Capítulo 25
Capítulo 25
Yuri
Actualidad, Rusia
— ¡N-no entiendo lo que esta m-mierda significa! — Exclamó Yuri entre sollozos, apoyado sobre el regazo de Mila. La chica le acarició el cabello.
— Sí sabes — Respondió dulcemente. Yuri se levantó y la miró mal.
— ¡No, no sé!
— No estás queriendo aceptarlo — Replicó.
— Sólo... cállate. No quiero que me respondas realmente, sólo... déjame hablar.
Mila se encogió de hombros a su lado.
Yuri necesitaba armar las piezas de aquel rompecabezas.
Viktor era real. Y es mi bisabuelo.
Yuuri era real. Y al parecer de verdad tuvo algo con mi bisabuelo.
Yo los conocí a través de un sueño, sin saber de ellos en la vida real. Y no sé cómo explicarlo lógicamente.
— Estoy loco. Simplemente loco.
— No estás loco.
— He perdido la cabeza.
— Sólo estás alterado.
— ¡Te dije que calles! Estoy empezando a creer que tú también eres producto de mi imaginación — Dijo, pasándose los dedos para desenredarse el pelo. Mila bufó enojada.
— ¡Por el amor de Dios! Deja de comportarte como un mocoso. No es como si acabaras de descubrir que eres el nieto de Hitler o algo.
— No entiendes nada — Siseó Yuri.
— Entiendo lo que hay que entender. Soñabas con un hombre llamado Viktor y veías su vida pasar, y ahora resulta que es tu bisabuelo — Habló como si estuviera explicándole a un niño.
— ¿Ves que no entiendes? Viktor no era el personaje principal, eso es lo peor. He soñado con un fulano llamado Yuuri Katsuki.
Mila no dijo nada, sino que se dedicó a sacar el relleno de un viejo sofá de la habitación de trastos.
Yuri comenzó a pensar pero no le gustaba lo que su mente imaginaba. Así que fue con la idea que siempre lo esperaba cada vez que tenía un problema.
— Vete — Ordenó. Mila se paró de un salto—. Me voy con Otabek.
* * * *
De camino a casa de Otabek se imaginó todos los escenarios posibles en donde le confesaba acerca de los sueños.
Tampoco entendía por qué quería hacerlo ¿Qué sentido tenía? Quizás Otabek le diera alguna solución o un consejo. Era una persona práctica y muy objetiva.
Le pidió que se encontraran en el parque que Otabek lo siguió la primera vez. Yuri no podía estar encerrado en una casa porque sentía que iba a asfixiarse, y si iban al Puente de los Besos probablemente se lanzaría al Río Nevá por los nervios.
Por primera vez, tuvo que esperarlo unos minutos. Yuri se sentía como se había sentido Yuuri Katsuki: abandonado, por culpa de Viktor. Su bisabuelo.
Se estaba volviendo paranoico, lo decidió así cuando Otabek apoyó su gran mano sobre el escuálido hombro de Yuri.
— Disculpa la demora. Estaba con JJ — Anunció. Su semblante se veía turbio, como si hubiese escuchado alguna verdad que no quería oír. Como yo.
— Está bien.
Otabek frunció el ceño. Yuri podía imaginarse que su amigo no entendía la razón de que no hubiese hecho algún comentario insultante hacia el canadiense. Hoy no lo haría; tenía otras personas a las que odiar e insultar.
— Últimamente te extraño — Dijo el kazajo.
— Yo igual — Coincidió Yuri, pero no estaba seguro si se refería a su amigo o a su viejo yo, el que se había muerto luego de los sueños de Katsuki. Quizás ambas.
— Estás muy pálido — Dijo Otabek de repente. Su mano, cubierta por un mitón, se posó sobre la ardiente mejilla de Yuri; él quiso acunarse sobre ella y llorar. Su orgullo no lo dejó hacerlo.
— Ha sido un día complicado — Confesó tras suspirar—. Beka, ¿Te importaría conseguirme algo para beber?
Tras su petición, Otabek no perdió el tiempo en contestar. Se limitó a asentir y corrió a un carrito turco para turistas, que vendía kebabs y bebidas. La fila era larga, lo que le compraría buenos segundos a Yuri para aclarar sus pensamientos.
