V. ¡Me voy de aquí!
Alejandra y Rafael salen del hospital contentos.
Rafael: Me siento tan cómodo sin la férula. Hoy mismo voy a tratar de caminar sin las muletas.
Alejandra: No debes apurarte, mi amor. Debes ser prudente. Recuerda que yo te necesito ad integrum pronto.
Rafael: Pues renovaditum y contentum me tendrás todas las noches, y conocerás muchas cosas de Mendecitum que no conocías.
Alejandra se ríe a carcajadas, divina, satisfecha, feliz. Él también. Están contentos porque el traumatólogo los mandó venir en dos semanas para retirar el collar cervical, pero no podrán salir aún de Bogotá porque los puntos conviene recién retirarlos mañana, a primera hora. El sr. Méndez se está recuperando muy rápido y esta semana debe ir ensayando a dejar las muletas. La pierna molestará un poco, porque la fractura fue en ambos huesos, tibia y peroné derechos, pero consolidó muy bien. Ya quedan pocas visitas para estar completamente de alta; ahora todo depende del sr. Méndez.
En el momento de subirse al coche, como no tienen límite de tiempo, deciden pasar por la casa de las Méndez aunque hayan estado muchas horas en el hospital, porque Rafael así se lo prometió a sus otros dos amores. Las muletas van al asiento trasero.
Durante el viaje tienen que decidir qué hacer, dónde quedarse.
Alejandra: Pues quedémonos en casa de mi papá esta noche y vamos recién mañana, así inclusive tendremos tiempo de llevarnos algunas cosas que nos serán útiles allá.
Rafael: Está bien. Así conoceré los secretos de tu cuarto, donde tantas veces imaginé estar
Alejandra: ¡Ah! Pues yo también te imaginé mil veces en mi cama, a mi lado. Y te confieso algo
Rafael: Y yo que decía que era tan reservada la doctora A ver, ¿qué me espera, qué me confiesa?
Alejandra: Que desde que estaba con collar y muletas, más o menos desde aquella noche que volvimos del casamiento en el carro nupcial, me costaba sacar de mi mente los truquitos que imaginaba, y el hombre de mis fantasías era Méndez.
Rafael: ¡Mmmm! ¡Y hasta ahora me cuenta esas cosas la señora! ¡Ya se lo cobraré con creces!
Alejandra: ¡Méndez! ¡Saque la mano que estoy manejando!
Al llegar a la casa de las Méndez, esta vez es Julieta quien escucha la bocina y llama a su madre. Las dos mujeres salen contentas a recibir al muchacho y a la esposa. Leonor sale sacándose el delantal y Julieta bajándose más la falda de jeans. Ambas tienen un corazón como el de Rafael, cuando quieren a alguien, lo hacen con todas sus fuerzas. A pesar de los recuerdos de lo que el muchacho sufrió por la doctora, no sienten ningún tipo de rencor. Tratan de entender los sentimientos de la doctora cuando hizo todo lo que hizo, y no reprochan nada en sus pensamientos. Son buenas, limpias de alma, como Rafael.
Leonor se dirige a la ventanilla: ¡Hola mijito! ¡No se imagina cuánto se le ha extrañado!
Mientras tanto Alejandra se baja para ir a ayudar a su esposo. Julieta se acerca a ella y se saludan con un abrazo. Les sale del alma. Luego van juntas hacia el lado de Rafael. Cuando Leonor termina de darle la bendición a su muchacho se acercan las otras dos. Julieta besa a su hermano, y Rafael le devuelve un beso en la frente. Está contento de ver a su hermanita, tan linda, tan inteligente, tan grande de pronto. Siente como el padre que no tienen, y Alejandra lo nota, y sin darse cuenta se vuelve a enamorar más de su Méndez. Las dos mujeres más jóvenes ayudan a Rafael a bajarse. Él decide que las muletas quedan en el coche. A Alejandra le parece apresurado, pero le pone el hombro y ahí van.
Una vez adentro se toman aguapanela y se cuentan contentos las novedades de la salud de Rafael, de la hacienda... Alejandra señala que fue muy inteligente departe de Julieta ponerle en la maleta las remeras con ojales y cordones, que sino hubiese tenido a Rafael todo el día con sus camisas blancas, hasta en la piscina. Julieta le sonríe. Alejandra le destaca que como sea debe terminar la universidad, que siempre cuente con ella, que ella conoce el sacrificio, y que es una oportunidad que hay que aprovechar. Inclusive le ofrece ir a ver los libros que la doctora usó para recibirse, habrá alguno que le sirva aunque las carreras no tengan nada que ver. Julieta piensa, pero no menciona, que los libros serían desactualizados y quién sabe cuánto, pero le agradece cortésmente.
