[10.] La maldición para la bondad
Desde que los tambores retumbaron y trasladaron su sonido a través del viento de finales de otoño, Jiang Cheng no volvió a pronunciar palabra.
Al principio, cuando Lan Xichen oyó los dos primeros tañidos, la extrañeza se apoderó de su ser y lo hizo girar la cabeza en dirección al sonido que viajaba lejano y certero, no como una flecha, sino más bien como un arpón pesado. Poco tiempo después, los gemidos se hicieron presentes a su alrededor, no solo en la pared contigua a donde se encontraban, sino en los pasillos, los muros y los jardines. Ya para el tercer y cuarto golpe, Jiang Cheng se había levantado de su sitio y dirigido a la ventana donde un sol abrasador y terrible golpeó su rostro de lleno. La luz era demasiada, y ningún artista habría sido capaz de retratar la profunda desolación que cruzó esas facciones.
La Xichen nunca olvidará la forma en que ese rostro se deformó al darse cuenta, por fin, que se había quedado huérfano.
—¡Su Majestad!
—¡Su Majestad!
—¡Su Majestad!
Con aprensión, vio desde primera fila a un ser humano derrumbándose. Lo vio llevarse las manos a los oídos en un intento de bloquear todo sonido. La forma en que apretaba sus palmas contra los lados de su cráneo habría sido suficiente para quebrar la cabeza de un infante, pero al parecer, no bloqueó del todo el ruido de fondo en su caso. Los alaridos y súplicas alrededor de ellos terminaron por elevarse tanto que las palomas salieron disparadas de entre los recovecos del techo y los árboles. Sus sombras crearon un vórtice de destellos y sombras que ocultó el grito silencioso de Jiang Cheng, los sonidos guturales que escaparon por su garganta semejantes a los de un animal moribundo.
Lan Xichen decidió romper las reglas del decoro y envolverlo entre sus brazos.
Podrían haberlo condenado a muerte por ello, e incluso así, no le importó en absoluto. Sostuvo con toda la delicadeza que pudo a ese pequeño hombre que acababa de convertirse en la cabeza de una nación y cerró las ventanas con premura. Los envolvió en una oscuridad calma y se dijo a sí mismo que se lo debía, que no podía quedarse alejado ni un minuto, que Chun-hiang no dudaría de sí misma a la hora de tomar una decisión.
Fueron pensamientos incoherentes sin ningún cabo fijo; su cuerpo estaba ocupado tratando de impedir con todas sus fuerzas que los trozos entre sus brazos se desbaratasen. Esos pocos minutos se turnaron en horas. Recuerda muy pocos detalles de ese día, casi nada más que el dolor que compartió en medio del caos. El dolor que con gusto habría arrebatado con tal de aminorar la fuerza que ejercía en su persona amada.
Solo años más tarde se daría cuenta que esa taza de té a medio enfriar en la mesa contigua sería el símbolo del camino erróneo que tomaron tanto él como Jiang Cheng. Siempre añoraría los días previos a esa taza de té servida: las sonrisas secretas previas a resoplidos llenos de jocosidad; las caricias fugaces que jamás ocultaron dobles intenciones; las interacciones serenas, todavía bañadas de un poco de ingenuidad.
Todo momento completamente dichoso fue robado en un instante y en el futuro solo le quedarían pequeños momentos fugaces en los que sentirse feliz, todo lo feliz que llegaría a ser ahogado hasta el cuello de miseria y rencor.
No obstante, eso eran historias para el futuro, los meses y años venideros que recibirían a Lan Xichen con el mismo sol en el poniente y la misma convicción de que hizo lo correcto para salvar a sus amigos. Porque ante sus convicciones vanas, Jiang Cheng no estaba listo para gobernar en ese momento; además, sus padres jamás le habían prestado la suficiente importancia a Nie Mingjue, un general que había caído en la desgracia tras la guerra contra Silla.
—El príncipe heredero no puede gobernar sin mi ayuda, sabes que este es el momento donde la estabilidad es crucial.
—Lo sé —había aceptado Lan Xichen antes de aceptar la propuesta, antes de encontrarse "por accidente" con el príncipe heredero la primera vez—. Lo que no entiendo es cómo se supone que yo encajo en todo esto. Soy un artista cualquiera.
—Solo necesito una distracción para consolidar mis planes y tú eres el sujeto indicado, Xichen. Ya captaste su interés en tu última presentación.
Los ojos de Lan Xichen se ampliaron cuando la realización se asentó en su mente.
