Capítulo 1.
El duque De Lacy descendía con paso despreocupado de la embarcación que lo traía desde América de regreso a casa por primera vez en 6 años y aunque su rostro mostraba tranquilidad como si se tratase de un evento cualquiera, por dentro sentía felicidad de ver a sus hermanas y a su madre después de mucho tiempo. Mientras dos de sus empleados bajaban sus objetos personales, su ayudante, el señor Redford caminaba a su lado mientras le recitaba todos los pendientes de una libreta.
— Su Excelencia, en unos meses tendremos que volver a partir hacia la India para inspeccionar el progreso de los caballos del jeque Siddiqui y revisar las negociaciones de la fábrica —exclamó su fiel compañero y amigo desde que había tomado el mando de la familia a sus 19 años.
— No te preocupes mucho por eso, Jared. Ya llegará el momento, ahora es tiempo de disfrutar de casa después de una larga temporada lejos —le respondió, acompañado de un par de amistosas palmadas en el hombro de su mano derecha.
Después de que sus ayudantes anunciaran que todo estaba listo en el carruaje para partir cuando quisiera, se montó en el vehículo y emprendieron camino. Hugh sólo era capaz de pensar que después de años, finalmente había vuelto a Londres, donde había nacido y crecido, y había sido feliz hasta que su padre había fallecido de manera inesperada. Deseaba ver a su madre y a sus hermanas, porque a pesar de su habitual correspondencia, extrañaba tenerlas de frente hablando todas a la vez, sin poder entender gran parte de lo que le decían.
Mientras más tiempo transcurría, más reconocía del camino a casa, viendo personas en la cera caminar que no reconocía en absoluto. Muchas cosas habían cambiado, no sólo la fachada del lugar, las tendencias de moda o la gente que observaba por la ventana, también él había cambiado física y mentalmente, después de todo lo que había vivido, podía asegurar que no era el mismo que partió hace años; ahora tenía 28 años, conocía sus destrezas y debilidades, aunque éstas últimas sabía cómo esconderlas para que no pudieran ser usadas en su contra, lo que ocurría difícilmente en la actualidad ya que la vida había sido tan generosa de proporcionarle lecciones para forjar su carácter.
— Hemos llegado, Señor —dijo Redford al mismo tiempo que uno de sus ayudantes abría la puerta y lo sacaba de sus pensamientos.
— No les diste aviso, ¿cierto, Jared? —preguntó el duque mirándolo de manera sospechosa porque aunque era su buen amigo, sabía que también tenía una muy buena relación con el resto de su familia, que constantemente le escribían directamente para discutir la vida del duque a sus anchas.
— No, Su Excelencia, no puede creerme capaz de ir en contra de sus instrucciones —respondió rápidamente negando fervientemente mientras apretaba su libreta hacia su pecho.
Hugh lo observó detenidamente, buscando algún gesto que delatara que estaba mintiéndole pero Jared lo miraba a los ojos sin parpadear, por miedo a que su señor realmente creyera que lo estaba engañando cuando no era así; admitía que la duquesa De Lacy y sus hijas eran personas buenas y atentas que habían logrado ganarse su afecto, y que a veces su correspondencia discutía aspectos personales de la vida del duque, pero jamás iría en contra de sus deseos.
Finalmente el duque aceptó su respuesta y se acercó a la puerta después de pasar la pequeña reja de la calle, y llamó a la puerta. Miró a su alrededor esperando respuesta, analizando los cambios aué veía en la residencia desde que se había marchado. El jardín del frente parecía lleno de colores con diferentes tipos de rosas que lo adornaban e incluso había una fuente de un ángel en una esquina, rodeada de las rosas.
La puerta se abrió y apareció el mayordomo, el señor Geoffrey que lleva a años trabajando para su familia. Al verlo en la puerta no pudo ocultar su sorpresa, ensanchando los ojos y abriendo la boca, pues nadie sabía que regresaba y había querido que fuera una sorpresa.
