Capítulo 4




Capítulo 4

Yuri

Actualidad, Rusia

En dos semanas se había vuelto una obsesión.

Yuri finalmente se había resignado a que tal vez no dejaría de soñar con aquel soldado japonés y decidió dejarse llevar. Decidió vivir a través de él, sintiendo sus emociones, formando lazos. Yuri no sabía cómo explicarlo realmente.

Sentía que lo conocía. Se enojaba cuando tomaba alguna decisión estúpida, o cuando mostraba debilidad por alguna ñoñada. Pero a pesar de todo, sentía que ambos no eran tan distintos. Los dos albergaban cobardía, soledad, miedo al rechazo, ansiedad. Y dolor, especialmente la punzada de dolor que pinchaba cuando te acostumbrabas a sentirlas. Yuri podía sentir el dolor del otro Yuuri en su corazón, justo al lado de su propio dolor.

Lo insultaba tanto en su mente, y durante el día se dedicaba a fantasear sobre la vida de ese mequetrefe. Yuri no estaba seguro de lo que realmente significaban sus sueños, pero se había vuelto loco.

Dormía más horas de lo normal. Se acostaba a las 6 de la tarde y amanecía apenas unos minutos antes de ir a la academia. Se tomaba siestas en clase, por las cuales lo habían regañado no una ni dos ni tres sino seis veces ya. Los fines de semana, se confinaba en su cuarto y dormía todo lo que el cuerpo le permitía. El abuelo se iba de la casa desde los jueves en la tarde, así que no sabía lo que ocurría con su nieto.

De todos modos, sí que había aprendido cosas interesantes. Yuuri Katsuki era un inútil bastardo bueno para nada, pero era dulce para el pesar del ruso. Cuidaba de los heridos cuando el Cabo Mayor (Al que Phichit y Yuuri habían apodado "El Caraculo"). Se escabullía con Phichit para enviar cartas a sus familias con un servicio de correos clandestino. De a poco también había conocido sobre el pasado de Yuuri. Incluso del de Phichit, y ambos Yuris habían descubierto que Phichit visitaba en secreto la celda del rebelde Seung-Gil Lee, a quien le dejaba comida y agua.

Pero lo que más fascinaba a Yuri era que Katsuki patinaba sobre hielo.

El día que lo supo fue durante la clase de música de los lunes. Mientras la profesora enseñaba sobre los compases y otras cosas aburridas, Yuri pegó una cabeceadita. Quizás no habían pasado ni 10 minutos, pero no olvidaría más el recuerdo de Katsuki, como su corazón había saltado en su pecho cuando vio el lago congelado y algunos niños deslizándose con zapatos de suelas gastadas en él.

Su mente era un lugar increíble.

Por supuesto lo habían regañado, pero a Yuri le importó poquísimo. Cuando giró la mirada, aquel alumno nuevo lo miraba con esos ojos tan intensos y escrutadores que tenía.

Otabek. Sí, claro que había averiguado quien era. Por poco pegó el grito en el cielo cuando recordó que el salvaje de Leroy lo había catalogado como su amigo. El fenómeno le estaba cayendo bien, o al menos no tenía ganas de partirle la cara. Se relajó cuando descubrió que Otabek en realidad ignoraba a Leroy cada vez que podía. Lo cual era malo en parte, ya que cuando no tenía a Otabek para fastidiar, se dedicaba a fastidiar a Yuri.

Era sábado en la mañana, y acababa de soñar otra vez con Katsuki, por supuesto. Había sido relevado a una misión de reconocimiento en el pequeño fragmento de frontera ruso-coreana, cerca de Manchuria. Le habían asignado otro escuadrón, ya que parte del suyo se quedaría en Wŏnsan, Phichit entre ellos. A Yuri le dio ansiedad pensar que el joven de sus sueños debería estar solo, en territorio hostil y con personas hostiles por quien sabe cuánto tiempo.

A veces odiaba sentir compasión por el cerdo que robaba sus sueños.

Su móvil timbró con un mensaje. Y luego con otro y otro. Era Mila, que enviaba el mismo texto una y otra vez:

Afuera.

* * * *

−                   ¡Buenos días, Yurio! – Exclamó la pelirroja mientras entraba en la casa de Yuri y se tiraba sobre él. Éste la empujó.

−                   ¿Se puede saber de dónde salió ese apodo, cacho de bruja? No me llames así – Rugió. Mila se rió.

−                   No sé, estaba pensando el otro día en que los mejores amigos se ponen apodos y simplemente llegó a mi cabeza – Yuri chasqueó la lengua.

−                   Me podías decir Yurachka o Yura, no sé.

−                   Pero es que quería inventarte algo bonito – Dijo Mila haciendo puchero.

−                   ¿A ti te gustaría que te ponga algún mote así de ridículo?

