XXIX. ¡Doctora!

Alejandra: ¡Despacio, papá! ¡No vayas a resbalar con esas chanclas!
Rafael: ¡Tranquila, mi amor! ¡Yo te lo cuido bien!
Jorge: ¡Ay, Méndez, la nena me trata como si yo fuera un viejo!
Alejandra: Déme, doña Leonor, ese bolso, le ayudo con él.
Leonor: No se preocupe, mijita, va bien aquí Usted ya lleva suficiente.
Julieta: ¡Ay! ¡Dése prisa, Jaime! ¡No se quede tan atrás que hay demasiada gente allá! ¡Espéreme, mamita!
Jaime: ¡Es que estas sombrillas están muy pesadas! ¡Y también todos estos bolsos suyos, Julieta!
Rosario: ¡Ay, Manrique! ¡Me da pena usar este traje de baño!
Manrique: ¡Rosarito, pero si te quedó divino!
Toda la familia va caminando a la playa. Jorge, del brazo de su yerno, con una camisa floreada, unos pantalones cortos, unas gafas negras enormes y un sombrerito, va explicando una y otra vez, como desde el día que empezaron a planear el viaje, el porqué de que Cartagena de Indias sea un patrimonio universal. Rafael se lleva unos cuantos bultos, entre bolsones con protectores solares de distintos números de filtro para los distintos tonos de piel de él y de su esposa, toallas y mudas de ropa. Un poco más atrás va Alejandra con una canasta llena de comida para el almuerzo, y al lado de ella Leonor, también con dos bolsones enormes de cosas que podrían ser útiles a parte de las propias que se llevan a la playa, con un vestido todo dibujado con frutas tropicales que termina en los tobillos en unos flecos. Algo apartados van Rosario y Manrique de la mano conversando como dos jovencitos recién enamorados, ella con un sombrero enorme que tiene atada una cinta, en cuyo moño gigante van unas flores artificiales del mismo color fucsia que su traje de baño ceñido al cuerpo que usa debajo del pareo que ata en su cintura. Un poco más alejada de ellos viene Julieta con otro bolso, exhibiendo una espalda hermosa bajo ese vestidito blanco, que deja ver adelante las tiritas del bikini que se enlazan en la nuca. Atrás de todos viene Jaime, mirándola, caminando por la arena con mucha dificultad, con su camisa a cuadritos, sus pantalones de tres cuartos floreados, sus gafas negras, pequeñas y redonditas, y su sombrerito gris. Lleva, a parte de su mochilla, dos enormes sombrillas playeras de varios colores y los bolsos de Julieta con enormes toallones para acostarse en la arena a tomar sol. Julieta está muy ansiosa. Le faltan pocos metros de caminar sobre esa alba arena para conocer por fin ese enorme mar lleno de los pececitos de colores que hacía varios meses le habría descrito su hermano por teléfono, emocionado, con el corazón galopando como el de ella ahora. Leonor también está ansiosa, pero le preocupan dos cosas; una, que los niños se vayan a perder entre la cantidad de gente que ella ve unos metros más adelante, y también le preocupa la profundidad del mar, no sea que los niños no puedan hacer pie metidos allá.
A medida que se van acercando al mar se inmiscuyen entre la muchedumbre y encuentran un lugarcito donde colocan las toallas en la arena debajo de las sombrillas. Las canastas y los bolsos caen al suelo cuando de pronto Julieta divisa un verde agua paradisíaco tan cerca de sí, y se larga a correr, alucinada por su grandeza. Leonor, preocupada por su niña, al darse cuenta, con la rapidez con que puede, la sigue. Y allá va Rafael detrás de ambas sintiendo una mezcla de sensaciones, susto por las mujeres que fácilmente se perderían, realización por haber cumplido su promesa, expectativas por la reacción que tendrán al estar tan cerca del mar, y gratitud, mucha gratitud como es propio de él, a Dios por darle a estas alturas esta satisfacción. Y detrás de los tres corre Alejandra, que va afanada pensando cómo hará para salvar de un ahogamiento a tres personas de una vez, no sin antes encargar mientras corre a Manrique y a Jaime que no se pierda Jorge, porque ya jamás lo encontrarían de extraviarse allá.