— ¡Mi Señor! ¡No lo puedo creer! —parpadeó y al barrerlo de abajo hacia arriba, pareció darse cuenta que lo retenía en la entrada sin darle paso a la residencia. Hugh quiso soltar una carcajada al verlo actuar fuera de sí, un suceso extraño en Geoffrey — Discúlpeme, Su Excelencia, pase, por favor, adelante, ¿trae equipaje? —habló rápidamente mientras se movía buscando detrás del duque.
— Descuida, Geoffrey, sé que mi llegada es una sorpresa —le sonrió intentando calmar su efusividad. — El señor Redford espera afuera con mi equipaje, ¿podrías mandar a alguien por él y darle instrucciones de llevarla a cualquier habitación que esté desocupada, por favor?
— En seguida, Su Excelencia —respondió apresuradamente. Caminó hacia el umbral de la puerta, donde se detuvo como recordando algo y giró en dirección al duque. — Olvidé decirle que mi Señora y sus hermanas no se encuentran en casa, atendieron una invitación a una mañana de té en la residencia de Lady Montfort pero puedo mandar a alguien inmediatamente a que le dé la noticia de su llegada.
— No es necesario, Geoffrey, puedo esperar a verlas a su regreso, no me moveré de aquí, espero un día de tranquilidad y descanso después de un largo viaje —sonrió tranquilamente. El mayordomo aceptó su decisión y rápidamente salió a arreglar el pedido del duque, dejándolo solo.
Suspiró poniendo sus manos en su espalda adolorida, que aunque había tenido la más posible comodidad en el barco y no era la primera vez que realizaba un viaje como éste, nunca había podido acostumbrarse.
Caminó por la casa, viendo los cuadros que ahora colgaban en las paredes y la nueva decoración que vestía las diferentes habitaciones del primer piso, incluido el estudio que había sido de su padre y que ahora era suyo. Miró detenidamente la gran estantería llena de libros que algún día habían sido la fascinación de su padre, su gran escritorio de madera y todos los pequeños detalles que parecían no haber cambiado en nada durante estos años. De pronto escuchó un jadeo.
— ¡Disculpe, Su Excelencia! No sabía que había llegado, nadie me avisó —exclamó apenada la señora Morty. — Vi las puertas del estudio abiertas, lo que me pareció extraño porque siempre están cerradas y vine a investigar, no quise interrumpirlo —explicó casi sin aire y continuó. — ¿Necesita algo? Sólo que tendrá que disculparme porque todavía no hay nada preparado para la comida porque creí que no habría nadie para el almuerzo, ¡si me hubieran dado la noticia, me habría preparado mejor!
— Señora Morty, tranquilícese, por favor —trató de calmar su evidente inquietud. La tomó de las manos. — Nadie sabe que he venido, ha sido una sorpresa y no esperaba que estuviera esperándome con un festín preparado, aunque ver que me reconoce después de algunos años, es más que suficiente.
— ¿Cómo no habría de reconocerlo, Mi Señor? Si lo vi crecer desde que era un bebé y aunque ahora es todo un hombre, todavía conserva su misma mirada.
Hugh sonrió a la señora que, al igual de Geoffrey, siempre había estado con su familia desde que tenía memoria.
— Me alegra saber que no soy tan fácil de olvidar —dijo sonriendo.
— Iré a ver en cocina si hay algo listo que pueda ofrecerle, ¿está bien? —preguntó más tranquila, a lo que Hugh respondió asintiendo. — ¿Necesita algo más?
Hugh estuvo a punto de decirle que no pero recordó lo que dijo al principio de su encuentro. — Cuando me encontró aquí, dijo que era extraño que las puertas del estudio estuviesen abiertas, ¿a qué se refería?
— Bueno... —la señora Morty se mostró insegura de continuar. — Desde que usted se fue, nadie más ha ocupado al estudio, se ha mantenido con las puertas cerradas, sólo se limpia pero no se utiliza.