La idea de decirle a Otabek empezaba a sonar horriblemente ¿Y si pensaba que era un loco? O peor: que lo viera como una estupidez por la cual no valía la pena perder el tiempo y cambiara de tema así como si nada.
Yuri se movía ansiosamente en el banco. El bolso de su amigo había quedado desparramado mientras éste buscaba su billetera. Uno de sus cuadernos de dibujos, el que Otabek solía guardar con más recelo, asomaba sus esquinas.
Una miradita no haría nada. Quizás incluso ver los suaves y coloridos trazos de su amigo lo relajaran.
El primer dibujo era un autorretrato. Otabek miraba al frente, con el ceño fruncido como siempre. A Yuri le pareció muy real, pero los colores se veían tristes y apagados; las mejillas de él en realidad tenían más coloración, y sus ojos no eran tan oscuros. Parecía que las sombras querían engullirse el retrato.
Le seguía el retrato de dos mujeres preciosas. Una que parecía estar cerca de los cincuenta, y la otra más bien adolescente. Ambas estaban caminando con los brazos enganchados y riendo de algo. Su hermana y su madre, dedujo Yuri.
Había varios retratos de personas que no conocía, y muchas que sí. En una estaban Mila y Sara abrazadas, con los rostros de ambas del color del cabello de Mila. También estaba JJ con su corona el día de la fiesta de Año Nuevo. Alina, su madre, posaba en uno de los retratos; concentrada y mirando a su juego inventado de cartas.
También había no uno, ni dos, sino decenas de retratos de Yuri. Para él no era sorpresa, Otabek le había dejado en claro antes de que se conociesen que le gustaba dibujarlo. Si bien la idea lo abrumaba un poco, no le disgustaba del todo. Otabek había retratado muchísimos rostros y escenarios, algunos incluso ficticios. A Yuri se le escapó una sonrisa.
Pero se borró en cuanto volteó la página: era el dibujo de un chico asiático, con pecas y uniforme militar, acostado en una especie de camilla.
Guang Hong Ji.
El corazón le latió desbocado, pero eso no lo detuvo de seguir. Le siguieron tres retratos de un muchacho de ojos verdes y cabello dorado. Ya conocía esos ojos, habían sido unos de los más bonitos que había visto nunca.
Christophe.
También había paisajes. A simple vista uno podía ver que era San Petersburgo, pero no era la ciudad en la que vivían actualmente. El rojo era el protagonista de la historia, pedazos de tela color escarlata colgaban de las ventanas y esquinas.
La era soviética.
Nada lo preparó para las hojas finales. Había un Yuri dibujado, pero no era el Yuri que estaba hojeando el cuaderno.
Yuuri Katsuki le devolvió la mirada. Bajo las estrellas, sobre el hielo, en la carpa, en los vestuarios donde habían hecho el amor. Viktor, con esa mirada nauseabunda que Yuri se había encargado de odiar durante las últimas horas también lo miró. Con el cabello del color de la plata y sus largas extremidades de bailarín.
No podía soportarlo más. Así que sin importarle si Otabek lo veía, abandonó el parque sin dejar rastro de que alguna vez estuvo allí.
* * * *
Habían pasado cuatro días. Yuri se había zampado más pastillas para dormir de las que debía, y se había pasado las horas inconsciente.
Ignoró las llamadas y aporreos de la puerta. No sabía quien lo había buscado y poco le importaba.
Las pastillas lo ayudaban a aislarse. Cuando las tomaba caía en un estado que no le permitía soñar, o al menos no lo dejaban recordar sus sueños. Y si dormía, no estaba despierto para pensar.
Se negaba a atar cabos, por más de que su mente le pedía a gritos y patadas que lo hiciera. La verdad estaba ahí, al alcance de sus dedos para ser rozada. Pero él no la alcanzaría, al menos no ese día. Nunca lo haría, en lo posible.
Era irónico, usar la palabra posible en la misma oración que hablaba de la verdad. Porque todo era un verdadero disparate, sacado de una novela y contado por algún fanático religioso.