Rosario, al escuchar el pedido desesperado de Alejandra, susurra a Manrique: Cuántos años de paciencia tendrá que tener Aleja con esta gente.
Manrique levanta los ojos al cielo con expresión de ayúdeme Dios. Sabe que los años de paciencia le tocarán a él.
Julieta llega hasta la costa, y se queda obnubilada. Leonor llega tras de ella, y se coloca a su lado. Ninguna dice nada. Se quedan ambas mirando a la eternidad. Las cejas se distancian de los párpados, las pupilas se contraen y se fijan en un punto lejano, en un todo y a la vez en nada, los labios se entreabren levemente sonrientes, el corazón bombea con celeridad, el torrente sanguíneo aviva hasta la punta de los dedos, la razón se transfigura en algo ininteligible mientras el proceso del pensamiento se detiene ofuscado por la gloriosa sensación de quedar sin palabras. Rafael detiene la carrera unos metros antes y camina lentamente. Comprende subconscientemente lo que están sintiendo las dos damas que él adora, las ve enajenarse y se permite disfrutarlo. Una vez que llega a ellas y, abriendo sus brazos como alas en vuelo, pone sus manos en el hombro izquierdo de una y en el derecho de otra, y se queda observando las miradas de ellas, aún más profundas que lo que tienen en frente. Alejandra se detiene a lo lejos. No obstante la cantidad de gente, ella se siente aislada. En ese momento le viene a la mente el rostro de Rafael lleno de arena dándole gracias por llevarlo al mar en Barú. En un momento de iluminación mental se pregunta cómo es que se complicó la vida tanto por tiempo y nunca supo ser feliz, extremadamente feliz como lo era aquella familia, con algo tan sencillo. El silencio de los tres le grita a vivas voces un aprenda, Alejandra Maldonado. Entonces decide, también ella disfrutar, no la belleza del mar, sino la belleza de algo que a diferencia de él, no tenía superficie. No se atreve a dar un paso más. No quiere interrumpir la íntima contemplación de la familia. Se queda a lo lejos mirando y usando, como pocas veces, su sexto sentido para percibir lo que trae en el aire la solemnidad del momento.
Rafael se pone en el medio tomando a ambas de las manos y rompe el silencio: Venga mamita. Venga Julietica. Metan sus pies. Acerquen sus manos. Mire niña, mire esos pececitos. No tenga miedo mamita. Mire qué bonito.
Alejandra, que ve que los tres entran de la mano al agua, se vuelve a alertar y entonces se acerca. De todos modos, aunque más cerca de ellos, toma distancia.
Leonor: Mijito, gracias. Gracias por esto, porque me tiene tan orgullosa y me regala en mi vejez estas cosas.
Julieta sigue sin articular palabra. Se suelta de la mano de Rafael y se agacha a tocar. Se sienta sobre sus pantorrillas en la costa. Las olas se rompen en sus rodillas y mojan su vientre. Ella las recibe con las palmas de las manos abiertas, sintiendo con el tacto como para que ninguno de sus sentidos se pierda del espectáculo. Se moja el rostro. Repasa sus labios y percibe la sal en la punta de su lengua.
Alejandra, que sigue mirando, siente que una mano se apoya en su hombro. Gira y encuentra a Jaime mirándola con una cámara fotográfica en la mano.
Jaime: ¿Me tomaría una foto con ellos?
Alejandra: ¿Cómo nos encontró entre tanta gente?
Jaime: Vine derecho. ¿Me toma la foto?
Alejandra: Claro, Jaime. Vaya y colóquese.
