Chapter 26
—Jack, vete ahora mismo de mi casa —le dijo con el ceño fruncido.
—No me voy de aquí hasta que me perdones por golpearte en la mañana —se escudó, luego se acercó hasta ella.
Sin embargo, Elsa retrocedió varios centímetros, imponiendo la distancia necesaria para no sentir su presencia tan cerca de su cuerpo.
No estaba bien que él se atreviera a colarse en su hogar sin ninguna autorización, en Arendelle, hace muchos años, se hubiese visto como una falta grave de respeto hacia una dama. El peliblanco no conseguiría mas que rechazo por su parte, Elsa guardaba un pequeño rencor frente a él por ser un patán, poco hombre.
—Disculpas van, disculpas vienen ¿acaso no te cansas de humillarte de esa forma? —escupió, avivada por el desprecio que ahora sentía por él —Arruinar todo debe ser tu pasatiempo favorito.
Jack desvió la mirada entendiendo el mensaje que le estaba transmitiendo la platinada, comprendía su enojo. Pero de verdad deseaba enmendar sus errores y tratar de recibir un buen trato por parte de Elsa.
Dejó escapar un suspiro y se encaminó a la ventana con una mirada afligida. Colocó su mano sobre el cristal de la misma y visualizó con sus ojos azules el cielo nocturno esperando recibir el apoyo de Dios para poder emitir las palabras adecuadas con las que tratar a la rubia sin hacerla enojar aún más.
Elsa, al otro lado, esperaba que el albino saliera volando por la ventana, dejándola sola y tranquila, sin embargo, él se mantenía detenido frente a ella perdido en sus pensamientos.
—Sé que te he fallado... Muchas veces, pero... No quiero perder tu amistad por ello —volteó a verla con una sonrisa lánguida —Pedirte perdón no es suficiente, mereces más que eso, por tanto quisiera volver a iniciar y dejar en el olvido todo mis errores para reescribir un nuevo capítulo en la historia de nuestra vida. Quiero que me aceptes de nuevo a tu lado.
Elsa negó con la cabeza, cosa que desilusionó mucho al peliblanco, por un momento creyó que tendría una tercera oportunidad con ella.
—No es tan fácil olvidar lo que haz hecho. Jack, me golpeaste cuando yo quería ayudarte, jamás en la vida un hombre me había lastimado en ese sentido —aseguró vehemente —Para obtener mi disculpa tendrás que esforzarte para cambiar esa forma de ser tan... Salvaje.
—¡Y lo haré! —exclamó y corrió hasta ella, aunque Elsa colocó sus manos frente a él para que no se acercara demasiado —Lo haré por ti.
La platinada sintió que sus mejillas se tornaron calientes, pero gracias a la oscuridad de la habitación Jack no pudo notar su enrojecimiento.
El toque continuo de la puerta los sacó de su conversación y del momento incomodo que estaban sintiendo, mirándose el uno al otro sin decir palabra alguna.
Elsa guardó silencio mientras que la persona tras la puerta perdía la paciencia tocando su puerta.
—Hermana, ¿con quién estás hablando? —dijo Anna detrás de la puerta, impaciente —Elsa, voy a entrar.
Elsa abrió los ojos como platos al comprender la idea que su hermana pretendía llevar a cabo. Caminó hasta Jack y lo sujetó por el brazo.
—Márchate ahora —susurró y con sus manos comenzó a empujarlo hacia la ventana.
—No, aún no hemos terminado de conversar —respondió en tono bajo.
Elsa rodó los ojos y lo soltó.
—De acuerdo, entonces escóndete bajo la cama —le señaló el lugar, él respondió con un gesto de desagrado —Vamos, Anna no quiere verte ni en pintura.
A regañadientes el joven metió su cuerpo bajo la cama y junto a él la vara de madera que sujetaba en su mano. Desde allí abajo solo podía ver los pies de la platinada.
Elsa se agachó frente a su cama y le dijo al peliblanco.
—Ni se te ocurra salir de aquí, Jack —le advirtió.
Él sonrió, luego negó con la cabeza.
—No es el lugar más cómodo del mundo, pero de aquí no saldré hasta que tú lo desees —le guiñó un ojo.
La platinada rodó los ojos y retomó su postura, pasó una mano por su sedoso cabello y esperó a que su hermana decidiera abrir de una vez por todas la puerta, después de unos minutos lo hizo y observó a su hermana con un gesto de incomprensión.
—Els, ¿hay alguien más contigo? —preguntó, echándole un breve vistazo a la habitación —¿Por qué tienes las luces apagadas?
Elsa esbozo una media sonrisa y se encogió de hombros como una niña a la que han pillado haciendo una travesura.
