8. Y la mascota aprende a decir por favor

Fleurie – Hurricane (2:35 – 4:32)

Emrys.

—Llegas tarde —le digo y me hago a un lado para dejarla entrar a mi casa—. Parece que es algo que debemos cambiar mascota. No me gustan las personas impuntuales.

Tampoco me gusta ella. Hay algo en su persona que me genera desconfianza.

A mi mente viene el recuerdo de esa noche cuando la conocí, la forma en que aceptaba el dolor. El sonido de su voz era áspera, con un toque de desesperación y sonaba desgarrada. Como si todo lo que necesitara en ese momento era la absolución a su culpa y de no obtenerla se rompería

¿Por qué se está disculpando? —me pregunté.

—Tenía cosas que hacer. Algunas de esas cosas referentes a la mudanza.

Lleva camisa manga larga, pero con el ligero movimiento de su brazo, puedo ver unas marcas frescas en su piel.

Al parecer la pequeña señorita perfecta esconde más secretos de los que pensaba.

—Sí, pronto te mudaras aquí. Creo que será bastante interesante. ¿No lo crea así? Debes. Ya que fue tu idea.

Camino con cuidado hacia ella, que se ha quedado quieta en mitad de la sala. Su pecho sube y baja de forma irregular, y me esquiva la mirada. He notado que es algo que suele hacer, evitar mirar a las personas a los ojos a menos que sea necesario, como si fuera un gesto ensayado de su parte.

Sus dedos juguetean con la manga larga de su blusa y asumo que debe ser para intentar cubrir su piel y evitar que vea la evidencia de lo que ha sucedido.

De todas formas, es un gesto inútil.

—¿Tienes alguna bebida alcohólica de preferencia o tomas cualquier cosa? —pregunto y esa no es la pregunta que Leone esperaba.

Parpadea un par de veces y niega con la cabeza, aunque se recupera bastante rápido y finge indiferencia.

—No quiero nada.

Sonrío.

Me dirijo al mini bar y tomo un vaso, encuentro una botella de whisky en uno de los gabinetes y me sirvo tres dedos. Lo necesito.

Una tensión palpable se extiende sobre nosotros mientras yo permanezco en silencio, decidido a conseguir que Leone se sienta lo más incomoda posible.

—¿Qué quieres? ¿Qué vas hacer?

Leone tarda menos de lo que yo pensaba en romperse y detener el silencio, haciendo la pregunta inicial y siguiendo con una pregunta que aborda tantas respuestas de mi parte.

—La pregunta, mi querida mascota... —guardo silencio cuando Leone cierra los ojos con fuerza, las líneas de tensión en su frente muestran la incertidumbre de la situación— ¿Qué vas hacer tú?

Abre sus ojos marrones que me buscan e inclina la cabeza de forma ligera hacia su lado izquierdo.

Inhala y levanta las cejas, como esperando más información antes de dar una respuesta.

—Asumo que quieres mi silencio. Que guarde tu secreto. ¿Verdad? —pregunto y Leone asiente enseguida, abre sus labios para decir algo, pero los vuelve a cerrar al siguiente segundo—. Entonces te sugiero que decidas que estás dispuesta hacer para conseguirlo.

Hay algo bailando en sus ojos cuando responde de forma instantánea, saltando hacia adelante sin ningún esfuerzo o la necesidad de una nueva amenaza. Parece más vulnerable que antes, ansiosa por lanzarse de cabeza hacia el peligro porque no conoce o puede pensar en otra alternativa.

Y hay casi un alivio en ello. Puedo verlo. La delicada caída de sus hombros junto con una exhalación agradecida.

—Cualquier cosa —responde.

—¿Cualquier cosa? —pregunto y dejo el vaso casi vacío sobre el mesón y me empiezo a dirigir hacia ella con el más mínimo indicio de una sonrisa tortuosa rebosando en mi voz—. ¿Estás segura, mascota?

Leone me vuelve a dar una respuesta afirmativa, cuadra sus hombros y veo en sus ojos algo de la determinación que suele tener y sonrío.

Ella sigue en la misma posición que tenía cuando llegó. No se ha movido ni una pulgada.

—Ruégame.

—¿Qué?

