I. Eternamente novios

Al día siguiente despierta Alejandra en el pecho de Rafael, ambos liados entre sábanas. Un pequeño rayo de sol filtrado entre las cortinas, no del todo cerradas, le da a ella justo en la cara. Él sigue dormido, con un semblante de paz, una leve sonrisa, una expresión satisfecha, orgullosa, feliz. Ella parpadea, luego abre los ojos definitivamente, lo mira como si no pudiera creer que está ahí, sonríe, se queda mirándolo un corto instante y vuelve a recostarse en su pecho. En voz baja para ella misma dice: "mi esposo". Él se mueve. La siente. La abraza y contesta como si la hubiese oído, sin abrir los ojos:
—Buenos días mi amor.
Ella lo besa en la mejilla y él le pregunta cómo amaneció.
—Feliz.
Él abre los ojos e intenta darle un beso en los labios, pero el collar cervical se interpone. Entonces se acerca ella y lo besa suave en los labios.
—He imaginado tantos amaneceres con esos ojos iluminando mi día antes que el sol, mi doctora.
Alejandra (para no perder la costumbre, buscando con la vista algo para leer la hora):
- ¿Que horas serán?
- La hora que usted quiera, mi doctora
- ¿Las diez? ¡Amor, es tardísimo!
- ¿Y eso qué importa mi amor? Estamos de luna de miel, y yo estoy exhausto. ¡Anoche me hiciste trizas, amor!
- No, no, no no me culpe que yo sólo iba a abrazarlo y usted.
- ¡Iba, iba a abrazarme, porque después todo lo que me hizo aprovechándose de mi estado! ¡No me hubiese podido salvar nadie!
- ¡Méndez! - se expresa como llamándole la atención, como culpándolo de una blasfemia, pero sonríe con aire pícaro y enseguida le habla al oído - Y eso no es nada.
- ¡Qué es eso, mi doctora! ¡Mis respetos, doctora!
- Bueno, por qué no vamos a disfrutar de la piscina de este hotel que me han comentado es maravillosa. Aprovechemos los pocos días que tenemos aquí, amor. No te apresures, yo te ayudo. Pero espérame un momento, que ya vuelvo.
Alejandra, que amanece linda como siempre, va hacia el baño. Él la mira de atrás. Se refleja en su rostro la admiración que siente hacia su esposa.

Mientras tanto en la casa Maldonado, Jota y Rosario en la sala tomándose un té.
- No te voy a perdonar que hayas olvidado darle las instrucciones para la noche de bodas a la nena.
- ¡Ay, Jota! Eso es algo espontáneo, algo que se aprende con la propia experiencia.
- ¡Y tú!... ¿Y tú cómo sabes eso?
- Ay, bueno, pues yo lo supongo.
- Nos va a hacer falta la niña en la casa, Rosario. Esta mañana me costó tomarme el desayuno sin su presencia. Joven se nos casó y nada pudo esta vez detenerla. Se nos fue la niña.
- Se fue tras su felicidad, Jota. Por favor no hables como si ella estuviese muerta.
- Su recuerdo, su perfume, su sombra seguirá aquí Como dijera el Rey Sol, Luís XIV: Yo me voy, Francia se queda.

Y en la casa Méndez, los otros dos amores de Rafael, tomándose un jugo en la mesa de siempre
- Lo voy a extrañar, hijita. Espero que la doctora Maldonado sepa prepararle el desayuno como a él siempre le ha gustado.
- Pues permita que le diga, yo más bien lo veo a él preparando el desayuno a la princesa, mamita.
- Ay mi niña, pues ojala Rafael no se haya apresurado en querer casarse con esa señora, porque pues pa mi que apenas se conocían.

