5. ACUERDO Y DESACUERDO ENTRE DOS EXTRAÑOS.
The neighbourhood - Daddy issues (1:31 – 2:25)
Abro la puerta del bar y entro, caminando directamente hacia la barra y notando lo diferente que luce a la luz del día y sin nadie alrededor. No es deprimente, solo un poco melancólico.
El lugar es agradable, nada demasiado elegante, ni tampoco muy hortera. Hay luces colgando sobre el techo que caen de una forma peculiar casi creando una cortina mezclada con flores blancas. Cuadros en la pared y mesas de madera alrededor del lugar. Me gusta. Lo conocí por casualidad cuando estaba de vacaciones en mi último año de universidad y vine a visitar a mi madre.
—Son las ocho y media de la mañana—me dice Jackson, el cantinero—, el bar aún está cerrado.
Me acomodo en uno de los asientos frente a la barra de madera y golpeteo mis dedos sobre ella.
—Lo sé.
—¿Un martini de arándanos?
Levanto una ceja.
—¿Alguna vez he bebido otra cosa?
—Touché.
Se ríe y se gira para preparar mi cóctel con la pericia de llevar años haciendo aquello.
—¿No es esto malo para tus medicamentos?
—Hasta dónde sé, no eres mi doctor.
Pasó una mano por mi cabello y miro hacia la puerta esperando a alguien que no va a llegar. A alguien que no tengo derecho a esperar.
Sí fui yo la que se fue, ¿por qué estoy esperando a que él regrese?
—¿Ha venido alguien a parte de mí?
—No. Solo tú y tu agradable presencia que ilumina este lugar.
Pongo los ojos en blanco.
Coloca la bebida frente a mí y la observo con atención, como si aquí estuvieran las respuestas a todas las preguntas que tengo miedo a realizar.
—Este va por mi cuenta, como una forma de felicitarte por tu compromiso.
—¿Cómo te enteraste?
Sonríe y levanta el periódico donde está la misma imagen que estaba en esa maldita valla publicitaria.
Reprimo el impulso de golpear mi cabeza contra la barra.
—Y asumo que no es tu prometido la razón de porque vienes aquí.
—Jackson. Cállate.
—Estoy seguro que es tu amabilidad aquello que lo enamoró.
Lanzo un puñado de maní en su dirección y él se ríe mientras los intenta esquivar.
—Te cobraré eso.
—Lo sé.
Le dije a él que nos veríamos aquí, que tal vez llegaría un poco tarde porque tenía cosas que hacer y él respondió que estaría aquí esperando por mí, con un martini de arándanos porque fue lo que yo pedí la noche que nos conocimos.
Nunca llegué y me enteré, mucho tiempo después, que él esperó hasta que el lugar cerró.
Fue un cinco de julio, lo sé muy bien porque fue el día en que mi padre falleció y también, el día en que todo lo demás colapsó.
—Esa persona debe ser importante si lo estás esperando después de tanto tiempo.
Niego con la cabeza.
—No, no es eso.
Mi teléfono suena y veo que es un mensaje de mi madre diciéndome que necesita hablar conmigo.
Mi mente, como es habitual en mí, salta hacia los peores escenarios posibles. Incluso pienso en cosas que no he hecho y asumo culpas de situaciones imaginarias que vienen a mi mente.
Odio ese tipo de mensajes. ¿Qué les cuesta a las personas decir lo que quieren decir y ya?
—Toma. Quédate con el cambio.
—Siempre es bueno verte, Leone. Conduce con cuidado.
Le hago un gesto con la mano y salgo del lugar para dirigirme a mi auto y conducir hasta la casa de mi madre.
Espero que Joseph no esté ahí.
Él solía tener su propio apartamento, pero gracias a sus vicios y problemas de apuestas lo perdió y se mudó con mi madre.
Y aun así tiene el descaro de creerse mejor que yo.