La señora Morty esperó respuesta pero al ver a Hugh absorto en sus pensamientos, decidió abandonar la habitación silenciosamente para correr a la cocina y darle privacidad a su Señor. Para Hugh, escuchar que el estudio de su padre había quedado solitario después de su partida, lo hizo preguntarse por primera vez si había hecho lo correcto al dejar a su madre y a sus hermanas en Inglaterra; desde que empezó a ausentarse por días y después temporadas siempre tuvo mucho cuidado de dejarlas bien acompañadas y protegidas pero quizás había sido demasiado duro después de la muerte de su padre.
Echándole un vistazo alrededor con nuevos ojos, se acercó al pequeño sofá largo que adornaba la parte frente a las puertas del estudio, donde podía ver con mayor claridad toda la habitación. Se recostó suspirando y cerró los ojos recordando todos los momentos que había estado con su padre en esa misma habitación, escuchando sus lecciones y consejos, e incluso acompañándolo a beber una copa después de la cena en ocasiones.
El momento en el que abrió sus ojos de nuevo se vio producido por un grito ensordecedor, seguido de otros de menor intensidad. Rápidamente se incorporó y miró en la dirección del sonido que prácticamente le había robado la calma en un segundo, sin dejar que su mente se acostumbrara a la rápida respuesta de su cuerpo.
— ¡Estás aquí! ¿Cómo es posible? —su madre corrió hacia él y sus hermanas la siguieron de cerca. Las tres mujeres se acercaron con lágrimas en los ojos y lo contemplaron antes de lanzarse en sus brazos. Su madre fue la primera en despegarse para mirarlo con ojos reprochadores. — ¿En qué momento llegaste? ¿Por qué no dijiste nada en tus cartas?
— ¡Tampoco el señor Redford dijo nada en ninguna de las que envió! —reclamó su hermana Elise, buscando al susodicho en la habitación.
— Creo que por eso decidió retirarse para hacer algunos pendientes que tenemos, en vez de descansar —contestó riendo Hugh.
— El muy rata escurridiza sabe qué le hubiera pasado de tenerlo aquí en frente —exclamó con maldad su hermana Lilibeth, la más pequeña.
— Basta, ese tipo de comentarios no es propio de una dama, Lili —reprendió su madre. Y después se volteó hacia el, dándole un fuerte golpe con su abanico cerrado que llevaba en la mano. — Esto tampoco es muy de damas, pero te lo mereces. ¿Cómo no pudiste decirle a tu madre que vendrías a casa después de tanto tiempo? ¡Habría organizado una fiesta en tu honor para recibirte!
— Es precisamente por ello que no mencioné nada en nuestra correspondencia, madre —se sobó el area de su brazo que había sido víctima del enojo de la duquesa.
— No quería tener que entretener a tanta gente en casa y esperar a que se marchen para poder descansar.
— ¡Pero, Hugh...!
— ¡Entonces vamos a la reunión de Lady y Lord Sterling! Sería perfecto —anunció Elise. — Podemos festejar tu regreso a lado de buenos amigos de la familia sin necesidad de ser anfitriones para poder retirarnos a una hora prudente.
Hugh recodaba a los marqueses que siempre habían sido amigos de sus padres, incluso desde que eran jóvenes. Así que no pensó mucho en oponerse porque su madre parecía realmente considerar la posibilidad y no quería enfadarla más. Además, siempre les había tenido una gran estima a los Sterling y su hijo Liam había sido siempre un buen amigo en sus años de infancia y de internado.
— Está bien —suspiró. — Iré a recostarme un rato para descansar. Por favor, pídanle a Geoffrey que me despierte una hora antes de que sea la momento de irnos con agua para un baño.
— De acuerdo, querido —el tono de su madre se tornó dulce. — Descansa, me alegro mucho de que estés en casa.
Sonriéndole a las mujeres más importantes de su vida y después de aceptar lo que parecía una bandera blanca de la Paz, salió del estudio y subió las escaleras en una búsqueda desesperada de una cama.
Después de lo que se sintió como un par de segundos, Geoffrey tocó a su puerta anunciando que estaba listo su baño y su traje para esa noche.