—Ya me escuchaste. Ruégame. De rodillas y ruega que no diga nada. Pídeme que no le cuente a los demás lo jodida y dañada que estás.

Levanto una ceja y Leone traga saliva.

Doy unos pasos más hacia ella, casi invadiendo su espacio personal, rodeándola y deteniéndome detrás de ella, un gesto deliberado de mi parte para aumentar su nerviosismo.

—¿En qué piensas cuando te castigan?

—¡Cállate!

Esa es justo la reacción que esperaba.

—¿Problemas de mamá o papá? ¿Ambos? Lo cual tendría sentido, te abandonaron. No te querían. Es normal que busques cualquier tipo de validación.

Se muerde el labio inferior entre los dientes. Un ligero rubor cubre sus mejillas antes de que yo termine de hacer mi pregunta, antes de que pueda ordenar sus ideas y darme una buena respuesta.

Pero me delito al ver el rosa cubrir sus mejillas. Luce apetecible.

—¡Dije que te calles!

—Y yo te dije que me ruegues.

Detengo el tren de mis pensamientos y la observo, pensando en lo extraña y confusa que es.

—No te estoy escuchando rogar, mascota y mi paciencia se acaba.

Junta sus manos y aprieta sus labios antes de separarlos y hablar.

—Por favor...

—No —la detengo—, de rodillas.

—¿Por qué?

—Por qué quiero.

Leone me observa, ojos muy abiertos y manos cerradas en puño, mandíbula tensa y respiración acelerada.

Yo le sostengo la mirada y ella entiende que no estoy aquí para negociar. De forma lenta, muy lenta inclina una pierna contra el suelo y luego la otra. Sisea por el dolor que le provoca moverse en su he estado. Coloca sus palmas extendidas sobre sus muslos en una completa posición sumisa que asumo conoce muy bien.

—Por favor, Emrys —empieza en un tono vacío, pero es suficiente para mí—, por favor, no le cuentes a nadie mis secretos. Por favor, no le digas a nadie lo jodida y dañada que estoy.

Las palabras salen de forma pesada, junto con una leve vacilación y es todo lo que ofrece. Sus ojos se cierran como si ya se estuviera arrepintiendo de lo que ha dicho, pero no sé retracta.

Está avergonzada de sí misma. Castigándose en su mente por ceder a mi petición, por encontrarse en esta posición, ella debe estar odiándome en este momento y tiene todo el derecho de hacerlo, pero todo el dolor que yo siento, todo el odio hacia lo que he perdido y me están obligando hacer, necesitan un lugar donde esconderse. Y ese lugar resultó ser Leone. Un simple daño colateral.

—Buena niña. Y a pesar de lo mucho que estoy disfrutando verte de rodillas, tenemos algunas cosas de las que hablar, así que ponte de pie.

Coloca sus palmas contra el piso y las usa de palanca para levantarse con algo de dificultad, pero no pide ayuda.

Me siento en el sofá y ella duda un poco antes de sentarse.

—¿De qué quieres que hablemos? —me pregunta.

—Ya que vamos a vivir juntos me gustaría establecer un par de reglas que no están en discusión.

Ladea la cabeza, pero no comenta nada, solo hace un ligero movimiento con su mano para que continúe.

—Se te permite traer tus cosas, pero no puedes alterar la decoración o la ubicación que ya tengo de mis pertenencias. Tendrás un lugar designado en los anaqueles y nevera, y tienes prohibido tocar algo mío. Nada. Sí quieres beber algo tendrás que utilizar tus propios vasos. Y, sobre todo, tienes prohibido la entrada de la última habitación a mano izquierda. Por ningún motivo puedes entrar ahí, y no, no es una habitación como la que tienes en tu apartamento, es mi estudio de arte y nadie más que yo, puede entrar. ¿Entiendes, mascota?

Su teléfono suena antes que pueda pronunciar una palabra y se disculpa antes de levantarse y atender la llamada.

—Hola, Lana. ¿Qué sucede?

Su rostro cambia, se vuelve suave y parece de la edad que tiene. Se ve joven y un poco más ligera. Parece feliz de hablar con su hermana.

