XVIII. Tuvimos suerte
Frente a la casa de Susana, Alejandra da un suspiro y se dice a sí misma Confío en él, confío en él. Rafael, perceptivo como es natural de él, se da cuenta de que ella tiene un pesar por que él fuera a encontrarse con Marian.
Rafael: Mi amor, ¿de verdad no quieres venir conmigo? Son sólo unos minutos, yo firmo el cheque y nos vamos para el hospital.
Rafael quiere que ella lo acompañe por la tranquilidad de ella - y de los dos - pero ella prefiere no encontrarse con Marian; después de todo pasaron muchas cosas y Alejandra no quiere ver la cara de fastidio de la Sajir al verla, como ya la había visto más de una vez, además siente cierta vergüenza por aquellos desequilibrados encuentros que vivieron. Pero Alejandra guarda todo entre sus secretos, y aunque Rafael lo sabe, no dice nada respetando que ella prefiera no hablar de ello.
Alejandra: No, mi amor. Yo me quedo con Susana, ella salió temprano de CA sólo para recibirme en su casa. (Hablando como perdida, dice) Yo confío en ti.
Rafael baja del auto, lo rodea y le abre la puerta a su esposa. Alejandra le sonríe. Tocan la puerta del departamento de Susana. Ella sale y antes de decir nada le da un abrazo a Alejandra. Las dos sonríen con los ojos cerrados; se habían extrañado. Rafael, al verlas así, se admira de la alegría que pueden sentir las dos amigas al verse de nuevo, y siente el cariño que se trasmiten. Las dos se dicen que se habían extrañado. Luego Susana saluda a Rafael. La pareja es invitada a pasar, pero Rafael debe llegar a hora a la cita con Marian.
Rafael: Tendrán muchas cosas que contarse. (Rafael se dirige a Alejandra) Mi amor, tú sabes que te amo. Vuelvo en un rato por ti. (Rafael abraza a su esposa, y ella le corresponde con un fuerte abrazo repitiéndole que confía en él y que lo amaa. Rafael se va.)
Alejandra se queda con Susana. Se sientan en el living y empiezan a contarse todo lo que había ocurrido desde el día que Alejandra se casó.
Susana: Imagínate que Nelson me contó con detalles todo lo que había ocurrido realmente, y hasta lo que se decían en esas reuniones los caballeros. Me contó que Rafael casi se vuelve loco el día que le oíste hablar con Papeto, que estaba en el juzgado con la del 28. (Alejandra se ríe. Son historias que antes provocaban desesperanza y decepción, y ahora dan risa. Susana continúa) ¡Pobre Rafael, Aleja! ¡Cómo ha llorado por ti!
Alejandra: ¿Sí?, pues yo también he llorado Susanita. Pero valoro todo eso que hizo por mí. Me ha demostrado tanto amor por medio de todo eso. ¡Pero cuéntame del Dandy! ¿Cómo les ha ido todas estas semanas? ¿Ha podido perdonarme por todo lo que le dije, y lo que te dije a ti de él?
Susana: Aleja, él sabe que estabas desesperada cuando le dijiste todas esas cosas, pero lo que me dijiste a mi no lo sabe. Pero todo lo que ocurrió fue algo del destino que nos sirvió para darnos cuenta del valor de los caballeros que nos tocaron.
Alejandra: Tuvimos suerte, ¿no amiga?
Susana: Sí, pero no hay que decírselo demasiado, ¿no? Eso sí, no tenemos que dejarlos solos nunca, no sea que quieran quitárnoslos. ¡Semejantes cositas!
Alejandra se queda perpleja por las palabras de Susana, aunque las haya dicho en son de broma. Pero recuerda que ella acaba de dejarlo ir solo adonde ella considera zona peligrosa.
Alejandra: Susana, ¿tú crees que no debo dejarlo ir solo?
Susana: Eso creo, pero ¿por qué te pones así?
Alejandra: Susana, ¡Rafael acaba de ir a encontrarse con la Sajir!
