XVI. Venezia

Alejandra puede ver a Rafael desde la ventana. Rafael, en un elegante restaurante, está hablando con Marian Sajir. Es el día que tiene que firmarle ese maldito cheque. Ve que sólo están hablando, y en ese momento se siente como una loca que, otra vez guiada por sus tontos celos, llegó para convencerse de que Rafael no tenía nada con esa mujer. Entonces se decide a retirarse. No tiene sentido desconfiar. De pronto, cuando estaba por darse la vuelta, ve que Marian toma, con gesto seductor, un bolígrafo del bolsillo de Rafael. Ella se queda aturdida. A Alejandra le molesta profundamente esa actitud y vuelve a sembrarse una sospecha. Entonces ve cómo Rafael le arregla el pelo a Marian poniéndole un mechoncito detrás de la oreja. Ella sonríe y él también, mirándose embelesados. Marian escribe algo, luego le pasa la pluma a Rafael, quien la toma rozando con sus dedos cariñosamente las manos de ella. Siguen sonriendo embelesados. Alejandra siente que quiere gritar, que quiere matar a Marian. Entonces intenta entrar al restaurante decidida a tomarla del cabello y arrastrarla hasta afuera, pero las puertas están cerradas. Las golpea, y se acerca un guardia a fluctuar el dedo señalándole un no, no, no. Alejandra vuelve a girar la vista hacia Marian. Marian toma la mano de Rafael. Ella grita desesperada que la dejen entrar. El guardia parece no escucharla. Ella golpea esa puerta de vidrio con fuerza, con intención de quebrarla, pero no lo consigue. El guardia le hace un ademán dándole a entender un no puedo hacer nada. De pronto mira a su esposo, y lo ve cerrar los ojos y acercarse lentamente con su boca a la boca de Marian. Golpea aún más desesperada la puerta. Se acercan los guardaespaldas de Marian para alejar a Alejandra de esa vereda, viendo que Alejandra tenía la mirada fija en Marian y algo quería en su contra. Rafael y Marian no se percatan de la presencia desesperada de Alejandra. Ella sigue forcejeando, mientras ve cómo siguen Rafael y Marian cerrando sus ojos y acercando sus caras. Están a punto de besarse. Ella ya no da más, y empieza a gemir y grita ¡Noooo!.
Rafael: ¡Mi amor! ¡¿Qué te pasa?!
Alejandra abre muy grande los ojos; los tiene hinchados y rojos. No entiende bien lo que pasa. Ve a Rafael, despeinado, sin camiseta, acostado a su lado tomándola de los hombros.
Rafael: Tranquila. Tuviste una pesadilla. Tranquila, mi amor, ya pasó.
Alejandra se calma. Se relaja de su tensión y se acerca a Rafael cerrando fuerte los ojos: Abrázame, Rafael. Por favor, abrázame. Tengo miedo.
Rafael envuelve con afecto entre sus brazos grandes el cuerpo indefenso de su esposa, aprisionando los brazos de ella. Ella apoya su cabeza en la almohada y quedan frente a frente.
Rafael: Ya, mi amor. No tengas miedo. Estoy aquí, contigo.
Es una madrugada de truenos y relámpagos. Todo el día estuvo gris amenazando con lluvia. Ahora parece que por fin se asoma la tormenta. El reflejo de la luminiscencia de los rayos se filtra en el espacio abierto entre las grandes cortinas.
Alejandra abre los ojos y lo mira a su esposo. Sonríe convenciéndose de que sí, que su Méndez está al lado de ella. Piensa cómo deshacerse de esos celos.
Rafael: Te traeré un vaso de agua fresca, ¿quieres?
Alejandra: No me dejes sola mi amor.
Rafael vuelve a abrazar con ternura a Alejandra, como protegiéndola: Está bien, mi amor. Tranquila.
Alejandra abusa del resguardo de los brazos de Rafael y sigue actuando como timorata. Le gusta sentir, recostada en su pecho, la masculinidad de él. Rafael, que tiene ese varonil instinto protector bien desarrollado, se siente como un héroe disipando el miedo de su damisela en peligro.
Alejandra: Vamos juntos por el vaso de agua.