Jaime se acerca. Cuando Julieta lo ve, lo toma de una mano, lo estira. Cierra sus ojos y acerca su rostro al de él.
Julieta: ¡Béseme!
Jaime, que mira a Rafael y también a Leonor esperando una reprobación, se escandaliza por el pedido de su novia: ¡¿Aquí?!
Julieta: ¡Claro, Jaime! ¡Aquí, ahora! ¡Béseme ya!
Jaime mira a Rafael. Rafael frunce el seño. Jaime se imagina el puñetazo que obtendrá de su cuñado de besarla en frente suyo. Rafael le habla con gestos, sin emitir sonido: ¡Bésela ya, hermano!
Entonces Jaime se desinhibe y se acerca a Julieta. Julieta lo amarra y lo besa totalmente apasionada. Jaime por un momento, al sentir los labios suaves de su novia y al percibir el sabor a mar en ellos, se deja envolver por el romanticismo y se relaja en el beso. La abraza y permite que su corazón palpite al ritmo de ella. En medio del beso le dice que la ama. Rafael trata de estar licencioso, pero la templanza le dura poco.
Rafael: Bueno, ya, ya. ¡Tampoco abuse, hermano!
Julieta: Jaime, cásese conmigo.
Jaime queda sin palabras. Está serio. Al rato sonríe. Al rato vuelve a estar serio. Ve el rostro de su Julietica una mirada con tanta hondura, con tanta ilusión. Contrastó esa propuesta totalmente con su ley y su orden de vida. Él, caballero y noble, estaba recibiendo de una dama propuesta de casamiento. ¿Sería eso correcto? Entonces decide olvidarse de todo prejuicio y, en nombre del amor, le da un sí. Tímido, casi mudo, pero un sí al fin.
Alejandra, desde su lugar, toma fotos una detrás de otra. Le encantó tomar el beso de los jóvenes, pero aún más le gustó documentar el rostro de Rafael mientras duraba ese beso.

Mientras tanto, los tres que quedaron, se colocan el protector solar. Rosario se queda en traje de baño para broncearse, un traje de baño de una sola pieza con una faldita que permite ver el cuerpo sólo desde los dos tercios superiores del muslo, dejando ver solamente la espalda, los hombros, y las piernas desde lejos de la raíz de los miembros. Jota, que también quiere que le tome el color, se queda con su bermuda. Manrique, sin complejos, se recuesta junto a los dos y también disfruta del sol con sus modernas gafas negras. Los tres se relajan y sin darse cuenta se dedican a encandilar a quienes se atreviesen a mirar hacia ellos. Después de varios minutos, Leonor y Julieta guiadas por Jaime, con la cámara y las ropas de la pareja que quedó, están de regreso y se acoplan.

Al mismo tiempo, en una cárcel en Colombia, Rubén y Chávez reciben una visita.
Rubén, con una mirada libidinosa recorre de cabeza a pies a Claudia, que llega vadeando los silbidos de todos los presos que sacan las manos de las rejas hacia ese pasillo que sufre los golpes de los tacones.
Chávez: ¿Ya ve, mi dáctr, que Chávez siempre tiene un as bajo la manga?
Rubén, que hace caso omiso a lo que dice Chávez y espera ansioso que el policía abra las rejas para poder dar a Claudita con las manos el saludo que merece.
Chávez: Esta niña es nuestro pase a la dulce venganza.
Claudita, que entra moviendo su figura como una lagartija en cámara lenta, inclinando para adelante su forma de S al revés vista de perfil, estira sus labios saludando a Rubén: ¡Doctor, tanto tiempo! No pude aguantar las ganas de venir a verlo y tuve que decir que venía por un cliente. Los recuerdos no me dejaron tranquila tenía que volver a verlo.
Chávez sabe que Claudia miente, porque él mismo la había contactado, no es verdad que ella estaba intranquila por los recuerdos.