Susana: ¡¿Con la Sajir?! ¡¿Pero como para qué?!
Alejandra: Es que tuvo un problema con el cheque posfechado que le había hecho Rafael. No pudo cobrarlo porque Rafael se había accidentado y ella tuvo que salir de viaje.
Susana: ¿Y por qué no lo acompañaste? ¿Él no quiso?
Alejandra: No quise yo. Volver a encontrarme con Marian después de todo lo que ocurrió entre nosotras me da algo como no sé qué.
Susana: Te entiendo, pero Rafael es tu esposo ahora. ¡Era tu oportunidad de levantarlo en alto frente a ella! (Susana trata de seguir bromeando, pero Alejandra sigue con expresión preocupada. Entonces Susana trata de tranquilizarla. Esa conversación no era para tomarla tan a pecho y Alejandra así lo estaba haciendo) Amiga, Rafael no te va a fallar. Quédate tranquila y sígueme contando sobre tu nueva vida.
Alejandra está como ausente: Susana, no debí dejar ir solo a Rafael junto a esa mujer, ¿no? (Susana, que se da cuenta que Alejandra otra vez como tantas no está pensando con claridad, trata de serenarla. Pero Alejandra ya tiene sus pensamientos alienados nuevamente.) ¡Acompáñame, Susana! ¡Yo tengo la dirección de ese restaurante!
Susana: ¡Alejandra, estás loca!
Rafael llega al restaurante. Ve a Marian sentada en una de las mesas y se acerca a ella. Ella se sorprende al ver su apariencia tan relajada. Es un porte que no conocía de él. Se ve divertido sin su vestido y con sus gafas oscuras sobre el pelo, y con la ternura que le inspira ese collar cervical. Ella le sonríe y al ver que él se acerca ella se levanta. Está hermosa como siempre, con su cabello suelto, una blusa ajustada a su figura perfecta con un escote muy sensual, unos jeans también ajustados y los zapatos de taco que estilizan aún más la belleza de piernas.
Rafael: ¡Marian! ¿Cómo te me ha ido?
Marian: Bien Rafael, ¿y tú?, ¿cómo has estado?
Rafael: Pues muy feliz en estas últimas semanas.
Marian: Tú siempre tan alegre, a pesar de ese accidente. ¿Pero cómo fue?
Rafael: Pues me caí de un balcón. Es una larga historia. Pero, gracias a Dios aquí estoy.
Marian mira fijo a Rafael: Sí, gracias a Dios aquí estás. ¿No me acompañas a tomar algo?
Rafael percibe la mirada profunda de Marian, entonces trata de evadirla: No, Marian. Qué pena, pero de aquí me voy al hospital a que me retiren esto (señala su collar. Después saca su chequera y la abre) Bien, ¿siete millones de pesos?
Marian: Eso es exactamente lo que está depositado.
Rafael empieza a escribir, luego firma y le entrega a Marian el cheque: Aquí está.
Marian: Gracias, Rafael. (Mientras Rafael guarda nuevamente su chequera, Marian hace una pausa, luego continúa hablando) Rafael, ¿me permites una pregunta? Es pura curiosidad.
Rafael: Dime.
Marian: Tú has dejado CA. Eso supe. ¿Y ahora qué haces?
Rafael: Es una larga y linda historia fíjate que ahora estoy en una hacienda fuera de Bogotá
Marian: Un cambio muy radical, ¿no? ¿Y qué ha pasado con la Maldonado, que también supe que salió de CA? (Marian recuerda las apariciones de Alejandra) ¡Ah, espera, debe estar por aparecerse! (Marian ríe recordando lo enojada que salió después de la última)
Rafael: Pues, precisamente algo de eso quería contarte. Pero no te preocupes, que la doctora hoy no va a aparecer.
En ese momento Alejandra se baja de un taxi y entra al restaurante. Susana se queda pagando al chofer.
Marian se ríe irónicamente: ¡Ah! ¡No podía fallar esta vez!
