11. Los viejos hábitos tardan en morir.

Morat - No Hay Más Que Hablar (1:30 - 2:57)

Emrys.

Hay algunas cosas que empiezo a notar sobre Leone, lo último que noté de ella, es que le gusta hornear. Mucho. La mayoría de las veces lo hace en la madrugada, por qué, al igual que yo, Leone parece ser un ave nocturna y está muy activa durante la noche, tiempo que utiliza para trabajar, leer o hacer su pasatiempo favorito que es hornear.

¿Qué haces con todas las cosas que horneas? —le pregunté una mañana, pero ella no respondió.

Sí, también he notado aquel detalle, que le gusta hornear, pero que jamás come nada de lo que prepara.

—¿Qué día tienes tus sesiones especiales?

La veo tensarse de forma y ligera y cuento los segundos que tarda en responder.

Cincuenta y dos segundos.

—Miércoles. De siete a nueve.

—Ese día no era miércoles.

Muerde su labio con fuerza, tanta fuerza que saca una gota de sangre.

—Esa noche fue una excepción.

Recuerdo el colapso que tuvo hace unas semanas y la forma que lucía perdida y asustada por lo que había hecho, por su pérdida de control.

Hago un gesto con la mano.

—¿Tienes muchas excepciones?

—No es asunto tuyo.

Me acerco donde ella está y estiro mi mano con la intención de tomar una galleta —que huelen y lucen deliciosas—, es algo que intento hacer cada vez que la veo horneando algo, pero al igual que las otras veces, Leone golpea mi mano y la aparta.

¿Qué hace ella con tantos postres? ¿Se los come en algún otro lado? Hornea casi todos los días, una gran cantidad y variedad de dulces, pero jamás la veo probar nada.

—Solo es una galleta.

—Son para mí hermana.

Hornea mucho para su hermana, también me he dado cuenta que, de toda su familia, es con la única que tiene sonrisas genuinas y disfruta hablar.

—Solo es una galleta —repito.

Termina de guardar todo en bandejas y antes de cerrar la tapa toma dos galletas y las extiende frente a mí.

—Solo quería una.

—Si te doy una galleta quedarían diecinueve. Eso es un número impar. No me gustan los números impares. Jamás cocino o como nada en números impares —guarda silencio un momento donde parece reflexionar sobre aquello—. De hecho, no hago nada en números impares.

La galleta se queda a medio camino de mi boca.

—¿Qué?

—Lo que escuchaste.

—¿Por qué?

—No lo sé. Ahora come tu galleta.

La miro a los ojos y le doy una mordida a la galleta y es aún mejor de lo que pensaba, sabía que sería buena por el dulce y suave aroma, pero es una delicia de sabores en mi paladar. Me hacen sentir nostalgia de la vida que perdí. A mi madre —mi madre biológica—, también le gustaba hornear. En sí, le gustaba la cocina.

Abro los ojos y termino de comer la galleta, ella está concentrada en limpiar los utensilios que ha ensuciado.

—¿Has pensando en tener una tienda de postres? Estas galletas podrían ser las mejores que he probado.

—Cuando era más joven, pero me dijeron que no se puede vivir de sueños. ¿Sabes? Una de las cosas que aprendí de ti antes de conocerte, es que no te gusta hablar, lo cual ha sido mentira. Hablas demasiado.

De hecho, no, ella, por supuesto, está exagerando. Aunque si es verdad que hablo más con ella que con otras personas.

—No me gusta hablar —respondo—, pero me gusta molestarte, mascota.

La segunda galleta desaparece en mi boca con la misma rapidez que la primera.

—¿Tocas algún instrumento? —pregunta para cambiar de tema.

—Sí, el piano. Eso es otra cosa que tenemos en común.

Ella mueve la cabeza de un lado a otro.

—No. Yo no toco el piano.

No pregunto por qué había un piano en su apartamento porque Leone acaba de utilizar ese tono que significa que no quiere hablar sobre ese tema.

Anoto en mi mente esos otros datos sobre Leone Allen: Le gusta hacer todo en números pares y no toca el piano.

Los días trascurren y sigo notando pequeñas cosas sobre ella, pero lo más importante, es que sea lo que sea que hace los miércoles, parece encender y apagar algo en ella. Me dijo que todos los miércoles, a menos que ella me diga lo contrario, tengo rotundamente prohibido molestarla. Ese día y a esa hora, ella va a su apartamento y regresa luciendo... Diferente.