—Ya lo habías planeado.
—Me conoces muy bien —dijo Meng Yao—. Soy un estratega y no me puedo permitir dar un paso adelante sin considerar los siguientes tres. Voy a dejar un reino próspero a los pies de mi señor y Goryeo verá el nacimiento de una nueva era, la dinastía más poderosa en siglos.
Sí, Lan Xichen estaba al tanto de la ambición de ese hombre, así como su propio papel en todo ese espectáculo. Lo único que no había planeado era lo mucho que su corazón terminaría implicado.
Los planes de Meng Yao para con el pueblo habían sido suficientes para convencerlo. Jamás a ninguno de los jóvenes humildes como él se les habría cruzado por la mente tener la oportunidad de alcanzar el éxito igual a cualquier otro noble. Era insólito pensar que hombres que no sabían nada además de escarbar la tierra o vender sus productos en los mercados podrían aspirar a la erudición, a la oportunidad de rendir exámenes imperiales y dejar de lado los apellidos solo para centrarse en el talento nato. ¿Hombres siendo valorados por su contribución a la sociedad y no por el poder que habían heredado sin esfuerzo? Sonaba a fantasía.
Era una idea revolucionaria que podía salvar la vida de los hermanos Nie. Lan Xichen estaba seguro de que Nie Huaisang contaba con las habilidades necesarias para convertirse en un ministro algún día.
Lo único que debía hacer Lan Xichen era acercarse y ofrecer su amistad sincera. En sus manos no estaba convencer a nadie, solo convertirse en una distracción para cuando el príncipe heredero ascendiera al trono. Al fin y al cabo, la enfermedad silenciosa que habían contraído los monarcas y se mantenía en absoluto secreto pronto se cobraría sus vidas. Meng Yao le había dicho que no les quedaba mucho tiempo de vida y que nada podía hacerse al respecto.
Era lamentable tener que ocultar semejante información, pero Lan Xichen tuvo que aceptar esa carga en pos de un bien mayor. Quizá su compañía llegara a ayudar un poco a paliar el dolor del príncipe heredero cuando los reyes de Goryeo finalmente sucumbieran.
Pero ahora que han pasado tantos años desde la muerte de los monarcas de Goryeo, Lan Xichen finalmente se ha dado cuenta que ha sido un tonto toda su vida. Que sus aspiraciones no fueron más que fantasías y que ni siquiera parece valer la pena el hecho de que sus amigos sigan con vida. No ha sido más que un títere en un juego mucho más complicado que cualquier obra de teatro. Se siente insulso encerrado de esta forma, el rencor en que se está ahogando no solo tiene como objetivo a Jiang Cheng, sino a sí mismo.
Ha ganado la historia de amor trágica que tanto anheló toda su vida, y daría lo que fuera por deshacerse de ella.
****
Una vez, hace lo que le parecen eones, le dijeron que las estrellas fugaces coincidían deseos.
Le gustaría decir que no se dejó engañar con tamaña tontería. A su orgullo le cuesta admitir que se pasó las siguientes semanas a la caza de esas ráfagas de luz que le habían pintado a base de colores y formas imaginarios. Su propia imaginación hizo arabescos sin pies ni cabeza que convirtieron algo bastante mundano en un colosal suceso de proporciones epopéyicas. Algo que no podía perderse por nada del mundo, incluso si debía empezar a dormir a la intemperie.
Demás está decir que jamás alcanzó a ver una estrella fugaz, al menos no de la forma que esperaba.
Mientras regula su respiración para que el desangrado bajo sus costillas no empeore, esa y otras cosas cruzan su mente sin parar. Los gritos enloquecidos de sus perseguidores están a punto de engullirlo, aunque está tratando de mantener la calma con todas sus fuerzas. La guerra le ha enseñado algo bueno, a no dejarse llevar por la exacerbación de los demás. Yanli es mucho mejor en ello, lo que es igual a señalar al sol y decir que ilumina todos los rincones del reino.
La extraña muchísimo; cuando toda esta pesadilla termine, no dudará en cubrirla de besos.
De pronto, otro ataque pasa rozando su frente y él lo evita dejándose caer al piso. Sin tiempo de centrarse en la nueva herida que también ha comenzado a manar, rueda por el suelo y coge impulso para erguirse y apoyarse contra la pared. La presión que ejerce su mano contra el costado de su torso no es suficiente, Jin Zixuan necesita recuperar su equipo médico para tratar esta herida cuanto antes.
