[6.] La risa de los cuervos
Los indicios del término de la guerra llegaron a finales del octavo año de conflicto.
Las estrategias del general de Goryeo habían estado a la par con el poderío y riqueza con el que contaba su enemigo. Ambos lados de la balanza siempre habían podido explotar las debilidades del otro con batallas ganadas y perdidas por igual. Sin embargo, las esperanzas decaían día con día en la población del reino de Goryeo.
Baekje había esperado una victoria rápida con el ataque a gran escala que había montado al inicio de todo, su objetivo inicial había sido el de ingresar al imperio y derrocar al rey con un ataque relámpago y demoledor. Sin embargo, no habían contado con la terquedad y genio del general Wei Wuxian, quien no solo resistió semejante ataque, sino que se dio maneras de alargar la guerra con los recursos limitados de Goryeo.
No obstante, la preocupación creciente de la población no carecía de motivos. Era cierto que Baekje había sido sorprendida y arrastrada a lo largo de una larga guerra, pero contaban con recursos más que suficientes para continuar esa disputa por muchos años más. Goryeo, no.
El imperio a la cabeza de Jiang Fengmian había sufrido una gran pérdida, tanto de soldados como recursos, a causa de la reciente guerra contra Silla y el imperio Wen. Derrocar a un monarca que había sembrado el terror por decenas de años no había sido fácil y las fuerzas de Jiang Fengmian no habían estado del todo recuperadas al comenzar la segunda guerra. Paso a paso, la balanza se había desequilibrado tanto que el final ya se veía venir. Los días para coronar un ganador absoluto estaban más que contados.
Eso, por supuesto, hasta que se descubrió la identidad del mayor traidor del ejército Baekje. Aquella persona que se había encargado de diezmar lentamente muchas de las estrategias de Baekje, aquel que había intercambiado mensajes secretos con sus espías... Aquel príncipe heredero que se suponía muerto hace meses, Jin Zixuan, hizo conocer su existencia la madrugada en que una de las más grandes masacres se hizo posible gracias al poder oculto y terrible de una simple flor.
La Amapola así inició un reinado de terror como ningún otro.
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Entre las templadas mañanas cargadas de rocío en que su madre solía aceptar reluctantemente sus pequeños obsequios florales y las eternas horas en que debía permanecer bajo el yugo de sus instructores, él era feliz.
Desde que aprendió a caminar, había tenido un estricto horario que seguir, pero también había recibido mucha indulgencia de parte de su madre cada vez que encontraban el tiempo libre de escapar a los jardines. Ella corría detrás de él revestida en capas y capas de tela que brillaban como el sol. Él sentía su corazón latir a mil cuando trataba de esquivarla, una y otra vez, hasta que ella por fin lo atrapaba en un abrazo cálido. Y en el tiempo restante de sus reuniones, él cogió el hábito de rodearla de flores.
Aprendió a arrancar flores con delicadeza y a cortarlas para adornar su regazo, su cabello y sus alrededores. Se volvió tan obsesivo que poco a poco aumentó las proporciones. Parecía empeñado en enterrarla en flores hasta que, un día, le pareció que eran insuficientes. Quiso entonces pepitas doradas iguales a las que llevaban sus túnicas y sus juguetes. La combinación de colores y el reflejo del sol sobre el oro le parecía algo maravilloso, lo suficiente para culminar su obra maestra.
Él no lo sabía entonces, pero la opulencia de su reino yacía sobre montañas de cadáveres en descomposición a los que nadie, ni siquiera su amorosa madre, daba importancia.
Podía tratar de recordar alguno de los cientos de posibilidades que convergieron para que él terminara en ese sitio. Cada uno de los hilos que el destino preparó para romper la burbuja de ignorancia en la que vivía, esa que siempre le hizo creer que sería un rey (grandioso) decente. A veces se consolaba diciéndose que al menos sus intenciones habían sido genuinas, aunque aquello no borraba el hecho de que sus manos estaban manchadas de sangre y que sus cortos pasos habían encaminado a una civilización entera a la inanición.
¿Qué había llegado primero? ¿El tañido del Erhu o el temblor de la madera bajo cientos de pies descalzos?
Qué importaba, qué importaba. Al fin y al cabo, se iría al infierno.
—Padre, quiero más pepitas brillantes para decorar mi regalo.
—¡Quiero tantas pepitas como estrellas en el cielo!
