20. Te odio porque me haces romper mis reglas.
Marina & the Diamonds - Seventeen (0:48 - 1:57)
—¿Lo amabas? —me pregunta de pronto Emrys sacándome de mis pensamientos— ¿Amabas a mi hermano?
—Sí, lo amaba. Fue la primera relación real que tuve. Mi único novio.
Yo no tenía mucho amor que dar, no había recibido amor en mi vida y ahora que lo tenía, ¿por qué debía dar lo poco que había conseguido? No me parecía justo. Él había sido amado toda su vida, tenía tanto amor que dar y yo tan poco, ¿por qué debía darle parte del mío? No quería hacerlo, solo quería recibir su amor sin darle nada más que promesas huecas a cambio.
Pero lo amaba. A mí egoísta y jodida manera, lo amaba.
Y si, tal vez muchos dirán que eso no es amor, pero esa era justamente la definición de amor que yo tenía. Era la clase de forma de amar con la que crecí. Lo único que conocía hasta él y, una vez que fui amada por Garrett, que sentí y vislumbré una forma diferente de amor, me gustó. Lo atesoré y me asustó a partes iguales.
—¿Pensaste que te casarías con él?
Ladeo la cabeza y mis ojos van hacia el mar frente a nosotros.
—No quería casarme, pero hubo momentos donde imaginé como sería todo: la boda, mi vestido, la luna de miel y la vida después de eso, y era ahí cuando me detenía. Después de pensar en eso ya no quería seguir pensando en aquello.
Quería más y cuando lo tenía, ya no quería nada. Quería todo y cuando él me lo daba, me asustaba.
—El habló una vez de ti, no dijo exactamente tu nombre, pero ahora algunas cosas tienen sentido.
Muerdo mi labio para evitar preguntar, ¿qué dijo? Porque ya no importa, eso fue hace cinco años.
—Le mencionó a nuestra madre que había encontrado a alguien a quien podría darle el anillo. Mamá se sorprendió porque Garrett jamás había llevado a nadie a casa y ahí estaba, hablando de pedirle a mi madre el anillo que le había regalado su abuela para dárselo a esta extraña mujer que ni siquiera conocíamos. No creíamos que dicha mujer fuera real. Pero eras tú, ¿verdad? Él hablaba de ti.
No podría saberlo, lo que sí sé es que Garrett sabía que yo no quería casarme. No quería en ese momento, no ahora y, ¿después? Lo más probable es que tampoco. ¿Qué sentido tiene?
—Ya no importa, me fui y él no fue por mí.
No vales lo suficiente como para hacerlo —me grita la voz del miedo—. Por eso nadie se queda y te dejan marchar.
—¿Lo odias? —le pregunto, con la intención de desviar la conversación hacia él
—A veces.
—¿Querías que ese bebé fuera tuyo?
Me arrepiento de la pregunta un poco después de hacerla y en sí, me arrepiento de toda esta conversación porque son cosas personales de las cuales no deberíamos hablar, que no debería decirle y que él no debería escuchar con la atención que lo hace.
¿Por qué me resulta fácil hablar con él? Tengo la teoría que se debe a la forma en que nos conocimos. No había muchos otros secretos después de ese y también me vio en un momento vulnerable y no lo usó —al menos hasta ahora—, en mi contra. A eso, hay que sumarle que Emrys no me importa, y si él no me importa, por ende, tampoco lo hace su opinión, así que lo que sepa o no de mí, es irrelevante. Me da igual.
Es una teoría que he tenido por algunos días, esa y la del síndrome de Estocolmo que Jackson puso en mi cerebro.
—No —finalmente responde—. No quiero nada que pueda perder.
Ha dicho algo como eso cuando mencionó a sus padres y su accidente. Aquello debió ser muy traumático para él.
—Tenías una relación.
Se burla.
—Y mira como terminó, pero aprendí la lección.
—¿No dejar a solas a tu hermano y a tu novia?
Me mira y, para mí sorpresa, se ríe. No es algo que haga mucho y es un sonido que escucho con atención; es áspero y algo ronca, con un leve carraspeo.
Se quita los lentes y saca el pañuelo negro de su bolsillo para limpiar el cristal mientras mira hacia el horizonte.