Rafael gira la vista hacia donde mira Marian, y ve venir a Alejandra. Se pone de pie e inmediatamente lo hace también Marian. Alejandra se va acercando velozmente, y fija su mirada en la de la Sajir. Camina erguida, sonriente, con una actitud desafiante. En ningún momento pone su vista en Rafael, quien se queda atónito, abriendo muy grande los ojos con una expresión de sorpresa y temor de lo que vaya a hacer Alejandra. Alejandra nota la mirada segura y arrogante, que acompaña a una leve sonrisa algo desviada de Marian, que quiere hacer notar la fuerza de su personalidad mirándola así, a la defensiva. Marian ve venir a Alejandra hacia ella de manera provocadora, caminando directo a su mesa, haciendo brincar sus rulos sobre los hombros, con su mirada precisa y su sonrisa retadora. Rafael pensó muchas cosas en unos segundos para inventar cómo hacer para apaciguar a Alejandra, que se acerca como preparada para una guerra. De pronto llama la atención de Rafael Susana que entra al restaurante asustada, haciéndole a Rafael un ademán de no haber podido detener a la amiga.
Alejandra llega a la mesa. En ese momento saca la vista de Marian y la pone en Rafael. Envuelve su cuello abrazándolo y lo besa con fuerza sin cerrar los ojos, mirándolo firme aunque sin poder acomodar sus pupilas por la cercanía de los rostros. Rafael sonríe entre los labios celosos de Alejandra. La toma de la cintura, porque después de todo le encanta verla así, y se olvida de Marian y de sus posibles reacciones.
Alejandra termina el beso y sigue mirando a Rafael, y habla con el suficiente volumen como para que Marian escuche muy bien: ¡Mi amor! ¿Terminaste?
Marian se queda boquiabierta. Toda esa altivez se convirtió en sorpresa.
Alejandra se dirige a Marian con actitud triunfadora: ¡Buenos días, Marian!
Marian saluda amablemente, tratando de disimular el desconcierto, y como no puede conformarse con lo que ha visto, señala: Bueno, supongo que debo abandonar cuanto antes el restaurante otra vez, ¿no? (Tiene todas las ganas del mundo de reclamar a Alejandra otra vez el hasta cuándo seguirá apareciéndose, pero no puede al ver cómo corresponde Rafael a los abrazos y al beso)
Alejandra: ¡No!, no hace falta. (Se dirige a Rafael) ¿Ya le firmaste el cheque, mi amor?
Rafael, que sigue sonriendo y que sigue rodeando con un brazo la cintura de Alejandra deleitándose con el saleroso espectáculo de su esposa, no contesta a la pregunta, pero se dirige a Marian: Marian, te presento a mi esposa.
Marian, con cara de hilar cabos, contesta: Eso era lo que estabas por contarme, ¿no?
Rafael pone un gestito como diciendo qué más puedo decir y simplemente contesta que sí.
Marian toma sus cosas resignada y decide retirarse: Bien. Entonces felicidades. Y no se preocupe, señora ¿Méndez? (con mirada interrogativa hacia Alejandra, quien asiente con un ademán leve), que el cheque ya está firmado. Hasta luego.
Marian se retira rápidamente acompañada de los hombres altos que se acercan a ella y caminan detrás saliendo del restaurante. Alejandra la mira hasta que la puerta se cierra detrás de ella. Rafael no deja de mirar a su esposa. Alejandra, sonriendo airosa, mira a Susana que se quedó algo retirada de la escena, y da un saltito hacia ella, empuñando las manos y levantándolas alto con una compostura triunfadora, como si hubiese ganado un juego o un premio, y la abraza diciendo: ¡Otra vez le perdoné el mechón de pelo!
Rafael, que no entiende lo del mechón de pelo, pero sí el comportamiento triunfador de su esposa, solamente se queda mirando y complaciéndose de la maniática actitud de la mujer de la que se enamoró, y que ama así, tal cual es.
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