Capítulo 13
Capítulo 13
Yuri
Actualidad, Rusia
Era un domingo y Yuri se encontraba a punto de almorzar en el apartamento de Otabek.
El apartamento de Otabek. Solos. Pero lo más íntimo que habían hecho hasta el momento había sido compartir el vaso de coca cola luego de que Yuri derramara el suyo e incluso rompiera uno de los únicos dos vasos que el kazajo tenía. Siempre metiendo la pata.
— Deja de disculparte — Le había dicho Otabek—. Compraré vasos nuevos. De plástico.
— Mira, que me sienta culpable no quita que te deje burlarte de mí.
— Quizás llame a JJ para que me reponga los vasos.
— Estás jugando con fuego — Advirtió.
Otabek sonrió de costado, y partió para la cocina para buscar la pasta que había estado preparando. Yuri, mientras tanto, se puso a husmear.
El piso era exactamente como lo había imaginado. Un poco desordenado, pero metódicamente desordenado. Había pasteles, lápices, acuarelas e incluso aerosoles dispersos en todo el lugar, así como cuadernos deshojados y bastidores. Los estantes tenían todo tipo de libros, algunos nuevos y otros viejos, de muchos géneros y épocas, pero la mayoría eran clases. También había mucha ropa negra y en tonos apagados en el suelo, aunque nada olía mal, sino que incluso el lugar desprendía un suave aroma a coco, que se sentía tan Otabek que Yuri se dejó relajarse.
Lo que más llamó su atención, sin embargo, era la falta de fotografías en el lugar. Era casi ley que cualquier joven adulto que vivía solo conservaba al menos una foto familiar o con amigos. Algo. Mila, a pesar de haberse peleado con sus padres cuando se fue por primera vez de casa, tenía una plancha de corcho plagada de fotografías. Hasta Yuri tenía colgadas fotos con su abuelo y amigos en la casa.
Yuri decidió que la sutileza no era lo suyo y fue directo al grano en cuanto Otabek regresó de la cocina. Ya había metido la pata cientos de veces con su amigo ¿Qué tanto más podía embarrarla?
— Oye, Beka ¿Por qué no tienes fotos? — Exclamó ante la mirada perpleja del otro.
— Sabes que no me gustan los aparatos electrónicos y por ende las fotos. Lo del otro día fue una causa circunstancial y el alcohol.
— Ya, pero alguna debes haber tenido por ahí que quisieras conservar.
— No realmente.
— De acuerdo.
Se hizo un incómodo silencio en el que empezaron a comer. Yuri quería mencionar que la pasta estaba buenísima, pero sería un poco tonto decir puesto que la habían conseguido en el supermercado por treinta rublos.
— Todas mis fotos se quedaron en Kazajistán, junto con mi anterior vida — Confesó de repente. Yuri lo miró con la boca llena—. Mi hermana murió cuando yo tenía catorce, y la verdad es que se me hace un poco doloroso ver su cara alrededor todo el tiempo. Mi padre también murió y mi mamá... no sé, simplemente nunca tuve la ocasión de pedirle una foto antes de salir de Almaty. Hace poco hablamos luego de meses y ella lloró, y es justamente por lo que nunca la llamo.
— Vaya. Lo siento, Otabek, de verdad.
— No te preocupes. Cosas que pasan. No sabías de mi familia, así como yo tampoco se sobre la tuya.
— Sabes que vivo con mi abuelo — Se apresuró a decir.
— Sí, pero estoy seguro que no naciste de tu abuelo.
— ¿Te crees gracioso, eh?
— No eres el único que tiene permiso de decir comentarios descarados aquí.
— Muy bien. No conocí a mi papá, puesto que la muy perra de mi madre se embarazó cuando todavía era menor de edad.
— No deberías decir eso de tu mamá — Le regañó Otabek. Yuri hizo un ruido como de gárgaras.
— No me interesa. Es una perra. Y una loca. Intentó ahogarme cuando tenía seis.