—¡Por qué tarda tanto en llegar el nuevo cargamento! ¡El cumpleaños de madre se acerca y apenas voy por la mitad!
Él simplemente no conocía el concepto de la paciencia. Aquel día, para encargarse personalmente de la gente incompetente que no hacía bien su trabajo, había decidido quitarse los ropajes y disfrazarse como un joven común y corriente para vigilar qué tanto hacía esa gente en las cuevas ocultas tras la niebla, en los recovecos de túneles infinitos.
El camino apenas iluminado por faroles y antorchas era inhóspito, aciago en cada una de sus sombras labradas de pesadillas y horrores mucho más atroces que una guerra sin cuartel. Allí, de camino a ese sitio lóbrego, ni siquiera podía oírse un ave ulular como sería común. La muerte acechaba desde cada grieta y creaba un paso triunfal y asfixiante para los verdugos que compartían anécdotas de sangre que manchaba paredes y dedos que eran resquebrajados como si fuera cualquier plática común del día a día.
Tal era el nivel de enajenación que su mente infantil no captó del todo la complejidad de lo que escuchaba y decidió asociar tales palabras a un cuento de terror o leyenda urbana, de esas que eran compartidas en los bares y comedores por gente vestida de manera estrafalaria que solo buscaba hacerse una moneda de plata más con el poder de su oscura imaginación.
¡Qué historia tan divertida! ¡Qué momento tan salido del surrealismo!
«¿Recuerdas cómo se retorcía bajo esas garras?».
«¿Qué dices? Si esa fue la parte más aburrida, ¡más me gusta la persecución! ¿Recuerdas cómo siguió tratando de escapar incluso si la bestia olía su sangre?».
«¿Me pregunto cuántos sacos llenaremos hoy? ¿Cuántas piedritas lograrán quitar con martillo y cincel antes de que el veneno consuma sus pulmones? Yo te apuesto dos horas, no más ni menos. Aunque ese de allá puede que dure tres...».
Allá, ocultos por la niebla y el eco infinito de gritos que se transformaban en cantos de cuervos, Jin Zixuan había descubierto el horror de la riqueza y la belleza de la codicia.
Aquel día, por simplemente hacerse el listo y cambiar de ropajes para infiltrarse, por ser un imbécil que se sentía aburrido de esperar por sus pepitas de oro, se había adentrado a un mundo distinto, uno en el que los prisioneros de guerra no eran más que objetos de entretenimiento para gente tan aburrida como él. Aún ahora se pregunta si él habría terminado así, si él se hubiera convertido en uno de aquellos verdugos.
Al cruzar las puertas de ese sitio, lo primero que lo había asaltado fue el olor metálico de la sangre. Un par de cuerpos transportados en carretilla casi lo había derribado, pero gracias a un charco oscuro en el piso, había logrado esquivarlo. Un tropezón con la realidad que lo dejó mojado; el líquido espeso y pegajoso aferrándose a su disfraz de plebeyo. Su consistencia viscosa le provocó arcadas y, mientras expulsaba la comida de su estómago, se empeñó en frotar sus manos contra la tela ya sucia y manchada. Sin embargo, sin importar cuanto intentó, la suciedad no se desvaneció.
Poco a poco, las siluetas comenzaron a verse borrosas. Fue un proceso lento, irreconocible por lo embotada que quedó su mente con cada paso que daba. Su guía lo llevó primero a un pasadizo secreto tras una puerta de madera cualquiera, los goznes rechinaron y llenaron el vacío de sus pensamientos. Las escaleras eran empinadas y el trayecto corto, pero no pudo evitar caer de bruces al perder la coordinación de sus pies. De pronto oyó pasos arriba, risas exacerbadas y un líquido que se coló entre las rendijas y se aferró a su cabello. Un olor dulce que contrastaba con otro acre, pestilente y aferrado a los muros.
Lo que vio a través de las rendijas de madera, la razón por la que esos hombres y mujeres reían con desparpajo... aún años después continuaba persiguiéndolo en sus pesadillas, en los momentos en que no podía llenarse de suficientes tareas ni encargos para despejar su mente, para dejarla tan agotada que ni una imagen se cruzara sin su permiso. Casi y puede sentir las gotas deslizándose y cayendo a su cara, sus hombros, sus pies descalzos y enrojecidos...
