XIX. ¿Será un antiguo cliente?

Después de salir del restaurante, los esposos MM llevan a Susana hasta su domicilio. Durante todo el camino no hablan del espectáculo en el restaurante. Al llegar enfrente, se bajan los tres; Alejandra y Rafael para acompañarla a Susana hasta la puerta de su casa.
Alejandra: ¡Susana! ¡Te voy a extrañar otra vez!
Susana: Ay, amiga. También yo. Cuídense mucho. Y Alejandra, ¡relájate! Rafael, cuídemela mucho, pero no la consienta tanto.
Rafael: Usted quédese tranquila, Susanita, que yo la cuido. Pero no consentirla a mi doctora, imposible. ¡Mírela, tan linda ella! Alejandra pone una cara de inocente aprovechando la ocasión y mira a su amiga. Susana, a su vez, pone una expresión reprochadora. Las amigas se abrazan afectivamente, luego Susana abraza a Rafael y los esposos se despiden.
Una vez afuera, en la acera, Rafael toma a Alejandra de la mano y la gira violentamente hacia sí, de modo que quedan frente a frente.
Rafael: ¡¿Qué fue eso, niña consentida?!
Alejandra sabe que se trata de su aparición en el restaurante, pero se hace la tonta y habla fingiendo no entender: ¿De qué me hablas mi amor?
Rafael, moviendo la cabeza de lado a lado, contesta: ¡Yo sabía! ¡Yo sabía que se me hacía la desentendida!
Alejandra no puede disimular que miente: ¡Ay, mi amor! ¡Sólo te extrañaba, por eso me fui a buscarte!
Rafael: ¡¿Vio que entendía bien?!
Alejandra, que se siente intimidada, se defiende con tendencia a ponerse brava: ¡Mira, Rafael, si te molesta que yo
Rafael interrumpe a Alejandra aprisionándola fuerte contra sí y dándole un beso, que primero Alejandra quiere esquivar y que luego sigue con más ímpetu que él mismo. Después de un momento de besarla con ternura, Rafael la habla cerquita de sus labios: Le recuerdo que se ve hermosa cuando está celosa.
Alejandra quiere volver a contestar poniéndose a la defensiva, pero Rafael vuelve a cortarle las palabras continuando el beso.
Un poco más tarde Alejandra y Rafael llegan al hospital, y después de pasar por la sala de Rayos X para realizarse las radiografías de pierna derecha y cuello (muy a pesar de Rafael que se tensiona por cada procedimiento) y también después de esperar su turno por casi una hora, entran al consultorio del dr. Ríos.
Dr. Ríos: Buenos días, sr. Méndez. Lo veo muy bien. ¿Ha sido difícil dejar esas muletas?
Rafael: No doctor. (Rafael habla con nerviosismo) ¿Dolerá retirarme esto?
Dr. Ríos: Para nada. ¿Me permite sus placas?
Alejandra, que tiene en su mano dos enormes sobres con el logo del hospital impreso y con las placas radiográficas adentro, se las entrega. El traumatólogo las mira con detenimiento en su negatoscopio colgado en la pared, que es algo como una caja de metal con luces fluorescentes que sirve para ver mejor el contraste del blanco y negro de las radiografías. Mientras el doctor observa, Rafael se toma de la mano de Alejandra y la aprieta fuerte, como sosteniéndose, y la mira con miedo. Ella también aprisiona la mano de su esposo tratando de disipar su nerviosismo. Al verlo con esa expresión de desamparo tiene ganas de abrazarlo muy fuerte y transmitirle cuidado y tranquilidad.
Dr. Ríos: Muy bien, sr. Méndez. Usted está muy bien recuperado. Le retiraremos ese collar y le daré el alta definitiva.
Rafael: ¡Ay, doctor! ¡Gracias!
El médico se acerca a Rafael. Rafael, sentado en su lugar, aleja su cabeza a medida que el doctor acerca sus manos. De pronto, sin esperárselo, Rafael está sin su collar.
Dr. Ríos: Muy bien, sr. Méndez. Eso es todo. Ha sido usted muy valiente, y me alegra que se le haya ido la costumbre de querer escaparse de este hospital.
Alejandra y Rafael se miran sonrientes. Recuerdan que Rafael se había escapado para ir a casarse con ella, y a pesar de la precipitación de él, estaban recuperados de todo tipo de dolor y felices. Y Alejandra también ríe recordando que su esposo casi no se deja sacar los puntos en la cita anterior, casi se vuelve a escapar.
Rafael: Y ¿cómo me veo?
Alejandra mira el cuello pálido de Rafael contrastando con el tono bronceado que le impregnara el sol en la piel después de aquellos días de trabajo en la hacienda. Le da la sensación de que ese cuello estaba más fino y largo que antes, y aparenta como que tiene orejas más grandes y pelo más largo. Rafael, que tiene una sonrisa que casi se muerde las orejas, se ve más gracioso con esa apariencia, provocando la risa de Alejandra, que ella trata de disimular.
Alejandra: Te ves estupendo, mi amor. Tan apuesto tan (Alejandra tiene que reír)
Rafael se pone serio: ¿Te estás riendo de mí?