Claudia sigue: ¿Me disculpa si dije que era usted mi esposo para pasar? Es que vine de visita conyugal
A Chávez le repele la forma burda con que ella seduce. Sigue mintiendo. Él mismo la había instruido para que ella dijera ser la esposa de Rubén. En fin, es un mal necesario.
Rubén, después de tantos días de prisión y con su naturaleza cavernícola, presiona esa pequeña cintura con sus manos, con muchas ganas de descenderlas. Claudia, encantada por el jadeo de Rubén, como si hubiese alcanzado su meta, le tira con la boca estirada unos cuantos besitos.
Rubén, primitivamente susceptible, repite entre dientes: Bombón, bombón, ¡ay!
Chávez: Bien, basta de tanto cariño y hablemos. Les quiero contar del plan.

Rafael y Alejandra se quedan en el mar. Entran entre la muchedumbre, franqueando los niños con sus cubetitas y sus palitas, los jóvenes que se salpican el agua y se corretean o que juegan con sus pelotas de colores, los padres que cuidan a sus niños de las olas. Entran de la mano, con una luminosa sonrisa. Comentan lo recién vivido. Cuando el agua les llega a nivel de las costillas, se detienen. Alejandra se voltea y abraza a Rafael. Lo besa. Rafael admira su belleza dentro de la naturaleza que la rodea. El sol le da en el rostro, y con sus pupilas empequeñecidas y el reflejo del agua, sus ojos son más verdes y más profundos y sus cabellos más dorados. Combina perfectamente con el sol, el cielo y el mar. Alejandra carga un poquito de agua en sus manos y moja los hombros descubiertos de su esposo; le gusta el brillo que tienen entre las gotas de agua.
Rafael: Gracias, mi doctora.
Alejandra: No. Gracias a usted, Méndez. Usted me ha enseñado tantas cosas en tan poquito tiempo.
Rafael no pretende entender a qué se refiere ella, y mirándola ido, repite: Gracias, Alejandra. No te imaginas cuánto te amo. ¡Qué linda estás!
Alejandra toma entre sus manos el rostro de Rafael y comienza un beso. Rafael corresponde con sus manos en los rulos de ella. El beso quiere desarrollar ímpetu. Las manos de Alejandra bajan por la espalda de Rafael. Rafael se detiene en la cintura de ella. Se aprisionan hasta no dejar espacio entre sí. El beso quiere aún desarrollarse más pero es entonces donde el sentido común dice basta, y se detienen para mirarse. Rafael que se sigue preguntando si todo eso será verdad. Alejandra que se queda planeando mentalmente como niña caprichosa cómo hacer para continuar un poco más disimuladamente el beso.
Alejandra: Esta noche no sube la marea.
Rafael: ¿Y eso qué significa?
Alejandra: Significa que podremos volver.
Rafael: ¿Y los tiburones, dormirán por las noches?
Alejandra, que se desmorona de risa: Tal vez, Rafael. Pero créeme que valdrá la pena arriesgarnos.
Rafael: ¡Ni lo sueñes, Alejandra! ¡Me salvé de terminar despedazado en una carnicería, y ahora no me voy a arriesgar a terminar despedazado por pescados!
Rafael se extiende y se dispone a hacer flotar su cuerpo. Alejandra lo imita. Se toman de las manos y flotan en el mar.
Rafael: ¿Recuerdas la primera vez que entraste al mar conmigo?
Alejandra: ¡Casi me mata usted de un susto, Méndez!
Rafael: ¡Usted tuvo miedo que yo nadara hasta la otra costa sin pagarle la deuda!
Alejandra: ¡Yo tuve miedo de que usted se mate sin pagarme, que es peor!
Rafael: Usted pensó que yo no sabía nadar.
Alejandra: Usted desapareció en el agua.
Rafael: ¡Ah, mi doctora! ¡Yo puedo nadar mucho más rápido que usted!
