7. Típico de mí ser el problema
Marina - The Family Jewels (0:14 - 1:17)
La hermana mayor de mi madre, Inez, está de pie en la entrada de la casa, la miro por encima del hombro y ni siquiera me molesto en saludarla. ¿Qué sentido tiene? Jamás me devuelve el saludo. Ninguno de ellos lo hace. Suelen ignorarme, e incluso he llegado a pensar que disfrutan haciéndolo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —me pregunta.
Hay algo en su tono y forma de dirigirse hacia mí que me desagrada, pero que, cuando lo comenté con alguien más, me dijo que estaba exagerando.
Yo siempre soy la que exagero. ¿Verdad? Todos los demás están bien y solo yo estoy mal.
—Vine hablar de algo con mi mamá, pero está ocupada, así que vine a revisar las flores.
Las sembró aquí en honor a su difunta madre.
Sigo revisando las flores hasta que su presencia cerca de mí, me hace girar la cabeza. Sonríe y toma un puñado de rosas blancas y las tira, arrancándolas y destruyendo casi la mitad del rosal.
Me levanto del suelo y ella se limpia las manos, actuando como si no hubiera hecho nada.
—¿Mira lo que has hecho? Pero, ¿qué te pasa, niña? ¿Por qué haces esto?
No, no, no.
No puedo hacer esto de nuevo. No otra vez la misma vieja historia donde ellos dicen que hecho o dicho algo que jamás pasó, pero que entre ellos se creen y termino siendo la mala del cuento.
—¡Yo no hice nada!
—Pero, ¿por qué te exaltas? Pareces loca, mira como pones los ojos. En serio, pareces loca. Vienes aquí, destruyes las cosas y me gritas. Estás mal, niña.
Aprieto mis manos en puño con fuerza, clavando mis uñas en mi piel.
—No hice nada y usted lo sabe.
—¿De verdad? Y dime, ¿quién te va a creer?
Nadie.
—Y justamente haces esto ahora que tu mamá está con tanto estrés por los restaurantes —continua—. Eres tan desconsiderada. Deja que el resto de la familia se entere de lo que has hecho, ¿es por qué le estamos dando otra oportunidad a tu mamá? ¿O simplemente es por qué estás loca?
Tiene esa sonrisa irónica en su rostro.
Físicamente ella es muy parecida a mi mamá, en sí, todos en la familia de mi mamá tienen rasgos similares. Obviamente, mis rasgos orientales, me hacen diferenciarme de ellos.
—No entiendo porque es así conmigo. Yo no he hecho nada. No le he quitado nada.
Son expertos en menospreciarme, en señalar mis defectos o creármelos. En minimizar mis emociones y descartarlas diciendo que no es para tanto, que estoy exagerando. Que no debería reaccionar así porque es solo un comentario o una broma.
Para ellos, solo debo reaccionar como ellos quieren y cuando, después de aceptar varios comentarios y malas actitudes hacia mí, me enojo y les digo su par de verdades, soy una loca y una mal educada. Una malcriada a la que no han sabido educar bien.
—Usted sabe, sé que debe saber porque incluso aunque uno se mienta, en el fondo sabemos cuándo estamos haciendo algo malo, así que usted debe saber lo que me ha hecho. Lo que me ha quitado...
—¿Yo quitarte algo a ti? No me hagas reír, niña.
A pesar de todos estos años, siguen siendo incapaz de llamarme por mi nombre. Para ellos soy: esa, ella, niña, etc.
—Me quitó mi estabilidad emocional, ¿le parece eso poco? Usted vio como Joseph me trataba y no hizo nada, dijo que lo merecía. Usted viene y lleva información falsa sobre mí, de cosas que no he hecho, me crea problemas que no merezco. ¿Le sigue pareciendo poco? Hacerme creer que me aceptaban, que me querían y después apuñalarme por la espalda y decirle a mi mamá que si ya no la invitaban a reuniones era por mí. ¿Y que les había hecho yo? ¿Qué les quité? Yo solo quería una familia.