—No, no puedes venir aquí, Joseph. Está no es mi casa —murmura mientras habla por teléfono—. No, a él no le gustan las visitas a esta hora y a mí no me agradas tú. Bien haz lo que quieras, ¿no es algo que siempre haces? No, no sucedió así, ella lo está exagerando. ¿Y qué te importa a ti si no fui? Era mi padre, no el tuyo. ¿Sabes qué? No tengo que darte ninguna explicación. Vete al infierno y déjame en paz.

La veo apagar el teléfono y sentarse en el sofá, con la espalda recta y la mirada perdida en algún punto lejano, rebosando de energía inquieta.

Al parecer, todo lo que había "ganado" con su sección, se acaba de perder con esa llamada.

Interesante.

Tiene esa mirada de nuevo, esa que ya he visto antes y que me mantuvo despierto pintando cuadros tratando de recrearla lo mejor que puedo. Tratando de plasmar sobre el lienzo la desolación, la soledad y la perdida de toda esperanza que sus ojos reflejan —y aun así no fue suficiente, no conseguí hacerlo—. Por eso, la necesidad de tener un cuaderno de dibujo y un lápiz, se intensifica al verla ahora y querer capturar justamente esa mirada.

—Dijiste que no se trataba en sí, sobre el control.

Parpadea, saliendo de sus pensamientos y me busca con la mirada.

—No lo es. Es sobre el castigo y la disciplina.

—Sí, pero necesitas el castigo y la disciplina cuando pierdes el control y estás semanas han sido demasiado para ti. ¿Verdad? Tantos cambios impuestos, lo que dicen los medios sobre tu ausencia en la ceremonia de tu difunto padre. Las expectativas de tu mamá. No tienes el control de nada de eso y por ese motivo, la mínima situación te pone así. Te desequilibra. Y tu mente empieza a buscar la manera de recuperar ese control, pero para eso, necesitas el castigo, porque sientes que hiciste algo mal.

Aprieta su mandíbula con fuerza y se levanta, no se doblega ante mi mirada, si no que la sostiene con él mentón levantado y se cruza de brazos, de manera defensiva.

—No soy una posesión que puedas analizar, recoger y tirar cuando te plazca.

—¿No? —le pregunto casi con burla— Porque esa no ha sido mi experiencia hasta ahora.

—Entonces, tal vez debería darte una nueva experiencia.

No confío en ella. Hay algo en Leone que me genera desconfianza, no sé si es la mirada analítica y fría, la postura distante o ese aire de superioridad que tiene cuando la he visto en su peor momento. O tal vez es justamente por eso, porque la he visto mal y también he visto la facilidad con la que pueda fingir lo contrario.

¿Cómo podría confiar en alguien así? Si ella miente con esa facilidad sobre aquel tema, ¿sobre qué otras cosas no podría mentir?

—Con cada día que pasa, mi desprecio por ti aumenta.

—Lo sé, mascota, lo puedo ver en tu mirada. Pero también se porque me odias.

Yo no la odio, simplemente no me agrada. Me molesta un poco su necesidad de ir por la vida complaciendo a su familia que claramente la desprecia. ¿Por qué mendigar amor de personas así? Es inteligente y, aun así, no ve que aquello no vale la pena.

Pero, sobre todo, la desprecio por aceptar este compromiso y no poder finalizarlo, aunque es claramente lo que quiere. Ella no quiere está boda más que yo. Y dado que mi madre dijo que si cancelaba esto dejaría de financiar las becas en la escuela de arte y su aporte en la galerías que ayuda a nuevos y jóvenes artistas, no puedo echarme para atrás, porque ahora, estoy enfocado en la fundación que espero y quiero, pueda ayudar a personas que han perdido a seres queridos y cuyos traumas por la perdida, les ha costado seguir adelante con su vida.

—¿Y por qué crees que te odio?

—Por que represento todo lo que tú querías y no pudiste tener —respondo, dando un paso más cerca de ella—. Soy adoptado igual que tú, pero tengo una familia y padres que me aman, que me tratan como a su hijo y que harían cualquier cosa por su felicidad, ¿y tú? ¿Alguna vez tuviste eso? No, solo puedes soñar con tenerlo.

Ladea la cabeza y su rostro no demuestra nada. Está en blanco e incluso cuando sonríe de forma ladeada, no puedo leer sus intenciones detrás de esa sonrisa.

—Si, debe ser fantástico tener personas leales a ti en tu familia, pero te equivocas en algo, yo si se cómo es ser amada de esa manera, no por mi familia, claro, pero me han amado y han estado dispuesto a todo por mí. Incluso creo que todavía lo están. Tal vez, debería averiguarlo.