—De hecho, sería un buen consejo. Pero, ¿es realmente sano estar cuidando algo todo el tiempo? No deberíamos vivir con el miedo a perder un amor que se supone es nuestro y mucho menos desgastándonos cuidando que alguien más no lo "robe".
—¿Sabes? A veces no eres tan idiota. De vez en cuando dices cosas que valen la pena escuchar. Es lamentable que sea algo muy escaso. ¿A qué crees que se deba? ¿Acaso te duele el cerebro al pensar?
Los colgantes en el techo del balcón se mueven y resuenan de una manera interesante.
Levanto mi vista y veo que son aves de plumas marrones y blancas, con patas y picos de color negros, y alas muy grandes.
—Son albatros. Los compré cuando fui de visita a las islas Galápagos.
—Oh, yo quisiera ir ahí. De hecho, está en mi top cinco de los lugares que me gustaría visitar. Primero quisiera ir a...
Me quedo callada cuando me doy cuenta de que sigo hablando de temas personales. ¿Por qué tengo que contarle sobre los lugares a los que quiero ir? ¡Él ni siquiera preguntó!
—¿Qué lugares?
—No importa.
Hay una razón importante por la cual me establezco mis reglas: protección. Y por eso es fundamental que las siga.
—He visitado muchos lugares —me cuenta él—, hay muchos que me gustaría volver a ver, como Viena y Escocia.
Escocia, de hecho, está en mi lista, pero no lo digo.
El sonido de mi teléfono rompe el momento y la conversación, me disculpo y me alejo para revisar el mensaje que Joseph me acaba de enviar y maldigo en mi mente.
¡Son casi las once de la noche y él quiere que vaya a verlo!
Además, hay una reunión familiar en la casa de mi madre, a la cual, obviamente no fui invitada, solo me enteré porque Lana lo mencionó cuando me llamó.
—¿Vas a salir? —me pregunta Emrys cuando me ve buscar mi abrigo en el armario.
Asiento con la cabeza.
—Joseph necesita hablar conmigo.
—Las necesidades de él no deberían importarte.
—Lo sé.
Pero he luchado por años contra ellos y ahora aprendí a elegir mis batallas, está, no es una que quiera pelear.
—La habitación aún no está lista, pero, ¿crees que vas a necesitar una sección especial cuando regreses?
La habitación que acordamos se usaría para esas secciones recién se empezó a remodelar está semana y le faltan algunos detalles, Damián Hessel, el arquitecto —quien también diseñó e hizo las remodelaciones de esta casa—dijo que estaría terminada en dos días.
—Sí —respondo.
—Bueno.
Tomo las llaves del auto y me dirijo a la puerta cuando él vuelve a hablar.
—¿Qué crees que estás haciendo?
Lo miro por encima de mi hombro.
—Te dije, iré a ver qué quiere Joseph.
—No, con las llaves de mi auto. Te recuerdo que te devolví tu auto para que dejes al mío tranquilo.
—Si, eso no va a pasar. Ahora es mi auto, lo tomaré como compensación por los daños y perjuicios que me ocasionaste al hacer que se lleven mi auto. Te recuerdo que pusiste en riesgo mi seguridad al hacerme tomar taxi o Uber.
—¡Ese auto vale tres millones de dólares!
Mueve las llaves en el aire con una descarada sonrisa.
—Y mi seguridad vale mucho más, pero aceptaré este humilde auto como compensación... Al menos hasta que se me ocurra algo más.
De hecho, no estoy bromeando, en serio me pienso quedar con el auto. Pienso sacar el máximo provecho de este compromiso.
Si tengo que soportar todo esto, no lo haré gratis.
—Leone...
—Adiós.
Salgo de la casa con una risa y me dirijo al auto.
Joseph ya me está esperando en la sala de la casa de nuestra madre cuando llego, y veo que tiene un vaso en su mano, pero por su apariencia, entiendo que no es el primer vaso de la noche, ni siquiera el segundo y dudo que se haya conformado con solo beber alcohol, debe haber consumido algo más.
Me ve y se burla, llenando hasta la mitad el vaso de cristal que sostiene con demasiada fuerza.
—Ahora que tienes a ese prometido defendiendo tu honor, ¿crees que puedes venir cuando quieres? ¿Te olvidaste acaso quién eres, maldita puta mal agradecida? Si es así tal vez debería recordártelo.