Rafael la descubre retirando las sábanas con cuidado, porque la siente delicada. La acaricia en la mejilla y la besa con suavidad, y se levanta para ayudarla a levantarse. La ve tan linda con su camisoncito pequeño, y admira la belleza que ella tiene al despertar. Él recuerda que un viejito del barrio le había dicho, cuando era sólo un adolescente, que las mujeres realmente bellas eran las que estaban bonitas al despertar. Y él la veía tan bonita, con esa piel tan clara, tan suave, los rulos que ella trataba de acomodar y caían sobre sus pequeños hombros desnudos, sus brazos que se enredaban con una almohada blanca, su cuello descubierto, su figura escondida detrás de la holgura del camisoncito, sus piernas cómodamente extendidas en la cama, sus pequeños pies descalzos. La mira en la cara y se queda encantado por los ojos que él adora y que ahora lo miran adormilados, y por la ligera sonrisa de matiz natural que se delinea con sus labios perezosamente. Rafael extiende su brazo hacia Alejandra. Alejandra extiende el suyo tomando la mano de él. Se levanta despacio, con movimientos lentos, y sentada en la cama, se despereza. Rafael sigue admirando cada movimiento. Muchas veces se la imaginó durmiendo a su lado, viviendo cada noche con ella, viéndola despertar, pero jamás se imaginó esos cuadros aparentemente tan triviales que iba conociendo de ella, y que lo hacían sentir tan ganador. Alejandra se pone de pie y se queda frente a Rafael. Le envuelve el abdomen y cruza sus manos en el dorso de su esposo. Él corresponde envolviéndole los brazos y extendiendo sus manos en la espalda de ella, exactamente donde terminan las puntas de sus cabellos y juguetea con los rizos oscilando sus dedos. Ella disfruta apoyándose en el pecho y en los hombros descubiertos de él, y él disfruta con sus labios en la oreja de ella, oliendo el perfume que tanto le gusta en sus cabellos. Se quedan así, quietos por un momento, enlazados en un abrazo que no deja espacio para las palabras, que declara su amor más fuerte que lo que se pueda expresar con palabras. Estando así, abrazados, experimentan una sensación de paz, se trasmiten mutuamente sensaciones de placer, seguridad, satisfacción, protección y mucho amor. Luego Rafael besa una mejilla de Alejandra.
Rafael: ¿Vamos?
Rafael se pone a la izquierda de Alejandra, y con su mano derecha rodea su cintura, y su mano izquierda toma la mano izquierda de ella. La guía como si ella estuviese convaleciente. Y salen juntos de la habitación, luego bajan juntos las escaleras. Rafael la lleva hasta la cocina. Ella se sienta. Él abre la heladera y le sirve un vaso de agua. Él también se sirve uno y se sienta en su frente. Alejandra está más despierta.
Escuchan los truenos que se hacen cada vez más constantes y más cercanos. También se oye el viento que remueve las copas de los árboles.
Rafael: Cuéntame, ¿qué estabas soñando?
Alejandra no quiere decirle a Rafael que soñó con la Sajir. Se sentiría como en desventaja ante él, a quien creía tan seguro del amor de ella.
Alejandra: No lo recuerdo.
Rafael, que es muy perceptivo, sabe que ella miente. Lo nota en su expresión y en su tono de voz. Entonces él acerca un poquito su rostro y le susurra: No me lo cuentes, pero yo sé.
Alejandra se queda al descubierto, se da cuenta por medio de esa expresión de que tiene un sentimiento adolescente desventaja, él está demasiado seguro de mi amor. Entonces se ríe de sí misma, recordando que ese hombre que tiene en frente es su esposo, y se siente ridícula. Igualmente prefiere no decir nada, y prefiere quedarse con la duda de saber si Rafael en realidad sabe lo que ella soñó o sólo lo dice para sacarle la información, y de paso prefiere dejarlo a él con la duda, también, de saber si acertó o no. Ella le sonríe y cambia de tema.
Alejandra: ¿Alguna vez has visto una tormenta en el campo?
Rafael: Tú sabes que no.
Alejandra se levanta dejando su vaso de agua a la mitad, y lo toma de la mano para que él también se levante, y salen hasta el vestíbulo. Se paran uno al lado del otro recostados contra la pared, dejando cerrar la puerta. Ahí se toman de la mano y disfrutan del espectáculo. El cielo está totalmente negro, sin ninguna sola estrella, sin luna, y los rayos dibujan fracturas eléctricas en distintas direcciones. Los árboles inclinan sus ramas más altas y más finas de sur a norte, las hojas se disponen casi en paralelo unas con otras forzadas por el viento. Algunas hojas vuelan en remolino hasta una altura superior a la de los árboles más altos y caen luego al suelo. Se percibe el fresco del viento que presagia a las primeras gotas de lluvia.