—Jamás serás parte de nuestra familia.
Me rio, sin una pizca de humor y con mucha amargura.
Ella masculla entre dientes la palabra loca.
—No se preocupe, tampoco quiero serlo. Hace años me di cuenta que tengo tanta suerte al no ser su familia y lo último que quisiera, es ser como ustedes.
Me doy la vuelta y la escucho gritar tras de mí:
—Le diré a todos los que hiciste aquí y lo que me dijiste, maldita niña.
Muerdo mi labio inferior con fuerza hasta que unas gotas de sangre se filtran y lo suelto, limpiándolo con mis dedos.
—Sígueme —la voz de mi madre me hace sobresaltar.
No suelo venir mucho a esta casa, no me trae buenos recuerdos, pero aquí estoy. Sigo a mi madre hasta la sala en silencio. Me siento, con las manos sobre mi regazo y las observo, sin atreverme a mirar a mi mamá.
¿Qué se supone que hice mal está vez? —me pregunto.
Pasa medio minuto y miro por encima de mi hombro, esperando a que mi madre empiece hablar, pero la habitación permanece en silencio.
—Lo siento —ni siquiera sé porque me estoy disculpando.
Mi madre sigue sin hablar.
Me quedo sentada un momento más y mi respiración se vuelve algo superficial. Me pongo de pie y me acerco hacia mi madre, porque me doy cuenta que ella no se acercará a mí.
—¿Es tan difícil para ti no discutir con mi familia? Cada semana tienes que tener algún inconveniente con ellos.
Entonces ella escuchó la conversación que tuve con su hermana.
Respiro profundo y me estremezco de forma ligera ante su tono de voz, no eleva su tono, mi madre no grita, lo cual lo hace todo peor.
Agacho la cabeza y miro mis dedos.
—¿Es tanto pedir que intentes llevarte bien con ellos? Ninguno de ellos tiene la culpa de tus problemas, Leone.
Su rostro, usualmente sereno, está distorsionado en una extraña expresión que he visto pocas veces en ella.
Bebe un sorbo de su coñac y deja el vaso con demasiada fuerza sobre la mesa.
—Amo a mi familia, Leo y estoy volviendo hablar y llevarme con ellos. No quiero que lo que sucedió antes se repita. Lo entiendes. ¿Verdad?
—Sí, lo hago.
—Y también entiendes que nadie aquí tiene la culpa de nada.
—Sí, por supuesto.
Las mejillas salpicadas de pecas de mi madre están rojas, al igual que sus ojos. Ha estado llorando por la preocupación de que su familia le vuelva a dar la espalda.
No necesita decirme que me va a culpar si eso llega a suceder.
—Leone te amo, juro que te amo, pero a veces es tan difícil lidiar contigo y... ¡Deja de crear tantos problemas!
—Yo no creo los problemas, es tu jodida familia quien tiene la culpa de todo, yo solo...
Me congelo ante el golpe y llevo mi mano hacia mi mejilla, retrocedo un paso por instinto e intento ignorar la sensación punzante en mi pecho. Asiento de forma temblorosa y veo como mi madre también retrocede, con ojos abiertos y dejando a un lado todo rastro de molestia.
Cada segundo que pasa se siente como un golpe a mis costillas.
—Leo, cariño, lo siento mucho. Yo no debí hacer eso. Estaba enojada y con la fusión con los hoteles... Leo, lo siento. Lo siento.
Ella intenta acercarse y yo cierro los ojos, mi cuerpo espera el siguiente golpe, a pesar que mi madre jamás me ha golpeado, está sería la primera vez. Pero mi cerebro recuerda traumas pasados y reacciona igual que en otras circunstancias parecidas.