El olor fuerte a alcohol llena mi olfato y me trae malos recuerdos.
—No me digas que me llamaste para hablar sobre Emrys. ¿Celoso? No sabía que querías ser tu quien se case con él.
Lanza el vaso con fuerza contra la pared detrás de mí y parte del líquido del vaso salpica mi ropa.
El estremecimiento ante lo que acaba de hacer sale de forma involuntaria.
—Cuida tus palabras, porque él no está aquí para defenderte está vez.
—Como si se necesitará mucho para defenderme de ti. Mírate. Tan patético.
Se acerca hacia mí a pasos tambaleantes y me alejo antes de que pueda alcanzarme, eso lo enfurece y grita una maldición.
—Puta mal agradecida. ¡¿Cuantas veces tuviste que abrirle las piernas para que él haga lo que quieres?! Por qué eso es todo lo que eres y para lo ubico que sirves.
—Y, aun así, soy mil veces mejor que tú. Porque no importa lo que digas y hagas, jamás podrás ser ni una cuarta parte de lo que soy. Mírame, mira todo lo que he conseguido sola, sin la ayuda de nadie, y luego, mírate tú. ¿Quién eres? ¿Qué eres? Nada. Solo un maldito alcohólico y drogadicto que vive con su madre porque no tiene ni donde caerse muerto.
Saco mi billetera y busco unos billetes que lanzo en su dirección.
—Ahí tienes. ¿No es eso lo que quieres? Dinero para tus jodidos vicios. Recógelo. Vamos. Hazlo.
Su rostro se torna rojo, las venas en su cuello se brotan y sus ojos se abren tanto que parece que están a punto de salirse de sus corneas. Pienso que ese sería un espectáculo interesante de ver.
Da un paso en mi dirección, algo tambaleante, pero decidido.
Retrocedo, colocándome detrás de la mesa y él se abalanza y tira la mesa hacia un lado, está choca contra la repisa rompiendo algunos adornos y creando un estruendo de cosas rotas. Y esparcidas alrededor. Pero Joseph no se detiene, sigue avanzando e intentado alcanzarme.
—¡Todos nuestros jodidos problemas son tu culpa! ¡Desearía que estés muerta! Desearía que te mueras justo ahora y si no fuera por esa jodida fusión te juro que te mataría en este instante con mis propias manos.
Lanza la mesa alta junto al sofá donde se encontraba un florero y este se quiebra en cientos de miles de fragmentos cuando cae al piso.
—¡Nadie te quiere! ¡Nadie! ¿No ves que todos estaríamos mejor si tú no existieras? Eres lo peor que nos pudo pasar. Por tu culpa George se fue y dejó a mamá. Ellos hubieran estado juntos de no ser por ti. Nuestra vida seguiría siendo buena. Pero tenías que llegar y joderlo todo.
Escupe saliva mientras grita en mi dirección. Grita y farfulla de una manera que suele hacer cuando está llegando a su punto máximo de enojo y eso nunca es bueno, la última vez, terminé en el hospital con dos costillas rotas y mi muñeca fracturada.
Agradece que no fue peor —fue lo que él me dijo—. Tenía derecho a estar enojado porque George te dejó todo y a nosotros nada.
—Eres solo una...
—¿Qué está pasando aquí?
Cierro los ojos unos segundos con fuerza y cuando los vuelvo a abrir me encuentro con las hermanas de mi madre, Inez y Violet, y detrás de ellas está mi madre.
Inez camina hacia Joseph para ver si está bien.
—Ella, cómo siempre, solo viene a ocasionar problemas —le dice Joseph—. Quería hablar sobre el cumpleaños de Lana y me empezó a insultar, incluso me tiró el dinero y me llamó bastardo muerto de hambre.
—¡No fue así!
Pero, obviamente, nadie me cree, incluso aunque todos saben cómo se suele poner Joseph cuando bebe, la forma que tiene de perder el control de sus emociones y el peligro que corría al estar aquí así con él, optan por no creerme porque es lo conveniente para ellos.
—¿Cómo te atreves, niña ingrata? ¿Quién te crees que eres? —me pregunta Inez— Esto pasa por la forma en que Marjorie te crío, si hubiera sido dura contigo y te recordara cuál es tu lugar, nada de esto estaría pasando.
