Epílogo
Epílogo
Yuri
7 años después, Japón
Hoy cumplía veinticuatro años.
En aquel lapsus de tiempo lo había festejado de maneras diferentes, tristes y felices, en casa o lejos de ella, pero siempre alguien que amaba estaba a su lado. El de hoy no sería la excepción.
Sus manos estaban ocupadas. Una de ellas sostenía una especie de jarrón decorado. Era un objeto raro para estar cargando en medio de una ciudad extranjera, pero para Yuri era algo especial. Una urna funeraria; que se había conservado a lo largo de casi un siglo.
En la otra llevaba algo más feliz: la cálida mano de Otabek.
Otabek era su novio, lo era desde hacía seis años ya, luego de que estuvieran todo un año para ponerle un título a aquella experiencia hermosa que habían estado viviendo.
Empezó a rememorar un poco los últimos años de su vida.
Su cumpleaños número dieciocho lo pasó en casa de JJ, en una fiesta sorpresa que todos sus compañeros de la Academia habían orquestado a sus espaldas. Otabek le había dado su primer beso desde que salían, en conmemoración al que habían compartido unos meses antes en la Nochevieja, en el mismo lugar. Para el número diecinueve, lo festejó en un yate en Barcelona junto a Mila, Sara y Otabek. El veinte lo pasó al lado de su madre y su abuelo en Riga. El veintiuno se decidió pasarlo en la bella Almaty, con Otabek y su madre en una preciosa cena tradicional kazaja. A los veintidós, una simple cena y salida a patinar en San Petersburgo, a los veintitrés llorando en el regazo de Alina por la reciente muerte de su querido abuelo.
Muchas cosas seguirían pasando en la vida de Yuri Plisetsky, eso no podría evitarlo, pero estaba seguro que era lo suficientemente fuerte como para sobrevivir a las cosas tristes. Lo peor ya ha pasado.
A su lado, Otabek apretó su mano, y Yuri volteó a verlo.
El cabello le había crecido: ya no llevaba un undercut, pero estaba lo suficientemente largo como para poder hacerse una pequeña coleta. Hasta hacía poco ambos habían compartido peinado, pero antes de subirse al avión, Yuri había recortado su larga y rubia melena, dejando solo un pequeño flequillo. Su novio tenía una corta e incipiente barba que Otabek sabía que Yuri detestaba, pero con todos los largos vuelos y trasbordos no había podido recortarla. Su cara seguía siendo cuadrada y su mandíbula fuerte. Nada ha cambiado, pero nada ha seguido igual tampoco.
— Es una ciudad preciosa, ¿No crees? — Le preguntó a su lado. Yuri tuvo que agachar la cabeza para mirarlo, ya que estaba un poco más alto que él.
Lo era en realidad. A pesar de que el invierno todavía no había terminado, marzo ya parecía como un aliento de primavera en el lugar. El sol brillaba, los niños jugaban en el barro, los pájaros salían a cantar.
Todo era como lo recordaba. Y aun así se sentía como si fuera la primera vez. Era el más hermoso déjà vu de todos.
* * * *
El lugar al que se dirigían no estaba tan alejado de lo que era el centro de la ciudad, puesto que Yuri aun podía ver el Castillo de Hasetsu claramente; pero como habían parado a almorzar y también para disfrutar del precioso ambiente que los rodeaba, el sol ya no pegaba tan fuerte en lo alto del cielo mientras que la temperatura había descendido tal vez uno o dos grados.
Observó el gran cartel frente suyo. Yuri había dedicado aquellos últimos años de su vida a aprender el idioma japonés, y le había sorprendido la facilidad con la que podía hablar o trazar los diferentes caracteres.
Debo agradecerle por eso también, supongo, pensaba, mientras traducía: Cementerio Municipal de Hasetsu.
El lugar se veía lindo, muy distinto de cómo internet le había pintado los cementerios japoneses; llenos de tumbas, epitafios y moho creciendo entre los monumentos. Allí era pacífico. Sereno. Yuri pensó que sería un buen lugar para descansar durante la eternidad.
Otabek cerró los ojos a su lado. Yuri sabía lo que estaba pensando, y como el lugar le rememoraba a viejas épocas, donde había tenido que enterrar a su padre y hermana cuando todavía era prácticamente un niño.
La muerte nunca sería fácil, pero podías hacer que se sienta menos dolorosa si aceptabas que la persona correcta estuviera a tu lado durante el proceso.
