XIII. ¡Basta, doctora! ¡No otra vez!

Alejandra despierta. Ve a Rafael durmiendo plácidamente a su lado. No quiere despertarlo, y sin acariciarlo ni besarlo se mete al baño. De pronto sale como con prisa, toma un pantalón negro ajustado pero cómodo, una blusa blanca holgada y larga y su ropa interior y se mete al baño nuevamente. Anda descalza porque se quedó con una sola hojota. Rafael escucha la puerta que se cierra detrás de Alejandra y remolonea. Luego oye la ducha, y sigue perezoso, pero lánguidamente se levanta para meterse detrás de ella a la ducha. Encuentra la puerta con llave.
Rafael: ¡Amor, ábreme!
Alejandra: ¡No!
Rafael: ¡Amor, por favor!
Alejandra: ¡Estoy mojada, no puedo salir hasta la puerta!
Rafael no se impacienta por la actitud de Alejandra, no piensa nada, está adormilado. Pero va corriendo hasta el baño de la habitación vecina. Cuando vuelve, Alejandra sigue en la ducha. Entonces él se acuesta y trata de seguir durmiendo, pero ya no puede. Sólo da vueltas y vueltas esperando a que su esposa salga. Después de unos minutos Alejandra sale del baño descalza, con el cabello recogido y toda vestida.
Rafael: ¿Has dormido bien, amor?
Alejandra: Sí. (Alejandra se suelta el cabello y comienza a arreglárselo) ¿Y tú?
Rafael: Bien. ¿Pero, por qué no me despertaste?
Alejandra: Estabas durmiendo tan lindo. Además quería bañarme.
Rafael recuerda que se bañaron antes de dormir la siesta, después de volver de la recorrida por la hacienda, y también se habían bañado al amanecer. No cuestiona a su esposa tanto baño después de todo sigue en proceso de conocerla, será costumbre de ella. Entonces él se pone un pantalón y una camisa, ambos blancos, igual que la noche antes de su regreso de Cartagena. Alejandra se acerca y lo besa en la mejilla.
Alejandra: ¿Vamos abajo?
Rafael: Sentémonos en el patio, como ayer. Esperemos el atardecer.
Alejandra: Me gustaría antes que veamos algunos papeles de la administración, los registros de venta no los pude leer bien y me propuse a continuar después de recorrer los terrenos.
Rafael: ¿Por qué no dejas todo eso para mañana y te relajas hoy?
Alejandra: He visto en uno de los registros que lo que más se ha vendido fue ganado. Eso no conviene a la hacienda. Tenemos que encontrar más clientes para la leche.
Rafael: Ya sé, amor. Pero fue un día agotador. Si empiezas a revisar algo hoy, terminarás esta noche muy tarde.
Alejandra: Tienes razón. Vayamos al patio, pero esta vez vayamos adelante.
Rafael: He pensado que aquí hay mucho terreno como para poner una planta para industrializar la producción. Con un buen proyecto podríamos tener leche La Alejandra, queso La Alejandra, manteca La Alejandra, yogurt La Alejandra, hasta jamón, fiambres... (Rafael habla entusiasmado, como cuando iba a cazar leones) ¡Imagínate! Todo es cuestión de averiguar qué necesitamos. Ni siquiera estamos lejos de Bogotá.
Alejandra: Pues, por ahora es mejor recuperar todas las ganancias de la hacienda, y luego, sí, ¿por qué no?, invertirlas en la industrialización de nuestra producción. Si somos una llave perfecta, tendremos mucho éxito. (Guiña el ojo)
Rafael: Vamos al patio. Quiero ver todo ese paisaje otra vez.
Los esposos pasan por la cocina y se llevan dos vasos de jugo. De paso Rafael pone a cargar la batería de su celular. Luego se sientan en el juego de jardín que está en el vestíbulo.
Alejandra: Disfruto mucho estos días a tu lado, amor. Me parece seguir de luna de miel. Pero de pronto se me ocurre que alguna vez extrañaremos Bogotá.
Rafael mira atento a Alejandra. Ella prosigue: Se me ocurre que extrañaremos salir, tomarnos algo en un bar, comer en un restaurante. Que extrañarás hablar con tus amigos, y yo extrañaré a mi Susi.
Rafael: ¿Sientes eso ahora?
Alejandra: Ahora mismo, no. Ahora estoy como en una nube, feliz, enamorada, en una luna de miel que no se me termina. Pero me resultó tan fácil adaptarme hasta ahora, me resulta todo tan perfecto, que me cuesta creer que dure mucho tiempo.