La puerta se abrió. Yuri vio desde el rellano de la escalera al abuelo, cargando su pequeña valija que llevaba consigo siempre a Riga. Cuando vio a su nieto en casa hizo un gesto de sorpresa.
— ¡Yuri! No creí que estarías un domingo en casa, creía que lo pasabas con tus amigos.
— Hoy no me apetecía — Dijo, con voz rasposa. El abuelo frunció el ceño.
— ¿Estás bien? Te ves como un muerto.
— Oh, estoy bien. Excelente, de verdad.
El abuelo podía detectar su sarcasmo. O quizás lo reveló su rostro. Tenía la cara paspada, los labios secos y los ojos lagañosos. Sin contar el cabello despeinado en todas direcciones y la ropa arrugada y sudorosa. Su gatito, el que Otabek le había dado para Navidad y que había decidido resultado ser hembra, llamada Beka, no abandonaba su lado ni tampoco lo había hecho desde que Yuri se había tirado medicado en la cama. Solamente se había levantado para ir al baño y alimentar al animal. La había llamado así porque era tan linda como su humano homónimo y eso generaba pequeñas punzadas de culpabilidad en Yuri.
Doy pena.
El abuelo le hizo un gesto para ir a la cocina, donde descubrió que su nieto apenas había tocado la comida que siempre le dejaba. Eso debió alarmarlo, pero no atosigó a Yuri con preguntas. El joven sabía que el abuelo se las ingeniería para saber que estaba ocurriendo allí.
— ¿Hay algo de lo que quieras hablar? — Curioseó el abuelo, mientras calentaba comida y preparaba limonada.
— Sí. De mi bisabuelo — Respondió Yuri con la lengua toda pastosa. Se tomó media botella de agua en lo que el abuelo demoró en ir a la mesa.
— Ah. Vitya. Un gran hombre — Dijo Nikolai, mirando a la nada y con una sonrisa—. Amaba a tu mamá más que a nada. A veces creo que incluso más que a sus hijas, pero es que tuvo la desgracia de que ambas murieran antes que él.
Vitya, el diminutivo de Viktor ¿Cómo pude pasarlo por alto? se preguntaba Yuri frotándose el rostro.
El abuelo comió unos pirozhki con parsimonia, hasta que comenzó a hablar otra vez.
— Enviudó mucho antes de cumplir los cincuenta. Darya, mi cuñada, y la menor de la familia, partió muy joven por un cáncer de huesos. Apenas la conocí. Y Nina, mi querida Nina... nos dejó cuando tu mamá apenas tenía dos años. Ese pobre hombre — Murmuró, para sí mismo y con los ojos acuosos—. Su vida era un misterio, pero eso no significaba que te sintieras fuera de lugar con él. Nos acogió a mí y a mi hija en su vida cuando quedamos solos. Siempre fue tan amable.
— Seguro.
— Lo era, Yurachka. Ojalá lo hubieses conocido. Murió unos cuantos años antes de tu nacimiento. A veces creo que su partida fue lo que llevó a tu mamá a las drogas y la locura.
— ¿Qué le pasó? — Inquirió, intentando no sonar muy curioso. El abuelo se veía emocionado y nostálgico de compartir ese momento con su nieto.
— Simplemente se murió. Un día bajó a cenar con nosotros y se levantó antes porque quería ver el cielo estrellado antes de dormir. A la mañana siguiente nos dimos cuenta que llevaba muerto toda la noche.
Yuri tragó duro. Si alguna duda quedaba en su cerebro, estas parecían desaparecer de a poco cada vez más. Pero todavía se negaba a admitirlo abiertamente. Rascó fuertemente las orejas de Beka, lo que hizo que la gata le pegara un zarpazo.
— La guerra lo tocó demasiado. Él no luchó, eso sí. Pero ayudar a toda esa gente desamparada... imagino que esos horrores uno no los olvida fácilmente. Debes saber que fue un hombre muy amoroso y activo hasta el día que murió. Cuando comenzó a envejecer se compró un caniche muy dulce. Lo llevaba a todas partes. Luego de que Vitya murió, el animal se dejó morir a los dos meses.
