VII. Una canción

Alejandra y Rafael bajan despacio a la sala. Habían dormido una larga siesta. Ya casi es de tardecita. Leonor está tejiendo en el sofá. Julieta está leyendo unas fotocopias de la universidad. Mientras bajan las escaleras Leonor, que los ve venir, les habla apurada, tal vez un poco angustiada.
Leonor: No pensarán viajar hoy, hijitos. Llovió toda la tarde y aún hay una llovizna que está refrescando la tarde y el camino aquél
Rafael la interrumpe: No, no, no. No se preocupe mamita. Ya hablamos de eso con mi doctora y nos quedamos hasta mañana por la mañana. Dormiremos aquí esta noche y mañana si escampa nos vamos para la hacienda.
Alejandra sonríe al ver la cara de alivio de su suegra.
Rafael continúa: Pero vamos a salir un ratico a dar unas vueltas por la ciudad y ver qué trae la lluvia. (Rafael habla mientras siguen bajando despacito) Y no te preocupes por la cena de esta noche, nosotros traeremos algo.
Alejandra se dirige a Julieta: Julieta, ¿por qué no llamas a tu novio y vamos a dar unas vueltas y de paso nos quedamos a tomar algo en algún lugar?
Julieta mira a Rafael con ojitos de ilusión y como esperando la mirada de él a ver qué dice después de todo es él quien da los permisos. Rafael a su vez mira sorprendido a Alejandra. Eso no estaba en los planes. Pero la idea le parece buena y vuelve la mirada hacia su madre.
Rafael: ¿Y usted qué dice, mamita?
Leonor: Pues, si va con ustedes (Leonor hace un gesto de está bien)
Julieta se sonríe y salta al teléfono. Habla con Jaime y le propone la salida.

En el auto van dando vueltas. Llovizna y la tardecita está oscura. Las luces de la ciudad hacen parecer que ya es de noche. En el asiento trasero Julieta y Jaime se tienen de la mano. Julieta tiene una cara contenta, como si fuera una excursión. De vez en cuando besa a Jaime, que corresponde con miedo, Rafael podría verlos. Jaime también está contento, pero tiene la expresión de siempre. Adelante, Rafael y Alejandra también van contentos, pero Rafael se obsesiona con mirar a cada rato por el retrovisor, y como sus limitaciones temporales le impiden llevar la cabeza hasta donde pudiera ver, le hace un gesto a Alejandra como para que ella controle a los tortolitos de atrás. Ella, totalmente cómplice de los novios, los mira y, se estén besando o estén mirando por la ventana, ella le levanta el pulgar a Rafael señalando que está todo en orden. De pronto llegan frente a un restaurante. Julieta se exalta.
Julieta: ¡Aquí aquí suelen reunirse mis compañeros de la universidad! ¡Dicen que pasan música muy bonita y tragos muy buenos! ¿No Jaime?
Jaime asiente con la cabeza pero abre grande los ojos esperando qué dirá Rafael.
Rafael trata de girar la cabeza olvidando que tenía puesto el collar, pero se queda en su lugar.
Rafael: ¡Y usted cómo sabe eso, niña!
Julieta: ¡Ay, pues porque por aquí pasa el bus y los universitarios que vienen en él lo comentan y se quedan! ¡Además tengo amigas en la universidad que me cuentan muchas cosas!
Alejandra: Pues, quedémonos a ver qué hay
Julieta: ¡Sí, sí, sí!
A Rafael no le gusta mucho la idea. Pero en fin, debe entender a su hermanita, que después de todo ya está bastante grande. Jaime no opina. Alejandra toma la mano de Rafael y le hace un gesto como para que esté tranquilo. Después de todo están todos juntos.

