamoramiento conmigo.

—Renacuajo, deja a la dulce princesa en paz. No tienes oportunidad con ella— interrumpió Eric, apareciendo por detrás mío. Enrollado su brazo sobre mis hombros.

Eric me llamaba "princesa" por el simple hecho de ser rubia, haber aparecido de la nada y según él tener el perfil perfecto para hacer de Bella Durmiente.

Mi cuerpo se puso rígido y no tan disimuladamente como espere que se viera me saqué su brazo de encima. Ángel, quien antes miraba a su hermano con ojos aniquiladores, ahora le sonreía victoriosamente.

—Hola Eric— le saludé por cortesía a el hermano mayor de Ángel. Eric era más o menos de mi misma edad... Creo. Nunca la había preguntado su edad, pero aparentaba estar entre los veinte  y veintiún años. Se parecía demasiado a Ángel... ¿o Ángel se parecía mucho a él? Bueno, se entiende la idea. Verlo a los dos era como viajar en el tiempo y ver a dos Ángel's, uno de doce y el otro de veinte.

—Linda. Tu, yo, sábado en la noche, mi casa. ¿Qué dices?— me preguntó mientras me daba la misma mirada coqueta que su hermano menor me había dado segundos atrás.

Giré los ojos molesta. Cada vez encontraba la peor manera de invitarme a salir. Aunque, igual si lo hiciera de una manera linda y decente, tampoco le aceptaría. No quiero citas, hay otras cosas en las que me quiero enfocar.

Puse cara pensativa, como considerando lo que obviamente era un no. Y luego le sonreí y le guiñe el ojo a Ángel para que entendería que solo era actuación. No le iba a decir que si, al engreído de su hermano.

—Digo que..— hice un mímica para que se acerca a mi. El dudoso se inclinó un poco y puso su oreja un poco cerca de mi boca — Ángel sigue estando más cerca de salir conmigo— y di media vuelta, empezando a caminar de nuevo hacia la cocina por más ordenes.

A mis espaldas se podía escuchar como ese par discutía. Algo rutinario para todos nosotros.

El día pasó normal, como cualquier otro día. El dúo de hermanos revoltosos se quedo un poco más de tiempo intentando sacar un "sí" de mi, pero como siempre al final tenían que irse a casa. Ángel hoy tenía practica de baloncesto a las seis y debían pasar viendo su uniforme.

La cafetería pasó relativamente tranquila, el nivel normal de clientes. Me gustaba adivinar las razones por las cuales terminaron en la cafetería.

No siempre se va a la cafetería por el café, o las deliciosas galletas que hace Paula. A veces hay razones ocultas para venir a una pequeña cafetería en un pequeño pueblo que queda a una media hora de la cuidad. A veces son empresarios con sus amantes. Niños jugando a ser novios, mientras sus padres los vigilan en la mesa de atrás. Adolescentes que vienen a robar el wi-fi. Incluso una vez una chica tuvo una cita por skype. Fue bien raro, pero de alguna manera lindo. En fin, hay infinitas razones por las cuales venir, y a mi me gustaba adivinarlas. Pensar que alguno de ellos tiene un amor prohibido o alguno es un prófugo de la ley. Hace mis días más emocionantes.

En conclusión, ese había sido un día demasiado normal, pero para nada aburrido. Como dije antes me gustaba trabajar ahí, siempre se podía conocer gente nueva, incluso hasta nuevas culturas. Y aunque Paula siempre se pasa quejando de que me quedo conversando con los clientes, no puedo evitar hacerlo.

Cuando iba a entregar la ultima orden día a una anciana que siempre venía a leer sus libros, ya que en su casa, con tantos nietos que tenía no podía leer ni el prólogo en paz. Algunas veces, ella era la ultima en irse, nos quedábamos conversando un buen rato. Ella me contaba lo hermosa y complicada que había sido su vida. Desde su niñez en Alemania, hasta la muerte de su esposo y como esto la afecto. Entre otras cosas. Y escuchaba atenta a su memorias.

Paula ya se había ido, conocía mi rutina con la anciana, así que a mi siempre me tocaba cerrar el establecimiento. La verdad es que no me molestaba en nada. Solo falta cambiar mi uniforme, preparar el café y girar el letrero de cerrado/abierto, para poder sentarme tranquilamente a conversar con la señora Heeguinse y luego irme a casa, cuando alguien entró a la cafetería.

Por simple inercia me giré a verlo. Ahí fue cuando nuestros ojos se encontraron por primera vez. Tan grises como los del joven de mi recuerdos, como los del joven que me acechaba cada noche en mis sueños. Tan grises como el extraño conocido que me había dejado llorando en el medio de la nada.

La charola cayó al piso, y la taza y los platos hicieron un gran estruendo al romperse. Él se sonrío ante mi torpeza y caminó hasta la mesa más cercana y se sentó.

"Manos cogidas, risas, un pequeño destello de luz, gritos, silencio"

Todo eso se materializaba en mi cabeza. Rápidamente dirigí mis manos hasta ella en un intento invalido de detener el dolor que el ver estas imágenes me causaba.

La señora Heeguinse se paró de golpe y se dirigió hacia a mi para acariciarme la espalda tratando de tranquilizarme. Estuvimos así por lo que puede decirse un minuto hasta que la migraña se había ido. Junto con lo que había atormentado mi mente.

—¿Estás bien, mi niña?— me preguntó preocupada, mientras tomaba asiento en una silla frente mío.

—Si, señora Heeguinse. No se preocupe, debe ser solo por el nuevo tratamiento que están tratando— le mentí sonriendo y me retire a traerle otro café.

Aunque no estaba segura de ello, nunca había tenido un episodio similar a ese. Solo sueños, con memorias fugases que al despertar olvidaba en cuestión de segundos. Pero nunca despierta.

Me retiré a prepara otro café y se lo entregué y pero esta vez, a diferencia de los otros días no me senté frente a ella a escuchar sus historias. Caminé directo al joven que segundos antes había llegado.

¿Coincidencia que justo cuando él entrara mi cerebro soltara quien sabe que cosas?¿Qué eran esos? ¿Recuerdos, predicciones? Mentalmente hice una nota de contarle sobre el pequeño episodio que había tenido a la psicóloga la próxima vez que la viese.

—Lo siento pero ya cerramos— le informé evitando mirarlo a los ojos. Aunque sonase estúpido, tenía la teoría de que eso fue lo que había causado que mi mente flipar, segundos atrás.

—Pero el letrero dice abierto— pude sentir su mirada sobre mi. Fija y sin ánimos de mirar a otra parte. Por primera vez en mi vida, desee ser invisible y desaparecer. Su forma de mirarme se sentía familiar y eso se sentía a la vez extraño. Loco, fuera de lugar.

¿Alguna vez han sentido esa necesidad de mirar algo, pero sabes que si lo haces te va a lastimar de algún sentido y decides no hacerlo, pero hay algo más fuerte que tu voluntad que te obliga hacerlo? Pues yo si. Teniendo su mirada clavada en mi no puede evitar querer mirarlo, querer saber porque sentía esa especie de déjà vu frente a su mirada. Y al final cedí.

Y tenía razón, sus ojos eran grises. De un gris que parecían brillar, de un gris que yo ya conocía muy bien.

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