Rafael: No pienses eso, amor. Debes ser positiva, confiar en la decisión que tomaste y seguir tu horizonte. No pienses nada malo, sé optimista, disfruta lo que vivimos y deja que las cosas lleguen. ¿No ves que Dios está de nuestro lado? Y si no estás contenta, empacamos y regresamos. Yo te sigo hasta el fin del mundo.
Alejandra: Tienes razón. Estoy demasiado feliz ahora. Acércate a mí, que necesito que me abraces. Eres mi héroe.
Rafael: ¿Te sientes bien, mi amor?
Alejandra: Sí, amor. Eran sólo pensamientos pero recuerdo todo lo hermoso que vivimos desde que llegamos, y que todavía hay un millón de cosas para conocer, descubrir y aprender aquí. A tu lado estaré bien.
Rafael: ¿No quieres llamar a Susanita?
En ese momento suena el celular de Rafael. Apenas lo oye. Rafael se levanta para ir a atenderlo. Alejandra se queda en el balconcillo.
Monumental es el desconcierto de Rafael cuando lee en la pantalla Marian Sajir, llamando que cintila intermitentemente. Rafael mira hacia donde está Alejandra y no sabe si atender o no. Conoce a su doctora, y sabe lo celosa que es. Pero no puede ser descortés. Se aleja un poco, va hacia el escritorio y atiende.
Rafael: ¡Aló!
Marian, del otro lado: ¡Rafael! ¡Tanto tiempo! ¡Me alegro tanto de que estés bien!
Rafael: Marian, qué sorpresa oírte. ¿Cómo has estado?
Marian, amigable como siempre: Pues supe lo de tu accidente y me angustié mucho, pero ahora, al oírte, no puedo estar mejor.
Rafael: ¿Has recibido tus siete millones? ¿Te encontró mi abogado, Jaime? (Rafael sabía que Jaime le había depositado la plata los primeros días del mes, y que jamás se había visto con Marian)
Marian: Justamente de eso quería hablarte Rafael. Me gustaría hacerlo personalmente.
Rafael: ¡¿Personalmente?!
Marian: Sí. Tu abogado me lo depositó, por él me enteré que estabas en coma. No pude conocerlo personalmente porque me salió un viaje justo en esos días. Te adelanto que tuve un problema con el cheque posfechado, y como supe que el 29 del mes pasado tuviste tu accidente y luego estuviste varios días inconciente, no pude hablar contigo. A fin de mes tenía que cobrar ese cheque pero en esos días me tocó salir de Colombia. Ahora regresé y resulta que el banco no me lo acepta porque la fecha pasó. Pero tampoco tu abogado pudo depositarlo a tiempo.
Alejandra escucha que Rafael está hablando desde lejos. Se pregunta por qué se habrá quedado allá.
Alejandra: ¡Amor! ¡¿Quién es?!
Rafael escucha a Alejandra y se tensiona.
Alejandra: ¡Rafael!
Alejandra no oye la respuesta de su esposo, entonces se levanta y va junto a él. Rafael no oye sus pasos, ella está descalza. De pronto, al escucharlo hablar, se queda en un rincón preguntándose quién será.
Rafael: ¡Qué pena contigo!
Marian: Es por eso que necesito pedirte un favor.
Rafael: ¡Lo que sea! Por favor, pídeme lo sea.
Marian: Necesito que nos encontremos para que me firmes un nuevo cheque.
Rafael: Pero me será tan difícil (Rafael se preguntaba si ella se enteró de su boda con la doctora)
A Alejandra le resultan tan extrañas esas palabras de Rafael. Tiene la sensación de que le ha ocultado algo, pero no quiere precipitarse nuevamente. Entonces sigue escuchando.
Marian: Mira, Rafael. Te seré sincera. El problema es que si no obtengo ese cheque, queda como que el anterior que me firmaste no lo has depositado a tiempo y en su momento no tuvo fondo, algo que es muy grave. Además, yo necesitaba ese dinero, y lo presté por lo de tu accidente. Es por eso que ahora necesito que me firmes otro, porque no sería capaz de hacerte quedar como delincuente, conociéndote.
Rafael: Te agradezco ese detalle tuyo. Pues, sí. Tendremos que encontrarnos. Yo voy a cumplirte. Yo ahora estoy fuera de Bogotá. ¿Me puedes esperar unos diez días?
Marian: Pues si tú me prometes que cumplirás, yo te espero.
Rafael se alivia: ¡Eres un ángel! En unos diez días yo voy para Bogotá a retirarme el collar cervical, y en esos días aprovecharemos para encontrarnos. Te llamaré. Te agradezco por no delatarme.