—La mapla, ¡la mapla! —le exige como desquiciada la mujer frente suyo. Carga con un cuchillo de cocina viejo y su andar es como el de una anciana, los huesos de sus brazos y piernas están bastante arqueados y eso la obliga al renguear para avanzar.
—Ya no queda nada —repite él por enésima vez.
Desde que todos se sublevaron para conseguir más de la droga, no han parado de exigir lo mismo. Ni siquiera un hombre sediento que lleva días sin ver agua se comportaría así. Las... personas que lo están persiguiendo...
Ya ni siquiera sabe si puede llamarlos personas. No con el halo de oscuridad que acarrean tras de sí ni con la brutalidad con la que lo están cazando.
No puede negarlo más, y a pesar de que le cuesta admitir que ha fallado por completo, debe hacerlo. Sus atacantes han perdido por completo la razón y no tiene idea de lo que debe hacer ni cómo sentirse al respecto. Si pudiera, los amarraría y encerraría a todos de canto con el propósito de conseguir unos minutos para pensar. Pensar es una de las cosas más difíciles en el mundo cuando tu vida depende de ello.
Otros dos sujetos más se cuelan a la habitación a base de empujones y mordiscos; la sorpresa tiene como consecuencia otro golpe contra el muro, el dolor para este punto ya prácticamente se está multiplicando por segundo. Aprieta los dientes y deja escapar un gemido antes de escapar a través de la ventana y rodear la casucha.
La niebla a su alrededor envuelve como un manto helado su huida; el rojo atardecer del cielo hace mucho que se ha escondido. No hay árboles de cerezo ni los jardines llenos de las peonías típicos de Baekje, tampoco hay muelles como los de la ciudad natal de los que tanto le hablaba su esposa cuando compartían su taza de té matutina. En este sitio, lo más cercano a naturaleza es la hierba que crece entre las grietas de los barrancos que rodean Yiling y la paja que cubre los precarios techos de estas chozas. Este es un sitio terriblemente parecido a la montaña en que toda esa gente sobrevivió a ese infierno que se extendió por años, tanto Jin Zixuan como Yanli y Wei Wuxian estaban al tanto de ello cuando decidieron asentarse aquí. Lamentablemente, no les había quedado de otra cuando su decisión de rescatarlos los convirtió en parias.
Corre por el sendero en que Jin Ling dio sus primeros pasos y se detiene al encontrar una saliente que puede y le permita subirse a uno de los techos que no ha sido alcanzado por el fuego. Subir le ayudará a esconderse lejos del alcance de los enfermos, e incluso si no es lo más ideal con el nivel de humo que ya se ha mezclado con la niebla, no le quedan más opciones. Respirar y tranquilizarse cuesta porque la garganta no deja de arderle. El estrépito de utensilios siendo estrellados contra el piso, el crepitar de la madera a causa del fuego, el constante susurro de un viento que silba contra sus oídos y sacude sus túnicas... todo se junta en ese instante y no puede hacer otra cosa que apoyar su brazo libre en la pared y presionar su rostro contra la tela con fuerza.
Con los ojos infestados de líneas rojas por la irritación, se obliga a calmar su respiración una vez más y colocar la primera pierna. Le faltan las fuerzas para impulsarse y se siente absurdo al comenzar con sus brinquitos tal cual haría niño indefenso. Es como imitar a una maldita tortuga tratando de voltearse por sí misma, inútil y patético. ¿Cómo es que el simple hecho de esconderse se haya convertido en algo tan difícil? ¿Qué va a hacer si lo atrapan? ¿Le alcanzarán las fuerzas para bajar del techo más adelante...? ¿Hasta cuándo...?
¿Hasta cuándo tendrá que correr?
En esta creciente oscuridad, hasta el camino que debía recorrer para alcanzar su equipo médico no es más que un montón de nubes grises en la esquina de su consciencia.
Minutos después, todavía continúa brincando con las manos extendidas para al menos alcanzar el dintel a pesar de que no puede perder más tiempo. Wen Ning lo espera con los niños a no muchos kilómetros, resguardado quién sabe por cuanto tiempo más.
Pero entonces, otro grito se acerca desde el otro lado del callejón y tiene que comenzar a correr otra vez. Las piernas le pesan cada vez más, y desde los callejones a su alrededor, las voces y los gritos y las maldiciones soeces aumentan de volumen sin parar. Lo engullen. Quiere escapar, ¡quiere escapar!, pero cada paso lo dirige a ningún sitio en particular. Y extrañamente, las luces se ponen a danzar y cubrir su visión como remolinos de agua; sus pasos pierden soporte y pronto está cayendo en el agua. Hacia un abismo sin sostén al que aferrarse, alejándose más y más, por fin, de las manos a su alrededor que lo rasguñan desde la izquierda y muerden como salvajes desde la derecha.