— Vaya.
— Sí, vaya. Me alegra que te intereses por tus orígenes, Yuri. No somos nada sin el pasado. Pero tampoco olvides que el pasado no lo es todo.
Se esforzó para no rodar los ojos y soltar algún comentario innecesario. Yuri no quería el pasado. Quería devolverlo. Bastante tenía con su propio pasado como para tener que cargar con el de alguien que llevaba casi dos décadas bajo tierra.
— Eso me recuerda... — Habló el abuelo, sujetándose el mentón— Nunca te he contado el origen de tu nombre.
— ¿Qué? — Preguntó aturdido.
— Vitya le contaba cuentos a Alina todas las noches. Eran muy fantasiosos y a ella le encantaban las escenificaciones que él hacía.
— Abuelo...
Yuri clavó las uñas en la mesa. Nikolai ni siquiera notó las reacciones del chico.
— El protagonista siempre era el mismo joven. Era muy distinto a ti, claro está. Era un soldado, porque todas las historias de Vitya eran sobre la guerra. El chico se llamaba Yuri y era quien salvaba el día. Alina estaba tan fascinada que creyó que el mayor homenaje a su abuelo no era llamarte como él, sino como su héroe favorito.
* * * *
Yuuri
1942, Birmania
Llevaban tres días caminando y Yuuri ya sentía como su vida comenzaba a cambiar. Leo era un buen compañero de viajes: simpático y no juzgaba.
La jungla birmana parecía sacada de alguna historia de aventuras. Llena de peligros, árboles frondosos y humedad. Sobre todo esta última. La camiseta se le pegaba al cuerpo y las moscas revoloteaban alrededor de él. Pero eso no podía opacar el sentimiento de que era libre.
Libre. Libre al fin. Quería alzar los brazos, girar y gritar al universo de que la guerra ya no podía alcanzarlo. Que no había más amigos muertos, castigos, muertes y asesinatos innecesarios.
Pero ¿Que haría ahora? ¿Tomaría un barco hasta la India y de ahí buscar la forma de llegar a San Petersburgo? ¿Acaso Viktor valía tanto?
Sí, sí lo valía.
Leo a su lado también se veía emocionado, especialmente porque no tenía que hacer su escape solo. No habían llegado noticias de ninguno de los dos ejércitos y tampoco había noticias de ataques a las comunidades locales. Yuuri no podía creer la suerte que tenían. Solo esperaba que durara hasta que los dos escapasen rumbo hasta el subcontinente indio.
— Eh, Yuuri — Llamó Leo—. Tú has estado en China ¿Verdad?
— Pues... solo he estado en ciudades fronterizas. Donde sí he estado es en Hong Kong — Respondió tras tragar saliva. No eran buenos recuerdos— ¿Por qué?
— Ah, es que hace unos años hice un amigo de China durante el programa de entrenamiento de los Estados Unidos. Me gustaría aprender un poco de chino para cuando lo vea otra vez — Confesó con una sonrisa—. Quizás me tome tiempo encontrarlo.
— Estoy seguro de que lo harás.
Así como yo encontraré a Viktor, se dijo y suspiró.
— Es el destino — Dijo el americano, sacando a Yuuri de sus pensamientos—. Fíjate, cualquiera de tus compañeros me habría disparado al verme. O me hubieran tomado de rehén. Pero da la casualidad que me apareces tú ¡Y te unes a mi locura!
— Sí — Coincidió Yuuri, con una sonrisa temblorosa—. Es sencillamente increíble.
— Te lo digo, Yuuri, es el destino. Cuando nos separemos tendrás que darme alguna forma de contactarte. Eres algo así como mi salvador.
— Podría decir lo mismo de ti, Leo.
— Bueno, fuimos los salvadores del otro, los dos. Yo iré a China y luego a quien sabe dónde. Quizás vaya a México con mi padre, y luego recorreré toda América Latina. Compondré más música y le mostraré al mundo el poder de los medio latinos-medio norteamericanos. Tengo lo mejor de ambos mundos — Bromeó. Luego golpeó a Yuuri con su hombro— ¿Tú sigues con la idea de ir a la Unión Soviética? No soy quien para juzgar, ya ves, pero es un lugar muy frío y donde pasan cosas malas, también.
