XVII. ¡Este muchacho ha cumplido!

Es lunes. Alejandra y Rafael salen de madrugada de Cayucao, estando el cielo todavía oscuro, como para llegar a Bogotá temprano y llegar directo al banco a depositar la cantidad de plata que llevan, después irán hasta la casa de Susanita donde se quedará Alejandra, luego Rafael irá unos minutos al restaurante donde quedó de encontrarse con Marian Sajir, de ahí pasarán al hospital, después volverá por su esposa, luego irán directo a la casa de los Maldonado para darles la noticia de la fiesta de bodas de Rosario y mostrarle a Jorge el balance positivo de La Alejandra, luego irán a almorzar en lo de las Méndez para invitarlas al mar el mes que viene, después tienen cita con los directivos de una cooperativa que están interesados en comprar leche en cantidad industrial, pasarán de nuevo por las Méndez e irán a cenar a lo de los Maldonado, devolverán a las Méndez a su casa, y después decidirá dónde salir la pareja sola.
Rafael se siente como un niño que irá a comprarse un juguete nuevo. Está impaciente por tener ese cuello libre otra vez. Llegan hasta el portón grande debajo del letrero tallado en madera con el nombre de la hacienda y Rafael se baja y lo abre, luego se sube y saca el coche, y se vuelve a bajar para volver a cerrar el portón que ya quedó atrás. Joaquín les había cargado gasolina que tiene en bidones de reserva para que puedan llegar tranquilos hasta la próxima Shell. Rafael se sube otra vez, y arrancan camino a Bogotá. A Rafael le toca manejar, él así lo prefiere y ella lo acepta. Llevan preparado un termo con café por si les de sueño la madrugada. Piensan llegar un poco después del amanecer.
Hay un claro de luna poético y las estrellas brillan majestuosamente cortejando al satélite. Rafael apaga un momento las luces del auto para ver ese paisaje de modo que no queda ninguna sola luz en todo el campo, más que la que da la luna. Y en realidad es tal el claror que no haría falta otra luz en el camino. Los campos se ven desiertos, ningún animal queda fuera de su guarida. Sólo se oyen los cantos de los grillos. El fresco es agradable en ese lugar, pero dentro del auto el ambiente es más tibio. Salen por el camino de tierra hasta la ruta de asfalto. Allá queda a los costados del camino un verde oscuro visto a media luz. En ese momento Rafael hace la señal de la cruz:
Rafael: Dios mío, cuídanos en este viaje. Que no hagamos daño a nadie y nadie nos haga daño a nosotros. Bendice a los que se quedan y a los que nos esperan. Bendice el motor, el volante y cada una de las ruedas de este carro, y todo lo que tú y yo, y también mi doctora, conocemos de él.
Alejandra: Amén. Pero no vayas a hacer la oración que hiciste en el avión cuando volamos para Cartagena.
Rafael: ¡Dios mío, mi amor! ¡En avión!
Alejandra: ¿Lo recuerdas? (Alejandra finge pánico remedando a Rafael) Que si nos estrellamos que sea una muerte instantánea y que me reconozca mi mamá, ¡no!, que sea mi hermana, ¡no!, que sea Jaimito Cambio de planes, que si nos estrellamos sea a la vuelta (Alejandra da unas risotadas y sigue) ¡Y luego en el yate, Dios mío! ¡Que tiene agujeros, que le entra agua! (Alejandra para de hablar para reír y luego continúa) ¡Y cuando subió al caballo, se prendió de él como garrapata!
Rafael, que no sabe qué decir pero no quiere salir vencido, encuentra algo para tentarla a ella: Basta, basta, que la miedosa fue usted, que se me trepó a la espalda por un conejo y casi me vuelve a romper todos los huesos. ¡Ah!, ¡y cuando soltamos a las pobres langostas usted casi me mata! ¡Méndez, sálveme, Méndez!
Alejandra se queda mirándolo con una leve sonrisa en silencio, silencio que ella rompe después de unos segundos: Todas esas cosas son las que hicieron que me vaya enamorando de ti. Cada vez que las recuerdo me río sola como una loca.