Pierdo el hilo de la conversación hasta que ella regresa y se sienta dónde estaba antes, regresando aquella vieja expresión y actitud ensayada.

—¿Qué tiene tu habitación de arte para que no dejes a nadie entrar ahí?

—¿Por qué te importa?

Se encoje de hombros.

—No me importa, es solo curiosidad.

—La curiosidad mató al gato, mascota. Y tú eres muy bonita como para morir tan joven.

****

Leone.

Abro la puerta de mi apartamento y mi cuerpo se tensa al instante cuando veo a mi madre. Mi respiración se acelera e intento, de forma muy disimulada, normalizarla mientras ella me sonríe.

No me gustan las visitas sorpresas.

—Hola, hija. ¿Te importa si entro para una visita rápida?

No respondo, pero abro la puerta para que entre y veo como mi madre observa el lugar, pasando sus ojos por las paredes blancas y deteniéndose en la sala, dónde hay una pared llena de libros, con una escalera móvil en una esquina que me ayuda alcanzar los libros de la última estantería.

Sigue mirando los cuadros y las fotos que hay en las paredes, mira un poco más de tiempo el piano que está en un rincón, que no es mío y el cual estaba en su casa, pero que ella lo mandó aquí cuando se compró uno nuevo y mejor. No tengo idea porque lo hizo, yo ni siquiera toco el piano.

—Veo que todo sigue igual. Me gusta.

Mi madre mira alrededor de mi apartamento y espera a que yo le indique dónde ir.

—¿Quieres algo de tomar? ¿Té, café o agua?

No consumo café, pero suelo comprar unos granos especiales de Etiopía que ella mencionó una vez que le encantan.

Los compro especialmente para ella.

—¿Estás horneado?

Respondo que sí mientras nos acomodamos en el sofá.

Me siento con la espalda recta, sin mirarla directamente a los ojos, solo mirando un punto sobre su cabeza y fingiendo que estoy bien. Que mi mente no recuerda la forma en que me miró hace unos días o como su mano golpeó mi mejilla.

Me digo que está bien. Que no duele.

Y, no, el golpe en sí no me dolió, pero su actitud ante lo sucedido y lo que me dijo, bueno, esa es otra historia.

—¿A qué se debe tu visita, mamá?

¡No soy tu mamá! ¡Deja de llamarme así! —solía gritarme después de que mi padre se fue, cuando ella bebía hasta perder la conciencia.

Yo solía quedarme cerca de ella, tenía miedo a que se lastime, pero entonces, casi un mes después, mi padre mandó a alguien por mí.

Mamá, no me quiero ir. No te quiero dejar —le dije.

Pero ella no me dijo nada. Solo tomó mis cosas y se las entregó al chófer que había ido por mí. Ni siquiera se despidió o me dedicó una última mirada. Nada. Aunque mientras me alejaba, la escuché decir que estaba feliz de ya no tener que lidiar conmigo.

—Vine a disculparme contigo. No estuvo bien la forma en que reaccioné, lo que te dije o como te traté. Leo, realmente lo siento.

Muerdo el interior de mi mejilla con fuerza, tanto que me termino lastimando.

Fuerzo una sonrisa y niego con la cabeza.

—Está bien, mamá. No tienes que disculparte, al menos no conmigo.

No después de todo lo que te he hecho pasar —completo en mi mente.

—Claro que sí, me siento tan mal por pegarte. De verdad lo siento. Prometo que no lo volveré hacer.

Hubo un tiempo, uno muy largo cuándo regresé con ella después del acuerdo al que llegó con mi papá, que se estremecía cada vez que la llamaba mamá y su familia también solía molestarse por aquello.

No sabía cómo llamarla. No sabía que hacer ahí porque sin importar mis mejores esfuerzos, no conseguía encajar en esa familia, con ellos.

—No quiero causarte más inconvenientes con tu familia y no debí decir nada de lo que dije o reaccionar de esa manera, porque sé que eso te traerá problemas. Tampoco debí ir sin avisar, así que en parte lo sucedido también es mi culpa y por eso me disculpo.

—Leo, no. Sabes que no es así.

Ladeo la cabeza.

—Entonces, dime, ¿cómo se supone que es, mamá? Tu familia no me quiere, ese no es un secreto para nadie y tú tampoco.