— Ya, eso sí. Pero hay algo que vale la pena el riesgo.
Leo le dedicó una tímida sonrisa.
— ¡Pues entonces que así s...!
Entonces un golpe. Y un grito desgarrador.
No, no había sido un golpe.
Un disparo. Y le ha dado a Leo.
A casi dos metros había ido a parar el chico a causa del impacto. Se sostenía el hombro derecho, y de entre los dedos le escurría sangre.
— Nos han encontrado. Yuuri, ¡Corre! — Le dijo Leo, con la cara contorsionada del dolor.
Un recuerdo le azotó la mente. Phichit tomando sus manos y pidiéndole que huyera mientras él desactivaba la mina que lo habría matado.
Yuuri, necesito que corras.
Estaré justo detrás de ti.
Puedo desactivarla.
¡CORRE!
La voz de Phichit parecía querer reventar sus oídos. Yuuri no volvería a salvar su pellejo a costa del de un amigo.
— No. Tú te vienes conmigo — Declaró. Tomó a Leo y lo hizo recargarse en él—. Nos vamos los dos. Tú a China, México, donde sea y yo a Rusia.
— Yuuri, te voy a retrasar. Y lo más probable es que... hayan sido estadounidenses — Murmuró, sin dejar de tocarse la herida.
Yuuri volvió a depositarlo con cuidado en el suelo. Arrancó un pedazo de la pierna del pantalón e hizo una venda con mucha presión sobre el hombro de Leo.
No nos vamos a morir. No hoy, no después de que hemos probado la libertad.
Volvió a tomar a Leo, y partieron hacia la frondosa oscuridad de la jungla.
* * * *
No habían pasado más que un par de horas. La tela de la venda de Leo se había teñido de rojo y su piel, que solía tener un tono chocolatoso ahora se veía de un gris enfermizo.
No más muertes. Por favor, Leo es lo único que tengo ahora.
El chico tenía tantos sueños y metas. Era tan joven. Y tan, tan valiente. Nadie se hubiera atrevido a escapar de las garras de una armada tan poderosa como lo era la americana.
Sólo queríamos ser libres ¿Eso está tan mal? ¿Qué acaso el ser humano no nace siendo libre? Los grilletes te los ponen en el momento en que te registras como ciudadano de una nación en particular.
El sol ya había caído. Yuuri agradecía que ya casi fuera verano, por lo que no tenía necesidad de encender una fogata o hubieran sido descubiertos rápidamente. Hubiera querido calentar la hoja del cuchillo de Leo y así cauterizar la herida para que no perdiera tanta sangre. Pero no podía correr riesgos.
A su lado, Leo estaba recostado en la tierra. Sudaba helado y la sangre se había extendido a su ropa ya ¿Cuánto tiempo tardaba en morir alguien por desangramiento? ¿O por infección?
Las hojas y ramas a su lado crujieron.
Yuuri no tenía a donde ir. No con Leo así como estaba. Quien sea que les estuviera dando caza, estaba pisándole los talones.
Soltó algunas lágrimas. La vida era tan injusta. Le había dado la suficiente libertad como para querer emborracharse y luego la había arrancado de sus manos descuidadas.
Atrapado, pensó, cuando sentía al menos cinco rifles apuntando hacia ellos.
* * * *
Deben estar queriendo matarme luego de este cliffhanger, pero yo espero que un poco se hayan acostumbrado a ellos (?)
¡Al final ganó el nombre Beka! ¡Y resultó ser una gatita! Lástima que Yuri esté ocupado siendo un insensible y no pueda contarle al Beka real sobre esto -.-
Estamos muuuuy cerca del final ¡A solo 5 capítulos! O 4, si contamos el epílogo aparte.
Muchas gracias a toooodas <3 por sus hermosos comentarios y el apoyo que me siguen dando. Es inigualable y hacen que no me arrepienta de publicar.
¡Besitos y las espero el lunes con el nuevo capítulo!
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