Rafael: ¿Y tú, ya habías visto una tormenta en el campo?
Alejandra: Nunca. Siempre imaginaba cómo sería. Me hacía una imagen terrorífica de una noche así, pero ahora tengo una sensación distinta.
Rafael: ¿Te da miedo?
Alejandra: No. Me hace sentir, como muchas otras cosas que me han ido pasando, que desconocía muchas sensaciones de las que ahora disfruto.
De pronto la lluvia empezó a caer oblicuamente. Eran gotas frías que entraban hasta el balconcillo y llegaban hasta mojar los pies de los esposos. Alejandra se apresuró y se dispuso a entrar. Rafael la sujetó de la mano de la que la tenía sostenida y la devolvió al lugar de la pared donde estaba recostada.
Alejandra: ¡Amor, llueve!
Rafael: Ya veo.
Alejandra: ¡Entremos!
Rafael: Sigamos disfrutando
Alejandra: ¡Pero nos vamos a mojar!
Rafael: ¡Es cierto! (con expresión irónica) ¡Olvidé que mi doctora es de azúcar y se me va a derretir!
Rafael aparta su espalda de la pared y, mientras va hablando, se va acercando a ella, que sigue recostada. Se pone exactamente frente a ella, se apoya con las manos contra la pared, dejando los hombros de ella entre los antebrazos de él, sin tocarse. Mientras la lluvia los moja, acerca lentamente sus labios a los de ella y la empieza a besar con dulzura. Ella tiene sus brazos a los costados. El solo hecho de que Rafael asome sus labios a los de ella de esa manera, le provoca una sensación de celeridad del pulso; siente como que los miembros le tiemblan y el corazón le late más fuerte, y las conocidas maripositas en el estómago que ella solía sentir desde antes, cuando él se le acercaba. Ella se queda quieta. Sólo cierra los ojos y recibe ese beso con los labios ansiosos. Él apoya solamente sus labios con mucha suavidad. Es el único punto de contacto que tienen sus cuerpos. Con cada movimiento de los labios tersos de Rafael, Alejandra se embriaga más.
La lluvia empieza a aumentar de intensidad. Se atreve a invadir más el vestíbulo, como queriendo inundarlo. Le moja el pijama a Rafael, y su espalda descubierta se llena de gotas frías. A Alejandra se le escurren las gotas frescas en los hombros y en las piernas, su camisoncito menudo se moja desde un costado. Su abdomen está protegido por el abdomen de Rafael.
Alejandra habla con un volumen apenas perceptible sin separar su boca de la de Rafael: Tengo frío
Rafael entonces la envuelve con sus brazos y apoya totalmente su cuerpo contra el de ella. Eso le provoca a ella un estremecimiento que recorre su cuerpo, que la hace sentir cierta languidez. Su respiración se profundiza. Entonces ella se abraza fuerte a Rafael aprisionándolo hacia su cuerpo, con sus manos en esa espalda mojada, tan atractiva, tan sensual, que de pronto la exaspera. Rafael empieza a besarla con ímpetu creciente. Alejandra, a medida que más bebe de ese beso, siente más sed por él. Él suspira. Ella acaricia con fuerza la espalda de Rafael y lo sigue aprisionando, como si quisiera disolverse en él. Rafael también la afierra como si quisiera fusionar su cuerpo con el de ella. Alejandra recorre ese cuerpo con las manos. De pronto él también acaricia la espalda de ella, levantando el camisoncito, que parece sólo una blusa. Alejandra ansía terriblemente sentirlo más suyo, y lo busca con su vientre impaciente. Rafael la precisa con urgencia, e inquieto trata de hallarla. Las manos empiezan a recorrerse indomablemente por sus cuerpos mojados relegando totalmente el pudor. Se quedan sometidos uno al otro, esclavos del deseo, prisioneros de la desesperación, bebiendo con avidez de ese amor tan agudo.
