Capítulo 5: La dedicatoria.

Me dolía la cabeza y me ardían los ojos. Me desperté en el suelo, mi cuerpo hecho un ovillo, desorientada y sintiéndome confundida. Lentamente me incorporé. A medida que se aclaró mi mente, me di cuenta de que me encontraba en mi habitación, rodeada por la luz del sol que se filtraba por la ventana. Aturdida, miré a mi alrededor, tratando de comprender qué estaba pasando.

Mi mirada se posó en el buzo naranja que tenía abrazado, y un escalofrío recorrió mi espalda al recordar la realidad, y que las imágenes de Noah, el viaje en moto, el frío invierno y la cercanía compartida, aunque todavía estaban frescas en mi mente, podrían no ser reales. Comencé a cuestionar si todo había sido simplemente un sueño vívido y emocionalmente impactante.

Me pellizque el brazo, buscando confirmar si estaba despierta y si lo que viví fue real. La realidad se afianzaba y un torbellino de emociones me abrumó. La alegría de creer que Noah estaba vivo se mezclaba con la desilusión de aceptar que, una vez más, estaba viviendo en un mundo donde él había fallecido.

Me aferré al buzo naranja que todavía estaba en mis manos, sintiendo la textura familiar entre los dedos. Las emociones abrumadoras que experimenté durante el "viaje" parecían tan reales, tan vívidas... ahora todo se sentía como un recuerdo lejano.

Me levanté del suelo y me senté en la cama, Me esforcé por procesar todo lo que había experimentado. La realidad se presentó frente a mí con fuerza, y la sensación de pérdida y tristeza me embargó nuevamente. Con el corazón apesadumbrado, luchaba con la idea de que la reunión con Noah hubiera sido solo una ilusión. La esperanza y la alegría que había sentido al creer que lo había visto se desvanecía, dejando un vacío en mi interior.

Cuando el amargo sabor de la desilusión se instaló en mi corazón, traté de encontrar la fuerza para aceptar la realidad y enfrentar el dolor una vez más. No era posible que esto me estuviera pasando, de nuevo.

Las lágrimas amenazaron con salir impulsadas por el dolor interno que parecía no haberse ido nunca. Todo lo que había vivido, soñado. Era demasiado dulce para ser real. Debería haberme dado cuenta en el momento en lugar de dejarme llevar por la fantasía.

Noah estaba muerto, otra vez...

Dejé el buzo sobre la cama y pasé al baño a lavarme la cara y los dientes. Me miré al espejo y no me gustó lo que vi. Estaba perdida, dolida y eso se reflejaba en mis facciones. Verme llorar me hacía llorar más, ¿cómo era eso posible?

—¿Estás dentro? —golpeó la puerta mi hermano.

—Si.

—¡¿Sarah?! —gritó.

—¡Que si, pesado! —encima de molesto, sordo. Abrí la puerta y me lo topé de frente. —¿Qué?

—¿Estabas llorando?

—¿Qué te importa? —me hice a un lado dejándole el espacio y me metí de nuevo en mi cuarto. Algo tenía que hacer, no solo resignarme a quedarme encerrada. Pero nada se me ocurría, más que llorar y lamentar mi existencia.

Después de mucho barajar mis opciones, decidí quedarme encerrada el resto del día. Estaba demasiado afectada para enfrentarme a mi familia. Especialmente a mi hermano, quien me lo recordaba cruelmente. Era ver a Josh y verlo a él, riendo a su lado.

Busqué a mi mejor amiga Sophie y la llamé. No contestó asi que volví a marcar. Atendió casi al instante.

—¡Amiga! Lo siento, no llegué a atender antes. ¿Todo bien?

—Noah ha muerto.

—¿Qué dijiste? No se oye bien.

—Que Noah murió, antes de ayer.

Se hizo un silencio, creí que se había cortado la llamada.

—¿Me oíste?

—Si. —Contestó y se oyó un suspiro—no sé qué decir, me tomas de sorpresa. Lo siento mucho. Noah— volvió a suspirar— sé lo que significa él para ti. No sé cómo expresarme, discúlpame.

