IX. Bellísima Hacienda "La Alejandra"

El camino a la hacienda es alegre como una fiesta. Alejandra y Rafael van contándose cosas, siguen sorprendiéndose uno al otro, siguen enamorándose.

Salen hasta la Autopista de Los Libertadores, luego siguen hasta la avenida Caracas, después toman la calle 26, y desde ahí deben tomar una ruta que los lleve hasta la hacienda. La Alejandra queda en un lugar llamado Cayucao, a unos trescientos kilómetros, más o menos, de Santafé de Bogotá. Alejandra calcula que llegarán en unas 3 horas. Rafael, al escucharla, abre grande los ojos y traga saliva (su típica expresión temerosa) verifica si su cinturón está bien colocado y se toma fuerte del asiento. Cayucao queda cerca de Puerto Gaitán (mera coincidencia en el nombre) en el departamento de Meta, hacia el norte del mismo, cerca de la frontera con Casanare, territorio que pertenece a Los Llanos Colombianos, donde la agricultura y la ganadería son más que una mina de oro. Pensar que fue tan bien explotada por tanto tiempo por quienes ahora están disfrutando de su luna de miel en la cárcel.

Alejandra: Estoy contenta, mi amor. Nos vamos a empezar nuestra vida juntos. Apenas salimos y ya tengo ganas de llegar y ver nuestro nido de amor Quiero ver nuestra casa, nuestra habitación, la sala, la cocina, el comedor, ese hogar donde construiremos día a día nuestro matrimonio.
Rafael: Pues yo no puedo negarte que no dejo de pensar en qué pasaría si pisaras
Alejandra sonríe: No te preocupes, amor. Me adaptaré
Alejandra amaneció tan ilusionada con ir a ver su hacienda que ya se preparó como una auténtica llanera. Se puso una camisa entallada blanca dentro de los jeans clásicos. Tiene un cinto negro y ancho, y unas botas negras de cuero, sin taco, que le llegan hasta unos cinco centímetros debajo de las rodillas, puestos sobre los jeans. Su cabello lo lleva suelto y de costado, con los rulos desarmados. Se había puesto su pañoleta fucsia para que no volara su cabello al manejar, porque no había encontrado entre su equipaje otra que combinara con su conjunto. Sobre su cabello lleva sus gafas oscuras. Tiene las mejillas rosadas, los labios con su color natural pero con brillo, y las pestañas bien arqueadas, negras, con un delineado suave que resalta la claridad de sus ojos. Rafael, como siempre. Se había puesto su camiseta verde con ojales y cordones, unos jeans iguales a los del día anterior, tal vez un poco más oscuros, y las hojotas de cuero. Ya se había acostumbrado así, los trajes (vestidos) y las corbatas de todos los días quedaron en el pasado, esperando una ocasional salida formal. También lleva sus enormes gafas negras.

Aproximadamente después de 45 minutos llegan a una zona rural. Se ven pocos árboles y muchas praderas alrededor del camino. De vez en cuando aparece un hato de ganado. Se cruzan con camiones y buses enormes. Rafael cada vez que ve alguno parecido a los que vendía, menciona que probablemente lo hayan comprado de CA, como si fuera que todo el país se proveyera de vehículos allá pero después de todo para Rafael es difícil olvidar que su vida giró alrededor de CA por bastante tiempo. De pronto suena el celular de Rafael. Él lo toma, mira quién está llamando y se sorprende. Alejandra ve su cara de sorpresa y pregunta.
Alejandra: ¿Quién es, mi amor? ¿Qué pasa?
Rafael: Es Álvarez.
Alejandra también se sorprende: ¿Álvarez? ¿El Álvarez que un tiempo fuera vendedor en CA?
Rafael asiente con la cabeza y atiende: ¡Aló! ¡Álvarez, amigo! (con la nobleza particular de Rafael. Esta vez no olvida que es Álvarez y no Alvarado) ¿En qué te soy útil?
Del otro lado, Álvarez, con su inseguridad y su porte tímido que lo caracterizan.
Álvarez: ¡Dr. Méndez! Qué pena con usted, molestarlo a su celular, pero es que me urge hablar con usted, es un minuto, nada más.
