XXIII. Entre Manrique y yo ya ha pasado algo
Alejandra y Rafael llegan pronto a Bogotá. Por suerte el tránsito no estuvo tan congestionado, y llegan poco antes del mediodía. Rafael se queda en casa de su madre, mientras Alejandra va a la casa de la tía Rosario para recogerla y salir a buscar los vestidos. Alejandra desea que Susanita la acompañe, pero como olvidó el celular no puede llamarla, porque tampoco la tía, con todas sus ansias, le da tiempo de entrar un segundo a la casa. Como está por ser mediodía, la tía trae unas manzanas por si a su sobrina le da hambre en el camino. Estuvo acertada, porque ya antes de salir hacia el centro comercial, Alejandra come con gusto.
Cuando llegan al centro comercial que hace mucho tiempo no visitan, las vidrieras atentan contra las dos mujeres de gusto refinado, clavándoles sus colores y sus diseños en lo más profundo de su vanidad.
Alejandra: ¡Mira, tía! ¡Qué bonita esa blusa!
Rosario: ¡Ay, Alejita! ¡Cómo me alegra que por fin puedas volver a comprarte todo lo que quieras!
Alejandra: Tía, no es tanto así. Este mes todavía estamos bastante restringidos.
Rosario: ¡Pero lo irás a recuperar todo! ¡Usa tu tarjeta de crédito!
Alejandra: Pero primero vamos a ver qué hay para ti.
Rosario: Un traje de novia no será difícil de encontrar. Pero si nada me gusta podemos comprar tela y llevarla a nuestra diseñadora, que hace tiempo no sabe de nosotras.
Alejandra: No olvides que no solo eso necesitarás. El ajuar para la noche de bodas es imprescindible.
Rosario: ¡Ay, Aleja! (la tía sonríe como avergonzada) Por cierto, Alejita, qué pena, pero necesito preguntarte, ¿fue difícil?
Alejandra: ¿Qué cosa tía?
Rosario: La noche de bodas, hija. Ya sabes. ¿No te morías de la vergüenza?
Alejandra no sabe qué contestar. Por supuesto que no sintió la más mínima vergüenza en la noche de bodas; Rafael ya conocía algo de ella y demostró sentir que Alejandra lo había encantado: Un poquito, sí tía. Pero Rafael es todo un caballero.
Rosario: Aleja, siempre pienso qué querrá hacerme Manrique. Me da pena, pero te confieso un secreto. Entre Manrique y yo ya ha pasado algo...
Alejandra: ¿De verdad tía? ¡Qué bonito! ¡Pero eso no tiene que darte pena, si eso prueba que se aman de verdad!
Rosario: Déjame contarte cómo fue.
Alejandra: Cuéntame.
Rosario: El lunes pasado, antes de que ustedes llegaran a cenar ¡Manrique me besó en la boca!
Alejandra primero se queda esperando más. Mira a su tía y ve cómo la ve a Alejandra con expectativa, esperando que dijera algo, por lo que acaba de confesar. Entonces, Alejandra, al notar que eso fue todo, ríe con ganas. Recuerda que su padre le dijo que la tía Rosario olvidó de darle las instrucciones para la noche de bodas, y ahora Alejandra se las estaba dando a la tía. ¿Qué decirle? ¿Déjate arrastrar por lo que tus ganas te pidan que hagas o desea poco, y lo que desees, deséalo poco?
Alejandra: Tía, no te preocupes. Tú puedes. Estoy segura de que Manrique será todo un caballero contigo. Tú sólo déjate llevar por (Alejandra piensa bien qué irá a decir)por el amor que sientes por él.
La tía Rosario finalmente queda satisfecha con la respuesta. Las dos damas entran a una tienda de novias. Una señorita bien vestida las atiende, les pregunta qué buscan y les invita a pasar.
Alejandra: Buscamos un traje de novia para mi tía. (Se la presenta)
Rosario: Por favor, que sea algo clásico, sencillo y muy romántico.
La tía se prueba el primer vestido que le traen. Un corsé del que sale una pollera muy ancha, llena de tela, de volados y encajes, y con una cola que tendrá unos tres metros, bordado con puntillas hasta los más recónditos ángulos. La tía se mira al espejo y se siente bonita. Alejandra la mira y concluye en que con ese vestido, la tía parece ¡una torta!
Rosario: Quizá con un bonito sombrero quedará perfecto.
Alejandra: Tía, te queda muy bonito, pero es un poco exagerado el decorado.
Entonces Rosario se prueba otro vestido. Este es un vestido más corto. Llega hasta las pantorrillas, muy ajustado al cuerpo, y está bordado con lentejuelas brillantes en toda la parte delantera, y su escote es demasiado pronunciado. A Alejandra le parece mucho menos exagerado que el anterior, pero demasiado brillante y provocativo para una novia como la tía. La tía se siente incómoda con ese escote, pero el resto le gusta.
