XXVII. Este vuelo va a Tokio

En una hermosa tarde colombiana, mientras el sol intenta dejar a oscuras la ciudad, en el aeropuerto anuncian la salida de un vuelo a la ciudad de Cartagena.
Alejandra: ¡Vamos, amor! ¡Ése es nuestro vuelo!
Rafael: ¡Voy por el resto de la familia!
Alejandra, con el pelo lacio, suelto encima de los hombros que tapa las tiritas de una blusa tornasolada entre rojo y naranja, unos jeans blancos que le llegan hasta unos centímetros por encima de los tobillos y unas sandalias doradas, se pone en puntas de pie fijándose para dónde tiene que caminar para encontrar la manga que la alzará a su avión, revisa en su carterita que tiene colgada del el hombro izquierdo a la cadera derecha, y encuentra su pasaje y el de su esposo. Rafael, con unos jeans, zapatos deportivos y una camisa blanca, floja, que le tapa hasta la mitad los bolsillos del pantalón, se arregla el pelo para atrás, da media vuelta y recorre con la vista el amplio salón lleno de gente que está tras de sí.
Alejandra alista a doña Leonor, a Julieta y a Jaime: Por favor, tengan preparados sus pasajes. Doña Leonor, que se apura en sacar del enorme bolso estampado azul con flores amarillas que tapa su vestido rojo con dibujo de hojitas verdes, los pasajes de ella y de su hija. Julieta, con una pollerita de jeans, una blusita verde con botones y unas zapatillitas blancas, ayuda a su mamá, sacándose de encima del pelo suelto las gafas negras (que en ningún momento había usado) para que no se le cayeran, y busca con ella en uno de los tantos bolsillos de aquel enorme bolsón. Jaime, serio y cuidadoso, se fija desconfiado en las personas de alrededor para cerciorarse de que nadie quisiera asaltarlo, y luego se saca la mochila de la espalda y de un bolsillo toma su pasaje. Su camisa a cuadritos verde, del mismo tono de la blusita de su novia, sus jeans claros y sus zapatillas blancas, hacen que parezca hermanito de Julieta y no novio. Rafael va de un lado a otro y después de un momento regresa con expresión desesperada. Manrique, con su camiseta floreada y sus pantalones marrones, y Rosario con un palazo blanco y una blusa larga, amarilla, con un lazo en la cintura, ambos con grandes gafas de vidrios cuadrados oscuros arriba y más claros abajo, como las que se usaban hace años, que fueron compradas exclusivamente para el viaje a la playa, vienen exaltados detrás de Rafael.
Rafael: ¡Mi amor, no encuentro a tu papá!
Alejandra: ¡¿Cómo?! ¡No puede ser! ¡Tía, ¿qué no estaba con ustedes?!
Rosario: Es que fue a comprar un refresco a la tienda de al lado y ya no regresó.
Alejandra: ¿Y como hace cuánto tiempo?
Rosario: Hace pocos minuntos
Manrique: Unos veintinueve minutos, diría yo.
Alejandra: ¡Ay! ¡Dios mío! ¡Y ya hay que abordar! (Alejandra mira a Rafael y, como tomando apresuradamente la mejor decisión, se dirige a Jaime) ¡Jaime, quedan todos a su cargo! ¡Méndez y yo nos vamos a buscar a mi papá! Manrique, guíemelos por favor si no regresamos a tiempo, usted conoce todo aquí. ¡Vamos, Méndez; usted va por allá y yo por acá, y el que lo halle primero, llama al celular!
Méndez asiente con la cabeza como acatando una orden, y ya acostumbrado a hacerlo, gira inmediatamente hacia donde su esposa había indicado. Alejandra, va hacia la dirección contraria caminando velozmente y erguida, como emprendiendo una importante misión de inteligencia. Rafael no puede resistirse y gira la vista hacia ella, y olvidando por un momento su tarea, se queda admirando de atrás toda la elegancia con la que camina ella. Sonríe embobado. No puede creer que estaban regresando a aquel lugar que tanto había recordado con amor a lo largo de los meses, noche tras noche, día tras día, en los momentos tristes, en los momentos de felicidad, y hasta en la crítica hora en la que se iba a casar con otra. Recuerda el día que conoció el mar, recuerda aquel primer beso, recuerda los bailes, recuerda la Bendita duda que lo dejó totalmente perdido por ella, la recuerda dormida en la hamaca, recuerda todo lo que había soñado y se estaba cumpliendo, recuerda que prometió a su mamá trabajar duro para que ellas también pudieran disfrutar de todo eso, y así se estaba concretando y recordando repentinamente que no habría tal viaje si no encontraba a su suegro, borra su sonrisa enajenada, deja que Alejandra se pierda entre la multitud, gira y va en busca de Jorge.