Alejandra se sorprende al escuchar eso. ¿Quién tendría que delatarlo y por qué?
Marian: ¡Por Dios, no sería delatarte, si no has hecho nada malo, Rafael!
Rafael: Bueno no sé de qué otra manera decirlo. Pero te estaré llamando para vernos allá.
Marian: Gracias, Rafael. Esperaré ansiosa esos días para verte. Repito que me alegro por que estés bien.
Alejandra todavía no entiende con quién pudiera hablar así. ¿Su mamá?, pero a su mamá no necesitaba informarle sobre lo del collar, porque ya lo sabía. ¿Julieta?, lo mismo. De pronto se queda atónita cuando oye a Rafael despedirse.
Rafael: Muchas gracias de nuevo. Por todo, por no delatarme, por llamarme, por todo. Nos vemos pronto allá, Marian.
Rafael corta el teléfono. Alejandra de pronto no sabe ganas de qué tiene, de gritar, de salir a correr, de llorar, de enfrentar a Rafael. No sabe lo que siente, otra vez siente desengaño intensificado por los celos. No quiere desconfiar de su esposo, pero tampoco quiere ser ingenua, y los sentimientos la obnubilan y no puede pensar con claridad. Se contiene y sale cautelosamente afuera esperando qué le dirá Rafael. Rafael se acerca a ella y quiere darle un beso. Ella lo esquiva. Le cuesta disimular. Para peor, Rafael no dice nada, y ella espera que él le cuente algo. Después de un momento ella arranca con evidente enojo.
Alejandra: ¡No pensaba contarme quién lo llamó! ¡¿Verdad, Méndez?!
Rafael: ¿Por qué me hablas así, amor?
Alejandra: ¡¿Por qué le hablo así?! ¡¿Mejor dígame usted por qué lo llamaron?!
Rafael: Déjame contarte
Alejandra: ¡Claro! ¡Lo que tú quieras, Marian, pídeme lo que sea!
Rafael la mira sorprendido: ¿Has estado espiándome?
Alejandra: ¡Por favor! ¡¿Encima será usted el ofendido?! ¡No juegue Méndez!
Rafael: ¡Escúcheme, doctora! ¡Me tiene que escuchar!
Alejandra: ¡¿Más de lo que ya escuché?! (Alejandra intenta remedar con mucho nerviosismo a Rafael) ¡Te agradezco ese detalle tuyo! ¡Tendremos que encontrarnos! ¡Yo voy a cumplirte, mi querida Marian! ¡Faltaba el mi amor!
Rafael: ¡Basta, doctora! ¡No otra vez!
Alejandra: ¡Encima usted le agradece por no delatarlo! ¡¿Delatarlo por qué, a ver?! ¡¿Por lo que han tenido o tienen?!
Rafael: ¡Si quiere que le explique, usted me va a escuchar ahora, doctora!
Alejandra: ¡¿Qué quiere que piense, Méndez?! ¡¿Cómo quiere que me sienta al escucharlo así?!
Rafael se da cuenta de que Alejandra no va a parar a oír en ese momento. Lo grita, lo insulta, y de pronto parece que olvidó que prometió que iba a confiar en él. Rafael también se pone nervioso, y esta vez reacciona de una forma diferente.
Rafael: ¡Con todo respeto, doctora, recuerde que ahora somos marido y mujer, que usted prometió confiar en mí, y no me ha dejado hablar! ¡Cuando se le ocurra que pueda conversar conmigo y escucharme, yo la estaré esperando!
Rafael se da media vuelta y se retira. Los nervios no le permiten loar esta vez a su esposa para que lo oiga. Tiene profundas ganas de llorar. Se pregunta qué vendrá ahora, cómo reaccionará ella. Él la ama tanto, pero ella es tan impulsiva, tan desconfiada. Él siente que no merece esos maltratos, le invaden dolor, tristeza y rabia, y tiene ganas de decirle sus verdades en la cara a Alejandra, pero se contiene porque la ama demasiado, porque a pesar de su temperamento la siente frágil, la siente tan mujer, y porque su intención no es pelear, sino aclarar todo. Rafael se va caminando hasta el patio trasero. Mira al cielo y no puede evitar llorar. Estaba todo yendo tan bien. Se pregunta si la relación será siempre así. Se pregunta si a partir de ahora empezará el martirio en su matrimonio. Rafael va caminando hacia el fondo, y se aleja de las luces de la casa. No sabe si prefiere estar solo o si quiere que ella lo siga.