Rafael sonríe con cortesía. No le preocupa lo que Álvarez tenga que decir. Tiene todo el tiempo del mundo para escucharlo. Relajado responde: ¡Dígame, amigo!
Álvarez: E e es que, después de que usted me contrató y concluyeran mis servicios me quedé nuevamente sin trabajo y y quisiera saber si usted puede interceder por mi en algún lugar, o tiene algo en que emplearme, cualquier cosa, dr. Méndez, lo que sea usted sabe lo difícil de la situación
Rafael: Álvarez, Álvarez. Déjeme ver qué puedo hacer por usted. No le prometo nada, pero apenas sepa algo, le llamo.
Álvarez: Gracias, gracias, gracias, dr. Méndez. De todos modos, no se moleste en llamarme, yo lo vuelvo a hacer. Y gracias por lo que hizo por mi cuando lo necesitaba.
Rafael: ¡No, no hace falta que me llame! Lo llamo yo. Sólo tenga fe y algo saldrá. Y soy yo quien agradece lo que hizo por mí. (Rafael mira a su doctora pensando en todas las empanadas que pagó, fue una de las tantas cosas que tuvo que hacer para recuperarla, pero sonríe satisfecho) Hasta luego. (Corta el celular)
Alejandra: ¿Qué quería, amor?
Rafael: Pues, desde que lo descontraté está sin trabajo, y me llamó para que mediara por él para que pudiera conseguir trabajo.
Alejandra: ¿Lo descontraté"? ¿Y usted en qué lo tenía contratado? (Alejandra se pone en actitud pesquisidora, como muchas veces se ponía antes)
Rafael, que conoce esa actitud, da un suspiro y sabe que es hora de empezar a contar si quiere mantener la armonía y relata: El pobre hombre estaba demasiado necesitado de trabajo. ¿Recuerda que yo le dije cuando él llegó a pedirnos trabajo que yo también había estado del otro lado? Pues en esos días Jiménez, ¿lo recuerda?
Alejandra: ¡¿Cómo olvidarlo?!¡Fue despedido por unos trescientos mil pesos o algo así de un radio que no mandó a poner!
Rafael: Pues Jiménez, un pobre amigo con problemas, también, había visto al tinterillo, al cachetón, a su novio
Alejandra interrumpe perturbada: Por favor, no vuelva a mencionar lo de novio.
Rafael: Bueno, a su ex novio...
Alejandra pone una cara de fastidio, pero no dice nada.
Rafael continúa: en un bar besuqueándose con la doña Bastantona aquélla
Alejandra: ¡¿Doña Bastantona?! (A Alejandra la perturban esos temas)
Rafael: Sí, la del veintiocho, la Carmela. Y ese día empecé a necesitar alguien que lo siguiera para recabar información. No tenía idea de quién era la señora, pero noté algo raro. La mujer no era del gusto conocido del tinterillo, por lo tanto sospeché que algo se traía entre manos, y fue ahí cuando contraté a Álvarez para que lo siguiera, luego para que tomara fotos, y así fui enterándome lo que el tinterillo hacía con la hacienda. Gracias a Álvarez llegué a obtener información. Luego les tocó ayudarme a Jaimito, el Dandy y Papeto, que casi fueron violados por la doña
Alejandra: ¡¿Álvarez, de espía?! ¡¿Y contratado por usted?! (Alejandra se alteraba cada vez más por el tema. Rafael lo notó por el tono y por el usted)
Rafael: Tranquila, mi amor. Todo eso ya pasó. Ahora estamos aquí. Álvarez necesita de mí así que voy a hacer una llamada al dr. Bernal. Después de todo hay un puesto vacante para un vendedor en CA. (Todo eso lo dijo rapidísimo Rafael, tratando de evadir los arranques de Alejandra)
Rafael llama a CA. Atiende Susana.
Rafael: ¡Susanita! ¡Tanto tiempo! ¡¿Cómo han estado ustedes por allá?!
Susana, del otro lado, se pone contenta: ¡Feliz de escucharlo, Rafael! ¡¿Cómo van ustedes?! ¿Y Aleja, está por ahí con usted?
Rafael: Por supuesto Susanita, toda la vida a mi lado. Ahora nos vamos para la hacienda a encontrarnos con nuestra nueva vida llanera. ¿Y mi amigo, el Dandy? ¿Me lo tiene bien?