—No hay nadie más en este habitación a parte de ti y de mí —le aseguró.
Jack, debajo de cama, colocó sus dos manos sobre su boca ahogando una sonora carcajada. Hace mucho que no hacía algo como esto, le divertía sobremanera esta situación.
—Entonces, ¿por qué escuché voces hace un momento? —la observó con los ojos entrecerrados y se cruzó de brazos.
Luego, caminó hacia ella y comenzó a tocarle el rostro como si estuviera enferma.
Elsa esquivó su toque y retrocedió un par de pasos chocando con el bote de basura, y sin predecirlo, las rosas de cristal cayeron al suelo, sin embargo, contó con la suerte para que Anna no notara las bellas flores.
—Solo estoy estudiando el libreto para una obra de teatro que se presentará en el instituto —comenzó hablar con un tono un tanto vacilante —Me inscribí en el taller de teatro para aflorar mis talentos como actriz —sonrió, aunque en sus adentros se sintió mal por mentirle.
Anna enarcó una ceja con escepticismo.
—Ahora te gusta actuar ¿eh? Pues no sabía que te gustaba —frunció los labios.
Elsa rió y tomó a su hermana por los hombros para encaminarla hacia la salida, Anna comenzó a luchar para no ser echada.
—Anna, déjame estudiar en paz —dijo hastiada —Hablaremos mañana.
—Pero Elsa —chilló.
Sin embargo sus suplicas no fueron suficientes para detener a su hermana, sabía muy bien que cuando ella quería estar sola no dejaría que nadie la molestara así tuviera que empujarla con una ráfaga de viento.
Como se esperaba, Anna terminó fuera de la habitación con un gesto de disgusto dibujado en su delicado rostro. Mientras que Elsa soltaba un suspiro de alivio y se dejaba caer sobre el suelo, toda esta situación le hacía recordar cuando ignoraba a su hermana todo el tiempo cuando eran niñas.
Colocó sus manos sobre su rostro e intentó no dejar que los amargos recuerdos la carcomieran.
—Hey, ¿estás bien? —dijo el peliblanco después de haber salido de su escondite. Sacudió sus ropas y se levantó para caminar hacia ella.
La platinada no quiso separar los dedos de su rostro, es mas, decidió encerrarse en sí misma colocando sus piernas frente a su pecho.
Jack decidió acuclillarse frente a Elsa y con mucho cuidado retiró los dedos de la chica para observar sus ojos azules cristalizados.
—¿Pasa algo? —insistió, un poco preocupado.
Ella bajó la mirada y trató de no echarse a llorar por lo que había hecho, rechazarla de nuevo.
—No me gusta mentirle a mi hermana de esa forma —dijo con la voz entrecortada.
—Entiendo, todo esto es por mi culpa, no debí venir a molestarte —aseguró.
—No lo es —sostuvo su mano entre la suya —Solo... —sacudió la cabeza varias veces —olvida todo esto. Si tienes algo más qué decirme, dímelo ahora.
Jack dudó en un lapso corto de tiempo, pero después sonrió y sujetó con más fuerza la mano de su amiga, sin excederse.
—Supongo que aquí ya no se puede platicar ¿verdad? —Elsa negó con la cabeza —Entonces, vamos a otro lugar.
La chica abrió la boca, desconcertada. ¿Ahora que pretendía hacer? Aquella sonrisa pícara no le auguraba algo bueno.
—¿De qué hablas, Jack? —inquirió.
Él no dijo nada, la ayudó a levantar, aunque ella hizo ese movimiento por inercia, casi dejándose llevar por el albino de sonrisa radiante.
Jack recogió su cayado de la alfombra sin soltar la mano de la chica, no sabía por qué exactamente pero desde que se conocieron le encantaba sentir la frialdad de su mano, era agradable su toque y lo bien que encajaban sus manos.
Con cayado en mano, ensanchó su sonrisa y atrapó a Elsa entre sus brazos, aunque al principio dudó en hacerlo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella desde su pecho.
—Sé que no te gusta que te pida perdón, pero lo siento por lo que voy hacer —respondió sin borrar la sonrisa de sus pálidos labios.
Sin previo aviso, pasó su brazo por las piernas de Elsa y con la otra sujetó su espalda sin soltar su cayado, al estilo princesa. Luego invocó el poder del viento y se elevó para después salir volando por la ventana.
Elsa comenzó a patalear cuando no sintió el suelo de su habitación y sujetó a Jack por el cuello cuando notó que la brisa acariciaba su rostro de golpe. Luego, cerró los ojos, amedrentada.
—¡Bájame ahora mismo! —gritó.
Pero el peliblanco hizo oídos sordos y continuó elevándose con lentitud. Sin embargo, Elsa no dejó de reiterarle que la bajara una y otra vez.
