Capítulo 20
Capítulo 20
Yuri
Actualidad, Rusia
Navidad no podía interesarle menos, realmente. Pero ese año sería bastante especial.
El abuelo había partido el jueves, como siempre, y le había dejado unos pirozhki sin cocinar, sochivo, pan dulce de jengibre y ensalada de pollo con frutos secos. Yuri ya había empaquetado todo para llevarlo al apartamento de Otabek, donde pasaría la noche con su amigo haciendo cualquier estupidez que se les ocurriese.
Pero eso no era lo único que Yuri estaba pensando cargar. Días antes, había corrido hasta su cuarto y había quitado el sobre que pegaba bajo las vigas de la cama; el lugar donde ponía sus ahorros, casi 3500 rublos. De repente aquel viaje a Barcelona que había planeado con Mila por su cumpleaños ya no le apetecía tanto. Estaba seguro que podría darle un mejor uso a parte de ese dinero. Y se sentía orgulloso de sí mismo.
Así que se encontraba camino al apartamento de Otabek, con una mano cargando una pesada caja cuidadosamente envuelta y en la otra, una bolsa llena de viandas de comida. Por primera vez en muchos años tenía ánimos renovados, y no tenía necesidad de insultar y despotricar.
El pequeño edificio donde Otabek vivía estaba un poco vacío y triste. Eran apartamentos de un solo ambiente y lo más probable era que mucha gente elegiría no pasar allí. Yuri había preferido aquel lugar más íntimo, en lugar de su enorme casa, llena de viejos recuerdos.
Aunque la intimidad le estaba generando ansiedad, desde aquel sueño donde Yuuri y Viktor habían osado tener relaciones sexuales. Él era un adolescente como todos, con deseos y fantasías.
Pero no tenía muchas ganas de ver a esos dos, mascullaba para sí mismo. En el momento de despertar había querido gritar, pero cuando lo había pensado bien, terminó sintiendo envidia por su amor.
Amor, que estupidez. Odiaba que su inconsciente fuera tan traidor.
Al cabo de unos segundos tras tocar el portero, Otabek le abrió la puerta. Pudo ver que instintivamente, su amigo kazajo desviaba la mirada al enorme paquete envuelto. Yuri simplemente no podía esperar a ver el rostro del chico.
- ¿Me vas a ayudar, o qué? - Masculló divertido. Otabek se apresuró a tomar las bolsas de la comida.
- Entra rápido, he puesto la carne al horno hace rato y se va a secar demasiado si no la saco. Espero que te guste el caballo.
Yuri se detuvo abruptamente, con el rostro pálido.
- ¿Me estás tomando el pelo, bastardo? - Preguntó, pero de repente se arrepintió por su brusquedad. Otabek atisbó una sonrisa socarrona- ¡Maldito!
- Es una broma, Yura. He puesto carne de vaca normal y un poco de arroz pilaf. En Kazajistán sí es normal la carne de caballo, de todas formas.
- Procuraré no visitarte allí nunca - Dijo, todavía un poco asqueado.
- Es un poco dura, pero no es tan mala - Confesó Otabek divertido-. Y he comprado unos pastelillos en la patisserie cercana a la Academia. Tendrás que disculparme. Compré seis y ahora solo quedan cuatro.
- ¿Qué pasó con el resto?
- No me pude resistir durante la tarde.
Yuri pensó que era tierno e irónico, como un machote tan serio como Otabek fuese capaz de perder el control cuando veía un dulce cerca.
La mesa era un poco austera y no había decoración, pero realmente era lo de menos. Otabek había cocinado para él ¡Hasta había comprado un vaso extra luego de que Yuri había roto uno! Aquellas pequeñas muestras de afecto lo habían abrumado.
De centro de mesa había una sidra espumante, que le llamó la atención.
- ¿Así que vamos a brindar? - Inquirió, tomando la botella en las manos.
- Sí, pensé que sería una buena idea. La compré sin alcohol por ti, para que no digan que llevo a menores por el mal camino.
- Serás...
Se contuvo. Era Navidad, y Otabek solo parecía buscar hacerlo sonreír. Así qué se dejó llevar.
La noche iba maravillosa. Comieron como cerdos, pensó Yuri, mientras recordaba al nostálgico y goloso chico de sus sueños.