—Leo, no te esperaba tan temprano. ¿Pasó algo en el trabajo?
Niego con la cabeza y me quito el abrigo.
—Me tomé la mañana, estaré ahí después del almuerzo —respondo—. No tenía mayores compromisos para este día.
—¿Está todo bien?
—Sí, pero dime, ¿de qué querías hablar conmigo?
La sonrisa desaparece del rostro de mi madre y adopta una postura más seria, me guía hasta la sala y se aleja para buscar algo. Regresa con un sobre color crema.
—Llegó esto para ti.
—¿Por qué me enviarían algo aquí?
Sé quién es o al menos la razón de porque me enviaron esto.
—Tu tío...
—No es mi tío.
—Bueno, el hermano de tu papá está organizando una ceremonia especial por el cumpleaños de tu padre y te invita. Le gustaría que estés ahí.
No puedo evitar soltar una risa que no oculta para nada la amargura que siento.
—¿De verdad?
—No vayas por él, ve por tu papá.
—A mi padre no le gustaba celebrar su cumpleaños conmigo cuando estaba vivo, ¿por qué sería diferente ahora que está muerto?
La pregunta queda flotando en el aire y ambas solo nos sostenemos la mirada por un largo e incómodo silencio.
—Eras su hija favorita, Leo. Sería bueno que estés ahí.
—No, era la "hija" que le generaba más votos. La "hija" que era buena para su campaña. Pero no era su hija, solo era buena para su imagen de buen político.
La primera vez que me sentí insuficiente fue cuando mi padre me miró a los ojos por primera vez mientras mi madre me decía que me gustaría mi nueva familia y la casa. Pero la forma en que mi padre me miraba durante todo ese discurso, me dio a entender que yo no era lo que él esperaba.
Pero ellos me escogieron —me dije—. Quieren que sea parte de su familia, todo lo demás deben ser ideas mías.
No lo eran.
No pasó mucho tiempo antes de que él lo pusiera en palabras.
—Mamá, no voy a ir y no, no me interesa lo que van a decir de mí. Me odian. No les agrado en lo más mínimo, ¿por qué debería importarme que piensan de mí?
—Bueno, has lo que quieras.
Paso una mano por mi cabello y cierro los ojos unos segundos tratando de controlar la molestia que estoy empezando a sentir para no decir algo de lo que después me pueda arrepentir.
—Lo estás diciendo en ese tono dónde obviamente no debo hacer lo que yo quiera, si no lo que tú quieres.
Con mi madre sucedió algo similar, aunque ella jamás lo verbalizó, tenía una manera interesante de hacerme sentir que no alcanzaba sus expectativas. Porque no importaba lo que yo hiciera, no podía darme más de cinco minutos de su tiempo y atención.
—Estoy segura de que se alegrarán al no verme ahí.
—Sus otros hijos van a estar.
—¡Por qué él si fue un padre para ellos! No fue lo mismo para mí, yo era su caso de caridad. ¿Ves la diferencia? Todos ellos me ven de esa manera. ¿Por qué quieres que vaya ahí a humillarme? Sabes que eso es justamente lo que harán.
Pasé toda mi infancia y adolescencia intentando alcanzar grandes logros para saber si así, podía cambiar la forma que tenían de verme. Me esforzaba intentando ser la mejor, ponía grandes expectativas sobre mí, he intentaba demostrar día a día, que era digna de ser hija de mis padres.
Sobre todo, intentaba ser digna de amor para ver si había alguien que me lo quisiera dar. Al menos un poco. Pasé tanto tiempo haciendo aquello, que me perdí a mi misma en todo ese proceso.
Las personas, el tiempo, mis sentimientos, todo se volvió algo abstracto.
—Es este fin de semana, aún tienes tiempo para pensar si asistir o no.
—Mamá, no iré. Sabes que haría cualquier cosa que me pidieras, pero esto no. Por favor, no me pidas que vaya.
Me odio por la forma en que mi voz se quiebra al final de aquella oración.