—No tienes por qué llamarlo bastardo, niña, te recuerdo que tú eres adoptada.
—¡No le dije nada de eso! ¡Es él quien quería pegarme! Es él quien hizo todo este desastre.
Miro a mi madre esperando que diga o haga algo, pero como siempre, no hace nada. Agacha la cabeza y mira hacia otro lado.
Por favor, mírame a mi —le pido en mi mente—, por favor, necesito que me defiendas. Necesito que al menos finjas ser mi mamá.
Solo quiero una mamá que me proteja. ¿Por qué ni siquiera puedo tener eso? ¿Por qué nada de lo que hago es suficiente para ella?
—Si hizo esto es porque tú lo provocaste —espeta Inez—. Y mírate, ya empezaste actuar como loca.
—¿Yo soy la que actúa como loca? Es él quien hizo todo esto y quién está gritando, pero, ¿yo soy la loca?
—Él es así. Si sabes cómo es, ¿por qué lo provocas?
Suelto una risa entre dientes.
—Es hombre, querrá decir. Entonces, ¿si yo fuera hombre estaría bien que grite? ¿Aceptaría que haga desastres?
—Si fueras realmente nuestra familia, si, pero no lo eres —responde Inez con esa sonrisa llena de hipocresía.
Es la misma sonrisa que tenía cuando fingía que se preocupaba por mi hasta que mi padre se fue y pudo dejar de fingir, hasta que cumplí dieciocho años y mi padre dejó de pagarle a mi madre por quedarse conmigo y, por ende, su familia me empezó a tratar peor que antes porque ya no había dinero de por medio.
—No puedes venir a esta casa y actuar de esa manera arrogante que tienes de ser, niña. Está casa no es tuya, está familia tampoco lo es. ¿Por qué seguir viniendo si nadie aquí te quiere? No eres bienvenida y ahora que estábamos volviendo hablar con tu mamá, ella entiende nuestro punto de vista. Justo como debe ser.
—Mamá...
No logro terminar la frase porque siento un nudo en mi garganta.
Por favor, no digas que ellas tienen razón. Por favor finge que te importo —le ruego en mi mente—. Por favor, prometo ser buena, pero finge que eres mi mamá porque necesito una mamá.
—Solo vete Leone, ya has hecho demasiado —es lo que dice mi madre.
Sus palabras duelen más que cualquiera golpe que Joseph pudiera haberme dado. Me quitan el aire de una forma que ni siquiera aquellas dos costillas rotas pudieron.
La sonrisa en la cara de las hermanas de mi madre y la mirada que Joseph me da, es la estocada final.
—Vete y no regreses —espeta él.
Pero lo haré, regresaré, todos esto es parte del jodido ciclo de abuso y tortura que hemos estado jugando por años.
Regresaré porque ellos necesitan que regrese, me necesitan y yo necesito la validación de mi madre, su amor. ¿Por qué? Solo quiero dejar ir está desesperación por ganarme su amor y aprobación, por ser aceptada por ella.
Ella se quedó contigo —me recuerda una voz en mi cabeza—. Nadie más se ha quedado.
—Leo... —mi madre me alcanza cuando estoy llegando a la puerta y me detiene—. Sabes que puedes regresar, ¿verdad? Está sigue siendo tu casa.
No, nunca lo fue.
Está no es mi casa. Esa no es mi familia. Ella no es mi mamá.
Son verdades que me cuesta entender y aceptar.
—Solo están molestos, se les pasará, siempre lo hacen. Sabes cómo es Joseph, especialmente cuando bebe. Deja que esté sobrio.
¿Hay alguna diferencia de cómo me trata estando borracho o sobrio? No, pero ella debe verlo, ¿verdad? A veces siento que si, que exagero y todo está en mi mente. Que la situación no es tan mala como creo. Que me estoy ahogando en un vaso con agua.
—Pero hasta que se les pase, creo que lo mejor para todos y para evitarnos este tipo de situaciones, es que no vengas al cumpleaños de Lana. Ustedes pueden celebrar aparte, estoy segura que ella aceptará. Lo entiendes, ¿ verdad, hija?
Oh, como me duele la palabra hija saliendo de sus labios.