Alejandra llega hasta las tiendas comerciales del aeropuerto, buscando con la vista en todos los lugares donde su papá podría haber comprado un refresco.
Alejandra: ¡Señor, por favor, qué pena! ¿No ha visto a un hombre de edad por aquí? Vestía una camisa llena de flores azules y amarillas debajo de un saco gris, y un pantalón gris de vestir. También llevaba un sombrerito gris.
Todos niegan haber visto a un hombre con esa descripción. Rafael tampoco lo encuentra, y con el celular en la mano mira la hora y ve que ya es tiempo de que el avión salga, y Alejandra no llama. De pronto sonríe porque suena su teléfono, y ve en la pantalla Dra. Maldonado llamando.
Rafael: ¡Amor, lo encontraste!
Alejandra, del otro lado: ¡No! ¿Tu tampoco?
Rafael: Tampoco.
Alejandra: Regresemos adonde el resto de la familia, tenemos que detenerlos, que no se vayan.
Rafael: ¿Y no viajaremos?
Alejandra: ¡¿Cómo crees que dejaría a mi papá aquí perdido?!
Alejandra cuelga el teléfono nerviosa. Rafael pone una expresión de decepción, y camina de regreso a la fila donde quedaron los demás. Alejandra va a toda velocidad. De pronto ve en una fila para un vuelo que sale a Tokio a un hombre canoso de vestido y sombrerito gris.
Alejandra: ¡Oh! ¡Dios mío! ¡Papá, papáaaaa!
Alejandra irrumpe en la fila, mientras recibe regaños de la gente que espera poder pasar: ¡Señora, respete su turno!
Su padre está casi por entrar a la manga. Alejandra se apresura disculpándose. De pronto ve que su padre desaparece detrás de la puerta. Alejandra llega con dificultad hasta la señorita que recibe los pasajes para dejar pasar a los pasajeros. Alejandra lee en el portanombres de la azafata de pelo recogido y labios rojos Alicia Pinzón.
Alejandra: ¡Señorita Pinzón, por favor, tiene que dejarme pasar! ¡Hay un hombre, mi papá, que entró y no va en este vuelo!
Srta. Pinzón: Disculpe señora, no puedo dejarla pasar sin que me presente su pasaje. Este vuelo va a Tokio.
Alejandra: ¡¿Mi pasaje?! ¡Usted no ha verificado ningún pasaje! ¡Por favor, verifique entre sus pasajes, hay uno que es para Cartagena de Indias!
Srta. Pinzón: Con mucho gusto señora, si me espera que pasen todos los demás pasajeros.
Alejandra, con toda la histeria propia de su personalidad, responde amenazante: Mire, señorita. Si no quiere que la denuncie con sus jefes usted me verifica esos pasajes porque me los verifica ¡ahora!
La señorita Pinzón se asusta al ver esa expresión depredadora a unos pocos centímetros de su rostro: Aguarde un momento.
Rafael llega hasta donde está su familia en la cola de la fila. Nota que su esposa no ha llegado aún. Falta un pequeño número de gente para que les toque abordar a ellos. Ahora son dos los que faltan. Rafael no quiere perder la esperanza de regresar con Alejandra al maravilloso lugar que tanto los enamoró.
Rosario: ¡Méndez, hijo! ¡¿No han hallado a Jota?!
Rafael: No, doña Rosario. ¿Alejandra no ha llegado hasta aquí?
Rosario: ¡No, no, no! ¡No me diga que también ella se ha perdido!
Rafael: Tranquila, doña Rosario. No deben tardar en llegar. Espero que regrese con don Jorge.
Rafael disca desesperadamente el número de Alejandra para ver por qué no llega. Alejandra no contesta. De pronto llegan hasta la azafata que les pide su pasaje. Jaime pasa hasta el frente para hablar con ella.
Jaime: Qué pena con usted, señorita (Jaime lee con dificultad el portanombres) López. Es que se nos ha perdido un miembro de la familia y no tardan en encontrarlo
Srta. López: Qué pena, señor. Es que llevamos retraso y ustedes son los últimos en abordar. Por favor, por qué no pasan ustedes mientras esperamos al miembro que falta.