Yuuri, quisiera que tú también hubieses pasado una buena Navidad. Ya había dejado de importarle si se veía como un loco por haberse encariñado con alguien irreal. La gente lo hacía todo el tiempo ¿No? Se enamoraban de estrellas de cine, de personajes de ficción, incluso de gente que creían conocer y terminaban enamorándose de su idealización. Y Yuri no hacía nada malo, solo tenía algo de afecto por un chico que su propia mente había inventado. Hasta que el chico hacía alguna idiotez y el afecto de Yuri se iba por el garete, para ser reemplazado por insultos. Como la decisión de compartir lecho con alguien como Viktor Nikiforov.
Otabek descorchó la sidra y la sirvió en los bobos vasos plásticos que había comprado. Yuri se sintió como en casa de alguna forma.
- ¿Hay algo por lo que quieras brindar? - Preguntó Otabek. Yuri se lo pensó un segundo.
- Por ti - Respondió finalmente. Un leve rubor subió por las mejillas del kazajo.
- Por los dos - Corrigió Otabek.
- Y por Mila y Sara. Y Michele.
- Y JJ - Dijo, a lo que Yuri gruñó-. Por el entrenador Yakov y por la profesora Lilia.
- Por mi abuelo - Agregó, con un nudo en la garganta.
- Por mi mamá, allá en Almaty.
- Por la mía también - Terminó Yuri.
Y por Yuuri Katsuki y Viktor Nikiforov, se dijo a sí mismo en su mente.
* * * *
Todavía faltaba poco menos de media hora para que la campanada diera las 12. Era ridícula la Navidad, si Yuri lo pensaba bien. Festejando el nacimiento de alguien que ni sabía si había existido o si verdaderamente había nacido en esa fecha. Navidad había dejado de ser una cosa, para pasar a tener cientos de significados alrededor del mundo entero, para cada persona en particular.
- Yuri - Lo llamó Otabek-. Tuve una idea, pero no sé si va a gustarte. Promete que no insultarás.
- No hago promesas que no podré cumplir.
- Vayamos a ver a tu mamá mañana.
- Ni de coña.
- Yuri.
- No, Otabek.
- Acabas de brindar por ella - Replicó.
- Eso no quiere decir que la quiera ir a ver.
- Yuri.
- Deja de decirme "Yuri" en ese tono de voz, no vamos a ir - Dijo con obstinación. Otabek suspiró.
- De acuerdo.
¿Por qué le afectaba tanto? ¿Y por qué Otabek había siquiera propuesto esa idea?
Un pensamiento se le cruzó.
Otabek tenía a su madre a más cinco horas en avión. El resto de su familia estaba muerta. Él quería que Yuri aprovechase de lo que él no podía gozar.
Se le revolvió el estómago, y también el corazón ¿Qué podría pasarle por ver a su madre? Quizás era hora de enfrentar aquel demonio de su pasado. Quizás podría finalmente pasar página y que el rencor dejase de carcomerlo.
- De acuerdo - Dijo Yuri.
- ¿Hm?
- Vayamos a ver a mamá. No sé si conseguiremos un tren a Riga pero... - Otabek lo cortó con una sonrisa.
- Me encargo yo. Yuri, no sabes lo feliz que harás a tu abuelo y madre.
- Ya. Estoy empezando a pensar que te envió el viejo de mi abuelo.
- No lo hizo, si en verdad te preocupa. Todo lo que yo hago es por ti y tu salud mental.
- B-Beka ¡No digas esas cosas, joder!
A lo lejos se escucharon unas tenues campanas. Provenían de la única iglesia católica allí en San Petersburgo. La vieja tradición ortodoxa la celebraba trece días antes, pero Yuri se había criado en una familia más bien laica, que se atenía a las tradiciones occidentales; y Otabek era alguien que no le importaba el antiguo significado de la Navidad.
Pero esas campanas eran un indicador de algo en ese momento.
- Feliz Navidad - Masculló Yuri, con una tímida sonrisa que Otabek devolvió.
- Feliz Navidad, Yura.
Se envolvieron en un incómodo abrazo que duró más de lo esperado y, poco a poco, se volvía reconfortante. Yuri dejó caer su cabeza sobre el hombro de Otabek, embriagándose de su esencia.
Los amigos no hacen estas ridiculeces. Otabek le acariciaba el cabello. Cuando llegó la hora de separarse, había plantado un tierno y corto beso en el pómulo del rubio.
