10. Creada la ley, hecha la trampa

Seafret – Drown (0:18 – 1:14)

No suelo comprar periódico en papel, no le veo el sentido a hacerlo pudiendo leer la noticia en mi tablet o teléfono, sin embargo, para esta noticia en particular, quería tener la constancia del papel. La vena masoquista que cada vez que intento cortar solo sangra y me causa dolor, me pide guardar este periódico, de la misma manera que lo he hecho con algunos otros que tenían noticias similares.

Leo lo que han dicho, el reportaje sobre la ceremonia y quiénes hablaron en ella. Veo las fotos, algunos rostros me parecen familiares, como el de los hermanos de mi padre, los hijos de él y Owen, pero hay muchos otros rostros desconocidos que intento imaginar que hacen ahí, en aquella ceremonia privada. ¿Eran sus amigos? ¿Colegas? No tengo idea porque la realidad es qué se sobre mi padre, lo mismo que él sabe sobre mí. Nada.

"La ceremonia se llevó a cabo este 26 de marzo, en conmemoración del gran político y persona, George Allen. En dicha ceremonia estuvieron sus hijos, hermanos y demás familiares. Aunque fue muy notoria la ausencia de su hija mayor, a quien él y su exesposa adoptaron cuando tenía cuatro años y a quien, el ex congresista, amaba mucho y, según fuentes cercanas, consideran que era su hija favorita".

Hay una foto mía y de mi padre ahí, es la última foto que nos tomaron. En la foto, solo estamos los dos parados en el jardín de su casa y fue tomada para una revista.

Mi teléfono suena y bajo el periódico para atender la llamada de mi madre, cerrando los ojos y preparándome para el regaño que seguro me dará.

—Hola, mamá.

Mis ojos están fijos en la imagen del periódico, perdiéndome un momento en el recuerdo de cuando esa imagen fue tomada y como mi padre y yo no cruzamos ninguna palabra.

Sin embargo, él habló de mí con alguien más, creo que era su secretario o su asistente, no estoy segura.

—Estoy segura que ya debiste haber leído la noticia sobre la ceremonia de tu padre. ¿Verdad?

—Sí.

—¿Ves? Te dije que este tipo de comentarios llegarían, ¿qué te costaba ir? Nos habríamos evitado este tipo de especulaciones. Ni siquiera tendrías que hablar con alguno de ellos, solo asistir y fingir que te importaba. ¿No crees que es lo mínimo que podías hacer? Después de todo, te recuerdo que si te adoptamos fue por él. Le debes lo que tienes y la persona que eres, Leone.

Mis dedos trazan la imagen del periódico y un pequeño suspiro se escapa de mis labios.

Supongo que debería haber esperado esto. Siempre fuiste una decepción —fueron las palabras de mi madre cuando mi padre se fue.

Las palabras resonaron en mi cabeza y me han atormentado hasta ahora, recordándome lo que significaba para mis padres.

—Lo siento, Leo. No quiero ser dura contigo, pero si me hubieras escuchado nada de esto estaría pasando.

—Lo sé, debí escucharte.

No, por supuesto que no, pero es lo que ella quiere escuchar y lo que hará que esta conversación termine lo antes posible.

—Prometo que lo haré la próxima vez.

No, tampoco es algo que haré.

—Tal vez deberías hablar con tus tíos al respecto.

—No son mis tíos, pero sí, lo haré. Los llamaré más tarde porque hoy tengo un brunch con Miranda, la prima de Emrys para hablar sobre la fiesta de compromiso. ¿Te conté que ella la está organizando? Vanessa le pidió que lo haga porque Miranda es organizadora de eventos y se suele encargar de las fiestas y ceremonias en los hoteles. Y es muy buena en su trabajo.

Eso funciona para distraer a mi madre y ella empieza hablar con entusiasmo sobre aquel asunto y yo me desconecto en mitad de todo hasta que parece que mi madre a finalizado.

—Está bien, mamá. Adiós y sí, llamaré al hermano de mi papá.