Jaime: Es que, usted no entiende señorita. No falta uno sino dos (La azafata trata de disimular el fastidio detrás de la sonrisa forzada, y mientras Jaime ve que Rafael vuelve a alejarse del grupo, sigue hablando con la señorita)es decir, tres
Jorge está sentado al lado de un oriental, en primera clase, y como no puede entablar conversación con él, se pone los auriculares, y se admira de la cantidad de dólares que debe entrar al país por medio del turismo, que hasta orientales que ni conocen el idioma van allá para tomar vacaciones. Jorge escucha, relajado y con los ojos cerrados, una canción en un idioma, para él, ininteligible. De pronto siente unas sacudidas. Abre aturdido los ojos y ve a Alejandra que lo mira con desesperación. Se saca los auriculares.
Alejandra: ¡Papá, qué haces aquí, por Dios!
Jorge: Sabía que los hallaría pronto, hijita. ¿Ya abordaron todos?
Alejandra: ¡Papá, debemos bajar inmediatamente! ¡Este vuelo va para Tokio!
Mientras tanto Jaime sigue tratando de convencer a la señorita López que siga aguardando unos instantes. Cuando la azafata demuestra por fin que ha perdido la paciencia e informa que los pasajeros han perdido el vuelo, Leonor se acerca a responderle: ¡Qué pena con usted, pero cómo que perdimos el vuelo, señorita! ¡Usted no sabe lo que le ha costado a mi hijito y a su esposa traernos a todos hasta aquí, y en toda mi vida no he conocido el mar y no pienso permitir que se cierre esta puerta hasta que no lleguen mi hijo y su doctora con su maravilloso papá!
Manrique se acerca: Doña Leonor, no se altere, que si perdemos este vuelo vamos en el siguiente
Julieta ve llegar a Alejandra con Jorge del brazo: ¡Espere! ¡Allá vienen!
Todos ponen una expresión de alivio. La srta. López sonríe apaciguada.
Alejandra: ¡Ya, aborden! ¡Ya no falta nadie, ¿no?!
Jaime: Falta Rafael.
Todos vuelven a exclamar desesperados, invocando a Dios.
Alejandra: Ya me comuniqué con él. Está llegando. Vayan abordando, yo ya subiré con Méndez.
Todos van en fila. Leonor pide permiso y toma del brazo a Jorge como haciéndose cargo de él. Rosario y Manrique van abrazados como dos adolescentes, y Jaime y Julieta van juiciosos, tomados de las manos, para no quebrantar a Rafael que puede aparecerse en cualquier momento.
Rafael llega corriendo: ¡¿Dónde lo encontraste?! ¿Ya en el avión?
Alejandra: ¡Ay, amor! ¡Casi me mata! ¡¿Cómo te parece que la azafata ni siquiera se fijó en el pasaje que mi papá le presentó para abordar?! Y allá, tuve que subirme yo y bajarlo del avión que iba para Tokio.
Rafael: ¡Pero gracias a Dios, ¿no?! ¡Menos mal que lo bajaste del avión! ¡Porque hubiese sido peor traerlo desde la China!
Alejandra le hinca una mirada reprobadora a Rafael: ¡Japón!
Rafael: ¡Japón, verdad! ¡Ah! ¡Pero al fin de cuentas son todos igualiticos! (Rafael toma a Alejandra de la cintura y le habla con ternura) Por un momento pensé que nos perderíamos de regresar a nuestro paraíso, mi doctora. Gracias por volver a cumplirme este sueño, y también a mi familia. Y yo, porque quiero recordarla a usted exactamente como la amé en esos días no quise ir a ninguna otra ciudad costeña del país. No se habrá olvidado del vestidito aquel, ¿no?
Alejandra sonríe derretida por toda la ternura con que la mira su Méndez, y se acerca lentamente a él para besarlo, olvidando la prisa que llevan. En el mismo instante cuando estaban por unirse sus labios, la señorita López les interrumpe recordándoles que ya deben abordar. Alejandra reacciona rápidamente y se voltea tirando a Rafael de la mano, pero Rafael se queda con los labios estirados sin resignarse a haber perdido ese besito.

Mientras tanto, en una cárcel en Colombia, Rubén y Chávez entablan una conversación de reconciliación.
Chávez: No se preocupe, mi querido dáctr, que yo le ayudaré a planear desde aquí su dulce venganza.
Rubén: Basta, basta, basta Chávez. Ya las cosas que usted me ayudó a planear nos han metido aquí.
Chávez: No señor. Le recuerdo que usted fue quien me traicionó, y eso nos metió aquí.
Rubén: En todo caso, ¿quién lo mandó a usted a volver de África? Ya, ya, ya Chávez. No quiero oír sus tontos planes otra vez.