—Por supuesto que te quiero, eres mi hija.

Niego con la cabeza y una pequeña risa amarga se escapa de mis labios.

—No, no lo soy y no porque yo no lo haya intentado, porque lo hice. Pero tú nunca me quisiste, mamá. Jamás. Con el tiempo aprendiste a tolerarme y tal vez ahora es más fácil lidiar conmigo, pero, ¿amarme? No me amas. Puede que yo esté desesperada por tu amor y atención, por hacerte sentir orgullosa de mí, pero no por eso voy a ver cosas donde no las hay.

Regresar con ella y su familia después del año y medio que pasé con mi papá, el abuelo y mi Nana, se sintió como ir a parar a un nuevo círculo del infierno.

Y aquel infierno solo ardió y dolió más con el paso del tiempo.

—Leo, puede que hayamos tenido un comienzo difícil, pero te amo. Te veo como a una hija.

—¿Ves? Me miras como a una hija, no como tu hija. Esa es la diferencia, que yo no te miro como a una madre, si no como mi madre. Y de verdad agradezco que hayas venido a disculparte conmigo, mamá, pero no tenías que hacerlo. No es necesario.

He aprendido que unas disculpas, realmente no hacen mucha diferencia. El daño sigue, el dolor se suele quedar. Las disculpas rara vez cambian algo si la persona que las dice ha venido teniendo ese tipo de comportamientos antes. De forma repetida y sabes que no va a cambiar.

—Tuviste un mal día y reaccionaste de esa manera, lo entiendo. No pasa nada.

—Entonces, ¿estamos bien?

Sonrío.

—Por supuesto.

Al crecer, me acostumbré asociar ciertos tics fáciles, ciertos cambios sutiles en el tono de voz o algunos cambios de humor, con la violencia. Con la reacción violenta que viene después de eso, y que traería mejillas teñidas de rosa llenas de dolor y lágrimas que nunca debieron caer.

—Estamos muy bien, mamá.

Sonríe y ambas nos levantamos.

La acompaño hasta la puerta y nos despedimos, no nos abrazamos. Ella no hace eso, al menos no conmigo, pero si con sus otros hijos. Los que si fueron deseados y queridos.

—Mierda. ¡Las galletas!

Corro hacia el horno y por suerte, las galletas que estoy preparando están bien.

—Me pregunto si viniste a pedirme disculpas solo porque necesitas que siga adelante con este matrimonio.

Tardo solo un par de minutos en darme cuenta de que necesito algo para adormecer la agudeza que estoy empezando a sentir. Así que me arreglo y en un par de horas me encuentro sumergida en un vórtice de locura, alcohol y auto desprecio tan fuerte que pierdo la conciencia de donde estoy.

No es tan malo —me digo—. He estado peor.

Miro Jackson que tiene sus ojos marrones fijos en mí.

—¿Quieres otro martini de arándanos?

Me rio entre dientes ante su pregunta. ¿Por qué? Bueno, el alcohol me llevó hasta ese punto donde ya no tengo control sobre mis emociones y apenas puedo mantener todo a raya.

—No, eso no será necesario.

Sonrío casi se forma genuina al ver la sorpresa en el rostro de Jackson ante mi respuesta.

—Esta vez, quiero un Negroni.

—Desde la primera vez que pusiste un pie en este lugar, has pedido solo martini de arándanos, y ahora, de repente, ¿Ya no lo quieres? Perdón por mi reacción, pero, ¿qué cambió? Has venido aquí por un largo tiempo, bebes martinis de arándanos y buscas a un apuesto caballero de ojos azules para irte con él.

Suelto un suspiro. No estoy tan borracha para mantener esta conversación y muerdo mi labio inferior mientras intento decidirme si decirle o no.

Pero al final me doy cuenta que realmente no me importa.

—Nada cambió —respondo—. Solo me di cuenta de que no ayudarían, de que estaba intentado revivir un recuerdo que simplemente se ha perdido, porqué ya no somos las personas que éramos. Las cosas son diferentes y estoy tratando de lidiar con todo eso, así que si, está vez beberé un negroni.