Mientras tanto Alejandra, después de quedarse sentada un momento, golpea la mesa y se levanta. Pega un grito de rabia y empieza a llorar. No entiende nada. Sabe que no lo dejó hablar, pero está tan irritada que no deja de imaginar por qué su Méndez dijo esas palabras por teléfono. Tiene un temor tremendo a ser engañada, a que su ingenuidad la haga en la supuesta mentira de él. Se pregunta por qué esa mujer tuvo que haberlo llamado, justo esa mujer. Se pregunta si en realidad tuvieron algo, algo que no terminaron, por eso hablaron así.
Rafael se sienta en el pasto, en la oscuridad, y llora. De lejos ve la casa. Mira hacia atrás a cada momento. Alejandra no viene. Él seguirá ahí. Está loco de ira y a la vez de ganas de correr junto a Alejandra y romperle la boca con un beso.
Alejandra se baja hasta la escalinata del vestíbulo. Se sienta en el escalón del medio y se recuesta en el de más arriba para cubrirse la cara y llorar desconsoladamente, a los gimoteos. De pronto empieza a recordad todo lo que desconfió de su Méndez. Recordó aquel chisme después de su regreso de Cartagena, y también le vino a la mente que Rafael buscó hasta el último detalle para comprobarle que el chisme no salió de él. Recordó lo de la supuesta venta de la casa, que fue un engaño de Rubén. Recordó que aquella tarde cuando se desafió con Marian, él fue para cuidarla a ella, no a la Sajir. Recordó lo de la tarde que casi arruina el negocio con la Sajir, cuando él le pidió que confíe más en él. Recordó la llamada que oyó cuando hablaba con Papeto, enamórela para sacarle información, y luego supo que era para salvarla a ella del cachetón. Recordó todo lo que había hecho por ella y por su familia, mientras ella lo insultaba y pensaba lo peor de él. Entonces su mente empezó a despejarse. Empezó a recordar que él la había perdonado por todos esos insultos. Tenía profundas ganas de pensar que lo que escuchó fue un malentendido nuevamente. Sin embargo los celos y la duda la alienaban. Trataba de convencerse que toda esa ira no la llevaría a ningún lado. Ella prometió que cambiaría. Le invadió el miedo de destruir su matrimonio. Nunca hubo motivo para desconfiar de Méndez antes, aunque las circunstancias hayan puesto en duda su lealtad. ¿Por qué desconfiar otra vez ahora, que todo estaba bien? Alejandra se decide y toma en cuenta las palabras de su esposo. ¡Cuando se le ocurra que pueda conversar conmigo y escucharme, yo la estaré esperando!. Se levanta y va junto a él. Tiene ganas de abrazarlo, de tirarse sobre él y besarlo y decirle que fue una tonta, pero la duda le pide una explicación.
Rafael, resignado, deja de esperar. Ella no vendrá. Llora como un niño de rabia y de amor, sollozando. Ya no mira para atrás. Se resigna pensando que sería demasiado iluso al pensar que ella vendría tras él a escucharlo. Se dice a sí mismo que él siempre supo que ella era así, que él tiene la culpa por querer siempre demostrarle toda su inocencia y no dejar que ella choque con tantas verdades tarde. Está seguro de que la ama, y así se enamoró de ella, pero lo que ella prometió en el altar no podría cumplirlo. Jamás cambiaría ese temperamento. Jamás confiaría en él. Una simple conversación telefónica la hizo ver sombras y desencadenó su primera pelea. Siente frustración, siente como que todo lo que hizo para demostrar que la amaba sirvió muy poco.
Alejandra trata de caminar calmada. No sabe dónde buscarlo. Se pregunta si habrá subido al cuarto. Debe encontrarlo. Ella debe demostrar que lo que prometió es sagrado. Ella tiene que cambiar ese temperamento. Ella quiere confiar en él. Pero no sube las escaleras, no lo escuchó subir. Cruza toda la planta baja hasta atrás, como guiada por su corazón. De pronto desde el balconcillo de atrás lo divisa de lejos. Él está sentado dando la espalda a la casa. Ella lo mira un momento y luego se anima y va. A medida que se acerca, lo oye sollozar. Se desespera al oírlo, entonces ella empieza a gemir otra vez, y corre. Corre como si él estuviese escapándose y quisiera alcanzarlo. Corre hasta llegar junto a él. Se pone en su frente y se hinca. Él no puede levantar la mirada. Llora con la cara escondida entre los brazos que están apoyados en sus rodillas. Ella no puede parar el llanto. Gime como una niña pequeña. Apoya su frente en la cabeza de él. Ninguno de los dos es capaz de decir nada. Sólo lloran. Les afectó demasiado todo aquello. Después de un momento ella se limpia las lágrimas con los brazos y toma su cara como queriendo levantarla. Él se resiste. Ella lo llama por su nombre entre sollozos. Él no levanta la mirada, sólo llora. Entonces ella trata de abrazarlo, pero él sigue en la misma posición. En un momento él no se resiste más y la abraza. Se abrazan con fuerza, con rabia, entre lágrimas copiosas y sollozos. No dicen nada por un momento. Se quedan abrazándose así. Luego Alejandra se retira un poco y rompe el silencio. Se miran de frente.