Tomo aire y las primeras lágrimas brotan de mis ojos, incluso cuando agacho la cabeza hacia un lado para ocultarlas.
—Cariño, lo siento. Te amo, no quería lastimarte.
No me amas —me recuerdo—. Nunca me has amado.
No es su culpa. ¿Por qué debería amarme? No hay nada en mí que sea especial o que valga la pena amar.
No me amas —me repito—. Nunca nadie me ha amado.
—No tienes que disculparte, está bien. Lo merecía...
—Leone no, por supuesto que no.
Pero yo no la escucho y sigo hablando.
—Fui egoísta y tienes razón, todo fue mi culpa. Lo siento, no volverá a suceder. Trataré de ser mejor. Lo lamento mucho. Mi comportamiento fue todo menos aceptable y merecía tu reacción.
Toda mala acción, merece un castigo —solía decirme mi Nana.
Termino de hablar y mi respiración es irregular. Mi voz sale tensa, frágil y húmeda. Frente a mí, mi madre sigue intentando disculparse, pero mi cerebro no entiende porque lo está haciendo, fui yo la que se equivocó y, por lo tanto, merecía un castigo.
—De verdad lo siento. Prometo ser mejor.
Seré buena. Seré buena. Seré buena.
Con la cabeza agachada salgo de la casa de mi madre, ella me llama de fondo, pero yo no me detengo.
Tienes que endurecerte, ¿entiendes? O no sobrevivirás en este mundo —fue una de las primeras cosas que me dijo mi madre después de mi adopción, con el tiempo entendí que el: o no sobrevivirás a esta familia, estaba implícito en su advertencia.
Me dirijo casi en piloto automático hacia mí apartamento y una vez que llego, cierro los ojos con fuerza, pero los recuerdos siguen ahí. No he experimentado está clase de flashback en mucho tiempo; en definitiva, he experimentado la recurrencia de malos recuerdos y también alguna que otra pesadilla de forma ocasional. Pero no así. No de esta manera. Han pasado meses desde que me sentí así.
Está noche no hay un recuerdo en concreto, solo una acumulación de los errores del pasado, de castigos y comentarios hacia mí.
Nadie te quiere, Leo. No tienes a nadie más que a mí —me solía decir mi Nana—. Llora todo lo que quieras, nadie vendrá a consolarte.
Son esos recuerdos lo que suelen desencadenar estos flashbacks emocionales.
Tú mamá no te quiere, niña tonta. Jamás te ha querido y jamás te querrá —decía mi Nana cada vez que yo miraba por la ventana esperando a alguien que no iba a venir—. Se avergüenza de ti. Igual que tu padre y abuelo, por eso te dejaron aquí conmigo a mi cargo. Nadie te quiere cerca.
Quiero gritar y decirle que se calle, pero ella no está aquí. No ha estado en mi vida por un largo tiempo. Me dejó, igual que todos los demás. Nunca nadie se queda.
¿Por qué alguien se querría quedar contigo? —me pregunta con burla mi Nana.
—Ella no está aquí —me recuerdo.
Supongo que me siento de esta manera por la última sesión con mi nueva terapeuta especializada en trauma a la que mi madre quería que vaya. Ella dijo que me ayudaría. ¿Pero la forma en que me siento ahora? Me hace dudar de querer ir a otra sección.
Ella no está aquí, solo yo, tirada en la sala de mi apartamento porque no tengo fuerzas para llegar a mi habitación.
Mi respiración está acelerada y también mis pensamientos.
—¿Hay algún problema con la energía?
Me sobresalto de forma ligera ante la pregunta y mi cerebro tarda unos segundos en procesar de quién es la voz e intento pensar porque está él aquí y como logró entrar.
—La puerta estaba abierta. Deberías tener más cuidado —explica, aunque no hice la pregunta en voz alta.
—¿No te ves bien?
—No es asunto tuyo como me vea.
—Tranquila Leona.