El agua lo engulle.
Más que confundido e incapaz de respirar, patea debilitado y flexiona como puede los brazos. Cuando logre ponerse a salvo, este será otro capítulo de su vida que no se permitirá explorar por nada del mundo. Debe enseñarle a Jin Ling a ser más fuerte que él, a imitar más a su madre. El agua entra por sus orificios y la presión aumenta más y más; quiere gritar que lo dejen en paz porque lo están ahogando, o quizá es la sangre... Ya no sabe, ya no, ¡basta, basta!
A lo lejos llega la voz de su esposa y eso mismo lo ayuda a salir a la superficie, un muelle. Sus uñas se aferran a la madera y los temblores no cesan. Las bocanadas de aire salen mientras apoya su mejilla contra la madera. No cree haber permanecido demasiado tiempo bajo el agua, pero la fuerza con que el aire vuelve a sus pulmones provoca un dolor persistente en su pecho, es como si hubiera sido atravesado.
Al levantar la vista con las pocas fuerzas que le quedan, su corazón se cubre de un manto cálido que le dice que todo ha valido la pena, que persistir ha valido la pena. Es tan bueno verla que el pecho se le comprime con una nueva emoción. Las fuerzas siguen sin ser suficientes; le da igual y lucha por alcanzarla.
Alza de a poco la cabeza y la luz lo ciega por momentos. Yanli se voltea a verlo; ella sostiene a Jin Ling cómodamente apoyada contra el costado de la balsa. Hay rastros de semillas de loto rodeándola, un fuerte olor a flores calma el recuerdo de la pesadilla vivida momentos atrás. Frente a él, con un resplandor cálido y un clima agradable, su esposa sonríe y susurra algo. Sostiene la mano de Jin Ling y la agita delicadamente, como si lo llamara a su encuentro. Abre la boca para preguntarle si sigue enojada por su tardanza, y también para regañarla por dudar que volvería a su lado. Por supuesto que cumpliría con su promesa, ¿cómo podría no hacerlo?
—¿Jin Zixuan?
La voz rompe aquel hechizo ante sus ojos como humo dispersado en el viento. Estira los brazos para alcanzar a su familia; sin embargo, sus acciones son demasiado lentas. La brillantez se convierte en noche cubierta de niebla y la calidez en una sensación dejada para la imaginación y los recuerdos de mejores momentos.
A su costado, un hombre con hanfu negro y un sombrero alto de terciopelo sostiene un pergamino pequeño. Ante el pesado silencio que comparten, Jin Zixuan tiene tiempo para reflexionar un pequeño gran detalle: le ha hablado por su nombre completo a pesar de que desde hace tiempo nadie lo ha relacionado con los Jin. Con movimientos dudosos, voltea con lentitud para enfrentarlo. Cuando sus ojos se encuentran, palabras terriblemente serenas salen de esa boca.
— Jin Zixuan, veintinueve años. Nacido en el mes lunar de To-kki-dal [1]. Hora de muerte, la hora de la rata [2]. Causa de muerte, asesinato.
Su mente se pone en blanco. Sus ojos exploran a su alrededor y sus dedos realizan movimientos involuntarios. Tartamudea, sílabas incomprensibles que brotan tal como lo harían de un animal herido. El hombre frente a él no dice nada, ni insiste en absoluto en conseguir respuesta. Y cuando las lágrimas comienzan a brotar, sabe que debe aceptar esas palabras. De todos modos, no puede ignorar el cadáver tirado a la orilla de ese charco sucio, a unos metros a la derecha. El rostro es irreconocible debido a las múltiples lesiones y está parcialmente hundido en el barro y en su propia sangre, pero las ropas hechas jirones son fáciles de reconocer. Hay cuchillos, y sables, enterrados en su espalda porque fue cazado como un animal.
Solo entonces su brazo afloja la presión que ejercía en su costado. Lleva tanto tiempo corriendo que la idea de no ser capaz de regresar a salvo con su familia jamás cruzó su mente.
¿Realmente, cuánto tiempo lleva huyendo?
A lo lejos, los pasos acelerados de caballos y gritos de hombres se hacen presentes, aunque el sonido es extraño. Casi parece que está bajo el agua de nuevo.