Alejandra se quiere emocionar. Al estar ahí siente algo que no conoce, que no había sentido, o que se parecía a lo que sintió cuando fue a hablarles a las Méndez, pero aquella vez se arruinó. Esta vez no sería así. Siente un ambiente de amor, de santidad. Mira a Rafael y lo admira. Todo lo sacó adelante él. De muy joven se hizo cargo de todo sin renegar por ello. Ella desde su posición imagina cuántas oportunidades habrá tenido que perder Rafael, a cuántas cosas habrá renunciado sin protestar para darles algo digno, algo más digno de lo que él pudo tener. Se admira de la sencillez con que ellos supieron ser felices. Tiene ganas de llorar al pensar que ella jamás sintió su corazón tan lleno aún habiendo tenido tanto. Que tanto tiempo pensó que en la seguridad y la comodidad de lo material y se olvidó de hacer lo que ellos hacía, ser y hacer feliz, y simplemente amar. Rafael se da cuenta de que su esposa se emociona, lo sabe porque percibe la admiración que ella está sintiendo por él al mirarlo, y porque conoce sus expresiones. Percibe la culpa que ella siente, pero la ama demasiado como para permitir que ella esté mal. Él le mira fijo, le aprieta la mano y cierra sus ojos, los vuelve a abrir mirándola fijo, como diciéndole gracias por estar aquí. Ella quiere lagrimear otra vez, está sensible. Entonces él empieza a contar chistes para hacerle pasar las ganas de llorar
Siguen conversando, riendo, todos contentos como hace mucho debió ser hasta que llega la hora de que los esposos MM deciden retirarse. Rafael no quiere llegar muy tarde a la casa de su suegro, ya que es la primera vez que se quedarán ahí.
Rafael: Escuche mamita. Mañana nos iremos para la hacienda, y vendré a llevarme algunas cositas. No le digo la hora pues, porque estamos aún de luna de miel, y pues no tenemos horario fijo
Leonor: Como quiera mijito. De todos modos su cuarto ya está todo preparado, perfumado, y adornado. Cuando quieran quedarse les esperaremos. Igual mañana su cuarto seguirá esperándolo, y nosotras pues también. Que Dios me lo bendiga.
Alejandra: Hasta luego señora. Gracias por todo, y nos vemos mañana.
Leonor: Hasta luego mijita. Que Dios me la bendiga. (Se dirige a Julieta) ¡Apúrese mija con los pastelitos dulces que la doctora se los llevará para su casa!
Los esposos MM llegan a la casa Maldonado. Ya oscureció. Jorge y Rosario ya descansan. Cenaron temprano. Alejandra invita a Rafael a cenar. Él le dice que sí pero que él preparará le cena, que no se lo permitirá hacer a ella porque él es el intruso. Ella se sonríe y dice que él no es intruso, que es su esposo, lo besa y le cuenta que de todos modos ella no lo hubiera hecho, que lo mandará hacer por el servicio, pero que si él se lo pide ella hará un esfuerzo. Él se sorprende no pide nada. Entonces los esposos se sientan a la mesa. Alejandra quiere cenar fruta, pero manda preparar bifes con huevos fritos para Rafael, que se niega una vez pero acepta ante la insistencia. Le gusta ver a Alejandra dar órdenes. Admira cada frase, su forma de hablar, cada movimiento, sus gestos, su elegancia, su estilo, su belleza.
La cena es pura alegría. Hablaron de cosas sencillas, de cosas que nunca se habían contado.
Ella le contaba del colegio de señoritas del cual su padre la tuvo que mudar porque ella lloraba todos los días. Y fue tan generoso, que le cambió a un colegio mixto, pero de monjas, que resultó ser más estresante, más estricto. Ella le contaba que tres veces a la semana practicaba tenis con una compañera, que mucho tiempo consideró su mejor amiga, que usaba guantes para no descomponerse las uñas, y llevaba su equipo de maquillaje para después de la ducha posterior al juego. Jugaba con Barbies que están guardadas aún en su closet, en el compartimiento de más arriba. Los autos y las casitas ya no recordaba dónde estaban guardadas. Tal vez la tía Rosario lo sepa.