−                   Me pones uno diferente todos los días. Así que te aguantas porque muy poco me importa que te moleste.

−                   Como sea, ¿A qué has venido?

−                   ¿Qué no puedo venir a visitar?

Yuri entrecerró los ojos. Conocía demasiado bien a Mila como para saber que no iba a verlo solo por amor a su amistad. Ni tampoco porque lo necesitaba, ya que le habría enviado un texto. Allí había algo más, y lamentablemente el ruso supo para donde encaminaba la cosa.

–                   Suéltalo – Dijo. Mila suspiró.

–                   Me gustaría saber que diablos te anda pasando. No me iré sin una respuesta que considere medianamente aceptable.

–                   Pues espero que no tengas nada que hacer, porque te quedarás ahí esperando. No tengo nada que decirte.

Mila tomó asiento en el apoyabrazos del sofá y se llevó un dedo a la boca, pensativa. Yuri odiaba que fuera tan perceptiva. Era cosa de brujas, es decir, de mujeres. Las odiaba por darse cuenta de hasta el más mínimo detalle, y se daban el lujo de refregarte en la cara de que sabían que tramabas algo. Lo peor es que casi siempre tenían razón.

–                   Estoy agotado, es todo – Dijo de repente–. Es el asunto con mi madre, y que el abuelo debe ir y soportar a esa loca haciendo desastres durante los fines de semana. Casi no nos vemos – Confesó–. Su estado empeora, y maldita sea, ella es su hija, es obvio que el anciano va a cuidarla aunque sea una esquizofrénica violenta.

–                   Yuri...

–                   No digas nada, Mila.

La chica intentó convencerlo de hablar más. De ayudarlo. De distraerlo con lo que fuera. Yuri rechazó a todas sus propuestas; algunas amablemente, algunas no tanto, hasta que Mila partió para su hogar.

Yuri Plisetsky era un cobarde, que usaba viles excusas para ocultar lo que había dentro de él.

Definitivamente él y Katsuki tenían más cosas en común que el hielo y la soledad.

* * * *

El lunes no se presentó a clase. No tenía ganas ni ánimos, pero tampoco es que podía quedarse en casa con el abuelo merodeando por los pasillos. Necesitaba tranquilidad para dormir.

Tenía que saber cómo seguía la cosa.

Fue a un parque un poco alejado del casco viejo de San Petersburgo, un lugar al que no acudían turistas ni personas.

Se echó sobre la hierba y se acurrucó, preparado para entrar una vez más en la vida de Yuuri Katsuki.

* * * *

Yuuri

1941, Corea

Estaba indignado. Triste e indignado. Era la madrugada del 1ro de Enero y Yuuri había tenido que hacer guardia fuera del campamento, sólo, congelándose hasta los huesos y sin un trozo de pan duro.

Quería convencerse a sí mismo de que era mejor. No tenía que tratar con ninguno de sus compañeros de pelotón, los cuales eran unos imbéciles en su gran mayoría. Y no se atrevía a decir que todos lo eran solo porque no los conocía.

Nunca había deseado tanto abrazar a su mamá. Patinar un poco sobre hielo. Pasear a Vicchan, o tal vez escuchar los reclamos de las trillizas Nishigori, sobre cómo era un gordo sin novia.

Un ruido lo sobresaltó. El corazón se le disparó contra el pecho y preparó su rifle, apuntando hacia todos lados. Le temblaba todo, y estaba seguro que era más probable que se dispare a sí mismo más que a un intruso.

Se sintió patético. Un soldado que se asusta ante una posible ardilla, porque ¿Quién más podía andar por esa zona?

–                   ¡No me dispares! Vengo en son de paz – Dijo una voz juvenil y alarmada–. Pensé que querrías compañía durante el Año Nuevo.

–                   ¿Eh?

–                   Oh, disculpa, déjame que me acerque pero aleja ese rifle, porfa. No me vayas a disparar.

Yuuri hizo lo que le pidió. Bajo la luz de la luna apareció un jovencito, uno de su pelotón. Se veía muy joven como para formar parte de una guerra, pero Yuuri estaba seguro que era más duro y valiente que él.

Cuando lo miró de cerca lo reconoció de inmediato. Era un Jotohei, igual que él, a pesar de su corta edad. Kenjirou Minami. Su cabello era inconfundible. Era de un marrón acaramelado y, en una mecha del frente, se veía dejes de un tinte rojizo. Yuuri no dudaba de que lo hubiese tenido de ese color en algún momento, meses antes de venir a cumplir con el conflicto.

–                   Feliz año nuevo – Exclamó el chico, arrojando algo. Yuuri lo atrapó justo a tiempo: era un paquete con frutas secas–. Se lo robé al Cabo Mayor Daisuke. Tenía todo un arsenal de estas, dudo que las extrañe.