Alejandra: ¡Jamás, Méndez! ¡Yo practiqué natación de niña y siempre obtuve medallas!
Rafael: ¡Pues yo también nado de niño, y siempre ganaba carreras!
Alejandra: Apostemos.
Rafael: ¿Y qué beneficios obtengo si gano?
Alejandra: ¡Deje de negociar, Méndez!
Rafael: Es una apuesta, ¿no?
Alejandra: Bueno, pues si usted gana, usted puede pedirme lo que quiera. Pero si gano yo, volvemos esta noche.
Rafael, con expresión lujuriosa: Con mucho respeto... ¿Lo que yo quiera, mi doctora?
Alejandra: Lo que usted quiera. ¿Qué me pedirá?
Rafael: Bueno, debo pensarlo y mejor se lo digo después.
Alejandra: A sus marcas Listos ¡Ya!
Alejandra y Rafael se baten en una carrera que ni siquiera saben dónde irá a terminar. Simplemente se divierten como niños pequeños, y compiten como si estuviese en su destino competir siempre. Rafael nada moviendo los brazos y pataleando como aprendió. Alejandra nada dando brazadas con estilo, sacando con disciplina entre cada brazada la cabeza por su derecha para establecer correctamente su respiración. Ambos van parejos, hasta que después de cierta distancia Alejandra lo mira y lo toma de sorpresa vociferando ¡Vuelta! y gira para regresar tomando ventaja. Rafael trata de alcanzarla, pero ya no puede. Finalmente, donde a Alejandra se le canta, decide que es la meta: ¡Gané, gané!
Rafael, que queda unos metros atrás, la alcanza y, dócil ante su doctora, acepta su derrota, y más que rendido, se siente complacido al ver a Alejandra tan infantilmente satisfecha. Se acerca taquipneico a ella y la abraza: Bien, doctora. Usted gana.
Alejandra cruza los dedos en la nuca de su esposo: Entonces volveremos esta noche, Méndez. Solos usted y yo, aquí, en este mismo sitio, cuando no haya ningún otro ser humano.
Rafael murmura con cara de preocupación: Y ningún tiburón.
Alejandra: Tenemos que hacer un plan, por si hay guardacostas que no quieran dejarnos venir, así como aquella vez que liberamos a las langostas.

A medida que pasa la hora, los adultos mayores se cansan del sol y tienen ganas tomarse una siesta. Se preguntan qué habrá pasado con la pareja. Leonor se preocupa. ¿Podrán hacer pie los niños en el mar?
Jorge: No se preocupe, doña Leonor. Se le habrá acabado el rollo de la cámara fotográfica y habrán ido por otro. (Jaime y Julieta se miran y ríen).
Rosario: ¡Ay Jota, no seas bobo!
Jorge: ¡Bien pudo haber pasado!
Rosario: ¿Pero no te das cuenta de que Jaime trajo la cámara? ¡Además las cámaras de ahora son más modernas! (Jorge la mira fijo, sorprendido por lo informada que está su hermana) ¡Ahora ya un rollo puede sacar hasta treinta y seis fotos! (Jaime y Julieta siguen riéndose)

En CA es hora del almuerzo.
Rosaura, con ademán primoroso: Bien, pues la nueva jefa resultó ser toda una dama. No, ole, es la mismísima que yo pensaba, casada con el hijo menor de los Echevarría. El mayor tiene una casa en Beverly Hills, ¡imagínese Generala!
Isabel, irreverente: Pues dondequiera que venga, ella es de los nuestros que ascendió como Méndez, según usted. Además, hay que ver. Una escoba nueva siempre barre bien.
Marino, con frustración, masticando su escarbadientes: Es un desastre empezando por el género.
Álvarez, tímido: Yo creo que está bien. Nos tiene en cuenta a todos.
Papeto: Está bastante bien, compañero.
Ismael: Yo sostengo que nada podrá ser mejor que lo que perdimos.