Alejandra: Yo quiero confiar en ti.
Rafael: Pero no confías.
Alejandra: Es verdad que no te escuché, pero la conversación que tuviste fue demasiado confusa para mi.
Rafael: No me preguntaste. No me dejaste hablar. Me acusaste directamente.
Alejandra: Déjame preguntarte ahora.
Rafael: Me llamó Marian Sajir. Tuvo problemas con el cheque posfechado porque Jaime depositó tarde la plata, y no pudo cobrarlo a fin del mes pasado. Si ella me hubiese delatado, yo hubiese quedado como delincuente, por dar un cheque sin fondo. Tuvo que salir de Colombia. Se enteró de mi accidente y pidió un préstamo hasta que yo pudiera recuperarme. Acaba de volver de su viaje y me pidió que le firmara un nuevo cheque, porque necesita pagar su préstamo. Me va a esperar diez días, Alejandra.
Otra vez hay un silencio. Las lágrimas siguen cayendo, pero ambos van calmándose. Cuando Alejandra asimila lo que escuchó, habla.
Alejandra: Perdóname. Perdóname mi amor. Admito que los celos me vuelven loca, y más Marian Sajir. Yo confío en ti, pero me vuelve loca la idea de imaginarte con ella. Yo te prometo
Rafael pone sus dedos sobre los labios de Alejandra: No prometas nada.
Alejandra: Dame otra oportunidad, mi amor, para demostrarte que yo confío en ti, y que yo puedo cambiar mi temperamento. Dame tiempo para ir aprendiendo Es difícil cuando se ama tanto no celar. Te amo demasiado. Perdóname por favor. Te amo, Rafael.
Rafael se acerca a Alejandra y la besa despacio para que ella calle, luego le habla cerquita de su boca: Tranquila. Yo también te amo. Has venido, mi amor. Alejandra abraza fuerte a su esposo. Él la aprisiona enérgico contra su pecho. Sienten una profunda necesidad de afecto uno del otro, y después de ese abrazo largo y sentimental, sienten en su corazón un alivio, como si haya salido el sol después de un monstruoso temporal. Se aman demasiado. Rafael siente alivio porque ella vino a buscarlo, y él, aunque le costaba creer que ella lo haría, lo esperaba. Alejandra siente alivio porque logró entender y confiar en él, y porque siente su perdón.
Alejandra: ¿Aún me quieres?
Rafael: Cada vez más.
Sin darse cuenta, anocheció. Los esposos deciden acostarse temprano. Ninguno tiene ganas de cenar. Alejandra y Rafael se levantan, se dan un beso, caminan juntos hasta la casa, apagan las luces y van para la cama. Pronto se olvidan de todo. Ya no tiene sentido discutir, si ella por fin comprendió y él trata de comprenderla. Hasta en un momento empiezan a hacerse bromas sobre los celos y las rabietas.
Ya vestidos para dormir, Rafael carga a Alejandra para acostarla en la cama. Ella sonríe con los ojos rojos. Él la besa, la besa con pasión, se vuelca sobre ella y la sigue besando en la boca, en el cuello, en los hombros. Ella lo detiene.
Alejandra: Amor, no sigas.
Rafael insiste en besarla.
Alejandra: No estoy bien mi amor. No sigas por favor, no podemos seguir.
Rafael se detiene y la mira: ¿Qué pasa? (le habla con ternura) Alejandra, no me asustes. ¿Por qué no estás bien?
Alejandra: Rafael, tengo algunas molestias.
Rafael: ¿No estarás embarazada?
Alejandra: No, mi amor. Al contrario.
Rafael: ¿Al contrario? ¿Cómo estás tan segura?
Alejandra: Por cosas que a una mujer le pasan y sabe que no está embarazada.
Rafael comprende. Se pone muy delicado con ella, como si estuviese quebradiza. La abraza, la cubre con la sábana. La besa suavemente. La cuida.
Rafael: ¡Debe ser por eso que estás sensible! Y yo que
Alejandra lo interrumpió: Tú eres divino, mi amor. Me encanta cómo me comprendes y me cuidas.

Definitivamente, ese día no fue un día de cumplir promesas.

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