Él le contaba la cantidad de amonestaciones que recibía en la escuela, pero siempre eran porque él se metía en líos para defender a alguien. La mayoría de las veces era Jaime, o era un muchacho impertinente que molestaba a la hermanita que era muy niña. Al final Jaime resultó el impertinente que se lleva a la hermanita. Él contaba que jugaba fútbol en una canchita de pasto pequeña en el barrio todas las tardes, que en realidad tenía más tierra que pasto. Jugaba con los chicos del barrio hasta cuando llovía. La madre lo esperaba siempre con un chocolate caliente, a él y a Jaime, porque Jaime no podía ir solo hasta su casa, Rafael era su guardaespaldas porque era siempre más grande que los otros niños. Lo esperaba con chocolate hasta cuando venía embarrado de pies a cabeza, y festejaba con él sus laureles. Cuando perdía, no importaba, porque mañana ganaría por goleadas. Cuando estaba empezando la secundaria hubo que trabajar. Vendía bolsones en un lugar donde la gente circulaba mucho, en sus tiempos libres. No pudo terminar con notas demasiado sobresalientes la escuela pero le iba bien. Cuando terminó la secundaria hubo que seguir con los negocios. Siempre le fue bien, tanto que cuando su hermana terminó el colegio ella sí pudo soñar con la universidad. Se quedó sin juguete el día que se pinchó la pelota en la canchita. Pero no importaba, porque Jaimito siempre llevaría una de sus pelotas.
Alejandra amaba cada vez más a ese hombre. De pronto no sabía cómo podía caber tanto amor en sus sentimientos. Nunca había sentido algo así. Sentía cada vez más que no se equivocó, que seguía enamorándose, que Dios le mandó un ángel. Hasta empezó a agradecer a Dios, cosa que era costumbre sólo de Méndez, pero se dio cuenta de que era demasiado grande el regalo que le había hecho en ese esposo
Cuando terminaron la cena subieron las escaleras para ir al cuarto de ella. Rafael tenía muchas ganas de cargar a su eterna novia, pero tuvo que apoyarse él en ella porque se entercó y no volvió a tomar las muletas. Estaba ansioso por conocer ese cuarto que tanto se imaginó, con el que tanto fantaseó, y ahora conocería.
Llegaron al cuarto.
Alejandra: Amor, siéntate un momento en mi cama. Como tenemos que salir temprano juntaré sólo algunas ropas que usaré dos semanas, hasta que tengamos que volver.
Rafael: Déjame ayudarte.
Alejandra: ¿Cómo se te ocurre? Más bien te pondré almohadas y recuéstate. Yo ya termino. Son sólo ropas, zapatos
Rafael (bromeando): ¡Algunas cremas, sales, perfumes, cosméticos vamos, déjame ayudarte! ¡Algo fácil!
Alejandra: Está bien. Hay un par de libros que hace mucho dejé de leer en la mitad. Si me sobra tiempo volveré a leerlos en la hacienda. Están justo en la puertita de la mesa de luz, ahí a tu lado.
Rafael: No te daré tiempo de leer, pero te buscaré los libros porque tú me lo pides.
Rafael queda mirando los movimientos de Alejandra. La ve de atrás. Mira su cuello, mira cómo vuelan sus cabellos cuando voltea, cuando se acerca a poner la ropa en la cama, cuando vuelve a darse vuelta y se aleja otra vez, cuando levanta los brazos para bajar algo, cuando se pone de punta de pies. De pronto se decide a buscar los libros. Lentamente se agacha y abre la puertita de la mesita de luz. ¡Se queda atónito, silencioso, sorprendido, estupefacto, pasmado, suspendido en el tiempo, no puede creer lo que ve, no es lo que piensa, no es, no puede ser! ¡Es un simple trapo verde que habrá llegado ahí quién sabe cómo!, pero Lo toma lentamente en las manos, se pone de pie con dificultad, se acerca como puede a la luz para intentar ver mejor. De pronto ve algo, una impresión negra, incompleta, que parece algo que iba a esbozar un V corta o un número 1, y aunque se da cuenta que es absurdo seguir dudando de que es lo que él piensa que es, todavía duda Mira a Alejandra, que se quedó atónita como él cuando se dio cuenta lo que tenía en sus manos. Por un momento hubo un silencio sepulcral. Mira el pedazo de tela verde, rota, sucia, como si una persona violenta y perversa la hubiese mutilado sin razón, mira a su esposa fijamente a los ojos, y al notar la expresión de ella, ya no duda
Rafael: Mi mi mi camiseta de la suerte dice con voz entrecortada, totalmente sorprendido.
Alejandra no contesta, no sabe qué decir. ¿Niego que sean restos de camisetín, o de una vez confieso? ¡Dios mío, qué hago! No puede hablar. No dice nada. No se anima a negar, mucho menos a asentir.
Rafael: ¡Doctora, Dios mío! ¡Lo tenía lo tenía usted! (Solamente en los momentos demasiados solemnes volvía el doctora y el usted)
Alejandra sigue sin poder hablar. Se acerca y se lo saca de las manos. Él, antes de que ella se alejara se lo vuelve a sacar, y lentamente se acerca a la cama y se sienta Alejandra quisiera saber qué pasa por la mente de Rafael. ¿Es realmente tan grave haber guardado el secreto tantos meses? ¿Habrá Méndez sufrido tanto por su camisetín para reaccionar así? ¡Dios mío, qué hago! Seguía sin poder hablar.