El viento se vuelve cada vez más bravo, como haciendo un coro a la sinfonía de la respiración afanosa, como acompañando al ritmo del baile de amor de los esposos. Las gotas frías de la lluvia caen con mayor furia sin poder enfriar esas pieles, y los truenos cada vez más estridentes pareciera que se acercaran para ambientar ese escenario de pasión. Los árboles inclinan sus copas hasta casi tocar el suelo, como doblegándose ante tanta sacudida de afecto. Los rayos iluminan esporádicamente el escenario, reflejándose en los cuerpos mojados en movimiento. Hay una eufórica y extraña armonía de la creación envuelta en una tormenta, acompañando a otra efusiva fiesta de la naturaleza que se consagra en el amor de una pareja.
Pasan algunos minutos. Alejandra se apacigua. Mira fijo a Rafael y le sonríe. Rodea con sus manos el cuello de su esposo y se cuelga de él. Se siente lánguida. Sus piernas se debilitan. Sus mejillas se ven rozagantes, a pesar de la oscuridad, con cada reflejo de un rayo. Ella se refugia en los brazos de él, que es su hombre; tan hombre, que con su firme contextura la hace sentir guarecida. Rafael suspira profundo. La toma de la cintura y la abraza. La sostiene. Le da un beso suave y le sonríe. Tiene los ojos entrecerrados. Él también se siente débil, pero se queda firme, con sus brazos envolviéndola a ella, que es mujer; tan mujer y tan bella que lo hace sentir supremo.
Alejandra habla susurrando con una sonrisa radiante: Te amo, Rafael.
Rafael, que apenas levanta los párpados, le responde con voz extenuada: Te amo, Alejandra.
Alejandra sigue sonriendo; toma el rostro de Rafael entre sus manos: Ya no tengo frío.
Rafael la envuelve toda con sus brazos: Estás toda mojada.
Alejandra explora con sus manos los hombros de Rafael: Tú también estás todo mojado.
La tormenta no ha menguado. La lluvia sigue enérgica, el viento continúa veloz, los rayos siguen quebrando el cielo, los árboles siguen cimbrándose hasta el suelo, sólo el frío salió del campo vencido por el fuego de las pieles. Rafael arregla la ropita de Alejandra. Alejandra se la arregla a Rafael. Los esposos abandonan el escenario y van abrazados hasta su habitación, lentamente, gobernados por el cansancio de sus cuerpos. Suben las escaleras entre risas y juegos. Cuando llegan a la habitación Rafael se saca lentamente la ropa mojada. Alejandra lo mira. Rafael se acuesta en la cama desarreglada y se arropa con la sábana. La espera a Alejandra, se queda mirándola. Entonces ella se saca la ropa mojada. Todo queda en el suelo. Alejandra sube a la cama y se arropa y va hasta los brazos de Rafael, y se acuesta abrazada a él enredando sus piernas entre las de él. Quedan frente a frente, y otra vez surge un beso, y otro beso, y otro, pero esta vez son besos alegres, satisfechos, plenos, que prosiguen sin concupiscencia, sólo con afecto. Y entre besos y declaraciones de amor, se quedan dormidos.

Al día siguiente Rafael despierta buscando abrazar a Alejandra, pero no la encuentra. Oye la lluvia que sigue su murmullo sobre el tejado, y tiene ganas de seguir durmiendo, pero se levanta y va al baño. Allá tampoco está ella. Entonces él se baña, se viste con su sus jeans, su camiseta y sus zapatillas de siempre. Siente frío. Se pone un abrigo y baja las escaleras. Sigue directo hasta el escritorio, donde es más probable que esté Alejandra. Ahí la ve sentada. Tiene el cabello húmedo recogido y la cara sin maquillaje. Viste un pantalón negro de algodón, ajustado en los muslos y flojo desde las rodillas para abajo, una camiseta blanca, pequeña, debajo de un abrigo que es conjunto de su pantalón, y un par de zapatillas deportivas. Está con el computador prendido y los lentes puestos.
Alejandra: Buenos días, mi amor.
Rafael: Buenos días. ¿Por qué no me despertaste? (Se acerca y la besa)
Alejandra: Te vi tan cansado, además no hacía falta. Hoy llueve y no se puede salir al campo. (Alejandra se saca los lentes, apaga el computador y se levanta) Ven. Te preparé el desayuno.