Rosaura: Habrá que comunicarles al Dandy y a Claudia la novedad. ¡Se lo perdieron! ¡Y a Jiménez, que se merece saberlo!
Isabel: El Dandy por andar por comiendo vegetal, y Claudia quién sabe dónde estará almorzando y qué cosa con quién
Ramírez saca de su cartera algunos sobres. Entrega a cada uno de sus compañeros uno con cada nombre en el dorso.
Rosaura: ¿Y esto Ramírez?
Ramírez: ¡Pues, revíselo!
Isabel: Tengo el agrado de invitarles al lanzamiento del libro Su éxito depende de sus estrategias el día ¡Ramírez! ¡Pero si va a editar su libro!
Cada uno felicita a Ramírez, excepto Marino que se queda mirándolo con expresión reprobadora, la misma cara de envidia de siempre.
Ismael: Entonces de verdad fue el prólogo de su libro lo que la ex jefa envió a su nombre hace unas semanas.
Ramírez: Así es, don Bebé. Es el prólogo escrito por ella, tal como yo se lo dije en aquella despedida el día que ella me tocó el corazón. El día que iba a dejar CA, ¿recuerdan?
Marino: Yo propongo un brindis.
Isabel: ¿Por Ramírez o por la nueva jefa?
Marino: ¡Cómo se le ocurre, Generala! Ya verá que la cabeza de esa estirada pronto rodará cuando yo demuestre su ineptitud Yo quiero brindar por la pronta llegada de mi varón Por fin mi nueva mujer está esperando un varón.

Las horas pasan. Cae la noche. Alejandra logra su cometido y se lleva a Rafael a la playa. Los demás quedan en el hotel rendidos por el cansancio, excepto Jaime y Julieta que obtuvieron permiso para recorrer la ciudad e ir a bailar. Sentados en la costa Alejandra se enlaza a Rafael y simplemente dejan pasar las horas, así, muy juntos. La playa está desolada. La brisa les despeina y mueve las palmeras con el balanceo de un vals. El sonido del mar se intensifica en la soledad de la noche. Las estrellas brillan en el cielo y en el agua. Las olas se acercan con una concertada mansedumbre pretendiendo dejarse tocar. La arena blanca contrasta con el negro brillo del cielo, entre sus ondulaciones se van borrando las huellas de los pies descalzos de la pareja que sigilosamente consiguió llegar hasta allá. El mar adquirió un color más recóndito. Las ostras ínfimas acicalan la costa como alhajas de la noche. Alejandra extiende sus piernas descubiertas sobre las de Rafael en la arena creando una miscelánea de distintos todos de un mismo color. Ambos vestidos con ropa blanca, liviana, flameante con la brisa. Rafael envuelve con sus brazos a Alejandra mientras ella le habla.
Alejandra: Recuerdo que la noche que te esperaba en Cucunubá el viento me daba así en la piel. Pero hacía mucho más frío.
A Rafael le vino el recuerdo con la misma sensación que tuvo en el momento en que ella lo besó sin que él lo esperara. Recordó la expresión de ella cuando le decía Méndez, cállese, ¿sí?. Entonces su recuerdo lo obligó a besarla. La recuerda exactamente, con la blusa, el pantalón y las botas, el cabello suelto, la cara de cansancio y los ojos enamorados. Recuerda que él se sacó el saco para ponérselo a ella, y ella le pedía abrigo.
Rafael interrumpe el beso: Yo yo la amo, doctora.
Lo dijo repitiendo las mismas palabras, transportado a otra época y en otro lugar. Lo dijo sintiendo exactamente ese desconcierto que experimentó sorprendido por el beso impulsivo de ella.
Alejandra apoya su cabeza en el pecho de Rafael. Rafael le rodea el hombro. La abriga.
Alejandra: Jamás me imaginé viviendo con usted todas estas cosas, Méndez. Yo antes creí estar enamorada, pero en realidad no sabía lo que era el amor.