—No necesito que digas nada, solo quería contarte.

—¿Cómo te sientes? —su voz sonaba preocupada.

—Mal— sentí cómo se me empezaba a quebrar la voz— no sé cómo afrontar esto.

—Oh Dios, ¿quieres que vaya a tu casa? ¿O quieres venir tú? Como prefieras, solo dime y yo voy enseguida.

—No sé si estoy para ver gente.

—Voy, espérame. —Colgó.

No estaba segura de querer verla, ¿en qué diablos estaba pensando cuando la llamé? Era obvio que vendría a por mí. Siempre habíamos sido esa clase de amigas que está en todo. Aunque nos habíamos distanciado un poco durante su tiempo en la universidad, en cuanto regresaba por vacaciones, nos poníamos al tanto rápidamente.

Sophie, Sophie. Tarde o temprano lo descubriría aunque no se lo contara. Ella era de las que indagan y siempre se enteran de todo.

Dí vueltas en mi habitación, asomándome por la ventana y mirando de reojo la bolsa negra con los funkos de Noah. Sobre mi escritorio descansaba Elantris. Debería leerlo, para honrar su memoria en una forma extraña. Lo agarré, era un libro con bastantes páginas. Me senté en la cama y lo ojeé. Tenía algunas anotaciones, me gustó leerlas. Eran parte de él, de su esencia. Sonreí. Me dirigí al inicio, a la página del título, para empezar la lectura y me sorprendí que estuviera dedicado. Creía que se lo había comprado él mismo.

Para Noah, nunca dejes de existir.

Con amor, Sarah.

¿Pero qué rayos era eso? Yo no le había regalado el libro pero esa era mi letra, la había escrito con la lapicera azul de brillitos que tenía en la cartuchera. Yo... yo había soñado que quería regalárselo, pero ¿realmente lo había hecho? Entonces mi sueño no era un sueño. Estuve en el pasado y ahora estaba de regreso al presente, un poco alterado por ese libro que era mi testigo, mi único testigo. Noah estaba vivo, en otra realidad, puede que pudiera regresar a él, era lo que más deseaba.

Una sonrisa se me dibujó en la cara. Una genuina y abracé el libro, lo hice con todas mis fuerzas, exprimiendo el momento de revelación que había tenido. Que mundo loco, que extraño pero reconfortante resultaba ser todo.

Un cuarto de hora después estaba abriéndole la puerta a Sophie, toda preocupada y vestida con lo primero que había encontrado. Por suerte era verano y casi cualquier cosa estaba permitida.

—Sari— me dijo abrazándome fuertemente. —No sabes lo mal que me siento por ti, ojalá pudiera ayudarte, déjame ayudarte. ¿Qué necesitas qué haga? Solo dilo.

—Nada, estoy bien— me alejé un poco— me siento bien.

—Pero estuviste llorando, lo noté por teléfono.

—Claro que sí, lloré y lloré mucho. Pero ya estoy mejor. —Sonreí honestamente. El saber que en algún punto podría volver a verlo, aunque no estaba segura, me reconfortaba.

—Bueno— dijo mirándome raro, tratando de descifrarme.

—¿Quieres tomar un té? —pregunté— yo voy a tomar uno.

Sophie asintió y cerré la puerta de entrada tras ella. Caminé despacio y acompasadamente hacia la cocina. No había nadie en la casa. Bueno, mi hermano, pero él no nos molestaría.

—¿Cómo se lo está tomando? —me preguntó Sophie refiriéndose a Josh.

—Mal, creo— contesté mientras ponía el agua a hervir. —No sé qué pensar de él, no fue al entierro.

—¿Por qué no me avisaste antes? —se preocupó. —Tendría que haber estado aquí para ti.

—Estoy bien, no es necesario, de verdad te digo— insistí al ver que no me creía. Y nadie me creería, yo siempre era la más sensible del grupo, todos lo sabían. Lo único que me separaba de estar golpeándome la cabeza a llanto tendido, era la esperanza de irme a dormir por la noche y verlo otra vez.