Alejandra prende el radio. Se deja oír una sola emisora con claridad, las demás suenan con interferencia. Pasan canciones viejas, conocidas para ellos. Alejandra relaciona las canciones con la época de la universidad. A Rafael le recuerdan historias del barrio. Está acabando una canción y justo empieza otra.
Ay, si nos hubieran visto,
estábamos ahí sentados frente a frente.
No podía faltarnos la luna.
Alejandra se muerde los labios y sonríe sin girar la vista hacia Rafael. Rafael la mira por un instante notando en su gesto cierta emoción.
Y hablábamos de todo un poco
y todo nos causaba risa
como dos tontos.
Rafael se siente evidentemente inspirado; saca su mano derecha del volante y la pone sobre la mano izquierda de Alejandra, que la tiene sobre el regazo.
Y yo que no veía la hora
de tenerte en mis brazos y poderte decir
Alejandra mira con dulzura a Rafael y empieza a cantar con la canción.
Te amo desde el primer momento en que te vi
y hace tiempo te buscaba y ya te imaginaba así.
Te amo, aunque no es tan fácil de decir
y defino lo que siento con estas palabras
Te amo.
Rafael se llena de alegría. No le sale decir absolutamente nada. Presiona la mano de Alejandra y pone una carita muy tierna, con los ojitos entrecerrados y una risita apenas delineada entre sus labios, que denota la dicha que está sintiendo en abundancia. Alejandra lo sigue mirando. Le encanta esa expresión de él. Rafael no se aguanta, e inspirado por la voz que le cantaba tan sentimentalmente a su lado se queda al costado del camino y estaciona el coche sólo para mirarla y besarla. Alejandra se desabrocha el cinturón de seguridad y se acerca a Rafael. Rafael apaga el coche dejando encendidas solo las luces de stop, también se desabrocha el cinturón y se acerca a Alejandra.
Y de pronto nos rodeó el silencio
y nos miramos fijamente uno al otro.
Tus manos entre las mías.
Entonces cierran los ojos mientras se siguen acercando, y empiezan a hilar un beso suave y lleno de afecto. Les hace estremecerse de éxtasis tanto amor, porque el amor así, tan grande y tan sincero, para peor exacerbado por una canción romántica, estremece el corazón, zarandea el cuerpo y hasta hace llorar.
Tal vez nos volveremos a ver,
Mañana no sé si podré...
Qué, ¿estás jugando?, me muero si no te vuelvo a ver
y tenerte en mis brazos y poderte decir
Te amo desde el primer momento en que te vi
y hace tiempo te buscaba y ya te imaginaba así.
Te amo, aunque no es tan fácil de decir
y defino lo que siento con estas palabras
Te amo.
Mientras sigue la canción y se repiten las estrofas ellos siguen tejiendo ese beso segundo a segundo con cada vez mayor devoción. Cuando la canción termina, ellos ni se enteran. Los amantes siguen las líneas del Te amo con la melodía de la respiración y la percusión de los corazones que laten sincronizados en ese beso. Hasta que la intensidad empieza a mermar bajo el yugo del reloj. Tienen que continuar su camino para llegar a tiempo. Ninguno de los dos dice nada. Sólo esa mirada profunda es suficiente para trasmitirse la placentera sensación de plenitud después de las ganas saciadas.
Rafael arranca otra vez y ahí siguen su camino. Con tanto que hablar no hay lugar para el sueño. Siguen todo el camino apareciendo canciones del pasado que despiertan a las benditas maripositas que después de casi un mes de matrimonio no dejan de festejar la primavera en esos estómagos.
El despertar del campo empieza antes del amanecer. A medida que los esposos van recorriendo su ruta se deleitan viendo un hombre de botas y sombrero sobre un caballo detrás de una punta de ganado cruzando un pastizal. Rafael frena el coche y va lentamente al divisar a los lados de la ruta grupos de niños a caballo con uniforme de escuela. Algunos van en bicicleta y otros van a pie. De a poco se empieza a ver animales en las fincas. Empiezan a aparecer muchas ovejas blancas, y unas pocas negritas. Las vacas con sus grandes manchas negras empiezan a aparecer con terneritos colgados de las ubres. Varios metros más adelante se ve de lejos un edificio pequeño detrás de un portón amplio, con un mástil que probablemente espera a que una bandera colombiana flamee en su altura en unas horas más, izada por las manitas de uno de los tantos morenitos que dejaron atrás.