En otro momento, solo respiraría hondo y fingiría que él no dijo nada, pero está noche no es uno de esos momentos.
Y Emrys está aquí, su comentario enciende un interruptor dentro de mi mente, encendiendo una ira que no sabía que sentía, así que tomo lo que encuentro cerca y lo lanzo hacia un lado, pero no es suficiente. El enojo sigue ahí, todo se nubla y solo quiero lanzar todo, generar a mi alrededor el mismo caos que siento en mi interior. Solo quiero hacer algo para detener la ira y el dolor, pero no sé qué puedo hacer y eso solo me enoja más.
—¡No me digas así! Mi nombre es Leone. ¡Leone!
Volteo la mesa de café de vidrio y los pedazos estallan con fuerza contra el piso. Los fragmentos se dispersan y uno de ellos corta mi antebrazo y otro se incrusta en mi palma.
El dolor es tan bien recibido. Porque por años, el dolor fue la única constante en mi vida, y una vez que el dolor se instala dentro de mí, todo lo demás se disipa, logro respirar y darme cuenta lo que he hecho, notando la mirada de Emrys y la forma que todo a mi alrededor es un desastre.
Mierda. Mierda. Mierda.
No se supone que yo pierda el control de esta manera, al menos no frente a otra persona.
—Lo siento. Lo siento —me apresuro a decirle—. ¿Te lastimé? ¿Estás bien? No pretendía reaccionar de esa manera. Lo siento, Emrys.
—Estoy bien, no es nada, yo solo... ¿Estás bien?
—Estoy bien, muy bien —respondo—. No me miras así.
—¿Así cómo?
Las comisuras de los labios de Emrys se mueven hacia un costado, casi en una sonrisa, aunque no parece estar dedicada a mí.
—No puedes decirle nada de esto a nadie.
Se detiene de lo que está haciendo y me mira, sus ojos azules examinan la forma caída de mis hombros y mis piernas recogidas contra mi pecho, ve mis mejillas y la forma en que muerdo mi labio inferior.
Hay un cambio sutil en su expresión que me lo hubiera perdido si no estuviera viéndolo con atención.
—Me darás lo que yo quiera. ¿Verdad? Lo harás porque no quieres que diga nada. Necesitas seguir manteniendo el papel de la chica perfecta ante las cámaras.
—Nadie te creería.
Su sonrisa se hace aún más amplia.
—No necesito que me crean, mascota. Solo necesito sembrar la duda —responde—. Imagínate decir que no solo disfrutas del dolor, si no que al venir a verte pude observar... bueno esto.
Su mano se mueve de arriba abajo señalándome y de alguna manera se siente como si el estuviera señalando cada una de mis imperfecciones.
Muerdo mi labio con más fuerza.
Si él dice aquello, a quien sea, sería un problema para mí madre, uno que no necesita. Ya le he ocasionado tantos problemas con mi sola existencia, no necesita más y mucho menos después de este día.
—¿Qué quieres?
—Bien, así me gusta, obediente.
—Solo dime lo que quieres.
Quisiera poder borrar aquella sonrisa de su cara.
—Por ahora, nada, pero te lo haré saber pronto. De lo contrario, diré lo que pasó aquí.
Las manos de Emrys se mueven alrededor del lugar señalando los vidrios rotos y el desastre que he provocado.
—Bien.
—Así me gusta, que seas una mascota obediente —estira la mano y da unas palmadas en el aire sobre mi cabeza—. Nos vemos después.
Miro como se va y me levanto para dirigirme a mi habitación.
La puerta de mi habitación se cierra. ¿La he cerrado yo? No estoy segura, mi corazón late de forma acelerada y mis piernas tiemblan, no parecen ser capaces de seguir sosteniendo mi cuerpo y yo caigo de rodillas, golpeando por segunda vez mi cuerpo contra el suelo.