Sentados en una mesa los cuatro están disfrutando tragos. Julieta pidió el trago azul con sombrillita. Rafael no deja en paz a su hermanita. Despacio, despacio le da a entender con señas cada vez que ella toma el vaso. Alejandra y Rafael están abrazados. Hablan, se cuentan cosas y sonríen por todo. Jaime y Julieta están de la mano. Julieta disfruta mucho. Repite las letras de las músicas que ya Alejandra ni conoce. Alejandra se siente demasiado grande mirando a la niña. Recuerda sus salidas con las amigas en Boston. Recuerda que las limitaciones no eran en absoluto parecidas a las que estaba sufriendo Julieta. Recuerda que cada vez que se le acercaba un joven molestoso Guillo la salvaba sentándola en su regazo. Sin embargo también recuerda que pocas veces salía porque siempre se exigía demasiado, se esforzaba mucho por ser buena en la universidad, era un ambiente muy competitivo el que la formó.
De pronto empiezan los compases de una canción que a Alejandra la exalta. Ella la conoce. Mira a Rafael y él le guiña el ojo sonriéndole. Cómo olvidar esa canción. Entonces él se levanta con dificultad y la toma de la mano. Ella le da su mano y se levanta también, se para frente a él. Quiero envolverme en tus brazos, que no quede entre tú y yo un espacio La abraza. Y así, abrazados y cerrando los ojos, recordando cosas, se mueven despacio mientras escuchan su canción. ser el sabor de tu boca y llenarme toda con tu aroma.... Se miran, se sonríen y Alejandra canta a Rafael las líneas de la canción. ser confidente y saber por dentro quién eres tú. Él siente que ella empieza a temblar y se emociona con ella. Alejandra abraza con fuerza a Rafael, y con puro sentimiento le canta: como un tatuaje vivo, impregnarme en tu ser, no borrarme de ti y lo mira fijamente a los ojos sonriendo y dándole mucho efusión a lo que cantaba Yo no te pido la luna, tan solo quiero amarte, quiero ser esa locura que vibra muy dentro de ti Rafael se ríe con esa risa alegre que conocemos, con entusiasmo, al ver a su amor cantarle así.  Yo no te pido la luna, sólo te pido el momento de rescatar esta piel y robarme esa estrella que vemos tú y yo al hacer el amor Rafael la mira embelesado, constantemente sonriente. La canción sigue y Alejandra canta con ella. Correr en contra del viento, conocer todos tus sentimientos Rafael le saca un mechón de cabello de la mejilla a Alejandra y lo pone detrás de su oreja, con delicadeza, con cariño. De pronto Alejandra acerca su boca al oído de Rafael y le repite seduciéndolo: dos cuerpos entrelazados, esperemos todos los inviernos, lo besa en los labios suavemente y sin despegar sus labios de los de él sigue:  Bésame y en mis labios hallarás calor y lo vuelve a besar más cálidamente. Lo abraza rodeando con los brazos su cuello, pega su corazón contra el de él y le sigue cantando al oído: Siénteme, fragilidad, papel, cómo tiemblo por ti. Están felices. Yo no te pido la luna, sólo quiero tenerte muy cerca de mi. Él se siente complacido por la hermosa mujer que tiene en frente, hasta se vuelve a asombrar de que sea su esposa, y se siente orgulloso. Se admira de su suerte. De pronto ella le muestra su anillo de casada y le canta: yo no te pido la luna, sólo quiero entregarme para siempre a ti. Entonces los ojos de él se humedecen. Ella siente cada una de las palabras que repite con la canción, se la canta desnudándole el alma. Cuando termina la canción se abrazan y se besan.
De pronto todo el restaurante está aplaudiendo. Era la única pareja bailando en el lugar, y todo el mundo se conmovió con su romanticismo. El amor de ellos vibraba, se sentía en el aire, tanto que emocionó a todos los demás presentes (tal vez así como tantos días después del final nos sigue emocionando a nosotros)

Como Rafael prometió que llevaría la cena, de vuelta a la casa de las Méndez se detuvieron en un lugar que él y Jaimito conocían, donde preparan las mejores empanadas, (comida chatarra pensó Alejandra), Jaime se baja corriendo porque vuelve a llover torrencialmente, y compra empanadas y pide frutas para un jugo que su novia prepara muy bien. Rafael se dejaba tentar por el olor pero él iba a hacer causa común con su esposa, y mandó comprar también sándwiches de pan dietético para él y su esposa (uno para ella y cuatro para él) y una botellita de edulcorante para el jugo de los dos. Sólo para que ella no se sintiera sola en la cena.