Alejandra le pide el teléfono a Rafael, quiere saludar a Susanita. Rafael le hace ademán de que no, que está manejando, que siga en eso.
Susanita: Aquí estamos muy bien Rafael.
Rafael: Mi doctora quiere hablarla, pero está manejando, y prefiero que se concentre en eso. ¡Además, imagínese que me dice que haremos trescientos kilómetros en tres horas!
Alejandra, en vista de que Rafael no le va a dar el celular, grita: ¡¡¡Te quiero, amiga!!!
Susanita: Dígale que por favor sea prudente, Rafael. Dígale que yo también la quiero, y que la extraño, y que cuando vuelvan a Bogotá ni se le ocurra irse antes de pasar a verme.
Rafael: Llegamos a la hacienda y ella la llama. Susanita, hágame un favor. Páseme con el dr. Bernal, por favor.
Susanita: Ya se lo paso. Estoy feliz de saber de ustedes, Rafael, y éxitos para su nueva vida. Abrace a Alejandra de mi parte.
Rafael: Lo haré mil veces, Susanita. Gracias
En la oficina del dr. Bernal suena el teléfono que pronto es atendido. Rafael habla relajado con el dr. Bernal. Primero le pregunta si recibió su plata, aunque está seguro que Jaime no le fallaría. Luego le cuenta el motivo por el que lo llama y con toda nobleza intermedia por Álvarez. El dr. Bernal le reitera que siempre serán bienvenidos a CA él y la dra. Maldonado, que hasta ahora no encuentra quién los reemplace en su labor. El jefe ni recuerda a Álvarez, pero le dice a Rafael que lo mande hoy mismo con su carpeta antes de que llegue otro, que le hará el favor a Rafael porque lo considera un amigo y en gratitud por tan buen servicio que brindó a CA, que cualquier amigo suyo será considerado su amigo. Rafael agradece, le saluda departe de Alejandra, corta el teléfono y festeja. Cuenta a su doctora lo que pasó y llama contento a Álvarez a darle la noticia.

El viaje sigue tranquilo. Los esposos siguen conversando contentos, conociendo sus historias, sus sueños, enamorándose. Es mediodía. Al llegar a unos 120 kilómetros de Bogotá divisan unas letras: Bienvenidos a Villavicencio. Alejandra decide que allá descansarán un momento. Ha manejado casi una hora y media.
Rafael: ¿Quieres que yo siga para no parar?
Alejandra: ¿De verdad crees que te dejaría manejar así? Déjame llevarte, mi amor.
Rafael: Está bien, pero quedémonos a almorzar en algún lugar de Villaincienso, porque mi estómago está rogando
Alejandra se ríe del Villaincienso, le divierte: Es Villavicencio, amor. ¿Pero almorzar? ¿Después de todo ese desayuno?
Rafael: ¡Te prometo que será un almuerzo romántico!
Alejandra: Está bien, amor. Me convenciste. Buscaremos un lugar y nos comeremos algo sabroso
Al entrar a la zona urbana, buscan un lugar. Rafael mira todos los lugares que probablemente ofrecen morcillas y chicharrones. Alejandra busca algo elegante. Pero como es de suponer, gana Rafael. Después del almuerzo, siguen su camino rumbo a la hacienda. Pasa una hora y media más y de pronto desvían el asfalto unos dos kilómetros después de pasar un cartel Bienvenidos a Cayucao y entran por un camino de tierra. Está un poco mojado, por la lluvia del día anterior, pero no tiene suficiente barro como para hacer patinar las ruedas y trabar el coche. El paisaje alrededor es hermoso. Hay cercos hechos con pedazos de tronco no tan grueso y alambre, y se ve campo hasta el horizonte de los dos lados del camino. Siguen hasta que encuentran un portón enorme, también de tronco y alambre, debajo de un letrero hermoso tallado cuidadosamente en madera: Bellísima Hacienda La Alejandra. Adelante se ve una arboleda al costado de un camino que se pierde en una curva que ellos deben seguir.
Alejandra se queda deslumbrada y se emociona: Y pensar que casi la regalo
Rafael admira la hacienda, pero admira más la expresión conmovida de su bella esposa. Ella sonríe y mira a Rafael.