— ¿Te molesta si recorro un poco sólo? — Preguntó, a pesar de la curiosa mirada de su novio— Hay varias cosas que quería ver aquí, en realidad.
— Seguro. Estaré por ahí. Pero ¿Puedo...? — Inquirió, dirigiendo una mirada a lo que Yuri cargaba en brazos.
— Oh. Sí, tómalo.
Otabek tomó la urna que Yuri le ofrecía. Él lo comprendió, ya que su novio tenía una conexión más bien mágica con los restos de la persona que se guardaban en aquel frasco. Él entendía, ya que después de todo, también tenía un vínculo eterno con alguien más.
Se dieron un corto beso y una mirada, antes de que sus caminos se separaran brevemente.
Era extraño. No que tuviesen que separarse, porque ambos eran lo suficientemente maduros como para poder vivir uno sin el otro sin amarse menos. Lo extraño era estar parado precisamente en aquel cementerio.
¿Por dónde debía empezar? Ni siquiera sabía si estaría allí. Quizás sus restos jamás habían vuelto a su hogar, para quedarse pudriéndose en aquella jungla birmana junto al brigadier americano; y sosteniendo contra su pecho un viejo anillo de la época de los zares, como si fuera el más grande tesoro.
Camino entre las tumbas, inspeccionando. Cuántas vidas había allí, irónicamente. Cuántas historias que no se habían contado y ahora serían olvidadas.
Yuri se prometió no olvidar la suya.
Una llamó su atención. Recordó un cálido abrazo, una sonrisa y una dulce voz femenina dándole la bienvenida a pesar de su dolor.
Yuuko Nishigori. Los ojos se le empañaron. Siempre pensó que las flores sobre las lápidas eran estúpidas, pero hubiese querido tener la más bonita de ellas para dejárselas a aquella preciosa mujer. A su lado, una tumba honoraria, rezaba Takeshi Nishigori. Juntos, incluso aún cuando la muerte había querido separarlos. Y a ambos lados, dos que cargaban con los nombres de Axel y Loop; sus hijas. Una sigue viva.
¡Cómo hubiese querido ir a visitarla!, pero probablemente sería una anciana, y Yuri no quería incordiar en sus últimos años de vida. Se le achicó el corazón al pensar que sería la última persona viva que conocía a Yuuri Katsuki en persona. El único lazo que quedaba.
Pero debía seguir.
No encontró a Minako ni a Mari. Quizás no estaban allí, o quizás habían terminado casándose y usando los apellidos de sus cónyuges hasta el momento de morir. Sí encontró a los padres de Yuuri. Se detuvo unos segundos hasta el lugar donde Hiroko Katsuki descansaba. Había muerto apenas una década antes de que su propia madre, Alina, naciera. Todo se sentía tan irreal, como si aun estuviera dentro de un sueño y su cuerpo no era el suyo, sino el de Yuuri.
Lo extrañaba tanto. Cada noche que tenía que cerrar los ojos, aun si estuviera durmiendo en brazos de Otabek, la mente de Yuri se escapaba a otro lugar, y deseaba con todas sus fuerzas un último sueño. Ahora que finalmente había hecho las paces con su compañero del pasado, hubiese deseado apreciarlo más.
Entonces lo vio, atrás de sus padres. Yuri no podía decir si era real o solo era honoraria, pero el nombre grabado en kanjis allí lo dejó sin respiración.
Katsuki Yuuri.
Servidor durante la Segunda Guerra Mundial y amado hijo.
La estrella más brillante de la familia.
1918-1942.
Se agachó, y arrastró sus rodillas, hasta que la palma de su mano descansaba sobre el frío material.
Finalmente, pensó, ahogando las lágrimas, con el corazón apretado en un puño.
Quería decir tantas cosas. Era estúpido, puesto que quizás Yuuri ni siquiera estuviese allí abajo y aunque lo estuviese, no podía escuchar lo que decía.
Claro que escucho. Vivo adentro de ti, sintió como un susurro, mientras sentía una pequeña presencia fantasmal posándose a su lado. Era sólo su cabeza, claro, pero Yuri podía fingir que no estaba sólo en aquel momento.
— Hoy probaré el katsudon — Le dijo a la tumba— ¿Y sabes por qué? Porque... hoy cumplo veinticuatro. Ya tenemos la misma edad.
Que distintas habían sido sus vidas. Mientras Yuri viajaba junto a su amor por el mundo a esa edad, Yuuri había estado defendiendo su vida y a su país en una injusta guerra. Mientras Yuri lo tenía todo, el otro Yuuri había perdido lo poco que tenía.