Rosario: Tal vez quede perfecto con un sombrero blanco y un tul que caiga de él, y un saquito que se prenda desde aquí. (Le señala huequito de arriba del esternón)
Alejandra: Tía, es bonito pero tiene demasiado brillo para una boda que será de día, y es muy ajustado. No podrás estar cómoda.
El tercer vestido que se prueba le llega hasta los tobillos. No es perfectamente blanco, sino de un color marfil. Arriba tiene un canesú entallado del que para arriba sale un escote en V, y para abajo cuelga una gasa con muy poco vuelo, pero que tampoco se ajusta a su figura con exceso. Las mangas son pequeñas y ajustadas al antebrazo, desde el muñón del hombro hasta unos cuatro centímetros por debajo del hueco axilar. Tiene pequeñas rositas hechas de cinta en todo el escote y también en el límite entre el canesú y la gasa que se cuelga de él. Rosario se mira al espejo y le encanta ese vestido, pero según ella le falta un lindo sombrero. A Alejandra también le gusta ese vestido.
Rosario: Es perfecto. Me quedo con este, pero debemos buscarle un sombrero con florcillas y tul.
Alejandra: Tía, es hermoso, es perfecto, pero con un buen peinado y unos arreglos en el cabello quedarás bien bonita. ¿Para qué quieres un sombrero?
Rosario: Pero me gustaría tener un sombrero.
Alejandra: ¿Pero por qué?
Rosario: Porque desde los quince años sueño con casarme con un sombrero pequeño del que salga un bonito tul que me cubra el rostro, y que mi novio me lo descubra y me bese cuando el cura lo permita.
Alejandra se enternece con Rosario. Le parece que es mucho más importante cumplirle el sueño de tantos años a la tía que preocuparse por la moda. Ha soñado por más de cincuenta años con algo en lo que Alejandra empezó a pensar hace poco como en una simple posibilidad, no como una necesidad imprescindible.
Después de haber elegido el traje y los zapatos de la tía, le toca a Alejandra comprarse el vestido que lucirá en el casamiento de esa noche. Después de probarse varios pensando en qué le podría gustar a su esposo, se queda con uno muy bonito, negro, largo, sencillo, sin tirantes, con un escote recto horizontalmente, suelto desde la altura de las costillas, cuyo vuelo aumenta de arriba para abajo, de una tela de mucha caída y con un poco de brillo. Como único detalle tiene una cinta plateada, ancha, que se ata hacia un costado por debajo del pecho, y cuelga hasta las caderas. A Rafael le gustará.
Después de comprar ese vestido, compran un regalo de casamiento, y luego pasan a otra tienda.
Alejandra: Tía, elegirás algo muy bonito aquí. Yo te ayudaré.
Es la tienda de lencería. Rosario se abochorna, pero Alejandra insiste en que es necesario tener algo bonito para reconquistar cada noche a la pareja y entran a buscar algo para cada una. Rosario se pregunta cómo es que Alejandra ya sabe tanto en tan poco tiempo de casada.
Después de salir de la tienda, se dan cuenta de que pasaron mucho tiempo eligiendo y comprando, que Alejandra ya debería estar en la peluquería. Como sabe que tardará un poco allá, quiere comunicarse con Rafael para avisarle que irá vestida y arreglada a recogerlo. Pero recuerda que no tiene su celular.
Alejandra se manda hacer un peinado medio recogido, con unos bonitos rulos que le caen a lo largo de la nuca, mientras la tía la espera leyendo una revista de peinados de novia que encontró. La maquillan como una princesa, y después de varias horas, van con prisa hasta la casa de los Maldonado. Alejandra baja su valijita del auto, sube después de saludar a su papá corriendo escaleras arriba, se da una ducha con cuidado para no destruir el peinado ni borrar el maquillaje, y se viste. Se pone unos pendientes largos y una gargantilla de plata, y sale con afán para la casa de Leonor donde la espera su esposo. Está sobre la hora. Cuando está en el umbral de la puerta, regresa para llamar a Rafael y avisarle que ya va lista, que él también la espere listo. Llama a Susanita al celular, pero ella lo tiene apagado.
Cuando llega a la casa de las Méndez, Rafael sale despidiéndose con prisa de su familia, y se sube al auto.
Rafael: ¡Vamos, amor, que ya estamos varios minutos tarde!
Alejandra: Dios mío, la boda debe estar empezando.
Rafael: ¿Averiguaste quiénes son?
Alejandra: Me fue imposible comunicarme con Susana.
Rafael: No importa. Ya lo sabremos. Nos dejaremos sorprender.