La miro e intento entender de qué cree ella que está hecha mi piel. ¿Qué tan fuerte piensa que soy o que tan poco piensa que valgo? Es mi madre —le pagaron por años para ser justamente eso—, y, sin embargo, a veces actúa como mi enemiga, minimizando mi sentir y diciéndome que no es para tanto.
Nada de lo que yo siento, es para tanto. Siempre exagero y soy una reina del drama que quiere llamar la atención.
—Leo, lo entiendes, ¿verdad? No te tomes esto como algo personal. Ya sabes cómo Inez quiere a Joseph y como es él. No le des importancia, por favor, no hagas esto más grande de lo que realmente es.
¿Por qué me querría? —me preguntaba cuando era pequeña.
Porque soy consciente de que soy una persona difícil: difícil de amar, de entender y comprender. Simplemente difícil. La mayoría del tiempo, ni siquiera yo me entiendo o sé lo que quiero. A veces para mí es blanco y otros días es negro.
—Si, lo entiendo. Soy yo, ¿recuerdas? Yo siempre entiendo.
—Bien, me alegra escuchar eso, hija.
Por favor, deja de llamarme así, ¿no ves que me duele porque no es verdad?
—Adiós.
—Adiós, cuídate, Leo y mándame un mensaje cuando llegues a casa.
—Bien.
Pero ese es un mensaje que tardará en llegar porque yo no tengo una casa a la que ir. Nunca la he tenido.
Inhala exhala, inhala y exhala.
Me repito aquello como un mantra, una forma de aferrarme a cualquiera cosa que pueda mantenerme unida hasta llegar donde Emrys para recibir mi castigo.
Porque incluso a pesar de los años y de todo lo que he pasado y de decirme que estoy preparada para enfrentarme a ellos, estás situaciones me terminan afectando y tomando mi control con la guardia baja.
Cada vez que visito a la familia de mi madre, me doy cuenta de lo equivocada que estoy y que no tengo el control de nada.
—Necesito...
—Si, lo sé, mascota. Se exactamente lo que necesitas.
Me quito los zapatos y el abrigo, dejándolos en el armario.
—Bien.
Entro en la habitación, me quito la ropa y la cuelgo, quedando solo en ropa interior y asumo mi posición para esperar mi tan ansiado castigo.
Emrys no tarda en llegar y observo como escoge unas paletas de madera para esta sección y sonrío en mi interior ante su elección, pensando que si, él realmente sabe lo que necesito.
Y no tarda en empezar con el castigo.
—Mas fuerte —le pido, arqueándome de forma ligera por el último golpe que recibí en mi espalda.
—Que mascota tan ansiosa y demandante. ¿Tengo que recordarte como se piden las cosas?
Las pupilas sobrepasan sus iris mientras está atrapado en este momento tanto como yo, pero incluso bajo la bruma de todo esto, veo como se asegura que sea lo que realmente quiero. Entiendo. No quiero aprovecharse, no quiere que me sienta abrumada. Pero yo necesito que él vea y entienda que puedo resistir más.
—Por favor, necesito más.
Incluso aunque no me gusta hablar durante estás secciones, hago la petición en voz alta para que él entienda que las palabras confío en ti están implícitas en todo esto.
—Bien, mascota, tus deseos son órdenes para mí.
No recibo perdón por mucho que suplique, solo dolor. Dolor crudo y agudo que perfora mi piel hasta mis huesos.
Pero así es mi vida en general —pienso—, mientras el castigo continúa hasta que he tenido suficiente y él sale, dejándome sola hecha un ovillo en el suelo procesando y asimilando este dolor, y, una vez que lo hago, gateo hasta mi habitación. Entro al baño y dejo que el agua caliente golpee mi piel.
Duele.
El agua esta tan caliente y ardiente que puedo sentir cómo las partículas de agua tratan de penetrar mi piel, como si quisieran hacerla echar humo y dejándome entumecida, siendo solo dolor, piel y huesos.
Y esto está bien.
Todo está bien.
Porque ya no siento absolutamente nada.
"Nota de Emrys: Cada día se convierte en una batalla, una lucha constante contra mis propios demonios, alimentada por la agonía de tus recuerdos que me persiguen sin piedad. Cada día que pasa, me encuentro luchando contra una marea interminable de emociones turbulentas que me quieren llevar de regreso hacia ti".
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