Su sonrisa se hace aún más amplia y está vez, si puedo leer lo que esa sonrisa significa: problemas.

*******

Leone.

Me alejo para poder observar mi reflejo y terminar de arreglarme. Necesito verme deslumbrante y evito morder mi labio ante los pensamientos intrusivos que bombardean mi mente.

—¿Todo bien?

—Sí —respondo con facilidad.

Desde que tengo memoria, he sido extremadamente cuidadosa sobre aquello que siento. Tratando siempre de ocultar mis verdaderas emociones, mi verdadero yo. Aprendí desde muy joven a guardar mis pensamientos y sentimientos. Me decían que eso me protegía porque si alguien descubría mis pensamientos más íntimos, lo usaría para su beneficio y eso era algo que yo no podía permitir.

—Te ves bien, mascota. Casi no me importa que me vean contigo en público.

—¿Bien? Bien te verás tú, yo me veo perfecta.

Él se ríe.

—Lo que tú digas.

—¿No estás de acuerdo?

Se encoge de hombros.

—Da igual. ¿No tienes tú siempre la razón en todo?

—Sí y te hará bien recordarlo.

Le doy unas palmadas en su mejilla y él sostiene mi mano en el aire, entrecierro mis ojos en su dirección, viendo como saca un anillo de su bolsillo y lo coloca en el dedo anular de mi mano izquierda.

Es un anillo corte marqueta, con una banda de oro blanco, con incrustaciones de pequeños diamantes con bordes fuertes y esquinas puntiagudas. Es un corte de diseño limpio que parece maximizar el brillo del diamante central.

Es un anillo hermoso y me queda a la medida.

—Cuesta setecientos setenta mil dólares. Pensé que lo apreciarías dado que te gusta el número siete.

—¿Tú lo elegiste?

Se ríe.

—Por supuesto que no, pero, pagué por él.

—¿Es tu forma de decirme que estás pagando por mí? ¿Qué te pertenezco?

Suelta mi mano sin apartar sus ojos de los míos. Estamos tan cerca que puedo distinguir las pequeñas motas moradas en sus ojos azules.

—Si fuera a decirle al mundo que me perteneces, cosa que no me interesa hacer porque, para empezar, no te quiero... Te hubiera regalado un bonito collar.

Sonrío.

—Incluso aunque quisieras y me pusieras un collar, yo jamás sería tuya —siseo en su dirección—. Ahora vámonos, tengo entendido que no te gusta llegar tarde a ningún sitio.

Me aparto de él y tomo mi abrigo para dirigirnos hacia su auto para ir a nuestra fiesta de compromiso.

Ninguno de los dos tiene ninguna emoción o ganas de asistir aquel evento, pero, por supuesto, yo logro fingir mejor que él cuando llegamos al salón privado de uno de los hoteles de su familia.

Pongo una máscara y finjo que esto es justamente lo que quiero, no es tan difícil como las personas podrían pensar. Desde que fui adoptada, he sido muy buena deseando para mí, las cosas que mi madre desea que quiera.

Los padres de Emrys son los primeros en felicitarnos, seguidos de mi madre y Lana. Luego vienen Miranda, y unos minutos después, Lauren y un hombre que no conozco.

—Felicidades, supongo —nos dice Lauren en tono seco y sin ninguna emoción en su rostro.

—Disculpa a mi esposa, es alérgica a las muestras de afecto, eventos y personas en general —me dice el hombre que aún no sé quién es.

Muerdo mi lengua para evitar decir que se parece a Emrys en eso. En realidad, muchos de sus gestos son similares, si no supiera que él es adoptado, podrían pasar por hermanos biológicos.

—Y como veo que ella no nos va a presentar, lo haré yo mismo. Soy Alexander Basset. Un gusto y bienvenida a la familia.

—Leone Allen.

—Oh, lo sé, la familia ha hablado mucho de ti. Has sido el tema favorito de conversación entre los Walker y Evans. Algunos a favor y otros en contra, pero tranquila, sucede en todas las familias. Y con el tiempo les vas agradar.

Levanto una ceja.

—Tú aún no me agradas —le dice Emrys—. Y dudo que lo hagas.

Alexander solo se ríe y espero algún comentario de Lauren, pero no comenta nada, solo mira casi con aburrimiento a todos, aunque puedo darme cuenta que no está mirando a nadie.

—Sucede incluso en las mejores familias —agrega Alexander.

Lauren le lanza una mirada y él le sonríe, antes de disculparse con nosotros e irse hacia la mesa donde se encuentran los padres de ella.