El control que tanto anhelo y por el cual me mantengo cuerda, se me escapa de las manos y mi mente repasa en bucle lo sucedido con Emrys y su mirada cuando me vio colapsar.
¿Cómo dejé la puerta abierta? —me cuestiono— Eso fue tan irresponsable de mi parte. Fui tan estúpida y descuidada.
Antes de detenerme a pensar y siendo impulsada por la sensación de descontrol y traumas pasados, me veo tomando mi teléfono y llamando a la agencia. Está vez, cerciorándome de que manden a alguien, y de nuevo, me dicen que si a pesar de ser una petición de último minuto y yo espero junto a la puerta de entrada.
—Buenas noches —me saluda.
Yo respondo un saludo rápido y sin necesidad de agregar nada más, lo llevo hasta mi habitación especial.
Lo escucho cerrar la puerta detrás de mí mientras me quito la bata y tomo mi posición.
—Levántate unos centímetros de tus talones, manteniendo el peso en tus piernas —me instruye y yo obedezco—. Torso recto y tus dedos de los pies contra el suelo. Bien. Muy bien.
Se detiene frente a mí y levanta mi mentón con la fusta negra que sostiene en su mano.
—Junta tus manos y extiéndelas frente a ti.
En un abrir y cerrar de ojos, llega el primer golpe contra mi piel desnuda. Es duro y contundente, antes de tener tiempo para asimilar el dolor, el siguiente golpe llega, igual de duro y agudo que el anterior y el sonido del castigo emitido de la fusta contra mi piel resuena en la habitación y yo cierro los ojos, recibiendo golpe tras golpe.
Lo siento —murmuro en mi mente—. Lo siento. Lo siento.
Me disculpo con la desesperación girando en mi mente en busca del perdón que tanto anhelo, aferrándome a cualquier cosa que pueda calmar el caos que siento por dentro. Pensando en que todo tiene una motivación, una solución y que la clave para sentirme mejor. —a pesar de lo retorcido—, es la disciplina y el castigo. Así que recibo cada golpe mientras me sigo disculpando por las cosas en las que me he equivocado.
Los golpes no se detienen hasta que mi cuerpo está en carne viva, porque solo así, podré estar tranquila, recuperando algo del control que creía perdido.
Disciplina y castigo.
—Lo siento. Lo siento. Lo siento.
Un quejido audible sale de mis labios, mi cuerpo tiembla, mi mandíbula se aprieta y lucho por soportar el dolor de cada golpe. Una fina capa de sudor ha empezado a cubrir mi frente y siento algunas gotas en la base de mi cuello y todo arde. Aunque no es suficiente. Puedo manejarlo, este es solo otro castigo, uno que necesitaba.
—Lo siento —sigo repitiendo.
Registro el chasquido antes que el dolor, se escucha como una ruptura maligna en el aire a nuestro alrededor. Estremecedora y fuerte. Luego, un dolor profundo y abrasador se extiende y recorre las venas de mi cuerpo con una fuerza tan pesada que me deja sin aliento.
No lucho contra el dolor, lo acepto y lo abrazo con mi cuerpo tenso y rígido.
—Eso será todo.
Me coloco mi bata y la cierro alrededor de mi cuerpo, el hombre moreno toma sus cosas y yo busco mi billetera para pagarle en efectivo, como siempre.
Lo guío hasta la puerta principal y él se despide de mí.
—Hasta la otra semana.
—Adiós.
Cierro la puerta y empiezo a caminar hasta mi habitación, pero me detengo ante el sonido de mi teléfono.
Número desconocido: Oh, mascota, mascota. ¿Qué haré contigo? Ven a verme a primera hora de la mañana.
"Nota de Leone: No voy a permitir que vengas aquí y digas que no te advertí sobre las consecuencias de lo nuestro. Te he mostrado una y otra vez cómo mi presencia puede alterar todo lo que toca, cómo puede destruir incluso lo más sólido y estable en el mundo".
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