Jackson no se mueve, me mira fijamente por un largo momento y, puedo ver cómo está intentado encajar está nueva información en todo lo demás que le he contado.

—El regresó. ¿Cierto? Y el reencuentro no salió bien.

—Dado que estoy comprometida con su hermano, no, no salió nada bien. E incluso, aunque no estuviera comprometida con su hermano, tampoco esperaba que las cosas salieran bien.

No sé qué más decir sobre el tema, no porque no quiera, incluso con alcohol en mi sistema, soy incapaz de expresar mis sentimientos como lo haría cualquier otro ser humano.

—Eso es... Un giro interesante de los acontecimientos.

Me encojo de hombros.

En realidad, no pasó mucho. Garret y yo apenas tuvimos tiempo de hablar y me sentí tan abrumada al verlo que prácticamente corrí lejos y me escabullí tal y como suelo hacer.

—Él es diferente, lo cual está bien, entiendo. Pero yo no sé si soy diferente a quien era. Creo que no, en realidad, no lo soy. Sigo siendo igual de egoísta e incluso creo que más que hace unos años. ¿Puedes creerlo?

Murmuro, tratando de explicar esta situación a pesar de todo el alcohol que he bebido.

—¿Eras feliz con él?

Lo era, en parte porque sabía que no podía salir lastimada, porque estaba a salvo. Porque recibía amor y no daba más que falsas promesas a cambio. Era feliz porque lo único que hacía era darle la suficiente atención y cariño como para mantenerlo a mi lado.

—Si, lo era —respondo.

Se que en algún momento él lo descubrió, que llegó a entender la complejidad de todo y, aun así, ¿qué pensó que pasaría cuando descubrió aquello? No había ninguna posibilidad que lo nuestro durara, más que nada, porque yo tenía miedo de que lo nuestro se vuelva real.

Si era real, lo podría perder o la vida misma se encargaría de quitármelo. No quería correr el riesgo. No quería pasar por aquello de nuevo.

—Pero no lo amas o al menos, si alguna vez estuviste enamorada de él, ya no lo estás.

Su comentario me toma con la guardia baja.

—¿Por qué lo dices?

—Pienso que tal vez sentías nostalgia de lo que tenían, pero la vida es diferente ahora y al volver a verlo, te diste cuenta que sin importar cuánto te aferres a los recuerdos y al pasado, ya nada será como era.

Niego con la cabeza.

—Lo que me di cuenta es que tal vez él nunca me amó.

Hay una carga de crudeza y amargura en mis palabras.

Jackson se queda en silencio, mirándome durante mucho tiempo, probablemente tratando de entender lo que está pasando por mi mente y cuando no puede, tararea e inclina la cabeza hacia mí.

—¿Cómo estás tan segura de eso?

—El me dejó ir —respondo sin rodeos—. Me fui y él simplemente me dejó ir. Se olvidó de mí. Él podría haberme buscado, seguirme hacia donde estaba, yo quería que lo haga, que me demostrara que es diferente a todos los demás en mi vida. Pero no lo hizo y siguió adelante.

—Pero, ¿cómo sabes eso? Ni siquiera has hablado con él. Tal vez él solo pensó que eso era lo que querías. No es un lector de mentes, te fuiste, ¿qué querías que hiciera?

—Podría haber hecho algo, pero él solo se rindió.

Jackson niega con la cabeza.

—Leo, lamento ser quien te diga esto, pero entenderte y acercarse a ti, es... Eres bastante impenetrable. ¿Lo sabías? Eres inaccesible.

Pone el cóctel frente a mí y lo bebo enseguida, Jackson me pide mi teléfono para llamar a alguien porque según él, no estoy en condiciones de manejar o irme sola.

—Ya vienen por ti.

—¿Quién viene? Espera, no me interesa, nadie va a venir. ¿Aún no te has dado cuenta? Nunca nadie viene por mí.

Nadie.

Nunca.

Jamás.

"Nota de Emrys: Me dices que soy desconfiado, que siempre espero lo peor de los demás, pero ¿alguna vez te has detenido a considerar que tal vez tengo buenas razones para sentirme así? Tal vez sería más fácil para mí confiar si no me hubieras mentido tantas veces desde que nos conocimos".

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