Chávez: Mis planes siempre han funcionado, mi estimado dr. Valenzuela. Cuando usted los cambió, usted mismo se condenó y me condenó a mi pero olvidando eso, yo tengo el plan perfecto para que usted pueda conseguir vengarse de ese criminal que se quedó con su bella e inteligente novia
Rubén, con su característica expresión exagerada de llanto fingido, denotando su despecho, contesta fastidiado: ¡Chávez, ya no más, por favor! ¡Mire dónde quedamos por su causa!
Chávez: Muy bien, entonces concluyo en que usted regaló a su novia a aquel delincuente. Con permiso, me voy al patio a hacer amigos.
Rubén, que en realidad estaba interesado en la venganza, detiene a Chávez: ¡Espere! Espere Chávez. Entonces dígame, ¿qué se le ocurre ahora?
Chávez: ¡Ahá! ¡Le gusta la idea a mi dáctr! ¡Pues, le tengo una sorpresa!

En CA, el dr. Bernal anuncia que en unos días más se les será presentado por fin el nuevo jefe a los vendedores, lo que provoca una intriga entre ellos.
Isabel: ¡Reunión, compañeros! (Mientras los vendedores se acercan a la Generala, ella sigua vociferando) ¡De vuelta al vasallaje, compañeros!
Rosaura: ¡Ay, debe ser de una familia conocida mía, así como lo eran los Maldonado!
Marino: ¡Claro que debe ser de una familia conocida suya, Rosaura, porque es alguien de mi familia, es decir, yo!
Ramírez: Pues, déjenme decirles, compañeros, que yo voy a ir preparando el discurso de bienvenida
Ismael: Después de todo, no habrá jefe mejor que los que perdimos
Nelson: Eso sí, don Bebé, usted manejando lo que se dice el verdadero, porque brava y todo, la doctora tenía ese don essótico para dirigir todo, y el llavecita le daba el relass que ella no manejaba.
Papeto, con expresión libidinosa: Pero si viene alguna jefa femenina, ojalá que sea bien (Papeto se interrumpe ante la mirada represiva de Rosaura cambiando su expresión a una más seria y evasiva)inteligente y tranquila, ¿no?
Álvarez, sin que casi nadie lo oiga, balbucea: Y si es un jefe, que sea tolerante como Méndez
Claudia, meneando ágilmente sus cadereas: ¡Ay, no! ¡Que sea un papacito como el novio de Ramírez, pero no mal encaminado!
Ramírez: ¡Respeto, Claudita! ¡Más respeto, por favor!
En ese momento empiezan a hablar todos juntos, mientras llega Susana. Nelson, que se percata inmediatamente de la llegada de su Yuyuba, le sonríe con una expresión turulata. Susana le guiña el ojo y se dirige a todos: Señores, por favor, el dr. Bernal los espera en la sala de juntas.
Isabel: ¡¿Cómo que en la sala de juntas?! ¡Faltan diez minutos para la hora de salida!
Marino: ¡No, si desde que el dr. Bernal tomó por su cuenta lo del comité de ventas, esto no tiene rumbo! ¡Pero cuando yo tome las riendas
Los vendedores abuchean a Marino, fastidiados de oír siempre la misma historia.

Ya es de noche cuando Alejandra, Rafael, y toda la familia van ubicándose en el hotel. Han pedido cuatro cuartos, cada uno para dos personas.
Jorge: ¡Momento, momento! ¡¿Entonces cómo quedo yo?! ¡Si Rosario va con Alberto, Alejandra con Méndez, la niña con el abogado recién recibido, yo quedo con!
Leonor abre grande los ojos mirando a Rafael, sin saber qué le preocupa más; que Julieta y Jaime queden juntos en un cuarto o que Jorge piense compartir el cuarto con
Rafael interrumpe rápidamente: ¡No, no, no, no, no, don Jorge! ¡Déjeme explicarle! ¡La niña va con mi mamá, entonces usted compartirá el cuarto, si le parece bien, con Jaime!
Alejandra: Papá, no te preocupes, que nosotros ya lo tenemos todo organizado.
Jorge: Pero a mi parece mejor que lo hagamos como en las épocas mejores, ¿por qué no pedimos solamente dos cuartos y dormimos todos los varones juntos y todas las mujeres juntas?
Rafael mira a Alejandra con expresión desesperada y le indica que no. Después de todo él pretende pasar una especie de luna de miel con su eterna novia.
Rosario, que también se desespera: ¡Jota, no! ¡Las parejas van juntas!
Jorge: ¡Entonces queda otra vez como lo que yo dije, porque la niña y el recién abogado son pareja!
Manrique: ¡Sí, pero no están casados, Jorge!