—¿No has pensando que podría ser una buena forma de sanar tu pasado? Podrías darle un cierre a esa etapa de tu vida.
Ella no tiene ni idea.
Tampoco sabe en la espiral autodestructiva en la que caí después de la muerte de mi padre. Sobre los intentos de suicidio o mis problemas alimenticios.
—Ya lo hice.
Mi madre no sabe nada de eso, porque me volví muy buena para ocultarlo.
—Está bien, Leo, es tu decisión y la respeto.
—Si cambias de opinión házmelo saber.
Evito poner los ojos en blanco y solo sigo caminando hacia la puerta.
—Bueno, mamá. Nos vemos.
—¿No te llevarás la invitación? Ni siquiera la abriste.
Miro el sobre que sostiene frente a mí antes de tomarlo y guardarlo de forma apresurada en mi cartera.
—Adiós, mamá.
—Adiós, Leo.
Voy directo a la oficina, prefiriendo enterrar mis problemas tras capas de trabajo.
Al menos aquí me pagan.
Pero la invitación para esa ceremonia sigue fastidiándome y, casi al finalizar mi jornada laboral, cuando me he quedado sin nada que hacer, al menos por hoy, abro mi cartera y saco el sobre.
—Nunca fui tu hija favorita. Ni siquiera me considerabas tu hija.
Cierro los ojos con fuerza.
Suelo decir que no me importa que él se haya ido y que se olvidara de mí, pero es mentira, en el fondo me importaba y mucho. Solía esperar de forma paciente a ver si él llamaba y me emocionaba cuando lo hacía, feliz de hablar con él, aunque sea solo para coordinar mi aparición para alguna sesión de fotos o meeting.
Me entristecía cuando dejaba de llamar, preguntándome que podía hacer para cambiar aquello o si había hecho algo mal.
Solo quería que él me amara.
—Pero nunca lo hiciste, y, aun así, todos incluso tú, tienen el descaro de decir que soy tu hija favorita.
Después de que finalizó el divorcio con mi madre, pasó un tiempo hasta que él se volvió a casar y tuvo a sus propios hijos, los cuales, si llevaban su sangre, quienes si los consideraba su familia.
Dos hijos a quienes jamás conocí más allá de un rápido saludo.
Mi padre jamás me presentó con ellos y tampoco estaba interesado en que los conozca.
—Ellos tuvieron lo que yo quería y tienen la osadía de odiarme.
Intentaron impugnar el testamento de mi padre. Su nueva esposa estaba furiosa cuando el abogado anunció la cantidad de dinero que había dejado en mi fideicomiso, el cual era mayor que el de sus hijos.
Jamás entendí la razón y jamás lo haré.
—¿Señorita Allen? Aquí hay una señora Evans pidiendo verla —anuncia la voz de mi asistente por el intercomunicador.
Me sorprendo un poco por la inesperada visita.
—Déjala pasar.
Guardo de nuevo el sobre en mi cartera y adopto la máscara que utilizo ante todos los demás.
La puerta se abre y Vanessa entra con una deslumbrante sonrisa como si viniera a decirme que gané la lotería y que nunca más tendré que preocuparme por dinero.
—Señora Evans, que gusto verla.
—Es Vanessa, no hay necesidad de formalidades ahora que seremos familia.
—Correcto.
Trato de no mostrar mi desagrado al término familia.
—Espero que no estés ocupada, porque hay un lugar que me gustaría que conozcas.
—Por supuesto, de todas maneras, ya estaba por irme. ¿Qué lugar sería ese?
Empiezo a recoger mis cosas esperando que no quiera ir a un restaurante o algo así.
—La casa de mi hijo.
—Veo.
No entiendo en si la razón, pero puedo hacerme una idea.