Otabek casi escupió la bebida.
— Disculpa, pero ¿Qué mierda?
— Fue diagnosticada con brotes psicóticos y esquizofrenia aguda, probablemente porque era una drogadicta o algo. No me importa demasiado. Se la llevaron cuando yo tenía siete y ahora está en un manicomio de Riga (1). Mi abuelo se va todos los jueves a verla y se queda con ella hasta los domingos. Nunca más ha salido así que imagino que estará muy loca.
— ¿Y tú no vas a verla? — Preguntó, con una calma curiosa.
— Hace varios años dejé de hacerlo.
— ¿Por qué?
— Porque... jamás la sentí realmente como mi madre. Es el abuelo el que ha hecho de madre, padre, hermano, tío, y de abuelo por supuesto. Se quedó viudo cuando mi mamá tenía dos años y entre él y su suegro (es decir, mi bisabuelo) se encargaron de Alina Plisetskaya, mi madre. Una familia muy disfuncional, como ves.
— Yuri, de verdad no tengo palabras — Le dijo Otabek, con clara consternación en sus duros ojos. Yuri dio un pequeño brinco cuando le tomó las manos—. Lamento haberte hecho recordar esto. Las puertas de mi casa y de mi vida están abiertas a ti cuando las necesites.
— No pasa nada — Respondió apresurado y abrumado por sus palabras, mientras Otabek le tendía una servilleta.
— ¿Qué...?
Yuri ni siquiera se había dado que había estado llorando, hasta que Otabek quitó una pequeña lágrima de sus ojos.
Otra lágrima salió de sus ojos, pero ésta vez, Yuri estaba seguro que era de alivio.
* * * *
Yuuri
1941, Hong Kong
La felicidad que le había causado ver a Phichit no tenía comparación. Se habían reído y comportado como si fueran amigos de siempre, a escondidas de los superiores como dos niños revoltosos. Cuando no los veían, se escabullían a la proa del nuevo barco en el que se dirigían a Hong Kong a través del Mar de la China Meridional.
El único problema era que Phichit quería saberlo todo. Y cuando dijo todo, era todo. Así que Yuuri se lo contó todo. Incluido Viktor.
Había tenido que taparle la boca o darle puntapiés más de una vez, porque el chico no podía mantenerse callado. Debía hacer un comentario o una exclamación para todo. Se volvió especialmente loco cuando Yuuri le dijo que el mayor contacto físico que habían tenido era un simple abrazo.
— ¡Yuuri, eres muy inocente! — Exclamaba Phichit, arrojando grandes pedazos de pan añejo al mar cuando pasaba un cardumen.
— Phichit-kun ¿Y que me sugieres tú que debería haber hecho?
— Pasar una noche con él, seguro.
Yuuri se ahogó con su saliva. Phichit empezó a reír.
— Como dije, muy inocente — Dijo orgulloso de poder comprobar su teoría.
— Vinimos para otras cosas, Phichit-kun — Aclaró intentando mantener la compostura.
— Sí, sí, cómo no ¡Ahora tenemos prohibido divertirnos un rato cuando conocemos a alguien caliente! Estaremos bien, Yuuri. No pasa nada por descargar tensiones de vez en cuando.
— ¿Sabes una cosa? Pienso que tú te acostaste con alguien y estás buscando arrastrarme para sentirte menos culpable — Lo acusó Yuuri al ver la sonrisa ladina de su amigo.
— El mundo nunca lo sabrá.
— ¡Phichit, eres un tramposo!
* * * *
Yuuri había pensado muy seguido en Viktor. Desde que habían zarpado desde la península coreana hasta que habían desembarcado en la isla de Hong Kong.
Por ejemplo, el lugar estaba lleno de soldados británicos. Los británicos eran europeos, igual que Viktor. Si Minako-sensei o su hermana Mari hubiesen escuchado sus pensamientos habría bastado para una existencia llena de burlas. Yuuko quizás hubiese puesto ojos amorosos, y suspirado.