Ya en casa de Leonor, después de compartir una vez más la alegre mesa entre todos, Jaime se despide, pero antes presta un paraguas de doña Leonor. Leonor y Julieta se excusan y van a sus respectivos cuartos, Julieta feliz, Leonor cansada. Rafael y Alejandra no tienen sueño, se quedan en el comedor un ratito más. Conversan enamorados. Repasan lo que vivieron hasta ahora en esos lindos días llenos de romanticismo, desde el día que llegaron al hotel de su luna de miel. De pronto Alejandra recuerda que no le conectó la alarma al coche.
Rafael: ¿Y dónde están las llaves, amor?
Alejandra: Pues pues no las encuentro (Alejandra busca en su cartera, mira en el sofá, en la mesa, en todos los lugares por donde pasó)
Rafael: No las habrás dejado en el carro, ¿no?
Alejandra: Pues como corrí bajo la lluvia, puede ser ¡Ay, Dios mío!
Rafael: Espera, voy a ver. Y roguemos a Dios que haya una puerta que no tenga seguro.
Alejandra: ¿Cómo se te ocurre que te voy a dejar ir así por la lluvia?
Rafael: Es que yo conozco por donde caminar, está oscuro afuera.
Alejandra: ¡No, voy yo!
Alejandra se apura y va adelante. Rafael va más lento, pero la sigue. Alejandra abre la puerta. Rafael le pide que la espere pero ella va igual. Alejandra frena al ver la intensidad con que cae la lluvia, pero como tomando coraje, sigue su camino corriendo. Rafael llega a la puerta y la ve correr. Él va más lento pero la sigue bajo la lluvia. Ve entre las gotas que ella abre la puerta del lado del conductor, saca algo que parecen ser las llaves, cierra la puerta y conecta la alarma. Corre el camino de vuelta. Ella no ve nada, no sabe que Rafael la siguió. De pronto, a mitad de camino lo choca. Él pensó que fue visto casi se cae. Tambalea en su lugar. Ella se asusta y trata de atajarlo. Casi caen juntos. De pronto empiezan a reírse bajo la lluvia. Se besan. Ella le muestra a él las llaves que encontró. Vuelven entrar a la casa. Cierran la puerta.
Rafael: Vamos arriba, mi amor. Vamos a ponernos algo seco.
Alejandra: Aquí pongo las llaves, en mi cartera.
Rafael mira a Alejandra. Ella estaba tan sensual, con la ropa pegada al cuerpo.
Suben las escaleras descalzos, dejan los zapatos mojados en el primer escalón. Mojan todo el piso, y siguen goteando escaleras arriba. Rafael mira a su esposa todo el trayecto. Al llegar al cuarto, Alejandra entra primero, luego Rafael. Él cierra la puerta tras de si y otra vez, como al mediodía, le pone llaves. Alejandra va directo al baño. Rafael la sigue. Alejandra se saca la blusa, luego los jeans, tirando todo al piso. De pronto voltea y ve a Rafael parado ahí.
Alejandra: ¿Te ayudo mi amor?