Alejandra: ¡Gracias, mi amor! ¡Gracias, y eternamente gracias! ¡Este momento es posible sólo gracias a ti!
Alejandra se baja del coche. Rafael la acompaña. Miran alrededor y disfrutan el paisaje. El sol de la siesta le da un resplandor precioso a los distintos tonos de verde irrepetibles entre sí. Después de la entrada dos huellas paralelas guían el camino hacia la casa de campo donde ellos piensan iniciar su vida. Ellos se acercan al portón y se abrazan. No paran de sonreír y besarse. Es un momento demasiado feliz. Rafael, con una llave que le da Alejandra, abre un candado enorme que tiene el portón, luego Alejandra lo empuja haciendo un gran esfuerzo. Rafael le presta ayuda y se queda esperando con el portón abierto. Alejandra se sube al auto y pasa la entrada. Luego vuelve para ayudar a Rafael a volver a cerrar el portón, ponen de nuevo el candado y se suben nuevamente al coche, y siguen la huella.
Miran todo a su alrededor. Pasan por encima de un pequeño puente construido a unos metros encima de aguas cristalinas que corren entre arena y roca. La Alejandra tiene tierras regadas por un arroyito que nace ahí cerca y que forma parte de la cuenca del Orinoco, que después de algunos kilómetros se convierte en un río y desemboca en el río Meta, que al recorrer varios kilómetros desemboca en el río Orinoco, en Venezuela, hasta llegar al océano Atlántico. Siguiendo la huella unos pocos metros después del pequeño puente entran a una arboleda tupida que oscurece el paisaje.
Alejandra: Te amo con todas mis fuerzas, Rafael, todo esto te lo debo a ti.
Siguen la huella saliendo de la arboleda y de pronto se encuentran con un montón de vacas, toros y terneritos que están pastando. Rafael pregunta si toda esa cantidad de animal tiene nombre, y cómo se acordarían de los nombres Alejandra ríe, recuerda a Conchita, a Isabel, a Sandra, a María Alejandra...
Pronto llegan a una casa muy linda sin cercado hecha con ladrillo visto, ventanas talladas en madera, abiertas de par en par, una linda puerta abierta, también tallada en madera de donde salen un hombre alto, canoso, con camisa a cuadros remangada, botas y sombrero, y una mujer delgada, pequeña, morena, con el cabello negro liado en una pañoleta, un vestido estampado y un delantal, y como cinco niños de distintas edades que salían de todos los costados de la casa. A un lado de la casa se ve una camioneta Chevrolet grande, gris, doble cabina, con las ruedas y los guardabarros llenos de barro seco y los costados llenos y los parabrisas llenos de polvo. La huella pasa por el costado de la casa y sigue hasta perderse entre los árboles.
Los esposos se bajan del coche. Alejandra sigue emocionándose:
Alejandra: ¡Joaquín!
Joaquín: ¡Doña Alejandra! ¡Bienvenida! ¡Bienvenido don!
Alejandra casi no recordaba a Joaquín hasta que lo vio. Tampoco casi recordaba a Ana, la esposa, hija de uno de los empleados de la hacienda, que tenía su misma edad. Recuerda que cuando ella tenía unos dieciséis años, tal vez un poco más, mientras ella estaba en el colegio de niñas, sus padres y su tía fueron al casamiento de Ana y Joaquín, y ella nunca les perdonó que no se la llevaran. Recordaba que en ese tiempo Joaquín era un joven capataz, pero era mucho mayor que su esposa.
Alejandra: ¡Ana! ¡Sigues linda, como de niña!
Ana (sonriente y salerosa): Bienvenida, señora. Bienvenido señor.
Alejandra: Miren, les presento a Rafael, mi esposo.
Rafael: Ana, Joaquín, tanto gusto.
Joaquín: Miren, les presentamos nuestros niños: Jorge, María Rosario, Alejandrica, María Dolores y Juan.
Alejandra mira sorprendida. Recuerda que Ana tiene su edad porque tiene vagos recuerdos de cuando eran niñas, aunque duda. Mira a Rafael extrañada.