Progresivamente el horizonte empieza a aclarar sus tonos de verde. El cielo, que sigue oscuro, apaga de a una las estrellas. En el horizonte empieza a perfilarse un tímido celeste. Hay aves que empiezan a volar de un árbol a otro. A los costados del camino se empiezan a distinguir más detalles.
Después de unos cuantos kilómetros llegan a una zona urbana, donde el paisaje se llena de casas y centros comerciales, la mayoría cerrados. Algunos se están abriendo. De vez en cuando se ve alguna señora barriendo una acera.
En Villavicencio los esposos se quedan en la estación de servicio a cargar gasolina. De paso Rafael se baja a comprar algo de desayunar para los dos, y sin tardarse mucho continúan viaje.
Después de varios minutos de pasar Villavicencio irrumpe un soberbio resplandor que sale detrás de una lejana montaña. La luna, como humillada, palidece y queda totalmente blanca en el lado opuesto, pero se obstina en permanecer en lo alto.
Alejandra busca sus lentes oscuros en la cartera: Ya hemos pasado bastante la mitad del camino.
Rafael: Necesito sacarme el abrigo. Empieza a hacer calor.
Alejandra: ¿No quieres que maneje yo el siguiente trecho?
Rafael: No hace falta, mi amor. Sólo ayúdame a sacarme el abrigo. (Rafael saca con una mano los lentes del cuello de su camiseta y se los pone, y estira sus brazos para que su esposa le saque el abrigo empezando por las mangas)
Alejandra ve a un hombre vestido de llanero algo y de hombros anchos bajándose de una camioneta negra: ¡Mira, ¿no es ese Manuel?!
Rafael responde como reprochando: ¡No, no es el dr. Manuel Rivas! ¡¿Qué haría por acá?!
Alejandra: Ah, pues era muy parecido.
Rafael habla tratando de remedar la voz de su esposa: Muy parecido, muy apuesto, muy
Alejandra: ¡Ay! ¡Rafael! (Alejandra se saca por un momento el cinturón de seguridad, se acerca a él y lo besa en una mejilla) ¡Ya no seas bobo!

Mientras tanto, en la casa de los Maldonado, Rosario da órdenes precisas a Azucena después del desayuno de controlar y ordenar la vajilla para ocho personas. Que después de ello le dará la lista de compras para lo que habrá que traer para toda esa cantidad de personas. Y en la casa de las Méndez Leonor se está despidiendo de Julieta y Jaime que van para la universidad, y después de lavar los cubiertos que quedaron del desayuno, se sube a su cuarto a revisar uno a uno qué vestido le quedará mejor para la ocasión; después de todo es una mujer y tiene su proporción de vanidad.

A CA ya llegaron todos los vendedores, excepto Rosaura e Isabel. Nelson pasa por el escritorio de Susanita, mirándola con la sonrisa enamorada de siempre y con el cuello erguido; dibuja con sus dedos un corazón en el contorno de su cara y se sienta frente a ella. En ese momento pasa Bernal y saluda muy amablemente a Susana. El Dandy le pasa desapercibido. Pregunta si ya han llegado todos los vendedores para que inicie el comité, y Susana le dice que enseguida, que sólo faltan dos.
Nelson: Mi Yuyuba, prepárese para salir temprano que hoy la invito a almorzar.
Susana: Nelson, es que no voy a poder, porque, hoy sí voy a salir temprano, muy temprano, pero porque viene Alejandra de visita a mi casa en unas horitas nada más.
Nelson: Cómo así, mi Pepino, ¿y el dr. Bernal le dio permiso?
Susana: Es que, el dr. Bernal está como muy amable conmigo desde que yo accedí a volver a CA.