Rafael asiente con la cabeza. Alejandra le ayuda a sacarse la camiseta y la tira al piso, junto a su ropa. Luego le ayuda con los jeans y también los tira al piso. Rafael la abraza. Ella le corresponde. Pone sus manos en la espalda de Rafael. La siente fría, y a ella le gusta. Ella besa su hombro, y disfruta en sus labios el frío. Rafael se queda quieto. Muy quieto. Sólo la contempla mirando sus ojos. Ella empieza a besarlo. Él la invita a ir al cuarto de nuevo. Ella va detrás de él. Lo mira, le atrae esa espalda grande, lustrosa, y no se contiene y le pasa la mano derecha suavemente de arriba hacia abajo, y le besa con cariño entre las dos escápulas. El cierra los ojos disfrutando esa caricia y ese beso. Se da la vuelta y él vuelve a mirar los lindos ojos de ella, contemplativo. La abraza. Deja que ella le rodee los brazos al tórax y le acaricie con suavidad la espalda. Él acaricia su rostro. Le susurra sonriendo.
Rafael: Te amo.
Alejandra besa a Rafael suavemente. De pronto le parece que Rafael está distante. No le devuelve ninguna caricia con el deseo que ella está sintiendo a raudales en ese momento. Entonces recuerda la forma en que se alejaron al mediodía después de empezar un beso lleno de pasión.
Rafael (con picardía): ¿Qué no puedo yo hacerme el difícil?
Alejandra: ¡Ah!... ¿Eso es lo que quieres? ¿Hacerte el difícil y que yo te lisonjee?
Entonces Alejandra empieza a besarlo tiernamente en la oreja, en los labios, en hombro, en el pecho. Rafael le acaricia con el índice el cuello, los hombros desnudos, los brazos. Luego se sacan lentamente lo poco de ropa que les queda y se acuestan en la cama. Ella quiere acostarse sobre su cuerpo pero él la acuesta a su lado y se miran de frente. Le da una caricia en el pelo, y sigue contemplativo.
Rafael: Debo confesarte dos cosas.
Alejandra: Rafael, por Dios, no me asustes. (Alejandra se muestra sorprendida. Está extrañada por el repentino misticismo de su esposo)
Rafael empieza a acariciar con el dorso de sus dedos el vientre de Alejandra: ¿Sabes? Amo tu cuerpo. Amo tu forma de mujer. Amo tu vientre porque siendo tan lindo, tan atractivo, un día crecerá enorme y será la primera cuna de mis hijos. Amo tus pechos y su forma, porque un día serán el alimento más sagrado de mis niños, un día una boquita pequeña se adueñará de ellos y te mirará fijo a los ojos, como ahora yo lo hago. Amo tus brazos, y tus manos, porque dándome las caricias más apasionantes un día arrullarán a alguien que será nuestra obra. Amo tus labios porque dándome ahora tanta delicia, un día besarán, bendecirán y sonreirán a nuestro retoño. Amo tu piel, tan sensual, tan joven, tan suave, tan perfumada y cuando esté tan arrugadita y pierda su firmeza, te amaré más, cada día más, cada año más, porque llevarás en tu cuerpo las huellas de mi amor, de la maternidad, del amor más grande que se pueda dar. Te amaré siempre más, porque ya ahora te miro y te veo tan mujer, tan compañera de vida, tan madre, la madre de mis hijos, y no te imaginas lo grande que es eso para un hombre un hombre como yo
Alejandra se quedó perpleja. Se le humedecieron los ojos, igual que a Rafael. Un par de lágrimas se quedaron sujetas en las pestañas inferiores de ella. No cupo más que acariciarlo con ternura. Se volvió a enamorar de él. Por un momento la emoción no permitió emitir palabra alguna. Solamente se contemplaban, se acariciaban con ternura, se veían empaparse los ojos y correr unas lágrimas hacia la almohada. Después del silencio, Rafael besó tiernamente los labios de su esposa y rompió el sigilo.
Rafael: Y mi segunda confesión es que eres la primera chica con la que voy a hacer el amor en este cuarto
Alejandra rompe en risas entre sus lágrimas de emoción, lo abraza y le susurra: Gracias por tanta felicidad.
Empiezan un beso suave. Siguen caricias tiernas. Luego Rafael le hace el amor a Alejandra lentamente, mansamente, con mucha suavidad, con delicadeza, con muchísimo respeto e infinito amor.

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