- ¡Bueno! Es hora de los regalos ¿Dónde he dejado yo esa porquería...? ¡Ah, sí! - Yuri tomó la gran caja en sus manos y con orgullo se la dio a Otabek- Me agradecerás luego.
- Yuri, no era necesario - Dijo, pero Yuri decidió que sí era necesario, ya que ansiaba ver el rostro que pondría el muchacho.
Otabek quiso parecer calmado, pero abrió el regalo con la emoción de un niño pequeño y cuando la tapa cayó finalmente, no podía dar crédito a lo que sus ojos veían.
- No lo hiciste - Masculló atónito.
- Oh, sí que lo hice. Y no me arrepiento - Respondió Yuri.
En sus manos tenía unos preciosos patines para hielo. Aquella noche del baile en parejas se había grabado en la mente de Yuri como un tatuaje, y por supuesto recordaba la triste mirada que le dio Otabek cuando confesó que no tenía dinero para unos patines propios.
- Yuri, no tienes idea lo mucho que me gusta tu regalo. No puedo creer que hayas gastado esto en mí.
- Otabek, joder, me vas a hacer llorar. Como si unos tontos patines fuesen suficientes para ti ¡Debería regalarte toda la ciudad! - Gritó, pero se mordió la lengua. Otabek le puso la mano en una rodilla, lo que lo hizo dar un brinco.
- Espérame aquí.
Se escucharon algunos ruidos desde la habitación contigua y Yuri, que solo era un poquito materialista y curioso, se preguntó que se traía Otabek entre manos.
Volvió a la sala con una canasta tras varios minutos, que estaba cubierta por un papel de regalo y un lazo algo torcido ¿Otabek le estaba regalando fruta? O quizás era una canasta con dulces.
- Espero que no sea una molestia - Dijo. A Yuri eso le pareció extraño.
- Trae eso para acá - Ordenó el rubio, sintiéndose perturbado por la sonrisa de Otabek.
Sus manos temblaron cuando removió las capas de papel, y cuando finalmente vio lo que había ahí adentro no pudo evitar dar un grito de asombro y felicidad.
Yuri quería morir allí mismo, mientras abrazaba la pequeña bola de pelos que lo miraba desde la canasta. Era blanco como una nube y su carita, cola y patas parecían embadurnadas de hollín. Tenía un lazo de animal print alrededor del cuello y cuando le maulló, Yuri lo tomó inmediatamente en sus brazos, mientras se arrojaba a los de Otabek.
- ¡Cómo te atreves...! - Chilló con lágrimas en los ojos.
- ¿No debería haberlo hecho?
- Sí, sí que debías. Pero ahora estoy llorando porque es lo más precioso que me han dado y... ¡Mierda, Otabek! ¡Gracias, gracias, gracias!
Yuri se soltó de su amigo, y posicionó al pequeño gatito sobre sus piernas. Se durmió de inmediato. Yuri parecía a punto de fallecer de tanta ternura.
- Es tan lindo. Otabek, me has hecho tan feliz. Ni siquiera sé cómo llamarlo, ¿Cómo debería ponerle? - Preguntó.
- No lo sé, pero es un poco tarde y deberíamos dormir. Los tres - Agregó, mientras miraba al minino.
- Bien, tomaré tu sofá.
- Eh, Yuri - Dijo Otabek de repente-. Mi cama es muy grande. Allí dormirás más cómodo.
- ¡Pero cómo vas a dormir en el sofá estando en tu propia casa! - Masculló Yuri. Otabek enrojeció.
- Me refiero a que durmamos todos en mi cama.
Oh. OH.
A Yuri le temblaron las piernas. Si se negaba, Otabek sospecharía, después de todo, los amigos no tenían problema en compartir cama. Pero si aceptaba...
- Muy bien, pero me pido el lado que da a la puerta, joder. Debo orinar como tres veces por noche.
- Por mí está bien.
Se dirigieron al cuarto de Otabek, donde Yuri descubrió que la cama sí era enorme. Allí cabían ellos dos, más el gato, sin tener que preocuparse de tocarse o aplastar al pequeño.
Otabek le pasó una de sus viejas remeras y unos shorts.
- ¿Te molesta si duermo sin remera? - Le preguntó Otabek.
¡Claro que me molesta!
- En absoluto - Respondió con voz temblorosa.
La ropa y cama de Otabek eran suaves, y olían como a él. A Yuri el corazón le daba tumbos en el pecho, especialmente luego de que el susodicho quedara solo con unos pantalones de gimnasia.