La Amapola allí había sido una bendición, una del que los prisioneros no podían permitirse rescindir sin volverse locos. Calmaba el dolor y cubría de niebla el cerebro. Daba fuerzas al cuerpo que llevaba días sin descanso y con nulas horas de sueño. Sus cortas vidas eran como velas quebradizas, pero gracias a esa flor, ellos sentían a sus huesos llenarse de fuerza y su vista mucho más enfocada en esa eterna oscuridad. Todo se volvía más llevadero gracias a esa bendición que dejaba la tierra marchita. Jamás notaron como, poco a poco, los dientes adquirían una tonalidad amarillenta y los órganos internos se consumían para alimentar la fuerza de la llama, por el espacio de un par de años más a lo sumo.
Si esa gente decidía armar un rodeo y traer animales salvajes para que los prisioneros se mataran entre sí, la Amapola era suficiente aliciente para sentirse poderoso por minutos, para luchar con garras y dientes mientras eran despedazados vivos. Reían mientras eran desmembrados.
Si en la otra sección al comandante le parecía que no estaban trabajando lo suficientemente rápido para excavar las pepitas, se los amenazaba con llevárselos a la puerta con escalera empinada. Los pedidos eran excesivos y los prisioneros podían ser cambiados fácilmente. Había decenas, cientos de quienes escoger porque nuevos integrantes eran añadidos con frecuencia. Por ello era tan importante mantenerse trabajando hasta donde permitiera el cuerpo y más, mucho más allá de los límites que trae la carne y huesos humanos. La Amapola era perfecta para ello, la Amapola permitía que esa gente disminuyera el peso que esa tumba representaba sobre sus hombros.
Las carcajadas siempre abundaban, reverberaban hasta en los huesos, pero ni una sola de ellas pertenecía a prisioneros cuerdos.
Y su guía, aquel sujeto al azar que había sobornado y convencido para que lo dejara entrar de incógnito, lo miró firmemente tras varios segundos antes de hablar.
—Creo que tus pepitas pueden esperar, ¿cierto?
Lo encontrarían colgado días después, un suceso ignorado con apenas un deje de manos por parte de su primo Jin Zixun. Un gesto parecido al que hacía cada vez que el prisionero por el que apostaba perdía contra el lobo u oso de turno.
La felicidad que creía conocer terminó ese mismo día, y con cada nuevo descubrimiento que hizo en cuanto a su padre, sus primos e incluso su madre, un poco de sí mismo se perdió en el camino. Dejó de perseguir a telas vaporosas y de añorar flores que rodearan la belleza de su persona amada. A lo largo de los años venideros, su madre le preguntó una y otra vez si todo estaba bien, le aseguró que el hombre malo jamás volvería a hacerle daño.
Con esos arrullos, su sonrisa se volvió cínica. Jamás pudo serle sincero de nuevo, jamás pudo confesarle que la amaba incluso si hacerlo lo hacía sentir culpable.
A los restos del niño que fue después de su exploración inocente solo le quedaron un vacío profundo de desesperanza, un clamor por justicia que se transformaría en aves ululantes que transportaban mensajes secretos y un montón de experimentos fallidos, esperando el momento correcto hasta que las piezas de su plan encajaran por fin y dieran paso... quizá no hacia la redención, ni siquiera la felicidad. Pero algo distinto, algo que apaciguara, aunque fuera un poco, la carga que presionaba en su consciencia.
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Este fue uno de los meses más ajetreados de mi existencia, pero al menos logré terminar el cap 11, penúltimo en este arco, con más de 4000 palabras. x_x
No quiero partirlo en absoluto, pero puede que tenga que hacerlo si este mes no escribo al menos dos capítulos más, uno para el final del arco y otro para el inicio del segundo, "La novia del Ser inmortal".
En cuanto a Jin Zixuan... pueeeeees... XD
Desde el momento que escribí este cap no tenía intención de dejar nada demasiado explícito y así me siento satisfecha.
El próximo cap será algo corto, pero les servirá de respiro. Solo digo...
Próximo cap: "Un mundo en silencio".
La guerra llegó así a su fin y trajo consigo la caída de otro imperio más. El destino de incontables vidas ahora bajo el poder de un nuevo gobernante que prometía ser mejor, más justo y menos ególatra. Goryeo por fin abarcó un territorio que se extendía desde oriente hasta occidente y comenzaba un periodo en que la estabilidad y una administración certera debía imponerse de inmediato, no fuera que en el proceso de unión fueran a caerse a pedazos...
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