Jorge: ¡Ah! ¡Entonces, eres un sinvergüenza, Manrique! ¡Piensas dormir con mi hermanita!
Rosario: ¡Te recuerdo, Jota, que Manrique y yo sí ya estamos casados!
Rafael se apresura en agregar también, por si Jorge no recuerde: ¡Y Alejandra y yo también!
Jaime, cuyos comentarios no pueden estar ausentes ahora, agrega: Los solteros somos nosotros, y pues usted y Leonor.
Rafael abre muy grande los ojos, porque lo que Jaime había dicho parecía mucho una insinuación, y además recuerda que Jorge y Leonor, sentados uno al lado del otro en el avión, venían todo el camino conversando amenamente quién sabe de qué: ¡Ya, ya, ya! ¿Por qué no subimos las maletas a los cuartos? Allá ya nos entenderemos.
Alejandra asiente pensando que es la mejor decisión, y suben.
Jorge: Venga, Leonor. Mientras subimos le seguiré comentando por qué Cartagena es un patrimonio universal.
Leonor, complacida, le contesta: ¡Ay, don Jorge, usted siempre tan atento!
Una vez que llegaron a los cuartos del primer piso, Alejandra y Rafael ubican a cada uno en el suyo. En el 24 van Leonor y Julieta, en el 25 van Jaime y Jorge, en el 26 van Rosario y Manrique, y en el 27 van los otros dos esposos MM.
Rafael: Mi amor, ¿no te parece que es mejor que nosotros vayamos al cuarto 25 y que tu papá y Jaimito vengan al 27? (Rafael piensa que es mejor que queden Leonor y Julieta en un extremo y Jorge y Jaime y otro, porque le preocupa que estén en cuartos contiguos, es decir, demasiado cerca.)
Alejandra: ¿Pero, por qué? Amor, ¡¿qué estás pensando?!
Rafael, que no quiere que su esposa se ponga brava, pronto desiste de la propuesta, pensando que después de todo, saldrá igual: No, olvídalo mi amor. Pero ¿nos quedaremos en el cuarto esta noche?
Alejandra: Pues, yo pensaba descansar después del viaje de hoy... pero escucho propuestas.
Rafael pone cara de pícaro: Pues, ya que no venimos en viaje de negocios como la vez anterior, ¿por qué no bajamos por una buena rumba y después volvemos al cuarto y vemos qué pasa?
Alejandra, que se muestra dubitativa pero le gusta la idea, después de cortos segundos contesta: ¡Está bien, vayamos!
Alejandra sale correteando de la puerta. Rafael la mira. La ve tan cambiada. No la conocía tan relajada, tan libre de todo estrés que le pudieran provocar las situaciones de la vida, aunque sabe que en esencia es siempre la misma. Es tan bonito verla así, con una felicidad que ilumina sus vidas, y la hace a ella más bella aún. Rafael va tras de Alejandra en el pasillo, pero en el camino recuerda algo.
Rafael: ¡Espera, mi amor!
Alejandra: ¿Qué pasa?
Rafael: ¡Voy a verificar que cada quien esté en su cuarto, y que a esos dos muchachos que van a compartir el cuarto no se les ocurra extraviarse o equivocarse de habitación!
Alejandra ríe a carcajadas. Hacía rato ya notaba que Rafael estaba preocupado por su hermanita y el ladino de Jaime, y ahora se había agregado la inquietud por la mamá, que había estado hablando demasiado con Jorge. Pero Alejandra también disfruta verlo así, porque jamás pierde sus actitudes graciosas, y eso la divierte. Nota que él se puede convertir en todo un policía cuando se trata de resguardar a las mujeres de su familia. Rafael encarga a Jaime que no se aleje ni un segundo de Jorge, que podría perderse. También encarga a Leonor que vigile a la niña, y a Julieta que por nada del mundo deje sola a su mamá, que él regresará a la mañana para avisarles cuándo pueden salir del cuarto. Una vez que Rafael verificó todo y encontró a cada quien descansando o mirando televisión, vuelve hasta el pasillo donde la espera su esposa recostada en la pared, y tomándola de la cintura, la besa. Alejandra mira a ambos lados del pasillo para controlar que nadie se esté acercando, y después de confirmar que están solos, rodea el cuello con sus manos seductoras a Rafael y le da un beso cálido y provocador, y después de darle un pequeño mordisco, se detiene.
Alejandra: ¿Todo en orden? ¿Ya ordenó el toque de queda, Méndez?
Rafael: Todo, excepto una cosa.
Alejandra: ¿Cuál?
Rafael: Después de este beso, ya no sé si quiera salir de nuestra habitación.

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