El gatito se había ubicado en el medio de la cama, y Yuri agradeció que al menos eso evitara que se tocasen. De alguna forma sentía que si eso pasaba, su piel se prendería fuego.
Cuando ya estaban ubicados y en plena oscuridad, nadie dijo nada. De todas formas supo que Otabek seguía despierto porque su respiración era todavía irregular y las sábanas se movían ligeramente.
- Tu cama está cómoda - Dijo Yuri. Menudo imbécil, se dijo, ¿Quién dice algo tan idiota?
- Me alegra que te guste, especialmente porque estás durmiendo de mi lado.
- Oh. Podemos cambiar si quieres - Ofreció, con los nervios a flor de piel. Eso explicaba el embriagador olor a espuma de afeitar que tenía la almohada.
- No te preocupes. Duerme tranquilo, mañana tendremos que salir temprano para llegar a Riga.
- Sí, es verdad.
- Buenas noches, Yuri - Le dijo, estirando el brazo para acariciar alguna parte del cuerpo de su amigo, que resultó siendo el hombro. Yuri le acarició la mano.
- Buenas noches, Beka.
* * * *
Yuuri
1942, Hong Kong
Las defensas finalmente habían caído. Las calles estaban pintadas de rojo como el sol de la bandera nipona y el ambiente era silencioso pero tenso, como alguien que espera oír el grito de la banshee presagiando la muerte. Así era como se sentían los mercados, las calles, los locales, la gente: al borde del precipicio.
Los japoneses festejaban: saqueaban cerveza y brindaban a los gritos mientras danzaban sobre la sangre seca y los cadáveres, agitando sus trofeos de guerra en el aire. Fusiles, botas, medallas, sombreros militares, e incluso partes humanas como manos y pies. Los tanques de guerra y buques arrebatados habían sido arrebatados y eran usados como salón de fiestas o cuartos para tener sexo con alguna muchachita.
Yuuri estaba asqueado. No podía festejar la victoria, no después del horror que había vivido.
Querías conservar el honor tuyo y de tu familia, y al final lo único que quedó en pie en tu vida fue el dichoso honor.
El Año Nuevo había llegado y no traía nada nuevo. Yuuri cada vez sentía más y más dolor adentro suyo. Tan grande era que pensaba que terminaría por engullirlo desde el centro de su alma, que ahora se asemejaba más a un agujero negro.
Se preguntó que pensaría mamá si viera todo aquello. Si hubiera visto, con los ojos de Yuuri, como todo el mundo volaba en pedazos y se repartían tan lejos que tomaría años volver a unirlo. Si es que alguna vez eso pasaba.
Había intentado contactar a Viktor luego de su encuentro, fallidamente. No sabía si estaba escondiéndose o ayudando a escapar a algunos pobres civiles ya que la situación se volvía cada vez más insostenible. Pero ¿y si Viktor no quería verlo más porque se sentía asqueado? ¿Y si había odiado su noche juntos?
A Yuuri le quedaba solo una semana en Hong Kong antes de regresar a Hasetsu. Yuuri no podía, no quería irse sin verlo una vez más. Luego de ver sus ojos iluminados después de hacer el amor, se dijo a sí mismo que no quería dejar de verlos.
Durante los últimos encuentros solía decirse a sí mismo que probablemente aquel sería el último, pero cuando le tocaba partir no podía evitar querer tener solo un encuentro más y prolongarlo hasta que diera el aliento final de su vida.
Minami fue a verlo aquella tarde. Al día siguiente partiría por lo que ésta era la despedida.
- Yuuri-kun, volveré a Nagasaki luego de mi campaña en Filipinas y el pacífico ¡Por favor visítame! - Lloriqueó el chico mientras lo abrazaba. Yuuri le palmeó la espalda.
- Haré lo posible, Minami-kun. Ha sido un placer compartir todos estos meses contigo - Declaró, haciendo que el chico sollozara aun más.
- ¡Siempre serás mi amigo, Yuuri! Creí que la guerra estaría llena de enemigos efímeros, pero al final encontré amigos eternos.
Yuuri quiso grabarse aquello para siempre en el corazón.
Minami le dio un último abrazo y una sonrisa torcida, para luego desaparecer entre el gentío en el puerto.