— No dijiste que sólo sería una reunión? Esto más bien parece una fiesta —reprendió Hugh a su familia, apretando la mandíbula al ver que la casa de los marqueses de Sterling rebosaba de carruajes y personas.
— Nunca especifiqué de cuántas personas se trataría esta reunión —sonrió con inocencia su hermana Lili, sabiendo que había sido una omisión deliberada porque de lo contrario, su hermano se hubiera negado pero era momento de celebración, su hermano estaba en casa después de mucho tiempo.
Los cuatro se acercaron al camino que los llevaría a la puerta y ahí comenzaron las especulaciones de los asistentes, observándolo de reojo y preguntándose si de trataba del duque De Lacy. Un puño de personas fueron lo suficiente atrevidas y se acercaron a ellos incluso antes de cruzar las puertas para conocer su identidad, muchas de ellas eran madres gustosas de encontrar un nuevo partido disponible en la temporada. Con gran paciencia recibió todos los saludos y preguntas en su dirección, agradeciendo que su madre actuara como un escudo al ver su reticencia.
Por fin consiguieron entrar y los conducieron al gran salón, donde una banda de música tocaba piezas que ya invitaban a varias parejas a bailar. Se quedó detrás de sus compañeras de fiesta, mirando cauteloso a su alrededor y al ver que era el objeto de curiosidad de varias personas, decidió tomar una copa de champagne de las que ofrecían para lidiar con la atención, que lo hacía sentirse como un juguete nuevo y el fastidio por el largo viaje del que no había logrado descansar.
Se colocó junto a una columna, esperando a ver quién sería la primera persona en dirigirse a él y observando los rostros, encontrándose con algunos que reconocía y otros que no le sonaban de nada. Especialmente se detuvo en un vestido de color rojo carmesí, no por la elegancia sutil del vestido sino por su dueña que observaba un bocadillo en su mano como si oro hubiese encontrado para después fruncir el ceño. Hugh pensó si quizá no le había gustado o si se había percatado de algún ingrediente al que fuese alérgica.
La miró un poco más, esperando alguna indicación que lo sacara del misterio pero la dama en cuestión, detuvo a un sirviente con una charola de bebidas, le dijo algo que Hugh no pudo descifrar y dejó el bocadillo en la charola para emprender camino lejos del gran salón. Sintiéndose curioso de lo que pasaba y temiendo que la respuesta fuera la segunda de sus sospechas, también dejó su copa en una charola que pasaba y fue detrás de ella.
Sin querer levantar sospechas, caminó a una distancia prudente de la dama, siguiendo sus pasos que lo llevó a un largo pasillo que parecía conducir a la parte trasera de la casa, la vio tocar en una puerta y entrar rápidamente. Lleno de curiosidad, Hugh se mantuvo fuera, pensando qué podría estar haciendo esa dama en lo que imaginaba era la cocina.
— Por fin te encuentro —exclamó una voz detrás de él, sorprendiéndolo. Giró encontrándose a Lord Liam, el hijo de los marqueses y su amigo de la infancia. — ¿Qué haces aquí en las cocinas? Tu madre está buscándote, todos en la fiesta saben de tu regreso y mis padres quieren hacer un brindis por ello.
— Estaba buscando un lugar tranquilo —dijo, haciendo una mueca de fastidio para convencer a su amigo de sus palabras. Ciertamente no andaba detrás de ninguna dama que bien podría estar muerta a causa de un pastelillo — Las personas me miran demasiado.
— Sobre todo las madres de las debutantes y solteras, ¿no es así? —se burló Liam.
— ¿Cómo lo sabes? —respondió irónico. Era gracioso que muchas de ellas ni siquiera lo conocían pero ya lo consideraban un candidato más para yerno.
— Descuida, te daré unos minutos, entreteniendo a nuestros padres —le aseguró al ver el cansancio en sus ojos. — Pero no demores, no quiero lidiar con la ira de tu madre y su abanico.