Alejandra: Es que te ves tan ¡lindo!
Después de dar las gracias al doctor, Alejandra y Rafael salen abrazados del consultorio como un par de novios que caminan por una plaza. Se miran y se sonríen con alegría, y al verse a los ojos y declararse su amor incontables veces no existe nada más alrededor que ellos y su apego.

En CA, desde muy temprano a Rosaura está remordiéndole la conciencia, no tanto por lo que se le había escapado de la boca temprano, como por la actitud de Isabel, que con mal humor la hacía sentir como la peor e infame amiga con una simple mirada. Rosaura se acerca y se aleja de Isabel inventando excusas para acercarse, tratándole con la mayor deferencia, buscando preguntas para entablar conversación. Evidentemente le interesaba la amistad de la Generala; había aprendido a quererla con sinceridad. Pero Isabel contesta con monosílabos, agradece fríamente las atenciones y demuestra claramente con cada gesto su enojo. Finalmente Rosaura se resigna y decide hacer lo que tanto, por orgullo insigne, estaba tratando de evitar, pero que sus acciones expresaban gritos.
Rosaura: ¡Generala, ya! ¡Mire, discúlpeme, Im sorry, yo no vuelvo a decir nada de lo que usted me pida que no diga! ¡Por favor, ya deje esa insensibilidad!
Isabel: ¡¿Insensibilidad?! ¡Insensibilidad, la suya que me pone en la boca de este ejército de chismosos! ¡Ah, pero yo qué me preocupo por el ejército, si a la comandante la tengo viviendo conmigo!
Rosaura: ¡Ay, Generala! ¿Por qué me trata así? ¡No hay derecho! ¡Fue un simple comentario! ¡Pero, ya! ¡Dígame, qué puedo hacer por usted para que vuelva a estar bien conmigo!
Isabel, con los lentes apoyados sobre la nariz, mira por encima de ellos detenidamente a su amiga, y puede percibir la angustia de Rosaura mientras espera una respuesta de la Generala. Después de unos instantes de la expresión indagadora de una y sometida de otra, Isabel se compadece de su amiga, sintiendo que después de todo, hoy temprano sólo habló la naturaleza comunicativa de Rosaura.
Isabel: ¡Mire, Rosaura! ¡Esto no fue importante, pero si usted dice ser mi amiga debe entrenarse para no soltar cosas más serias! ¡Yo quiero confiar en usted! ¡Y me debe una! ¡Esté atenta que en cualquier momento usted me tiene que hacer un favor que yo le voy a pedir!
Rosaura: ¡Nooo, pero dígame ya cuál favor! (Rosaura se calla al ver el gesto de Isabel como diciendo que definitivamente su amiga no iba a cambiar) ¡Entonces, lo que sea, Gene! ¡Pondré un cierre a esta boquita!
Isabel hace un gestito de vamos a ver eso

Los esposos MM llegan a lo de los Maldonado. Los viejitos salen a recibir a la pareja. Alejandra camina rápido como queriendo alcanzar a su familia para darles un abrazo.
Alejandra: ¡Papá! ¡Tía! ¡Manrique! ¡¿Cómo han estado?!
Manrique: ¡Bienvenidos de nuevo!
Rosario: ¡Ay, Alejita, cuánto te extrañamos! ¡Sr. Méndez, adelante!
Jorge: La emperatriz y el rey la paz,
de tanta lid cansados,
por fin hicieron, del tenaz
encono ya calmados.
Y en júbilo y tronante son
legión volvía por legión,
con música y cantares,
y ornada, á sus hogares.
¡Bienvenidos a casa, hijos!
Jorge pareciera que quiere llorar. Rafael, al ver la emoción de Jorge, teme que se desvanezca y se acerca a tomarlo del brazo, pero su suegro, en medio de la alegría por ver regresar a su hija, abraza a Rafael, y éste queda sin saber cómo reaccionar, y como es de esperar, se le esboza una sonrisa cordial y con toda su ternura se deja abrazar por el viejito.
Rosario: Pasemos adelante. Vamos, vamos.
Alejandra toma a su tía de un brazo, y en el otro lleva su pequeño maletín. Manrique del otro brazo de Rosario, y Rafael viene atrás acompañando a su suegro. Pasan a la sala y se sientan. Rafael ayuda a sentarse a Jorge, que sigue emocionado, con mucho cuidado, porque lo siente débil. Entonces se sienta a su lado.
Alejandra saca unos papeles de su maletín y se los entrega a su padre.
Alejandra: Quiero que mires detenidamente estos papeles, papá.
Mientras Jorge toma los papeles del informe de los balances, hay un silencio en la sala. Alejandra mira a Rafael con ojos alegres, y Rafael le sonríe. Esperan la reacción de Jorge.
Jorge: ¡Dios mío, hija! ¡Tanto ha producido La Alejandra en poco tiempo! (Jorge mira el retrato de su esposa y llora) Tu madre, mi bella María Consuelo, estaría tan orgullosa de ti, hija.
Alejandra: No, papá. Agradéceselo a Rafael. El trabajo duro lo hizo él.