* * * *
Yuuri no tenía idea de la ubicación del nuevo campamento. Viktor jamás lo había mencionado y él nunca siquiera preguntó. Supuso que sería por cuestiones de seguridad.
Pero era su último día pisando suelo hongkonés y se negaba a abandonarlo sin poder ver una vez más aquellos ojos celestes que lo habían cautivado hace ya casi un año.
Recordó la leyenda de la Tanabata, que le había contado a Viktor su primera noche solos allá en Corea, y que luego se la había contado una y otra vez durante sus encuentros clandestinos.
El río de estrellas parecía profundizarse y ensancharse más para ellos. Que la guerra, que los muertos, que los refugiados, que mi país, que sí, que no. Tantos peros y controversias para algo tan sencillo como era el amor. Yuuri pensó que al final el amor no correspondido era más sencillo que el que sí lo era.
Recordó a Viktor, con su simpático acento, sus pintas tan europeas, su risa melódica, su eterno amor por la humanidad y su optimismo, la forma que tenía de ver la bondad en todos, su dulzura cuando tenía un niño alrededor, o cómo los ojos le brillaban cuando veía algún animalillo indefenso. El tacto de sus dedos, la calidez de sus labios, y la sonrisa que se le escapaba cuando pillaba a Yuuri siendo ingenuo. La curvatura de su cuerpo y cómo se había ajustado al suyo en aquella única y esperanzadora noche.
Estaba dolido y desesperado y a la vez resignado. No podía dejar de pensar en ello, aunque su cabeza le gritara que no había más por eso y cualquier intento por cambiar la situación solo sería una locura más en la vida. Viktor había sido una locura, un delirio pasajero que, con los años, Yuuri temería que su mente empezase a creer que todo había sido un sueño.
El anillo de los Nikiforov no había perdido el lugar junto a su corazón, y nunca lo perdería, sin importar lo que pasase. Por más hondo que fuese el río de estrellas o por más de que estas brillaran tanto que lo dejarían ciego e incapaz de ver la otra orilla.
Espero que los días nos unan otra vez, Viktor. En algún momento lo harán.
* * * *
Yuri
Actualidad, Rusia
Se levantó con un nudo en el pecho. El sueño lo había dejado hecho un manojo de tristezas.
¿Cómo se atrevía Viktor a abandonar al pobre cerdo? ¿Quién se pensaba que era? Yuri no se creyó ni medio segundo de que el mensaje no habría llegado a ellos para encontrarse. Cómo si no supiera bastante bien lo que significaba que alguien desapareciera de tu vida luego de aprovecharse sexualmente. Lo sabía de películas y experiencias de Mila, claro estaba.
Él también estaba dolido. Yuri había pasado tanto tiempo solo y sintiendo rechazo en todas partes, a pesar de que muchas veces se lo producía a sí mismo. El dolor de Katsuki le pinchaba el corazón.
Tan cegado había estado por culpa del sueño, que no recordó dónde estaba durmiendo. En la cama de Otabek.
Se levantó de un sopetón, solo para descubrir que ni su amigo ni el gato estaban a su lado. Yuri entró en pánico. Estúpidamente, se dijo luego, ya que Otabek no abandonaría a Yuri en su propia casa.
Un tenue olor a pan tostado y café le llegó de la cocina, por lo que se dirigió hasta allí con un poco más de energía.
Otabek seguía sin camisa y tenía al gato durmiendo en sus piernas. Maldito gato afortunado.
Sorbía café con una mano y con la otra cargaba en libro de pasta dura sin título. Parecía muy concentrado en él, pero apenas oyó los pasos de Yuri, levantó la vista y le sonrió.
Contrólate.
- Buenos días.
- Serán para ti - Masculló.
- ¿La cama no estaba cómoda?
- Oh, estaba muy cómoda. Pero me levanté muy temprano por los nervios.
Era mentira, claro estaba. Yuuri se había levantado triste por culpa del sueño de Katsuki donde había sido abandonado por bastardo de Viktor. Por suerte podía camuflarlo con nervios.
- Conseguí unos tickets a Riga para las 8:30. Tendremos que salir pronto para la estación así que desayuna rápido, por favor. Nos queda solo una hora.
- Bien, papá.
Otabek le volvió a sonreír, y Yuri supo que si podía ver esa sonrisa más seguido, entonces podría superar lo que fuese que le deparase ese día.