—¿Cómo pasó? —quiso saber mientras ponía azúcar al té que le había dado.

—Bueno, estaba esperando un bus para ir al centro. No sé por qué no quiso ir en moto. En fin, un borracho manejando un auto a gran velocidad se subió a la vereda donde estaba él y ya sabes el resto. —Lo dije fríamente y lo dije rápido para que mi cerebro no notara lo que estaba diciendo y así evitar la angustia.

—¿Sufrió?

—¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Por qué quieres saber los detalles escabrosos? No, no sufrió, simplemente se murió.

—Ya, lo siento, no te alteres.

Sophie estudiaba literatura, le encantaba el drama y no quería que convirtiera mi drama en uno suyo.

—No me altero, solo... —levanté las manos tratando de explicarme— solo estoy tratando de sobrevivir en el mientras tanto.

—¿Mientras tanto de qué? —no entendía nada y yo tampoco. No entendía cómo podía pasar lo que estaba pasando, pero estaba pasando. Así que tenía que sobrevivir un par de horas más hasta que pudiera acostarme a dormir nuevamente. Me pregunté si dormir siesta contaría, puede que no lo suficiente.

—Mientras que lo proceso— dije y tenía razón en decirlo. Pasara lo que pasaba, estaba procesando todo aún.

—Vale, te comprendo o en realidad no— hizo una pequeña pausa para beber el té— no me está pasando a mí y tampoco me pasó nada ni remotamente parecido, así que solo puedo tratar de imaginar por lo que estás pasando.

—Con eso me basta. —Sophie sonrió tristemente.

Dí un sorbo rápido al té y me quemé la lengua. ¡Maldita sea! Dejé que la quemazón en la lengua me distrajera de las cosas horribles que pasaban por mi mente. Ojalá me quemara cada dos segundos, mantendría mi atención ocupada y la pena tendría que esperar.

—¿Qué piensas hacer? —dijo mordisqueando una galleta con chips que sacó de un tarro. Se veían recién hechas, mi mamá seguro había estado cocinando.

—¿Hacer con qué?

—Con tu vida— dio otro mordisco y se le cayeron las migas en la remera— yo sé que la imaginabas con él. En cualquier caso, ¿nunca le dijiste nada?

—No— qué patética era, lo conocía desde... siempre, y jamás había hecho o dicho nada. Y cuando era demasiado tarde habían llegado los arrepentimientos. —Siempre pensé que tendría tiempo para eso.

—¿Cuántas novias tuvo? Estuviste en todas y cada una, lo toleraste en silencio. Nunca te quejaste...

—Es que soy muy idiota— otra cosa no me salió decir.

—NO, no... no te digas eso, no.

—No hay otra cosa que decir. Tenía miedo y creí que en algún momento él se daría cuenta que me quería y vendría por mí. Está claro que solo era un sueño, él nunca me había visto como yo lo veía.

Y eso era más de lo que podía decir. Ahora tenía otra oportunidad, o eso creía. De cualquier manera seguía estando la posibilidad del rechazo. Sin importar en qué universo Noah estuviera vivo, si no estaba destinado a mi, tal vez nunca dejara de ser solo mi amigo.

—No sirve de nada que te juzgues tan duro ahora— dijo comprensiva. —Las cosas son como tuvieron que ser, no podemos cambiar el pasado.

¿O si?

—¿Y si pudiera?

—¿Qué cosa? —me miró limpiándose las migas.

—Cambiar el pasado, ¿y si pudiera? —resopló sobrante y sonrió.

—No puedes, nadie puede.

—Pero ¿y si, sí? —las palabras quemaban en mi boca, deseaba con ansias descubrir mi secreto, que alguien más me acompañara, me alentara en mi anhelo.

—Mira, Sari, sé que esto duele mucho— carraspeó— pero no quiero que empieces con ideas descabelladas.