Ana: Por favor, pasen a sentarse un momento. Deben estar cansados. Tómense agüita fresca antes de ir para la casa. Ya la limpié y la arreglé todita para ustedes. En el refrigerador hay jugo y otras cositas que tal vez les gustará.
Joaquín: Yo les acompaño para descargar el equipaje. Les sigo con Azabache.
Alejandra: No Anita, gracias. De verdad queremos seguir hasta la casa para acostarnos un rato a dormir la siesta. El viaje fue fatigante con el sol del mediodía. Y no hace falta que nos acompañe, Joaquín, traemos poco equipaje.
Rafael abre grande los ojos pensando en todo el equipaje de su doctora, pero se pregunta quién será Azabache tiene que ser sobrenombre para un muchacho grande, muy moreno, que lo ayude a Joaquín.
Alejandra se dispone a seguir. Joaquín insiste en seguirles con Azabache, hasta que ella accede. Rafael vuelve a subirse al coche después de Alejandra.
Joaquín: ¡Jorge! ¡Tráeme a Azabache!
Jorge, un muchacho trigueño, alto, delgado de unos trece años, vestido como su papá, de camisa, pantalón y botas, va al instante al oír la orden de su papá. Los esposos MM siguen la huella lentamente. Van entre curvas, entre ganado, entre pasto y árboles, y más lejos algunas casitas pequeñas y lindas como la de Joaquín de las que salían a levantar la mano para saludarles y darles le bienvenida hombres vestidos como él, mujeres vestidas como Ana y varios niños en cada casita que fuera de los empleados de la hacienda. Alejandra iba sacando la mano por la ventana y tocando la bocina. Rafael también saludaba con la mano con la ventanilla abierta.
Siguiendo la huella, desde unos doscientos metros divisaron una casa hermosa, en partes blanca, en partes de ladrillo y piedra, con grandes ventanales con rejas y otras ventanas más pequeñas también con rejas, de dos pisos, mucho más grande que las otras casitas, sin cercado alrededor, con una chimenea que llamó la atención a Rafael. Llegando a ella entraron con el coche hasta un espacio techado a su costado como para que entren unos cuatro coches. Desde ahí hay un caminito de piedritas de colores que conducen a una pequeña escalinata de madera que va hasta un vestíbulo grande, que da con la puerta principal. Un jardín bien cuidado rodea toda la casa, y hay plantas enormes y exóticas. Las ventanas están todas abiertas. La puerta principal, que es enorme, tiene un paisaje tallado en la madera, hecha probablemente por un gran artista. El vestíbulo tiene un juego de cuatro sillas blancas y una mesita de jardín de un lado, y dos sillas mecedoras de mimbre del otro lado. Rafael, al ver las sillas de mimbre, se imagina viejito, sentado, mirando el atardecer con su esposa. Alejandra se baja del auto. Ve esa casa y se sonríe. Va hacia el lado de Rafael y lo espera a que se baje. Rafael se saca las gafas negras y admira tanta belleza. Alejandra toma de la mano a Rafael y van por el caminito de piedra que tiene justo la anchura para que dos personas vayan de la mano. Al borde del caminito hay pequeñas plantitas con flores de distintos colores. Los esposos suben la escalinata y llegan hasta la puerta principal que está sin llave. El piso del vestíbulo brilla y tiene alrededor como un balconcillo de la misma madera de las puertas y las ventanas, y del pasamano de la escalinata. Alejandra abre la puerta. La llave está del lado de adentro. No hay ningún peligro en ese lugar. Todas son personas de confianza, hasta se puede dormir con las puertas abiertas.