Una vez que tengo todo listo, caminamos hasta el ascensor para dirigirnos al estacionamiento donde ella me da la dirección del lugar para encontrarnos ahí, lo cual parece emocionarle mucho
La casa no es muy diferente al resto que hemos visto, excepto por el diseño particular de las ventanas y el azul de sus bordes. Su fachada blanca contrasta con el intenso azul del cielo y el resplandor del sol reflejado en el mar. Hay demasiadas ventanas de diferentes tamaños y techos altos, con un porche amplio y confortable donde uno se podría sentar a leer un libro disfrutando del viento fresco y el sonido del mar de fondo.
—Hermosa. ¿Verdad? Y debes ver el jardín, está lleno de plantas tropicales y flores coloridas. A él no le gustaba al inicio, pero Miranda, su prima, lo convenció y al final fue una actividad que los unió. Lauren, su hermana, también suele venir a trabajar en el jardín cuando el trabajo la está haciendo colapsar. Dice que es terapéutico.
Abre la puerta y me deja entrar primero.
La decoración es casi lo que esperaba al ver la fachada, pero una sorpresa en si al ver conocido a Emrys. El lugar evoca la serenidad y la elegancia costera, con muebles de mimbre y tonos suaves que me recuerdan la arena y el cielo. Simple, pero acogedor. Con colores cálidos dándole un ambiente relajante.
Los techos altos y las ventanas amplias dejan entrar mucha luz natural y los sonidos del mar se filtraba a través de las ventanas abiertas, creando una sinfonía constante que envuelve la casa en una atmósfera de paz y tranquilidad. Pero, sobre todo, el aire alrededor se sienta libre, fresco y salado.
—Y la vista es... Magnífica. Ven, mira por ti misma de lo que estoy hablando.
Abre unas ventanas dobles que dan hacia un pequeño balcón de madera amplio con sillones colocados en las esquinas y pequeñas lámparas naranjas en el techo.
—¿No es una vista maravillosa?
—Lo es.
El cielo es azul con nubes blancas pintadas a lo lejos y la extensión de arena blanca, la luz del sol reflejándose en el agua y las olas lamiendo las orillas es una imagen digna de observar.
Inhalo el olor a sal marina y sonrío.
El lugar no es solo una casa o un simple refugio; es un santuario para escapar del mundo y del ajetreo de la vida cotidiana.
—Podría acostumbrarme a este lugar.
—¡Lo harás! Ahora que vas a mudarte aquí. Sé que mi hijo puede ser un poco difícil de tratar, pero es una buena persona en el fondo, solo que algo desconfiado por algunas circunstancias, pero hablé con él sobre la idea de que ustedes convivan aquí antes de su boda para que se conozcan mejor y, aunque tardó un poco, al final aceptó.
Me sonríe y le devuelvo la sonrisa, por cortesía más que por otra cosa.
—Él no sabe que estamos aquí. ¿Verdad?
Niega con la cabeza.
—Pero está en camino.
Repite lo mucho que le interesa que este matrimonio funcione.
—Me gustaría que mi hijo sea feliz.
—¿Y usted cree que soy la persona adecuada para que eso suceda?
Vuelve a sonreír.
—Sí, no podría haber encontrado a alguien mejor.
Estoy segura que él no estaría de acuerdo con tal afirmación.
Y hablando del amargado de Roma.
—¡Hijo! Qué bueno verte.
—Dado que estás en mi casa, la sorpresa es mía. ¿Qué haces aquí, madre?
Vanessa lo regaña por sus malos modales y le dice que ella no lo educó así.
—Perdón por mis malos modales y mi molestia ante su visita no deseada. Obviamente es mi culpa y no de ustedes al venir a invadir mi espacio privado sin avisar.
Contengo una sonrisa.
—Invité a Leone porque quería que viera la casa en la que va a vivir.
Emrys aprieta su mandíbula y no hace ningún comentario al respecto.
—Creo que la mudanza podría ser la otra semana. ¿Te parece bien?
—Me parece perfecto —respondo.