Las extrañaba tanto a las tres. También extrañaba a su mamá. Y a Viktor. Era una falta de respeto para sus seres queridos en Japón, que los pusiera en el mismo nivel que un chico al que conocía de hace apenas unos meses, pero qué más daba.
Así que para no extrañarlo demasiado, Yuuri dedicaba sus horas libres, en las que no tenía que desactivar minas, cargar fusibles o planear rutas de ataque, para pensar en sus horas que pasaban juntos.
Recordaba su risa, su aroma a flores silvestres y humo, su surreal cabello plateado, su timbre suave pero a la vez tosco de voz, sus largas piernas y cuello...
Necesitaba encontrarse un amante urgente, o darse una mano a sí mismo.
No era novedad que los soldados, del ejército que fueran, tomaran chicas (y a veces chicos) a la fuerza para satisfacer sus necesidades. Yuuri jamás, jamás haría semejante salvajada. Tampoco le apetecían los burdeles, ya que muchas de las chicas allí estaban retenidas contra su voluntad.
A Yuuri no le molestaban las chicas, ni tampoco los chicos. Nunca se había permitido a sí mismo enamorarse. Cuando era adolescente había imaginado que acabaría casándose con alguna chica de la secundaria o del vecindario, con la que tendría niños bonitos. De repente ese futuro parecía como la mayor estupidez que había imaginado, y todo por culpa de Viktor.
También era culpa de Viktor que se sintiera tan... tan...
Cachondo, admitió para su vergüenza.
Le dijo a Phichit, de la forma más cómica posible, que fuesen al centro de la ciudad, camuflados como civiles, y esperasen que alguna chica los encarara. Su amigo no estaba interesado, pero le haría compañía a Yuuri.
Eso lo dejó peor.
Así que cuando fueron al mercado y una bonita hongkonesa prácticamente se lanzó en brazos de Yuuri, quien intentaba parecer lo menos japonés posible, hablando en un pobre cantonés y fingiendo ser coreano, él simplemente se dejó estar. No supo cuando Phichit lo abandonó, ni tampoco cuando terminó en un motel barato en la cama con esa jovencita.
Es la guerra, quiso justificar. Como si hubiese algún argumento en el mundo que pudiera salvarlo de explicar porqué estaba teniendo sexo con una desconocida, en un país desconocido. Lo ayudaba a no preocuparse de la guerra ni de que quizás moriría en una semana durante la redada que la Armada Imperial estaba planificando como gran golpe a los británicos.
Viktor, se escapó de su cerebro al momento del clímax. Si bien sus labios no lo dijeron en voz alta, su corazón lo cantaba a gritos.
* * * *
— ¿Estuvo todo bien? ¿Te protegiste? — Lo bombardeó Phichit cuando se encontraron. La cara de Yuuri estaba más caliente que una tetera.
— Sí me he cuidado ¡Y no responderé a la primera!
— Yuuri-kun, no es nada del otro mundo.
— Para mí sí.
— Porque eres muy puritano.
— Phichit, para por favor — Suplicó. El tailandés soltó una risita.
— Bien, bien. Por si querías saber, yo también me he estado divirtiendo.
— Pensé que no tenías interés en salir a, tú sabes — Murmuró Yuuri.
— ¡No he salido a tener sexo! — Dijo divertido— Vi una pista de patinaje y me colé. La verdad es que el lugar está muy desierto. Lo encontré mientras paseaba por los alrededores de Kowloon (2) ¿No te parece irónico? Estamos en guerra, y tú sales a tener sexo y yo a patinar.
— Pues si no lo hiciéramos quizás ya estaríamos locos, creo recordar que me dijiste algo así hace poco — Phichit soltó una risita.
— Es increíble, como la vida es una cosa y mañana otra ¿Acaso los lugareños no ven venir lo que ocurrirá?
Y si lo ven, no pueden hacer mucho.