Rafael vuelve a recibir un abrazo enternecedor de su suegro, pero le preocupa, porque teme que se descompense de tanta emoción. Después de todo no conoce la emotividad de Jorge.
Manrique: ¡Pensar que hace sólo un mes lo he visto llorar con profunda tristeza por las ruinas de esa hacienda, y mírenlo ahora, llorando de alegría!
Rosario se conmueve con su hermano, abraza a Manrique y también llora. A Alejandra se le humedecen los ojos al ver así a sus viejecitos. Rafael, al verla tan sensible, tiene intensas ganas de correr a ella, abrazarla, envolverla, sostenerla. Pero ahora está Jorge entre sus brazos. Entonces Alejandra corta la inspiración de todos.
Alejandra: ¡Eso no es todo papá! Hay algo más que queremos decirles, por eso he pedido a mi tía que llame a Manrique, para que esté presente.
Jorge mira a Alejandra de entre los brazos de Rafael. Rafael pone una expresión de extrañeza, de pronto tanto afecto hacia él es una novedad sorprendente.
Alejandra continúa: Ya que la hacienda producirá, si seguimos de esta manera, un buen porcentaje más de lo que ha sido este mes, y ya que nos sobrará mucho más capital, pensamos, papá, celebrar el matrimonio de mi tía con Manrique.
En ese momento Rafael se aterra, porque Jorge empieza a llorar a mares en sus brazos, y Rosario lo hace en los brazos de Manrique.
Alejandra: ¡Papá, papá ¿estás bien?!
Jorge, entre sollozos responde: Las lágrimas más saladas, como las gotas de mar, sólo encuentran refugio en las profundidades, y en este caso, en la profundidad del regocijo del alma.
Alejandra se acerca a su papá, y junto con Rafael le envuelve entre sus brazos. Jorge apoya su cabeza en un hombro de su hija, se saca los lentes, saca un pañuelo y empieza a secarse las lágrimas y a sonar la nariz. Manrique también saca un pañuelo para secar los ojos de su novia emocionada. Ella se toma unos segundos para calmarse, y luego habla entre suspiros.
Rosario: Alejita, hija, gracias a tu capacidad y tu inteligencia estamos viviendo estos momentos.
Alejandra: No, tía. Gracias al entusiasmo y a la perspicacia de Rafael.
Rosario, que no puede admitirlo, responde: Una hace bien tantas cosas estando feliz. Por supuesto, también gracias a usted sr. Méndez. (Rosario está feliz pero ni siquiera el comentario, por enésima vez, le sale bien. Rafael lo percibe, pero la entiende. Por algo estará organizando un matrimonio recién ahora, piensa.)
Azucena se acerca con cinco tazas de té y las deja en la mesita del centro con toda seriedad. Mira a cada uno de los integrantes de la familia con sorpresa, luego hace un gesto de confusión, vuelve a su seriedad y se retira.
Alejandra: Bueno, tienen que fijar una fecha. Si quieren que sea el mes que viene, es el mes que viene. Si prefieren esperar, esperaremos.
Rosario: No, no, no, ¿para qué esperar?
Jorge: Por la tranquilidad y el honor de esta familia, Alberto, espero que tomes lo antes posible en matrimonio a mi hermana.
Manrique: Será cuando Rosarito lo diga.
Rosario: Pensar que yo ya iba asumiendo que nunca llegaría este momento
Alejandra y Rafael se quedan un momento disfrutando de ese espectáculo de personas emocionadas, que a pesar de los años que tienen de vida encima, de pronto están llenos de la vibración de la adolescencia. Es tan lindo verlos así, y Alejandra se siente tan bien viendo por fin felices a todos después de tanto tiempo de angustia y desesperanza de su familia, que tanta impotencia le provocaba. Siente profunda gratitud hacia Rafael, que salvó a sus viejitos de una, quizá eterna, depresión. Luego, Rosario se incorpora, toma un sobre de la mesa de luz y se la entrega a Alejandra.
Rosario: Este sobre ha llegado a nombre del Dr. Méndez y Sra.
Alejandra se extraña y lo toma para leerlo: ¿Qué será?
Rafael también asoma su vista: Parece una invitación.
Jorge queda en el medio de la pareja. Alejandra toma lo que hay dentro del sobre y lee:
Sr. Román Fernández, Sra. Estela de Fernández, Sr. Julio Pérez, Sra. Marta de Pérez, tienen el agrado de participar a ustedes del enlace matrimonial de sus hijos, Judith y Miguel. (Alejandra mira a Rafael con desconcierto) Es el sábado que viene. ¿Los conoces, amor?
Rafael: Me suena Miguel Pérez pero no, no sé quién es.
Alejandra: ¿Quién será? ¿Será un antiguo cliente?
Rafael: Debe ser alguien que haya quedado muy contento con nosotros.
Alejandra: ¿Les habrán dado esta dirección en CA?
Rafael: Es lo más probable.
Los esposos se quedan un momento hasta terminar el té. Luego Alejandra y Rafael se retiran para ir a lo de las Méndez a compartir el almuerzo que les está esperando allá.

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