La madre de Emrys junta sus manos sobre su pecho y tararea feliz.
A eso, le sigue un silencio algo tenso que es roto por el sonido del teléfono de Vanessa.
—Lo siento, debo irme, tu hermana me está informando que hay unos documentos que olvidé firmar. Pero tú te puedes quedar, Leone, así conversan y se van conociendo, aprovechando el tiempo.
No me da tiempo de aceptar o negar nada, porque se despide de nosotros y con una sonrisa en nuestra dirección, se marcha.
Muevo mi mirada hacia Emrys, quien está de pie en el marco del balcón, recuesta su peso contra el filo y se cruza de brazos sin mirarme.
—¿Sabes por qué te escogió mi madre? Ella cree que me puedes entender.
—¿Qué?
—Soy adoptado. Mis padres murieron en un incendio cuando tenía doce años y fui adoptado por los Walker. Y, como tú también eres adoptada, ella cree que hacemos una pareja fantástica. Dos parias que nadie más quiso, excepto, que no es así. Tú tienes una lista de donde elegir y a mí no me interesa elegir a nadie.
Me cruzo de brazos en una actitud defensiva.
¿Él es adoptado? ¿Por qué mi madre no me lo dijo? Lo más seguro es que ella no lo supiera, de lo contrario lo hubiera mencionado.
Su madre tampoco los mencionó, es más, jamás lo ha tratado como nada menos que a un hijo. Sus padres son todo lo opuesto a mis padres en ese sentido. Es otra cara de la misma moneda y lo odio.
¿Por qué él sí tuvo eso y yo no? ¿Qué lo hace mejor que yo?
—¿Te sorprendió que esa sea la razón? Entonces, dime, ¿por qué esperabas que sea? Si no hay nada especial en ti.
Se quita las gafas y saca un pañuelo negro para limpiar el cristal antes de volvérselas a poner.
—Y no somos iguales, no sé porque ella pensó que lo éramos. A mí, mi padre no me adoptó para ganar votantes y no me utilizó como cebo ante una minoría y así ganar su simpatía. Porque eso es todo lo que fuiste, una elección de campaña. Después de eso, te dejaron a un lado, ¿verdad?
No es justo que él haya tenido padres amorosos y haya sido tratado como parte de una familia.
Y, aunque no es culpa de Emrys, años y años de amargura sobre ese tema, no distinguen culpables, solo arde ante la necesidad de liberar un poco todo lo que he venido cargando.
—Tal vez, pero te equivocaste, somos más parecidos de lo que crees y lo sabes, porque puedo reconocer a una persona jodida, cuando la veo a los ojos y tú, estás tan, pero tan jodidamente roto y amargado. Todo eso debe venir de alguna parte. ¿O me equivoco? Y dado que no son problemas con tus padres adoptivos, deben ser de tu familia biológica. Déjame adivinar, ¿no eras suficiente para mamá y papá y murieron pensando aquello? Di en la diana, ¿cierto? Es justamente eso. ¿Ves? Somos más parecidos de lo que piensas.
Doy unos pasos más hacia él, quedando frente a frente, notando la diferencia de estatura entre los dos a pesar de mis zapatos de tacón alto.
Sus labios se separan un poco, pero no sale nada de ellos y la forma en que sus ojos se entrecierran, me dice que he dado justo en el clavo.
El sonido de la puerta me hace retroceder y Emrys hace lo mismo, mirando sobre su hombro para ver quién ha venido.
—¿Esperabas a alguien? —pregunto.
Niega con la cabeza, justo en el momento que su hermano cruza por la puerta.
Oh dulce karma, has llamado a mi puerta y me dices: hola, Leone, ¿acaso creíste que me había olvidado de ti?
"Nota de Emrys: Cada vez que hablas con ese sentido tan peculiar, siento que mi cordura está en juego, como si tus palabras fueran el hilo que sostiene mi mente en su lugar, y temo que un día se rompa y me pierda en la locura".
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