Hugh rió por lo bajo al recordar que ya había sido su víctima, le agradeció y le prometió que no tardaría. Su amigo le dio una palmada en la espalda como respuesta y se fue, dejándolo solo, pensando en que seguramente su madre ya tenía una reputación ganada con su abanico si lo usaba con cualquiera que la pusiera de malas.
De pronto recordó a lo que había ido hasta allí y después de este tiempo, la dama seguía sin salir. Se giró bruscamente con el objetivo de entrar a la cocina y descubrir la situación pero su cuerpo chocó contra otro más pequeño y delgado, haciendo que trastabillara y dejando caer lo que llevaba en las manos.
— Discúlpeme, yo estaba esperando... —se agachó a recoger lo que estaba en el suelo pero al ver a la otra persona detenidamente, se percató de que era la misma dama que había seguido, no parecía haber sufrido ninguna reacción alérgica ni encontrarse en mal estado, al contrario, al tenerla agachada frente a frente, podía ver con detalle su cabello castaño enmarcando un rostro lindo y delicado con unas cuantas pecas adornando su nariz y unos ojos color miel que parecían afligidos al ver los pastelillos que se hallaban en el suelo. Hugh no pudo evitar contemplarla sin moverse, los buenos modales lo abandonaron por completo y dejó que ella recogiera cada uno para devolverlo a la manta de la que habían salido volando.
— Oh, no —lamentó la dama. — Ya no se podrán comer y es un desperdicio.
Eso pareció sacar a Hugh de su trance y observó que todos habían tocado el suelo, sin excepción. Intentó tomar la manta que los cubría.
— Me disculpo, mi Lady —respondió Hugh. — Buscaré otros para usted como disculpa de mi torpeza.
— No, déjelo, por favor —quitó la manta de su alcance y lo miró con fastidio. Realmente era muy bonita pero parecía enfadada al verlo. — No pasa nada, fue un descuido.
Sin creerse un segundo sus palabras, Hugh la vio darle una pequeña reverencia y apresurarse a salir de ahí. Miró a la puerta de donde había salido y contempló la idea de ir a buscar más pastelillos para ella y disculparse, pero ya la había enfadado y su madre estaba a punto de enfadarse con él si no salía a su encuentro inmediatamente. Cuando regresó al salón, intentó buscarla entre el mar de gente sin éxito.
— ¡Hugh! Te estamos esperando —comentó su madre al llegar a su lado. — Lord y Lady Sterling están felices de que hayas vuelto a casa y quieren hacer un brindis.
Lo llevó hasta donde esperaban sus hermanas con la pareja y su hijo. En cuanto llegó, los Sterling le dieron la bienvenida con un cálido abrazo y le aseguraron que estaban felices de verlo sano y a salvo después de todas sus aventuras. Sonrió sin poder evitarlo, porque esas aventuras en realidad habían sido oportunidades de negocios que lo habían hecho madurar y descubrir un mundo con vastas posibilidades, que al día de hoy le generaban importantes ganancias.
Lord Sterling pidió que la música parara para poder anunciar que el hijo de sus grandes amigos y amigo de su querido hijo, el duque De Lacy, había vuelto a casa después de un largo viaje y que estaban felices de darle la bienvenida. Todas las personas presentes levantaron su copa y brindaron por él, muchas de ellas felices de conocer su nombre.
Después de un momento la música regresó y la vio a lo lejos, dirigiéndose a la salida del salón pero sin la manta que había llevado en su encuentro.
— ¿Quién es ella? —le preguntó a Liam cuando éste chocó su copa con la suya. No quería que pensara que le interesaba pero necesitaba saber su identidad pues no la recordaba de antes de su larga partida de Inglaterra. Era simple curiosidad.
— Es Lady Olivia —respondió al identificar a la mujer a la que se refería su amigo, que parecía usar la distracción del brindis y la reanudación del baile como una forma de retirarse silenciosamente de la fiesta. — La esposa del vizconde Harrington.
Nota: perdón por cualquier falta ortográfica.
Pd. Pensé en hacerlo con Harry como protagonista pero no sé si quedaría jaja
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