Rafael: Pues yo también aprendí con usted que el amor es esto, doctora. Esto y mucho más. Es pasar todo lo que pasamos. La difícil decisión de dejarlo todo y empezar la vida en la hacienda; esa cuenta que pagamos con esfuerzo
Alejandra: La tarea de renunciarse una misma con sus defectos para erigir armonía, el pelear juntos por un proyecto
Rafael: El aceptarse aún viniendo de tan distintos hogares
Alejandra: El moderar los celos
Rafael: Los gustos totalmente opuestos que tenemos
Alejandra: En verdad, Méndez, yo no sé cómo hace usted para levantarse cada día de su vida de buen humor y contagiármelo.
Rafael: Pues, cada mañana la miro a mi lado y me siento un ganador. Como un caballero que conquistó una princesaUn poco terca, ¿no?, pero princesa al fin
Alejandra: ¡Méndez! (Alejandra le da un empujoncito de reproche, luego se queda mirándolo fijo) Pues esa tolerancia es la que yo admiro de usted, y se la agradezco.
Rafael: ¿No que se decía masoquismo?
Alejandra explota en risas: ¡Masoquismo! (Alejandra hace una pausa, y luego sigue con sus reflexiones) Usted me domesticó, como el Principito a la zorra.
Rafael: ¡No, doctora! ¡Ninguna zorra! ¡Por favor, no !
Alejandra interrumpe: ¡Méndez! Méndez, es un capítulo de un libro que leí varias veces desde muy joven. Algún día se lo daré para que se lo lea a nuestros hijos.
Rafael: ¡Doctora, qué pretende enseñar a nuestros hijos!
Alejandra ríe divertida por la cara de sorpresa de su esposo, luego sigue: Es mucho lo que ya vivimos.
Rafael: Poco, digo yo. Es mucho lo que aún nos queda por vivir
Alejandra: Ojalá que muchos, muchos años de esto
Rafael: La vejez Los hijos
Alejandra: Si Dios quiere mandárnoslos, Méndez.
Rafael: ¿No que ya había uno en su vientre desde anoche?
Alejandra: No sé. Es que venimos intentando hace muchos meses y hasta ahora nada. Fue una sensación que tuve.
Rafael: Pues ese es el sexto sentido de una mujer. Pero no se preocupe, que si no lo hay desde anoche, lo habrá desde esta noche.
Rafael empieza a besar a Alejandra con amor y pasión. Una vez más la naturaleza se confabula con ellos con todos sus elementos. La oscuridad de la noche los esconde. Las estrellas flamígeras los ven tejer su destino con cada palabra que se dicen, cada caricia que se regalan, cada mirada que se fijan. El viento les obliga a buscarse refugio en la piel. La arena les hace de lecho acogedor mientras se confunde entre su ropa y sus cabellos. El agua les pone una afable y rítmica música de fondo. Las palmeras, los caracoles y las ostras le dan a la habitación infinita los adornos de valor imposible de evaluar en cálculos humanos. Los esposos se besan en la arena enredados en mística pasión, cuando de pronto una ola más grande que las demás los sorprende empapándolos enteros. Un grito de susto, que luego se vuelve risa aliviada, los obliga a interrumpir los besos. Entonces Rafael toma de la mano a Alejandra y la estira hacia el agua, no sin antes dejar los vestidos mojados tirados en la arena, quedando sólo en trajes de baño. Finalmente el mar deja de ser un testigo más y se convierte en el escenario de un singular ballet acuático que irisa de amor todos los puntos cardinales y llega a través de la sal hasta cada costa del globo.
La noche se cansa y, ya casi al amanecer, los esposos se percatan del alba que se insinúa. Entonces se levantan cansados de la arena y retornan abrazados como dos ebrios al hotel que los espera para seguir yaciendo, inamovibles por esta noche de tanto amar.

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