Un caballo cruza delante de él con un trote veloz, tan cerca de él que en otro tiempo Jin Zixuan habría esquivado de un salto para protegerse. Aquí, en este momento, la idea de preservar su seguridad ya no es relevante... no hay nada que proteger.
El hombre sobre el caballo blande una gran espada y la sombra que proyecta su figura se extiende imponente; a su paso, hombres y mujeres van cayendo cual títeres sin cuerda, su sangre derramándose sin opción por los cortes limpios en la garganta y las estocadas que atraviesan sus pechos. Jin Zixuan conoce cada uno de sus nombres y, en su cabeza, mientras persigue al hombre sobre ese caballo, comienza un reconteo silencioso.
Min-ji huye por entre los arbustos y cae antes de ser atravesada cual bestia salvaje. Gi-uk se retuerce y cubre su garganta cuando el borboteo de su sangre también comienza a ahogarlo. Kang-ho y Yeong-ho hoy no traen sus viejos y amados jipsin [3], corren descalzos entre la humareda y el polvo, sus pies desfigurados a causa de ampollas abiertas y sus cabellos cubiertos de mocos y sangre. De ser un día común, Jin Zixuan tendría que perseguirlos y obligarlos a abrigarse, quizá hasta tendría que amarrarlos hasta que los temblores cesasen para evitar un daño grave. No es un día normal, claro está, es el momento en que cada uno de los rostros que lo persiguieron en sus pesadillas y lo ahogaron en culpa se están volviendo borrones sin forma y cuerpos fríos, masacrados sin muestra de piedad por parte de Wei Wuxian.
La fuente de sus demonios internos y la razón detrás de sus mayores tristezas termina por desaparecer así de fácil.
Al terminar, Wei Wuxian desciende del caballo y, con espada en mano, comienza a caminar hacia su cadáver. La espada termina hundiéndose a un lado de su cuerpo y el hombre que tantas leyendas construyó tras él se reduce a un simple humano velando la muerte de un amigo. Siente rabia al escuchar esas palabras y desea recriminarle.
—Wei Wuxian, no tienes derecho de llamarme así, no ahora.
Ese deseo se queda como tal, como anhelo imposible. Ganas de decir mucho le sobran, pero las habilidades no están a su alcance.
Desearía poder rogar que cuide de Yanli y Jin Ling, sobre todo ahora que su niño es tan pequeño y que su esposa necesita tanta ayuda para poder convencer a su familia de que ya no desea ser la princesa.
Desearía pedir perdón por no haber sido lo suficientemente fuerte para resistir un poco más, por no haber corrido lo suficientemente rápido y por haber confiado ciegamente en quienes se convertirían en sus verdugos.
Desearía expresar su arrepentimiento y explicarle que lamenta dejar a su esposa e hijo solos, pero que no lamenta ninguna de las decisiones que tomó, ni siquiera la de luchar por esta gente, porque le dieron la oportunidad de encontrar su hogar. Porque incluso a las puertas de su último adiós, el que jamás será escuchado por ninguna de sus personas amadas, está agradecido por la oportunidad que le dieron para hacerlo parte de ellos, de su familia.
—Vamos, sígueme —le ordena el hombre de negro que no ha dejado de observarlo. Ya tiene una idea bastante clara de quién es, y agradece que le haya dado tiempo para acoplarse a la idea de estar muerto.
Con una última mirada a Wei Wuxian, Jin Zixuan sonríe y ruega por el futuro incierto que los aguarda a todos. Y su último deseo se pierde en entre el silencio índigo de los fantasmas.
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1. Mes lunar de To-kki-dal: Según Wikipedia, es el nombre tradicional del mes del conejo, que cubre desde el 20 de febrero hasta el 21 de marzo.
2. La hora de la rata: En la antiguedad, las horas se dividían en doce periodos (shichen). La hora de la rata cubre desde las 23.00 hasta la 01.00.
3. Jipsin: Sandalias tradicionales de Corea hechas de paja.
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Feliz año nuevo!
Planeaba publicar hace unos días en mi cumpleaños, pero quizá no era buena idea terminar 2024 con un cap tan lleno de angst XD.
El avance no ha ido muy bueno, no voy a mentir. El trabajo me tuvo muy ocupada y también estuve muy distraída con cierto juego. Pero al menos las ideas se están asentando para el desarrollo que tendrán los personajes en el segundo arco!
¡Los mejores deseos para este nuevo comienzo!
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