Los esposos entran a la casa. Hay una sala grande con un juego de living muy bonito, y sobre el piso resplandeciente una alfombra granate. Sobre la alfombra hay una mesita de vidrio grueso con un florero que tiene dos delicados pimpollos de rosa blanca. A ambos costados de la sala hay unos ventanales abiertos que dan con el paisaje de La Alejandra. Las cortinas, también granates, están recogidas a los costados de cada ventanal. Frente al juego de living hay un hogar con leña. Se notaba que hace mucho no lo prendían, y que la leña se había puesto hace poco para que haya un ambiente sin vacío, más acogedor. Al lado del hogar, un poco retirado de él pero todavía frente al living, sobre un mueble de madera oscura y lustrosa, hay un televisor no muy moderno pero enorme. Al pasar por una puerta grande, al lado de las escaleras que iban a los dormitorios, se llega al comedor, donde hay una mesa de vidrio rectangular, enorme, brillante, y unas doce sillas alrededor de ella todas talladas en madera, cada una con un almohadón granate. En el centro de la mesa hay un canasto lleno de frutas. Al costado del comedor también hay un ventanal enorme con las cortinas recogidas. El sol ilumina todo, no hay necesidad de encender ninguna luz. Del comedor se pasa a la cocina, una cocina amplia, bien limpia, toda amoblada, con una mesa en el medio y cuatro sillas alrededor, un mantel blanco y un canastito con pan, tapado con una mantita bordada a mano. Los juegos de muebles son muy bonitos. La heladera blanca tiene botellas con agua, una jarra de jugo recién exprimido, leche en una botella, queso, manteca, carne y algunas frutas y verduras, todo producción de la hacienda. Siguiendo hacia el fondo hay un escritorio rodeado de una biblioteca y de ahí hay nuevamente un balconcillo con una escalinata que da salida hacia el patio posterior, que se une con el resto de los campos de la hacienda.
Alejandra y Rafael están pasmados. Vuelven hasta la sala y se ponen frente al hogar.
Rafael: Esto es hermoso, mi amor. Aquí esperaremos el invierno muy juntitos.
Alejandra: No puedo creer que estemos aquí, juntos, tú y yo, y que nos va a tocar disfrutar de esto para siempre
Rafael abraza a su esposa: Te amo. Alguna vez soñé con algo así, pero nunca me atreví a ilusionarme de verdad. Esto es más de lo que imaginaba para mí. Tú eres más de lo imaginaba para mi.
Alejandra: Pero no más de lo que mereces, porque te mereces mucho, mucho más que esto.
Rafael: No pido más nada que tenerte a mi lado toda la vida
Rafael la besa con ternura. Los interrumpe un galope. Los esposos salen para mirar. Es Joaquín que llega montado en un caballo negro. Los esposos salen al vestíbulo a recibirlo. Joaquín se baja del caballo, lo ata a un arbolito y se asoma a la casa. Desde lejos habla.
Joaquín: ¡Doña Alejandra, ¿bajo todos los bultos del carro?!
Alejandra: ¡Sí por favor, Joaquín!
Rafael: ¡Voy para ayudarlo!
Alejandra: Espera, mi amor. Descansa que Joaquín bajará de a poco las maletas.
Rafael: Pero vino solo, no trajo a su ayudante, al Azabache.
Alejandra: Rafael, Joaquín vino montado en Azabache.
Rafael pone una cara de asombro, pero pronto responde: ¿Ya ves, cómo los animales también tienen nombre aquí? ¡Esta misma tarde debemos salir a conocerlos, uno a uno, y empezar a aprender los nombres!
Alejandra se ríe a carcajadas: ¡Amor, si te pones a conocer uno a uno a los animales de la hacienda nunca volveremos a comernos un asado!
Joaquín baja las maletas de a poco.
Joaquín: ¿Las llevo directo al cuarto, doña Alejandra?
Alejandra: Sí, por favor.
Joaquín sube las escaleras con los bultos, una y otra vez, hasta que hubo terminado. Luego se despide de los esposos, les dice que si necesitan de él o de su esposa les llamen por teléfono, que estarán atentos, y les desea un buen descanso, va hasta el arbolito donde dejó a Azabache, lo desata y va de regreso a su casa.
Los esposos MM suben las escaleras lustrosas, Alejandra de la mano de Rafael, Rafael tomado del pasamano, hasta llegar al cuarto donde dormirán una siesta. Pasan frente a tres cuartos más que tienen grandes puertas abiertas, con grandes camas también y todas bien ordenadas, hasta llegar al fondo donde está el suyo, el más grande. Rafael tiene muchas ganas de cargar a Alejandra, pero piensa en su impedimento físico. De pronto decide serle indiferente al dolor, toma fuerzas, la sorprende y la carga, no le importa arriesgarse a que algo le duela porque el momento vale la pena. Alejandra da un grito como de susto, pero al estar en los brazos de Rafael le sonríe, lo besa y se deja llevar en brazos de su héroe hasta la cama.

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