Termino la llamada y me quedo unos largos, muy largos segundos mirando a la nada.

Seguro las personas deben estar hablando de lo mal agradecida que soy, ¿no es eso lo que siempre dicen de mí? Que a pesar de que mi padre me dio todo, le di la espalda y ni siquiera quise asistir a su funeral.

Le dio comida, educación y una casa donde vivir y, ¿así le paga? —es uno de los comentarios más comunes.

—Me dio todo lo que se supone un padre le debe dar a sus hijos. Es ilógico que me pidan agradecer lo mínimo. Ni siquiera a un perro le piden que sea tan agradecido.

Cierro el periódico con fuerza y lo doblo para guardarlo en un cajón en mi armario. Dónde tengo algunos recortes y noticias similares. La mayoría de ellas son sobre el funeral al que elegí no asistir.

No estuviste en el funeral, pero si en la lectura del testamento —me dijo el hermano de mi padre—. Siempre supe que eras una interesada.

Si lo soy, lo aprendí de mi padre, ¿no me adoptó él por sus intereses políticos?

*******

Camino por el parque con mis manos en los bolsillos de mi abrigo para llegar hasta el restaurante donde quedé en verme con Emrys y su prima.

Una anciana detrás de una mesa de madera con una pañoleta morada en su cabeza y una bola de cristal de colores extraños frente a ella me llama.

—¿No te gustaría saber tu fortuna? —me pregunta.

Tiene una pila de cartas con figuras extrañas que barajea con pericia y me sonríe.

—No, gracias. No creo en nada de esto.

—¿Por qué no? No tienes nada que perder. Ni siquiera te cobraré, esto va por cuenta de la casa.

Reprimo el impulso de poner los ojos en blanco porque conozco este tipo de estafas. Ella dice eso, luego yo acepto y al final, de alguna u otra manera, tengo que pagar.

Pero la mujer debe tener unos sesenta años y bueno, este debe ser su único ingreso, así que acepto.

—Bien, está bien.

Junta sus manos con entusiasmo y me acerco un poco más hacia la mesa.

—Dame tu mano izquierda, la que va hacia tu corazón.

Extiendo mi mano hacia ella y la mujer la toma entre las suyas, trazando las líneas en mi palma con una uña larga y filuda pintada de púrpura.

Tararea mientras examina mi mano, como si realmente pudiera ver algo en ella además de líneas que no significan nada.

—Oh, mi pobre niña, has sufrido mucho en tu vida y lamentablemente, seguirás sufriendo. Hay mucho dolor y lágrimas en tu futuro.

No necesito una vidente para saber aquello.

—Mira, esto es interesante.

—¿Qué? ¿Más dolor? Vaya sorpresa.

Pone su mano sobre mi palma y me mira con pena antes de regresar su vista a mi mano y trazar unas líneas en particular.

—Son dos almas destinadas la una a la otra. Destinados a conocerse, pero no a estar juntos, porque él es tu destino, pero tú eres su perdición y condena.

—¿Qué?

A aparto mi mano de las suyas y frunzo mi ceño.

—¿De qué está hablando? Tal vez eso funcione con otros, pero no conmigo.

Me pregunto a cuántas otras personas les dirá lo mismo al día y cuántas de esas personas confiaran en su palabra.

—Deberías tener cuidado con las mentiras que estás diciendo o que estás dispuesta a decir, tienen un peso muy caro y al final no podrás pagarlo.

—Sabe que eso es muy genérico. Podría estar hablando de la vida de cualquiera. ¿Sabe a cuántas personas en este parque le quedarían esas palabras? ¿Y en serio espera que confíe en lo que me dice?

La mujer sonríe.

—Solo dígame cuánto le debo.

—Nada, te lo dije. Esto corre por cuenta de la casa.

La miro con los ojos entre cerrados y la mujer solo me sonríe mientras vuelve a barajar las cartas.

Guardo mis manos en los bolsillos de mi abrigo y le doy una última mirada antes de alejarme.