Rafael se extraña. Alejandra lo toma de la mano y lo guía hasta el comedor grande de la mesa de vidrio con un arreglo de frutas en el centro, que da a un gran ventanal de cortinas abiertas, dejando ver un hermoso paisaje campestre en un día lluvioso. Ahí encuentra la mesa tendida para dos, con un lugar puesto en la cabecera y otro a la derecha de la cabecera. Cada lugar tiene un mantelito individual bordado con florcillas, una taza blanca sobre un plato pequeño y a su derecha un cuchillo pequeño y detrás una cucharita, un plato más grande con un tenedor a la izquierda y un cuchillo a la derecha, y en la esquina derecha del mantelito un vaso de vidrio.
Alejandra retira la silla de la cabecera invitando a Rafael a sentarse en ella: Siéntate, mi amor, que voy a calentarte el café y te lo traigo.
Rafael sigue sorprendido, pero no dice nada. Simplemente la ve caminar con gracia hacia la cocina, erguida como con una actitud algo vanidosa, serpenteando las caderas y balanceando los rizos que cuelgan de una cola en la cabeza. En un momento, Alejandra vuelve con las dos manos ocupadas, una con canastito de pan, la otra con un plato lleno de trocitos de fruta. Alejandra pone todo en el extremo de la mesa que tendió. Le sonríe a Rafael con una expresión que la delata orgullosa de sí misma. Se agacha un poquito y le da un besito a su esposo, y vuelve rumbo a la cocina. Sigue con la misma marcha sinuosa, veloz y coqueta. Sabe que Rafael la está mirando. Al instante regresa con una jarra de jugo y un plato con huevos para mayor sorpresa de Rafael.
Rafael: ¡Mi amor! ¡¿Qué es todo eso?!
Alejandra solo sonríe, se vuelve a acercar a él para besarlo, y se va. Llega a la cocina y espera que el café termine de calentarse. Se queda ahí un momento. Rafael la espera, y como después de un rato ella no regresa, él va a buscarla. Entra en la cocina y la ve esperando el café. Trata de que Alejandra no perciba sus pasos para sorprenderla de atrás. Llega hasta ella y la toma de la cintura. Ella se asusta, pero enseguida sonríe y toma con sus manos las manos de él, y cierra sus ojos con un gesto de complacencia. Rafael la besa en una mejilla. Ella gira y se queda frente a él apoyando los brazos en sus hombros.
Rafael: Me gusta verte así.
Alejandra: ¡¿Cocinando para ti?!
Rafael: Sí. Me gustas así... tan linda. ¿Sabes cocinar?
Alejandra contesta con toda seguridad: Sí.
Rafael pregunta con toda sorpresa: ¡¿Sííí?!
Alejandra sigue respondiendo con toda seguridad: Café y huevos, sí.
Rafael: ¡Ah! ¡Yo sabía, yo sabía! Pero tú no comes huevos en la mañana.
Alejandra: Pero tú sí, y yo vi cómo los hacías.
Rafael: ¡Tan inteligente, aprendiste sólo mirando!
Alejandra hace ademán de un por supuesto, es obvio, y lo besa. Entonces vuelve al café y lo toma para llevárselo al comedor. Toma la mano de Rafael y se lo lleva tras de sí. Alejandra vuelve a retirar la silla de la cabecera para que se siente Rafael, y luego se sienta ella. Sirve el café en ambas tazas.
Rafael: ¿Hoy no viene Ana?
Alejandra: Yo la llamé para que viniera de tarde. De todos modos no podrá salir con esta lluvia.
Alejandra seguía conquistando a Rafael con cada gesto suyo. El desayuno fue un regalo inesperado que le encantó. A pesar de que el café estaba demasiado amargo y los huevos muy salados, a él le encantó ese desayuno.
Rafael: Mi amor, el lunes, cuando vayamos a Bogotá, quisiera celebrar contigo que este collar desaparezca de nuestras vidas, y quisiera llevarte a cenar y también a bailar.
Alejandra: ¡Me encantaría!
Rafael: Me gustaría volver a bailar vallenatos contigo, como en Cartagena, y como nuestra última noche de luna de miel.
Alejandra: ¿Sí? Y a mi me gustaría volver a oír a los Mariachis.
Rafael: Y yo quisiera volver a aquel hotel
Alejandra: ¡Con la cama llena de flores!
Los esposos se quedan en silencio por un momento mirándose, como si estuviesen viendo en los ojos del otro una pantalla que proyecta todo eso que vivieron en el pasado.