Y se dio cuenta, que por última vez, Yuri podría verlo como alguien mayor, inalcanzable, en un pedestal. Porque ahora crecería y envejecería, mientras Yuuri permanecería joven por siempre, hermoso y con una melancólica sonrisa, en su memoria.
— Si nos hubiéramos conocido quizás te odiaba — Confesó con una boba carcajada.
No recibió respuesta. Pues claro, si le estás hablando a un muerto.
Sí, un muerto. Aquel sería el adiós. Yuri, que lo extrañaría y lo querría para toda su vida, finalmente cerraba aquel capítulo de su vida. Él crecería junto a Otabek, el gran regalo de Yuuri.
Se secó una lágrima.
— Gracias. Espero que en dónde estés, el río de estrellas que te separa de Viktor no sea tan profundo.
No lo es, parecía decir. Después de todo, Yuri y Otabek ahora estaban juntos. Era el equivalente a la victoria de aquellos dos.
Una mano de verdad se posó sobre su hombro. Cuando giró y vio a los ojos de su novio, supo que la hora había llegado.
Otabek se agachó hasta su lado y con una pequeña pala que había conseguido en una tienda de la zona, cavó un pozo chico al lado de la tumba de Yuuri. Esperaba que ningún guardia apareciera, y si lo hacía, Yuri lo mandaría al lugar del que había nacido de una forma nada amable.
Cuando el hueco fue lo suficientemente profundo, depositó la urna con las cenizas de Viktor, y taparon el agujero.
Ahora podían descansar juntos. Un gesto infantil, bobo, pero que para el primer Yuuri hubiera significado mucho. Ya nadie podía decir que esos dos no compartirían la eternidad al lado del otro.
— El festejo nos aguarda — Le dijo Otabek, que le tendía una mano para levantarse—. Espero que esté bueno el katsudon.
— Oh, créeme que lo está — Respondió Yuri, rodeándole su cuerpo con el brazo.
Los dos rieron, y abrazados, sin mirar atrás, abandonaron el cementerio de Hasetsu.
En el cielo, la luna refulgía con su luz, pero ni una sola estrella brillaba esa noche.
FIN
* * * *
¡Y hasta aquí hemos llegado! Admito que escribo esto con lágrimas en los ojos. Esta historia fue muy especial, no solo porque es el primer fanfic que hago, sino que es también la primera historia larga que culmino ¡Y encima de un animé que me trajo mucha felicidad como lo es YoI! Así que luego de 200 páginas de word, un spinoff, varias noches de desvelo y más de 70 mil palabras, se terminó.
Quiero agradecerles a todas y cada una por el apoyo. Ustedes me ayudaron a revivir estos personajes que tanto amamos (Y que ya empezábamos a extrañar por el final de la serie). Gracias: NissideCat, Denna-chan, Ladiva1D, patoUwU, F0sterDream, LucianaDixon, juicelover2, AzukiTsukiyomi (¡Que siguió esta historia aquí y en AO3!), lena0625, MarianaSandoval216, TetsunaHibari y BarbiFiredancer ¡Gracias por comentar siempre y darme ánimos con sus lindas palabras! Espero no haberme olvidado de ninguna. También a quienes dejaron votos a pesar de no comentarios y a quienes solo la hayan leído, a esta y al spinoff que he subido ayer <3 y por último pero no menos importante, agradecer a Kubo-sensei por darnos a estos hermosos personajes y a Laia Soler, la autora del libro original en quien se basa esta historia.
¡Que viaje que ha sido esta historia! La verdad es que la he pasado muy bien y espero que todas se lleven algún lindo o divertido recuerdo ¡Y que no se olviden de lo mucho que me gustaba hacerlas sufrir con el angst! Jajajaja
Pero más importante... ¡NOS VEMOS EL LUNES 23 CON EL PRÓLOGO Y PRIMER CAPÍTULO DE CIEN MIL UNIVERSOS A TU LADO! (Es decir en dos días). Si han disfrutado de esta historia, estoy segura que les gustará la nueva ¡Prometo más fanservice y fluff! No viene mal de vez en cuando <3
Así que aquí cerramos capítulos. Todas han sido maravillosas y las quiero <3 ¡Un beso enorme y hasta el lunes! ¡Espero seguir viéndolas allí! :)
Sol, a.k.a. newyorkblues
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