Yuuri solo quería regresar y olvidar ese día, que estaba resultando ser nefasto. Se arrepentía de sobremanera de haberse aprovechado de la joven y le daba escalofríos que Phichit saliera a patinar sobre las mismas tierras que ellos dos andarían regando sangre en unas semanas.
* * * *
Yuri
Actualidad, Rusia
Yuri ya estaba un poco cansado de las inseguridades del cerdo. Para todo le tenía que buscar un porqué.
¿Y que si el chico quería divertirse un rato durante la guerra? ¿Estaba mal? ¿Era la forma de su cerebro de decirle que no podía tener buenos momentos en su vida porque en su casa la situación era una mierda?
Había dejado de preguntarse sobre lo que esos sueños significaban antes de volverse loco él. Intentaría cambiarse a sí mismo, a ver si su cerebro inventaba otra cosa.
Muy pronto sería Navidad, recordó.
Otra Navidad más sólo. El abuelo le suplicaba todos los años que fuese a ver a su madre y que festejasen los tres, pero a Yuri no le apetecía. Terminaría diciéndole que festejaría con los Babichev, cuando en realidad lo esperaba un plato de pirozhki recalentados y alguna vieja película navideña.
Quizás ese año cambiaría, y estaría con Otabek. Ambos estaban solos ¿No? Yuri deseó de verdad que el chico no volviese a Kazajistán. Se sintió egoísta al preferir a Otabek para sí mismo antes que para su pobre madre, que ya había perdido a su otra hija y esposo. Pero Yuri no tenía la culpa, y por primera vez encontraba alguien que lo soportaba y estaba en su sintonía.
Cuando llegó a casa luego de almorzar y tomar una siesta en casa de Otabek (mientras éste aseaba el lugar), se encontró al abuelo.
— Abuelo — Saludó con un nudo en la garganta—. Estaba en casa de mi amigo, te juro, no creas que anduve parrandeando por ahí.
— No estoy enojado, Yurachka, me alegra que estés haciendo amigos — Dijo, mientras le palmeaba la mejilla— ¿Qué tal el fin de semana?
— Bien, supongo.
— ¿Te comiste todos los pirozhki?
— Puedes comprobarlo tú mismo.
El abuelo sonrió orgulloso. Aun si los pirozhki estuvieran asquerosos, que no lo estaban, él se los hubiera tragado enteros con tal de verlo feliz.
— ¿No me preguntarás por tú mamá? — Preguntó de repente.
— No — Contestó velozmente.
— Yurachka.
— Abuelo, no empecemos.
— Algún día tendremos que empezar.
— La verdad es que no. Hemos hablado muchas veces y no me interesa.
— Es tu madre — Recalcó con dolor en su voz. Yuri odiaba el camino que esa conversación estaba tomando.
— Ojalá ella hubiera actuado alguna vez como tal.
Se mordió la lengua. Yuri sabía lo que lastimaba al abuelo que fuese tan frío con el tema de su padre, después de todo, era su hija. Pero Yuri estaba harto de sentirse presionado de quererla o preocuparse por ella.
— Espero que en el futuro entres en razón, Yurachka. Y que en ese futuro no sea demasiado tarde.
Y se fue, dejando a Yuri solo y vacío, tal como su contraparte japonesa se había sentido en el sueño.
* * * *
Glosario:
1- Riga: Capital de Letonia, ubicada a 500 km de San Petersburgo.
2- Kowloon: Ciudad amurallada dentro de Hong Kong. Actualmente es un barrio, pero fue un exclave chino durante la época colonial.
* * * *
¡Cambio de planes! La maratón será esta noche :) Me confirmaron que viajo en la mañana y no al mediodía como yo pensaba, así que la maratón se adelanta también. Subiré los capítulos 14, 15 y 16 durante la madrugada. Y probablemente el sábado o domingo la historia retome su ritmo habitual.
Muchísimas gracias como siempre por comentar, ¡Y todos los votos nuevos y gente que la puso en sus listas de lectura de repente! De verdad gracias.
Saludos a todos.
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