Alejandra: ¿Te gustó el café?
Rafael: Es el mejor café que haya tomado en mi vida. (Toma la mano de Alejandra) Gracias por este desayuno. Te amo.
Alejandra: Ven. (Alejandra se levanta y toma la mano de Rafael. Lo guía hasta la sala) Siéntate a mi lado. Debemos planear los gastos para viajar a Bogotá, porque el lunes es fin de mes. Tenemos que pagar las deudas en el banco. También debemos planear el viaje.
Rafael: No hay mucho que planear para el viaje. Sólo debemos salir de madrugada para llegar al banco.
Alejandra: Y al hospital, y a la cita con (Rafael pudo leer la intranquilidad en los ojos de Alejandra, por más que ella quisiera disimularla) con Marian Sajir.
Rafael: Alejandra (la toma de una mano), mi doctora (la besa en la misma mano). Eres la única mujer que he amado con locura en la vida. Nadie más puede hacerme sentir lo que tú me haces sentir.
Alejandra pone una cara tierna, se percibe en su rostro la zozobra, que inspira a Rafael a abrazarla y hacerla sentir segura. Él no sabe que el quebranto hasta le saca el sueño a su esposa. Pero ella es así, y él la ama tal como es. No quiere que ella sufra. Ella lo ama demasiado, aunque él está seguro de que ella no tiene por qué sentir la amenaza de una figura ajena. Él la toma entre sus brazos y la besa. La besa con ternura tratando de disipar esos sentimientos que ella no quiere revelar, pero que se perciben en la atmósfera.
Alejandra: Rafael, eres lo mejor que me ha pasado en toda mi vida. Nunca, nunca, nunca quisiera perderte, por nada del mundo. Me volvería loca.
Rafael: Tranquila, mi amor. Deja todo ese miedo atrás. La amenaza de perdernos el uno al otro acabó hace tiempo. Acabó con una bendición que nos diera Dios en el altar.
Esas palabras de Rafael fueron para Alejandra como una música de relax. Ella lo besa y sonríe.

Los esposos se quedan conversando en el living sobre el viaje a Bogotá que está próximo, sobre la boda de la tía Rosario, sobre que las Méndez conozcan el mar, sobre las ganancias y los gastos, sobre el balance de fin de mes, sobre sus familias, sobre sus historias, sobre sus recuerdos, y sobre su amor.

En CA, Isabel está pensativa. ¿Le digo o no le digo?. De pronto se decide a acercarse a Rosaura.
Isabel: ¡Venga, Rosaura! ¡Tengo que hablar con usted!
Rosaura: ¡¿Qué pasa Generala?! (Pone una cara de intriga) ¿Es porque llega fin de mes? ¡I know, I know!
Isabel: ¡Mire, deje de hablarme tonterías que lo que tengo para decirle es importante!
Rosaura levanta la voz y abre grande los ojos: ¡Por Dios, Generala! ¡Diga, diga!
Los demás vendedores de CA se ponen como antena parabólica para recibir comunicación satelital.
Isabel: ¡Mire, baje la voz que si esto sale de aquí, usted se va del departamento, y yo le declaro la guerra civil!
Rosaura: ¡No, no, no hace falta que me amenace, recuerde que somos mejores amigas, y de aquí, no sale nada!
Isabel murmura mirando hacia los costados para verificar que nadie esté cerca: Necesito su ayuda.
Rosaura: ¿Mía?
Isabel: Sí. ¿Recuerda que usted me adornó para la boda de Méndez y de la doctora Maldonado?
Rosaura: ¡Perfectamente! ¡Se veía preciosa, mi Generala! ¿Y eso a qué viene?
Isabel: Bueno. Escuche. (Isabel se acerca a Rosaura. La mirada de los demás, especialmente de Claudia, se desvían hacia las amigas hasta que casi quedan bizcos, porque se nota que hay algo interesante en ese sector) Necesito que me ayude a arreglarme esta noche.
Rosaura, con cara de desconcierto: ¡¿Esta noche?!
Isabel: Tengo una cita. Me invitaron a la inauguración de un restaurante.
Rosaura adopta su típica actitud exagerada, abre grande los ojos y con cara de sobresalto, poniéndose una mano en el corazón, exclama a su amiga: ¡Ay! ¡Generala!

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