–                   G-gracias – Tartamudeó Yuuri. La verdad es que el estómago le rugía y suplicaba un poco de alimento–. Ven conmigo al fuego.

Minami tomó asiento junto a Yuuri alrededor de la pequeña fogata. No dijeron mucho, solo algunas cosas triviales, intercalado con bromas y burlas a hacia los otros del escuadrón.

Yuuri se sintió como en casa por unos momentos.

–                   ¿Quién es la persona que más extrañas? – Inquirió el más joven de repente.

–                   Te diría que a mi madre, pero a ella la extraño todo el tiempo. En este momento a quien más extraño es a Phichit-kun – Respondió. Minami abrió los ojos como platos.

–                   ¿Eh? ¿Es ese chico tailandés?

–                   Sí, nos hicimos buenos amigos. Y la verdad es que yo ya me esperaba que al menos podría pasarlo con él pero... Bueno, se tuvo que quedar en Wŏnsan.

–                   Yo extraño a mis amigos. A todos nos mandaron a diferentes partes. Dos de ellos a la marina. Tres a la fuerza aérea. Uno al servicio de inteligencia. Y yo aquí.

Se enjugó las lágrimas, y a Yuuri se le rompió el corazón. Era tan joven. Tan, tan joven.

La charla continuó, disparándose en todas las direcciones. La diferencia de edad casi ni se notaba. Tampoco se notaba la guerra. Solo eran dos hombres jóvenes, pasando un buen rato en la primera noche del nuevo año.

–                   Bueno, Minami-kun, la verdad es que debemos verle el lado positivo a todo esto. Al menos podemos decir que el 1941 nos trajo un gran amigo para empezar el año – Dijo Yuuri, alzando su taza de café helado. A Minami le brillaron los ojos.

–                   ¡Me alegra tanto ser tu amigo, Yuuri-kun! La verdad es que te he admirado desde esa vez que a ti y el chico tailandés les...

Todo se volvió negro.

* * * *

Yuri

Actualidad, Rusia

Se estaba volviendo loco, dando patadas al aire.

¿Qué mierda estaba pasando?

Lo supo de inmediato cuando alzó la vista. Otabek le devolvía la mirada. Fría, calculadora, solitaria. Yuri quiso golpearlo.

–       ¿Me quieres explicar porqué me has despertado? – Preguntó, con una rabia calmada. Otabek se acomodó la chaqueta.

–       No deberías dormirte en el parque – Respondió. Yuri bufó.

–       ¿Y que ibas a saber tú? Además ¿Cómo me encontraste? ¿Me vas a decir que solo pasabas por aquí?

–       Sí – Le dijo Otabek mirando hacia la fuente del parque.

–       Ya.

–       La verdad es que te seguí.

–       Acosador.

–       Se me hizo muy extraño verte dar la vuelta en lugar de meterte en la Academia. Sobre todo porque no parecías cansado, enfermo ni que hubieses recibido un llamado urgente.

–       ¿Acaso desde esa hora me estabas acosando, criminal? – Dijo en modo acusatorio. Otabek lo escrutó con la mirada.

–       En eso sí que no. Te vi cuando estaba llegando. Iba a preguntarte si querías que te llevase el último tramo en mi motocicleta pero...

Simplemente se calló y tomó asiento junto a Yuri.

Otabek era extraño. Pero era extraño de un modo que le llamaba la atención. Y a su vez, no podía dejar de insultarlo y retrucando sus palabras. Al chico no parecía importarle.

Yuri recordó al otro Yuuri y el sueño incompleto. Le había quedado un hueco en el pecho tras aquel Año Nuevo solitario ¿Cómo no iba Yuri a entenderlo, si todos sus años nuevos lo pasaba solo en casa, mientras el abuelo iba con su madre? Sabía más que nadie lo que significaba soledad.

Tomó su mochila y se levantó, dispuesto a irse. Tras dar unos pasos, se quedó quieto, sintiéndose culpable por dejar solo a Otabek, por lo que giró sobre sus pasos. Pequeña sorpresa se llevó, cuando no encontró rastro del muchacho, a excepción de una hoja. No podía ver exactamente que era, pero sí podía distinguir la explosión de colores pastel en verde, azul y amarillo plasmados sobre ella.

* * * *

¡Hola, hola! Nueva actualización :) Me demoré un poquito, eso sí, pero es que los días a las fiestas siempre son un poco atareados.

El capítulo quedó un poco corto, pero es porque no quiero tardar tanto en cuestiones introductorias ¡Ya en el próximo se entra a la historia de lleno al fin!

Muchas gracias a quienes votan y un especial saludo a NissideCat, hasta ahora la única que comenta <3 ¡Muchísimas gracias de verdad por el apoyo!

Antes de Navidad subiré el próximo capítulo (A no ser que se me vuelvan una locura estos días, pero espero que no)

¡Saludos a todos!

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