Nelson: ¡Cómo así, mi Yuyubita! ¡Ningún esseso de amabilidad porque me olvido de lo que es el relass!
Susana: ¡Ay, Nelson! ¡No sea bobo!
En ese momento llegan Rosaura e Isabel. Rosaura, muy bonita y bien arreglada con una blusa amarilla debajo de un trajecito gris como los que suele usar, se trae del brazo a la Generala que viene con unas gafas negras y tratando de caminar erguida.
Claudia: ¡Ay, Rosaura! ¡Pero qué le pasa a la Generala!
Rosaura recibe un codazo de Isabel con un mensaje claro que indica que ni se le ocurra abrir la boca.
Ramírez: Pues, déjenme decirles que yo noto en la compañera que, a pesar de esos lentes que intentan esconder esas ojeras, trae un semblante como ¡feliz!
Marino levanta la voz desde una distancia y habla ordinariamente, como siempre: ¡Satisfecha, diría yo!
Papeto: Me parece que se pasó de tragos anoche, ¿no?
Isabel: ¡Ya, ya, ya! ¡Por qué no hacen lo suyo y cada uno con su vida!
Papeto: Es que Bernal ya venía preguntando por ustedes, ¿por qué llegaron tan tarde?
Rosaura: ¡Es que acaba de llegar al departamento!
Cuando hubo dicho todo eso, Isabel le da un codazo más fuerte que el anterior, se baja las gafas oscuras y le clava una mirada reprochadora a su amiga, se va hasta su mesa y se sienta. Rosaura va tras ella velozmente como queriendo excusarse, pero la Generala está evidentemente enojada.

Rafael estaciona frente al banco.
Rafael: Bien, hoy dejamos atrás otra parte de nuestro accidentado pasado, mi amor.
Alejandra: ¡Ay, Rafael, he esperado mucho este día!
Rafael: ¡Yo también lo he esperado mucho, mi amor. Es lo que más he deseado todo este tiempo, después de estar a tu lado!
Alejandra: Bien. ¿Vamos?
Rafael, con una sonrisa alegre: ¡Vamos!
Rafael se baja y se dirige al lado de Alejandra, abre su puerta y la toma de la mano. Parecen una pareja de adolescentes. Ella tiene el cabello suelto, una blusa estampada, larga, con un escote muy ilustrativo, sobre unos jeans azules ajustados hasta la media pierna y unos zapatos altos que la dejan muy elegante. Rafael tiene su camiseta celeste con sus jeans y sus zapatillas deportivas. Se quedan frente a frente y se dan un abrazo, como deseándose suerte, como si fueran a jugarse por algo. Luego de ese abrazo, Rafael abre la puerta trasera y hace su salida majestuosa un compañero de tantos días de martirio, testigo de un amor tortuoso, hasta el último momento antes de que se desenlazara en más tragedia y más amor. Rafael toma su maletín, el glorioso Maletín que conociera todos los secretos de su amor, el que cayera rendido una noche de un beso en Cucunubá, el que comprara la hacienda donde ahora los esposos escriben día a día las líneas más felices de su historia de amor, ese valeroso Maletín cuyo silencio no sabe callar la historia de los MM. Rafael cierra la puerta, toma del hombro a su esposa y entran al banco.
Tardaron varios minutos, y al salir, Rafael devuelve a Maletín al asiento trasero, dándole golpecitos, diciendo: ¡Este muchacho ha cumplido!
Alejandra, que se ríe a carcajadas de esa actitud, más por los sentimientos satisfactorios de una misión cumplida que por lo saleroso de los golpecitos, se acerca a Rafael tirándose en sus brazos. Él la abraza, la carga y la empieza a dar vueltas y vueltas, y ríen felices.
Alejandra: ¡Lo hicimos, mi amor! ¡Lo logramos!
Rafael para de darle vueltas a Alejandra. Se siente mareado y tambalea en la calle. Alejandra lo aprisiona queriendo atajarlo. Y siguen riendo. Finalmente se quedan frente a frente, y otra vez abrazados se dan un beso lleno de festejo.

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