Rafael: ¡Dios mío, doctora! ¡Cuánto deseé que lo tuviera usted, que me lo hubiera sacado en Cartagena, que lo hubiera traído en su valija, que lo tuviera guardado en su ropero, que me estuviera escondiendo que usted lo tenía guardadito, dobladito! ¡Cuánto deseé que usted me estuviera ocultando que lo tenía, pero que lo miraba cada noche, que hasta a veces lo sacaba para tenerlo y tocarlo, o que hasta dormía con él! (Rafael hace una pausa, pone el pedazo de camisetín contra su pecho, y prosigue) y ¡Dios mío!, ¡mire cómo vengo a encontrarlo!
Alejandra de pronto está más arrepentida que nunca por el maldito despecho. De ponto desea con todo su corazón no haber destrozado de esa forma a Camisetín. De pronto desea que Camisetín esté íntegro y Méndez lo tuviera así, entero en sus manos en ese momento, no en pedazos como ella lo dejó. Se sintió exactamente como Méndez lo dijo, violenta y perversa.
Pero no puede dejar que Méndez piense que estaba así porque a ella jamás le importó Camisetín. Por fin pronuncia palabra:
Alejandra: Méndez Méndez, mi amor. Es que yo lo tenía así como tú dices que deseabas que lo tuviera. Sólo que Por favor ya no me mires así. Es cierto, es mi culpa que esté en pedazos. ¡Fue mi violencia, pero fue porque te amaba y tú te ibas a casar y a dejarme sola!
Ahora es Rafael quien no puede pronunciar palabra. La mira. Solamente la mira con una expresión de decepción que a ella la asusta. Ella sigue tratando de convencerlo, se siente desesperada, con toda la adrenalina del animalito que debe decidir entre huir o luchar por su vida.
Alejandra: Méndez, deje de mirarme así, se lo ruego. (Empezaba otra vez con ganas de lloriquear) Mi amor, todas las noches lo miraba; a veces lo sacaba y lo acariciaba porque tenía tu alma, tu sombra; he dormido con él; he amanecido con él; en él guardé una foto nuestra, la de la noche del carro de bodas; hasta he imaginado usarlo en nuestra noche de bodas. Pero cuando supe que esa noche de bodas jamás llegaría, quise romper tu recuerdo, quise romper el amor que no podía dejar de sentir, y de pronto me vi rompiéndolo en pedazos como si ahí estuviese mi amor por ti.
Rafael seguía mirándola con las pupilas ofuscadas.
Alejandra: Mi amor, Rafael, perdóname por favor. Esto no significa que no me importaba. Esto significa que te amaba demasiado.
Alejandra se arrodilló en la alfombra, exactamente donde él estaba sentado, casi entre sus piernas. Ella puso sus manos en las mejillas de Rafael y desesperadamente y ganas de llorar en la expresión le decía:
Alejandra: ¡Te amo, Rafael! ¡Créeme, te amo más que a nada en el mundo! ¡Tu camiseta de la suerte fue mi compañera de noches desesperadas de amor por ti! ¡Te amo, siempre fuiste importante para mi!
De pronto Alejandra toma con cuidado a Rafael rodeando sus brazos al cuello y tomando en la palma de sus manos la cabeza de él, y se acerca. Rafael apoya su mentón en el hombro de Alejandra y cierra los ojos con la misma expresión de la noche en que salieron de Las Ojonas y él decía abrazado a ella no más, no más. Lentamente levantó sus brazos y los rodeó a la cintura de ella, con el pedazo de Camisetín en la mano derecha. Entonces ella le acarició el pelo. Él la abrazó fuerte, y después de unos segundos de silencio solemne él dice:
Rafael: Te creo mi amor, y si es así se me ha cumplido todo el tiempo el deseo que mi camiseta de la suerte estuviera cuidando nuestro amor por las noches en este tu cuarto.
Alejandra besa a Rafael con un beso tan tierno y tan profundo que sólo nuestra imaginación podrá dibujar hasta estremecernos. Él abrió sus labios al beso de su doctora, y empezaron vivir un sentimiento maravilloso de cuantiosísimo amor, de paz. Y a medida que más se prolongaba el beso y más se sentía el sabor del amor en los labios, empezaron a despertar poco a poco al deseo, y las manos empezaron a bailar una danza clásica en los cuerpos. Pronto el retazo de Camisetín cayó a la alfombra, y tuvo un fin glorioso, así como se merecía.
Una noche más Alejandra no dejó de cumplir su promesa.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top