Rafael y Alejandra están abrazados en una silla de playa cerca de la piscina, así como en Cartagena en la noche de vallenatos, en la misma posición; se llenan de besos, rebosados de sonrisas y caricias. Ella tiene un vestido flojo, cortito, blanco, impreso con florecitas, sin breteles, encima del bikini turquesa que deja ver sus tirantes atados en el cuello. Tiene el pelo recogido como el día de los desafíos en las Ojonas, pero hoy, sin maquillaje, y hermosa. Hace calor. Él está con una bermuda blanca que le sienta muy bien, y por debajo de se deja ver la férula en la pierna izquierda que inspira ternura. Su playera es grande, verde, un poco más oscura que camisetín, y tiene ojales cerca del cuello, con un cordón entrelazado entre ellos, probablemente porque una remera con cuello común no hubiese podido pasar por el collar. Al costado del sillón playero reposan un par de ojotas celestes, un par de ojotas de cuero más grandes, y un par de enormes muletas.
- ¿Puedes creer que estamos casados, mi amor?
- Con tanta felicidad no he pensado en eso. Cuando estaba en la cárcel, apenas ayer, lo único que quería era estar a tu lado, día y noche, y cuidarte. Me dolía tanto estar lejos, pensando que estabas mal, y por mi culpa. ¿Y sabes?, si no hubieses puesto como condición lo del matrimonio, o si por algún motivo no me lo hubiesen dicho, hubiese sufrido en la cárcel, pero pensando que merecía cada segundo de dolor por haber hecho daño al amor de mi vida. Tú me pagaste mal con bien amor, porque yo, mereciendo un castigo, me gané el premio mayor que es tu amor, y aquí estoy.
- Pues yo, ya aquellos días en Cartagena, tenía ganas de encontrar una iglesia lo más cerca posible para llevarte allá y casarnos. Yo siempre estuve seguro de que quería pasar mi vida a tu lado, nunca me importó lo que tenga que pasar para eso, o si no te conocía, o si fuera una locura, sólo supe que te amaba y eso fue suficiente. Dirás que soy meso... masoquista, pero vivir sin ti es mil veces peor.
Alejandra sonríe y lo besa.
- Pues yo no pensé en nada cuando supe de tu propuesta de matrimonio. No se me ocurrió preocuparme por si habíamos estado juntos lo suficiente, por si seríamos compatibles toda una vida, por si nos conocimos como pareja. No tuve tiempo para pensar, sólo para extrañarte. Sólo para amarte y querer pasar el resto de mi vida contigo.
- Te seré completamente sincero. A mi se me ocurrió que tú aceptarías, tal vez, como escapatoria, para salir de la cárcel. Luego recordé que bajo el riesgo está la ganancia. ¿Y sabes cuándo pensé que realmente me amabas? Cuando vi el rostro de felicidad de tu papá cuando le puse mi condición, porque si él hubiese estado pensando que no me amabas no hubiese sonreído de aquélla forma al oír mi propuesta. Se hubiese preocupado. Es más, yo te propongo algo. Seamos novios. Eternos novios. Eternos novios bendecidos por Dios. Empecemos a conocernos más. Empecemos a salir, te invitaré al cine, caminaremos de la mano por las calles, así como en Cucunubá y si alguien se atreve a poner los ojos en mi novia, le pasará lo que le pasó a aquel amigo tuyo, el gay, rosado, celeste o lo que quieras. Ya ves que algo se traía por eso ni siquiera vino a nuestra boda. Le molestó nuestro matrimonio.
Alejandra se mata de la risa y contesta:
- No digas eso, que gracias a él estamos aquí.
- ¡¿Cómo que gracias a él?!
- Él hubiese querido estar en nuestra boda. Yo le pedí expresamente a mi tía Rosario que lo llamara. Pero como fue todo tan rápido él no pudo llegar. Sin embargo, te cuento que nuestra luna de miel esta semana en este hotel es un regalo que Guillo nos mandó. ¿No se te ocurrió preguntarte quién hizo la reservación y quién pagó todo por adelantado?
- ¿Fue ese tipo?
- Fue mi amigo Guillo. "Nuestro" amigo Guillo.
- Bueno, pero de todos modos, que nadie te ponga los ojos encima ¿Aceptas ser mi novia?
Alejandra vuelve a reírse a carcajadas.
- Sí, tonto. Eternamente novios.

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