—No son descabelladas— mi voz sonaba a esperanza y sabía lo mal que podía oírse para los demás. Pero no podía evitarlo. —¿Sabes lo que se siente perder a alguien antes de poder siquiera acercarte lo suficiente para importarle? Me siento incompleta, vacía. Todos mis sueños fueron puestos en él y... no quiero sonar trillada pero ya nos hacía viejitos y de la mano mirando una película, una noche de invierno. Puede que él esté descansando en paz ahora, pero yo no descansaré hasta recuperarlo.

Ella me miraba perpleja, tal vez había dicho de más. Puede que ahora me recomendara un psiquiatra, pero no dije nada y esperé a que dijera algo y cuando lo dijo, no fue lo que más esperaba.

—Sarah, Noah está muerto. Sé que en el fondo lo sabes pero estás en negación y puedo llegar a entenderte, lo intentaré. Pero Noah está muerto y seguirá estándolo hagas lo que hagas.

—Yo no... —¿cómo explicar lo que sentía? Era como todo el maldito mundo cayéndome encima, ahogándome en la realidad. Las burbujas del dolor ebulleron en mi interior, arrasando con fuego y quemándome por dentro. Las lágrimas se abultaron en mis ojos y aunque me había prometido no llorar, no frente a nadie... el líquido rodó por mis mejillas limpiando mi piel.

—Lo siento —logré articular antes que el llanto se colara por mi garganta y salí corriendo de la cocina. Corrí escaleras arriba y me encerré en mi cuarto, no me molesté en mirar atrás por si Sophie me seguía. No me importaba, no quería ver a nadie ni escuchar tampoco. Todo era tan real que sentía un puñal en el pecho, recordandome todo el dolor que parecía haber olvidado con mis tontas esperanzas de viajar al pasado. Tomé aire, la horrible punzada seguía allí. No podía dejar de llorar, la garganta se me cerraba y el llanto salía en forma de jadeos. Que manera de existir, que mierda de vida.

Busqué con desesperación el libro de Noah, abrí sus páginas y acaricié la hoja con la dedicatoria.

Para Noah, nunca dejes de existir.

Con amor, Sarah.

—Por favor Noah, no dejes de existir— susurré entre lágrimas— que sea verdad por favor, que todo esto sea real, por favor, por favor. Que Noah me esté esperando en algún lugar, por favor, no te me mueras.

Largué toda mi porquería fuera y me rendí, depositando toda mi confianza en la loca idea de volver a verlo.

—Si te vuelvo a ver te abrazaré tan fuerte que me dirás que me aparte— me reí en un intento de recuperarme— no te dejaré ir, no me rendiré.

Cerré los ojos y abracé el libro. Lo hice con tanta fuerza que las páginas crujieron. Me recosté en la cama aún con el libro en mis brazos. Miré la hora. Eran las dos de la tarde.

Desesperada y abrumada en medio de la confusión, decidí tomar medidas drásticas en busca de alivio emocional. Impulsivamente y a escondidas, me dirigí al cuarto de mis padres. Me aseguré de que nadie me viera pasar. Aparentemente Sophie seguía abajo, tal vez se había topado con mi hermano.

Me acerqué a la cama del lado de mi madre y tomé algunas píldoras para dormir de la mesa de luz.

Sostuve las píldoras en la palma de la mano, me debatía entre la desesperación y la esperanza. Sentía la necesidad de adormecerme, de escapar de la realidad y encontrar un respiro temporal del dolor y confusión. Me detuve y reflexioné sobre lo que realmente quería lograr. "Descansar y dejar de pensar" era uno de mis motivos. Un poco de descanso en paz vendría muy bien pero también estaba la otra posibilidad, si me ponía a dormir podría, quizás, volver a él.

Miré el frasquito y me aseguré de que no estuviera vencido, mamá hacía rato que no las tomaba. Agarré dos o tres, para que nadie lo notara y me volví a mi habitación.

Cerré la puerta con llave y me senté en la cama. Miré las píldoras en mi mano, solo tomaría una o puede que dos, no sabía cuántas serían más efectivas como para tenerme dormida hasta el día siguiente.

Me decidí por dos.

Me las puse en la lengua y me dejé caer en la almohada.

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