* * * *
Tuvieron que correr hasta la casa de Sara a dejar al gato por el día. Mila estaba pasando la noche ahí y la noche anterior había prometido a Yuuri que cuidaría de su nuevo hijo. La puerta fue atendida por un gruñón Michele Crispino, que los insultó en italiano por aparecerse a aquellas horas tan imprudentes. Yuri y Otabek estallaron en carcajadas luego.
El viaje a Riga fue tranquilo. Cinco horas se pasaban volando con buena compañía. Letonia tenía paisajes preciosos y tanto Yuri como Otabek dedicaban minutos para admirar la majestuosidad de la naturaleza.
Cuando finalmente arribaron al hospital psiquiátrico de la ciudad, Yuri se detuvo tembloroso. Sintió la mano de Otabek deslizándose sobre su omóplato derecho.
- Estará todo bien - Dijo convencido.
- El abuelo se llevará una gran sorpresa.
Entonces entraron.
Se veía igual que la última vez que Yuri lo había visitado hace casi cuatro años: pulcro y tenebroso. No porque estuviese vacío o viejo, sino por el aire de desolación que se veía en la gente.
- ¿Tienen una visita programada? - Preguntó alguien por detrás.
Yuri también recordó que eso era igual.
Se giró, hastiado, para encontrarse de cara con el enfermero, también ruso, Georgi Popovich. Un melodramático, exagerado y un poco temperamental. Recordaba su presencia desde que era pequeño. Cuando Yuri tenía nueve años, Georgi ya tenía veintiuno y se divertía haciendo teatrales representaciones de obras infantiles cuando visitaba el hospital. Ahora parecía rondar los treinta y se veía muy amargado.
- Popovich - Dijo solemne-. Vengo a ver a Alina Plisetskaya.
- ¿Cómo? ¿Yuri? - Preguntó confundido.
La última vez que se habían visto también había coincidido con la última vez que había visto a su madre. Ella había dicho alguna locura que molestó a Yuri y este había pretendido marcharse, para ser emboscado por ese fanfarrón y que se había atrevido a darle un sermón sobre cómo debía tratar mejor a su madre.
Popovich parecía recordar aquel hecho también, ya que estaba muy serio y ceñudo.
- Así que has entrado en tus cabales y finalmente has decidido venir. Debo decir que me enorgullece.
- No seas condescendiente conmigo. Llévame con mi madre que ni te quiero ver la cara.
Georgi chasqueó la lengua y le hizo una seña para que lo siguieran.
La habitación de Alina no se veía como la recordaba: estaba mucho más luminosa y llena de fotografías y un montón de porquerías que seguramente el abuelo había ido recolectando a lo largo de los años, como fotografías, el viejo tigre de peluche de Yuri, objetos de gimnasia rítmica, un pequeño equipo de música.
Alina, antes de meterse en el bajo mundo de las drogas y quedar embarazada, había sido una campeona junior de gimnasia rítmica. Había sido hermosa y elegante. Ahora se veía vieja y demacrada, a pesar de que todavía le faltaba bastante para llegar a los 40.
Tenía el pelo corto igual que Yuri. A los costados de la cabeza llevaba trencitas, que las reconoció como trabajo de Popovich, su enfermero. Su piel se veía cenicienta y enfermiza. Las ojeras opacaban sus hermosos ojos celestes. Toda la belleza se había ido el cuerpo de aquella mujer que lo había tenido casi todo: éxito, talento y belleza, un padre que la amaba, un hijo sano y precioso. Pero ella había decidido perderlo todo.
No es su culpa, dijo una vocecita que calló al instante. No es como si ella hubiera elegido enloquecer.
El abuelo estaba a su lado leyendo la edición rusa del periódico letón. Cuando alzó la vista para ver quien acababa de entrar, quedó perplejo en su asiento.
- Yurachka... - Logró decir. Se paró y acercó a él, de a poco.
- Sí, he venido. Por favor, sólo... no hagas preguntas al respecto. Vine y ya.
Yuri no quería mirar ni a su abuelo ni a su mamá, así que miró a Otabek, que había estado muy silencioso desde que llegaron. El chico le devolvió con una mirada fija, que acabó por relajarlo un poco.
Nikolai desvió unos segundos la mirada para encontrarse sorprendido de ver a Otabek, a quien no conocía ni tampoco sabía de su existencia.
- Es un placer conocerlo, Señor Plisetsky. Me llamo Otabek y soy amigo de su nieto - Dijo con formalidad. Estrechó la mano del abuelo, pero éste no podía salir de su asombro.