—Él es tu destino, pero tú eres su perdición y condena —repito—. Vaya patrañas.

Cruzo la calle para llegar hasta el restaurante, en mi mente aún siguen dando vueltas las palabras de aquella mujer e intento apartar aquello de mis pensamientos.

Al entrar al restaurante me llevan hasta la terraza donde Emrys ya está sentado en una mesa, con sus lentes de marco oscuro y cuyo cristal se ha oscurecido para protegerlo del sol.

—No digas nada. Estoy puntual.

Le enseño la hora en el reloj que tengo en mi muñeca antes de tomar asiento.

—No he dicho nada, mascota. Es tu conciencia la que te pide que des explicaciones.

La vista desde aquí es maravillosa.

En sí, es una mañana muy hermosa, es una pena desperdiciarla en compañía de Emrys.

—¿No crees que tú y yo deberíamos conocernos un poco más? —le pregunto.

—No.

Sí, esa es la respuesta que esperaba de su parte.

—No me gusta que me hagan preguntas personales.

Agrega un poco después.

—Bien. ¿Cuál es tu segundo nombre?

Me mira por encima de sus lentes.

—¿Qué?

—Dijiste que no te gusta que te hagan preguntas personales, esa no es una pregunta personal.

—No tengo un segundo nombre —responde—. ¿Y tú?

Reprimo la sonrisa en mi cara al escuchar su pregunta. Es un avance que él no se cierre enseguida.

—Tampoco tengo un segundo nombre. Es algo que tenemos en común y creo que es lo único. Pero como sea, ¿cuántos años tienes? Se que eres el mayor, pero no sé tu edad.

—Tengo treinta y tres, y antes que lo preguntes mi cumpleaños es el veintisiete de octubre.

—¡Eres siete años mayor que yo! Dioses, no puedo creer que mi madre haya aceptado que me case con un anciano. Sin ofender.

Tomo un sorbo de agua asimilando la nueva información.

—Eres demasiado mayor para mí. ¡Siete años mayor! ¿Qué te debo regalar para tu cumpleaños? ¿Un bastón? Ahora entiendo mejor tu actitud.

—Tienes veintiséis y no vengas actuar como una virgen inocente, porque de eso nada. De los dos, soy yo quien debería preocuparse dadas tus actividades secretas. Es más, si uno de los dos va a salir con traumas soy yo, ¿sabes lo que fue para mí llegar a tu apartamento para hablar y en su lugar tener que vivir aquella escena? Fue un trauma que me costará mucha terapia. Debes saber que tengo pesadillas sobre aquello.

Es la primera vez que habla de forma directa sobre esa noche.

—Oh, no, no vengas hacerte el inocente conmigo. Te vi, ¿recuerdas? Y por la forma en que actuaste, la destreza con la fusta, ese no fue tu primer rodeo. En lo más mínimo. Sabías dónde y cómo golpear, sabías lo que estabas haciendo. Pero, sobre todo, te gustó. Y mucho.

Coloco mis codos sobre la mesa y apoyo mi mentón en mis manos, inclinado mi cuerpo hacia adelante.

—Dime, ¿piensas en mi ahí de rodillas ante ti? ¿Recuerdas la forma en que mi cuerpo reaccionaba ante cada golpe? Vamos, dime, dime si piensas en mí. Si recuerdas la forma que la fusta se marcaba en mi piel. El sonido de mi voz.

Se quita los lentes y me sostiene la mirada.

—En lo más mínimo. No pierdo mi tiempo pensando en ti.

Me río y retiro mi cuerpo hacia atrás, recostado mi espalda contra la silla.

—Mentir es un pecado. ¿Lo sabías?

—Y, ¿qué vas hacer? ¿Castigarme? Ambos sabemos que prefieres ser castigada a castigar.

—Tal vez, pero por ti, podría hacer una excepción.

No, por supuesto que no y él lo sabe por la mirada que me da.