—Si algún día nos vemos tan enamorados como tu hermana, me consideraré una mujer realizada.

—Aunque parezca difícil de creer, hubo un tiempo donde si se amaban.

Vuelvo a mirar aquella pareja que lucen más como extraños que como una pareja casada. ¿Cuántos años llevarán de casados?

—¿Y qué les sucedió?

—Cosas que no son asunto tuyo.

Estoy por poner los ojos en blanco, hasta que recuerdo dónde estoy y solo le dedico una sonrisa.

De soslayo observo a la madre de Emrys mirando en nuestra dirección, pero no es esa mirada la que llama mi atención, si no la del hombre a su lado; Garrett.

Levanta una copa en nuestra dirección, con una sonrisa que reconozco muy bien.

Muerdo mi labio debatiéndome que hacer a continuación.

—Ya regreso, iré al tocador.

No espero una respuesta y simplemente me alejo por un largo pasillo y sonrió, cuando miro por encima de mi hombro que Garrett me está siguiendo, tal y como supuse que haría.

Y antes que pueda dar un paso más, me toma del brazo y me lleva hasta un armario cuya luz es tan tenue que mis ojos tardan unos segundos en acostumbrarse.

—Tu corbata está torcida —murmuro cuando él está lo suficientemente cerca como para que pueda escuchar el suave sonido de su respiración incluso sobre el ruido de la fiesta—. ¿Puedo?

No obtengo ninguna respuesta de su parte, pero tampoco se aparta o se mueve. Permanece quieto; un brazo junto a mi cabeza con su mano apoyada en la pared detrás de mí y sus ojos azules deslizándose sobre cada detalle de mí. Desde mis zapatos, subiendo por la abertura de mi vestido hasta mis clavículas desnudas y finalmente deteniéndose en mis ojos.

Mantengo mis movientes lentos y ligeros —casi como si me estuviera acercando a un animal acorralado—, levanto mi mano y aflojo de forma suave la corbata, solo lo suficiente como para ajustarla. Aprieto el nudo y aliso la tela con la punta de mis dedos.

—Como en los viejos tiempos —tarareo.

Riesgos calculados —pienso.

Respiro profundamente, muerdo mi labio inferior y, detrás de la corbata, deslizo la yema de mi dedo entre los botones y toco su piel, antes de levantar mi mirada hacia él.

—¿Por qué él? —no pregunta, exige— Él siempre lo obtiene todo, incluso a ti. No es justo.

Niego con la cabeza.

—No me tiene.

—Te vas a casar con él, jamás quisiste hablar de matrimonio conmigo y ahora estás comprometida con mi hermano.

Sus dedos se enroscan alrededor de mi muñeca, apartando mis dedos de él y levantando mi mano en medio de los dos para mostrar el anillo de compromiso que me dio Emrys antes de venir aquí.

Los diamantes del anillo brillan incluso bajo la tenue luz del lugar.

—¿Por qué? —vuelve a preguntar.

—Por ti.

—¿Qué?

Llevo mi mano hasta su mejilla dejando que mis dedos acaricien su piel, deslizándolo por su barbilla y bajando hasta su cuello.

Cómo en los viejos tiempos.

—Cuando mi madre me habló de ese compromiso, pensé que eras tú. Pensé que era contigo y por eso acepté, solo me enteré que era él hace poco tiempo y ya era tarde para decirles que no.

—¿No te quieres casar con él?

Se inclina un poco más hacia mí.

—No, por supuesto que no. Pero mi familia necesita esa fusión. Al menos claro, que tú puedas hacer algo al respecto y evitarlo.

—Leone, no juegues conmigo.

Paso mi lengua por mis labios y muevo mi cabeza de forma lenta de un lado al otro en señal de negativa sin apartar mis ojos de los suyos.

—Sin juegos —prometo, aunque es mentira y en el fondo, Garrett lo sabe.

—Tal vez algunos juegos estarían bien, ya sabes, cómo en los viejos jodidos tiempos, dónde éramos solo tú y yo.

Nunca fuimos solo él y yo. Éramos, él, mis miedos y yo.

—Sí —murmuro.

Y entonces, él acorta la distancia entre nosotros y me besa.

"Nota de Leone: La etiqueta de "complicada" parece ser una forma sutil de describir la complejidad de mis emociones y pensamientos. Pero, ¿y si te dijera que ser "complicada" es solo una forma de protección? ¿Podrías comprender que detrás de mi aparente complejidad hay heridas que aún no han sanado?"

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