Los esposos MM llegan después de unos minutos a la iglesia donde se llevará a cabo la boda. Rafael sale primero del coche y va hasta el lado del conductor para abrir la puerta de Alejandra. La ve de pie. Otra vez le sorprende esa hermosura. La mira de la cabeza a los pies. Hasta le invita a girar de su mano para verla toda. La besa en una mejilla y le dice al oído que está divina. Ella se deja engalanar, pero recuerda que están tarde y van hasta la iglesia, que un edificio grande de un estilo moderno. Allá, cerca de las puertas de la iglesia, ven que ya está la novia, y acaba de salir del carro que la trajo. Es una señorita pequeña, morenita, de una muy linda figura, con un vestido ancho, un tul largo que ataja con una mano porque en la otra tiene un bonito ramo de rosas blancas. Los esposos se dan prisa para poder entrar antes que ella. No la conocen. Van apurándose y entran. Se sientan casi bien atrás.
Fue enorme la sorpresa de los esposos cuando se encuentran, a parte de los muchos invitados desconocidos que apenas dejan ver hacia el altar, que todo CA está en la boda. Ven más adelante a Susanita y al Dandy mirándose y conversando en voz baja, a Rosaura girando la cabeza hacia atrás para ver si llega la novia, a Isabel sentada al lado de ella girando la vista a su alrededor con cara de fastidio, a Ismael con su esposa mirando contemplativos hacia el Crucificado, a Álvarez con la misma dama que estuviera con él en el casamiento de ellos, a Ramírez con Michel y sus miradas llenas de romanticismo, el Dr. Bernal con sus gestos impacientes y hasta Claudita con los glúteos apenas cubiertos por un vestidito rojo, y Marino con un palito entre los dientes. Estos dos últimos le provocan repulsión a Alejandra. A Rafael le son indiferentes porque no es rencoroso. Ninguna de las personas conocidas de CA los ve a Alejandra y Rafael. De pronto empieza a tocar la marcha nupcial y la novia empieza entrar.
Alejandra: Mi amor, ¿pudiste ver quién es el novio?
Rafael: Estoy tratando. ¡Ya veo, mira mi amor!
Alejandra mira entre las cabezas de los invitados. Ve a un muchacho joven, bajito, vestido con un frac, que tiene el pelo largo pero no tanto, negro, bien arreglado, mojado, recogido en una colita, y espera sonriente a su novia que está cerca del umbral de la puerta de la iglesia.
Alejandra: Pero si es ¡Trapito!
Alejandra y Rafael se miran sorprendidos y contentos por Trapito, que también empieza a vivir su final feliz.
Mientras la novia entra del brazo de su padre, un hombre moreno de barriga bien redonda, calvo con bigote, bien vestido, de la misma estatura que ella, Alejandra recuerda su entrada a la capilla, donde la esperaba Rafael. Se imagina la emoción que debe estar sintiendo esa novia que camina lentamente mientras su belleza es admirada por la gran cantidad de personas que ve al pasar sobre la alfombra roja. Rafael, al ver a Trapito con esa sonrisa, recuerda los nervios y la felicidad unidos en un solo sentimiento ininteligible pero divino, y se imagina la gran dicha que debe estar sintiendo al ver entrar, deslumbrante y contenta, a la mujer que ha elegido para vivir con ella toda la vida.
De pronto los dos esposos recuerdan también sus bodas fallidas. Rafael cambia su sonrisa ida por un gesto de espanto. Al mismo momento a Alejandra le pasa por el pensamiento algo parecido y lo mira a Rafael con la misma expresión que él. Rafael toma de la mano a Alejandra y la invita a arrodillarse con él. Ella primero duda, ¡¿pero qué le pasa a Rafael?, no es el momento de arrodillarse aún! Como Rafael insiste, Alejandra se hinca a su lado. Rafael cierra los ojos y Alejandra lo mira asombrada.
Rafael habla en voz bajita: ¡Dios mío, que si es la mujer que ama, sellen hoy mismo ese amor, pero si no es ella la mujer que debe estar por siempre a su lado, como lo es para mí mi doctora, que ocurra algo, pero ya mismo, para que esto se interrumpa; hazles ese favor como me lo hiciste a mi!
Alejandra queda boquiabierta oyendo la alocada oración de Rafael, y pronto baja el rostro, cierra también con fuerza los ojos y también reza: ¡Si se aman, bendecirás ese amor, Dios mío, pero mándale a esa niña un ángel como me mandaste a Méndez si es que ellos no se están amando, y mándale a Trapito un Jaime si es necesario!
De pronto una sensación de paz inunda los corazones de los esposos, como si alguien les estuviese diciendo al oído del alma que no se preocupen, que su oración ha sido elevada hasta el cielo, que Dios interviene justo cuando es necesario dejando siempre el mensaje más sublime para quienes lo aman en cada cosa que permite o que no permite que acontezca, y que ellos noten que están unidos por un designio de Él, porque ellos, en el momento justo, depositaron su fe en Él. Pareciera que un ángel vino a derramar sobre ellos unas doradas remembranzas; Alejandra recuerda el día que oró poniendo todo en Manos de Dios, y Rafael recuerda la comunicaciones directas de acá pallá y de allá pacá. Entonces los esposos se miran, sonríen, se levantan y siguen contentos por Trapito y su felicidad y rememorando cada momento de su propio pacto de amor.
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