—Eres diferente —murmura—. Cuando te conocí pensé que tú rostro estaba tallado en mármol. Casi sin expresiones, fría y distante. Aún lo eres, solo que... Diferente.

—Me has visto en mi peor momento y conoces mi peor secreto, ¿por qué debería hacer el esfuerzo de fingir y usar una máscara frente a ti? No es como si tuviera algo que ocultar o que me importes lo suficiente como para hacerlo. Es cansado, ¿sabes? Y si tengo la oportunidad de evitarlo, lo hago.

Detenemos nuestra conversación cuando vemos que Miranda se acerca y ambos nos enderezamos y fingimos que estábamos hablando del clima.

—Buenos días, lamento la demora, pero el tráfico era terrible. Lo bueno es que ya estoy aquí.

Se quita las gafas y las deja sobre la mesa encima de una carpeta que acaba de colocar ahí.

Se sienta e ignora de forma magistral el mal humor de su primo.

—¿Cómo están?

—Aun respiro —responde Emrys—, es decir mal. Y dado que estamos aquí para hablar sobre mi fiesta de compromiso con ella, la vida no me aguarda más que dolor y sufrimiento.

Es la edad —me recuerdo.

Un camarero muy amable toma nuestra orden y debo hacer un gran esfuerzo para pedir algo ligero para no llamar la atención sobre mi falta de apetito, pero aun así, incluso aunque tendré que dar explicaciones, no puedo dejar que se vaya sin hacerle una petición.

—Que la fruta no se mezcle en lo absoluto —le pido al camarero—, y que todo esté en números pares, por favor.

—¿Perdón?

—Números pares. Es decir 18 pedazos de fresas, cuatro panqueques. Números pares. No suena tan difícil de entender.

¿Acaso las personas no saben contar? Me frustra un poco cuando debo aclarar aquello y más aún, las preguntas que vienen después del porqué de querer comer solo en números pares.

Y si supieran que esa no es la peor de mis manías.

—Sí, lo siento. Solo números pares. Entendido.

El hombre se va algo confundido por mi petición y me preparo para las preguntas que vendrán por parte de Miranda y Emrys, pero no llegan y ellos no parecen extrañados por mis hábitos.

Les doy una mirada de soslayo y Miranda parece captar mi incomodidad y hace un gesto con la mano para restarle importancia a la situación.

—Oh, tranquila. Estamos acostumbrados a las "excentricidades" como dice mi tía Vanessa. Em, tuvo una época donde solo podía comer comidas de un solo color.

—Los colores de las comidas a veces suelen saturarme —explica Emrys—, más aún cuando estoy trabajando en algún cuadro con colores en específico.

—Si, ya te dijimos que lo entendemos totalmente, no hay necesidad de ponerse a la defensiva —murmura Miranda en tono pausado, como si le estuviera explicando algo a un niño de cinco años—. Y yo estoy contigo en no querer que la comida se toque o se mezcle. Pero, aunque no lo fuera, son tus gustos y hábitos, no tendría por qué comentar sobre aquello.

No sé cómo se supone debo reaccionar o si debo decir algo porque la compresión ante mis hábitos jamás fue bien vista.

Pero no es solo eso, la razón principal de que no me gusta comer en restaurante o algún otro evento, es que tengo la necesidad de cepillar mis dientes cada vez que consumo algún alimento. Antes también lo hacía con las bebidas, pero logré "superar" ese hábito. Aunque no del todo porque en mis días malos aún sale a flote.

A diferencia de mis otros hábitos, de ese, si conozco la raíz y viene del tiempo que pasé con mi padre.

Al parecer mi padre estaba teniendo un mal día aquella vez, y verme a mí comiendo galletas con chispas de chocolate, no le pareció algo digno de una Allen, así que me arrastró por mi oreja hacia la casa, apretando con demasiada fuerza la carne cuando más lloraba, hasta que llegamos al baño de mi habitación.

Tienes ocho años, compórtate como tal —me regañó.