Yuri miraba todo desde la puerta, hasta que finalmente lo abrazó. Quiso permanecer tenso, pero terminó cediendo y se resguardó en los brazos de la persona que más amaba.
Cuando lo soltó, tomó su mano y lo condujo a la cama de su madre, que jugaba con las cartas a algo que parecía totalmente inventado por ella. Yuri se sentó al frente de la mujer. Alina no lo miró ni se inmutó, solo siguió observando pensativa su juego.
- Hola - Saludó con nervios- ¿Sabes quién soy?
- Eres Yuri, claro está - Respondió su madre. Todavía tenía la voz aguda y dulce, como la de un ángel-. Pero no entiendo porqué me saludas, hijo. Si nos vimos solo hace un rato.
Quedó descolocado ¿De que carajo estaba hablando esa mujer? El abuelo susurró en su oído algo que lo dejó con el alma hecha pedazos.
- Ella ha estado fingiendo que la visitas todos los días.
- Ya.
- Nunca deja de mencionarte.
- Por favor, para - Suplicó, con los ojos al borde de las lágrimas. No se dio cuenta en que momento Otabek ya estaba a su lado entregándole unos pañuelos descartables- Mamá - Habló girándose a ella.
- ¿Um?
- Quiero que conozcas a alguien.
Alina lo miró, y sintió su penetrante mirada. No era como la mirada de alguien normal, aquella mirada parecía buscar clavar sus garras en lo más profundo de ti.
- Este es Otabek - Tartamudeó-. Es un gran amigo para mí.
Y es gracias a él que nos estamos viendo otra vez.
- Tu corte de cabello es surreal - Fue todo lo que Alina dijo, estirándose para acariciar los costados rapados del chico. Otabek enrojeció, pero igual se acercó a ella para tomar su pequeña mano.
- Me alegro mucho de conocerla - Le dijo él- ¿Cómo se encuentra hoy?
- Cansada. Me llamo Alina. Y este es mi hijo Yuri ¿A qué es precioso? Estoy un poco cansada, espero que Georgi llegue pronto con las píldoras - Dijo a trompicones, y finalmente suspiró-. Mi hijo es precioso.
- Es muy precioso, tiene mucha razón.
Yuri se desentendió luego de aquello, sobre todo para que no lo vieran ponerse nervioso. Otabek charlaba ávidamente con su madre, a pesar de que ésta respondía con algunas incoherencias, o a veces ni siquiera contestaba.
El abuelo le hizo un gesto para que lo siguiera afuera, y así hizo Yuri.
- Yurachka, nunca podría haber pedido mejor regalo que éste - Dijo el abuelo, acomodando un mechón de cabello que se escapaba de la coleta de su nieto-. Eres un hombre muy valiente, y estoy orgulloso de ti.
- Tenías razón, abuelo, en algún momento tenía que enfrentarlo. Prometo venir más seguido, quizás tome tiempo acostumbrarme pero...
- Eso ya no importa. Tomaste el paso más importante. Te estás convirtiendo en un hombre maduro y de bien. Feliz Navidad, mi Yuri.
- Feliz Navidad, abue.
Le sonrió al vuelo. Pensó en toda la gente que lo quería ahora y que estaba orgulloso de él. Al final empezaría a gustarle la Navidad, si es que todos los años le esperase tanto amor.
* * * *
Contador de palabas: ¡4672! ¡Capítulo mas largo hasta ahora! ¡Y también un cameo de Georgi! Si se sacan cuentas, solo queda un personaje secundario de la serie para que haga su aparición ;)
Hay mucho, muuucho fluff Otayuri, para todas las que estaban extrañando a Otabek. Hubo muy poquito de Viktuuri, ya, lo admito </3
¡Mil gracias por los comentarios y las más de 1K lecturas! Me hacen sentir realmente bien con todo el cariño.
Quiero enlistarlas a todas y espero no olvidarme de nadie: NissideCat, Denna-chan, Ladiva1D, F0sterDream, patoUwU, juicelover2 y ¡A todas las que votan también!
P/d y editado: No se si alguien de aquí ha visto Tokyo Ghoul, pero mientras describía a la mamá de Yuri me la imaginaba así tal a Akira Mado jajaja es que tienen que admitir que son idénticos
¡Beso enorme y hasta mañana!
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