Tomó mi cepillo de dientes morado y lo clavó en mi boca sin siquiera una advertencia y lavó mis dientes hasta que mis encías empezaron a sangrar, ignorando el sonido de mi voz rogándole que se detenga mientras el llenaba mi cabeza de palabras viles y cueles.

—¿Leone? ¿Estás bien? —la voz de Miranda me regresa al aquí y ahora.

Sonrío.

—Sí, solo estaba pensando algo del trabajo.

Los ojos azules de Emrys están fijos en mí.

—Bueno.

El camarero regresa con nuestro desayuno y a mí se me revuelve el estómago.

Porque desde aquel incidente con mi padre, por miedo a que aquello sucediera de nuevo y evitando sufrir aquella tortura otra vez, suelo cepillar mis dientes cada vez que como.

—Ahora bien, hablemos de la fiesta de compromiso —empieza Miranda—. Quiero que los colores sean igual o con tonalidades similares a los que se utilizarán en su boda. Tenía pensado usar tonos más claros en la fiesta de compromiso y más oscuros en la boda. ¿Tienen alguna preferencia?

—Lo dejo a tu elección —respondo.

El rostro de Miranda se ilumina y empieza hablar sobre tonalidades, telas, luces y ambientación.

Miro de reojo a Emrys que parece estar pensando si clavarse el cuchillo en su mano solo para dejar de escuchar a su prima, por un par de segundos creo que en serio lo va hacer.

—Tía Vanessa dijo que la familia de tu mamá es grande. ¿Irán todos? ¿Y sobre la familia de tu papá?

Me tenso y muerdo mi labio inferior.

A parte de mi madre, Lana y Joseph —solo porque le conviene—, nadie más de la familia asistirá.

—Leone no se lleva bien con su familia —responde Emrys—, deja el tema ahí.

—Sí, por supuesto y lo siento. Continuemos con otro tema. ¿Ya eligieron anillos de compromiso?

Niego con la cabeza.

—Ella quiere el anillo más caro que puedas comprar. Dijo que no va aceptar menos que eso.

—Se va a casar contigo, primo, no merece menos.

Escucho de forma vaga otros detalles sobre la fiesta y la fecha que se establece, pero en sí, dejamos en manos de Miranda cualquier decisión, principalmente porque esto nos interesa en lo más mínimo.

Una vez que termino de comer, me disculpo para ir al baño, cepillo mis dientes, arreglo mi maquillaje y regreso.

—¿Te parece todo correcto o, ¿tienes algún problema? —me pregunta Miranda.

—A parte de tus claros problemas mentales, por supuesto —agrega el idiota de Emrys.

Ignoro el comentario de ese imbécil y le digo que todo me parece bien.

—Excelente.

Veo a Emrys buscar algo en su bolsillo y saca una extraña llave plateada que deja sobre la mesa.

—¿Es la llave de tu casa?

—Bromearía y te diría que es la del infierno, pero esa obviamente la tienes tú.

No tenía presente lo de la mudanza, con todo lo que ha sucedido está al final de mi lista.

Pero comento que sí, que ya estoy lista para mudarme.

Llego a mi apartamento y busco algunas cajas para guardar algunas cosas, nada realmente importante y pienso muy bien que llevarme.

Le pido a mi asistente que organice los datos de mi nuevo domicilio, pero que no sea a largo plazo porque no voy a vivir mucho tiempo ahí.

Y son cerca de las diez de la noche cuando termino de llevar las cosas hasta mi auto para conducir hasta la casa de Emrys a la cual, una vez que llego, entro con la llave que él me dio.

—Bienvenida a tu nuevo hogar, mascota —comenta desde alguna parte de la casa.

Y por su tono, entiendo que soy todo menos bienvenida.

"Nota de Emrys: Vivimos en un constante estado de incertidumbre, donde el futuro es solo una sombra borrosa en el horizonte y todo lo que podemos hacer es adivinar qué vendrá después, pero incluso en medio de esta confusión, puedo ver claramente el daño que nos hemos causado".

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