—No creo que quieras que te suelte desde esta altura —afirmó.
La platinada abrió despacio sus ojos claros y al instante los volvió a cerrar cuando notó que estaban a metros del suelo. Sujetó con más fuerza el cuello del peliblanco y se pegó más a su cuerpo, sintiendo el palpitar de su corazón y el olor a colonia masculina que despedía su cuerpo.
—¡Jack, por favor, bájame! —suplicó con más fervor.
Le temía a las alturas tanto como un niño le teme a la oscuridad o al mismísimo Coco.
—Tranquila, Els —utilizó su diminutivo con cariño —Trata de disfrutar el viaje —susurró en su oído enviándole un escalofrío por todo su menudo cuerpo.
—Prometiste que cambiarías, pero acabas de sacarme de mi casa sin mí consentimiento —le reprochó con enfado.
Jack emitió una risotada que hizo que Elsa se enojara aún más y con una de sus manos golpeara su pecho ocasionando que perdiera el control y que se soltara de su agarre.
El cuerpo de la platinada comenzó a caer a toda velocidad, sus gritos se ahogaron en el aire y las patadas que daba al viento tampoco sirvieron para detener su caída libre, lo único que pudo salvarla de una inminente muerte fueron los brazos del muchacho de ojos azules que la sostuvo con delicadeza. Con su contacto pudo sentir la seguridad que necesitaba y ante esto no pudo hacer más que enrollar sus brazos en su cuello, nuevamente.
Jack retomó su anterior camino sin soltar el cuerpo de Elsa que ahora temblaba de miedo. Se le había escapado de las manos y por poco la había perdido, todo por un descuido, jamás haría eso de nuevo.
Un eterno silencio se impuso entre ellos mientras que sobrevolaban por la ciudad. Ninguno de los dos quería romperlo, Elsa porque todavía continuaba en shock y Jack porque se sentía culpable por haberla soltado.
Sin embargo, Elsa observó su panorama tratando de liberar la presión que la agobiaba. Situó su mirada bajo sus pies descalzos, todo desde allí se veía diferente, pequeño y lejano. Las luces de los edificios iluminaban la tierra como luciérnagas en el bosque, y el viento frío de la noche soplaba con fieresa sacudiendo su cabello rubio. La luna se hallaba en medio del cielo, desde donde estaban, se veía mucho más grande y bella. Eso le hizo recordar algo de su infancia.
En Arendelle, el rey Eduarth caminaba hacia la habitación de su pequeña princesa con un nuevo regalo para ella. Cuando abrió la puerta la encontró sentada en el suelo con muchas pinturas regadas a su alrededor y una vela iluminando su noche. Su cabello rubio platinado estaba desordenado y su vestido celeste tenía manchas de pintura por todo lado, sin embargo, la niña se veía más hermosa que nunca.
—Elsa, ¿qué estás haciendo, princesa? —le preguntó con una sonrisa.
La chiquilla se levantó y corrió hacia su padre, luego lo abrazó.
—Padre, estoy haciendo un lindo dibujo —respondió con esa vocesita dulce que la caracterizaba.
Elsa tomó a su padre por la mano y lo llevó hasta donde estaban sus materiales de arte esparcidos. Alli un lienzo estaba tendido y en él estaba dibujado un tierno dibujo.
—¿Qué es esto? —inquirió el rey.
—Pues, verás, soy yo ¡volando como ave por los cielos! —chilló de alegría la pequeña de cinco años.
—Pero las princesas no deben salir de sus reinos y menos volar, hija —acarició su infantil rostro.
Elsa perdió el brilló de su sonrisa y lo reemplazó por una mueca de tristeza.
—Entonces, no puedo volar —sus ojos se cristalizaron.
—Claro que puedes, mi princesa, pero solo en tu imaginación, allí podrás cumplir tu sueño y yo estaré contigo —sonrió.
Elsa cambió su gesto por uno de completa alegría y comenzó a dar vueltas emocionada.
—¡Volaré, papi. Volaré! —gritó con entusiasmo.
Eduarth lo único que hizo fue reír junto a su hija pequeña y esperar que algún día ella pudiera cumplir su imposible sueño.
Después de reír a carcajadas un buen rato, el rey le entregó el regalo que le había conseguido. Ella con apuro lo abrió y sacó de la pequeña caja un colorido libro.
—Los fabulosos viajes de una soñadora princesa —leyó en voz alta —¡Qué lindo!
—Es para que cuando lo leas sientas que todo es posible si tienes fe —dijo Eduarth.
—Entonces, lo guardaré bajo mi almohada y jamás olvidaré leerlo todas las noches antes de dormir —aseguró y abrazó el libro como si se tratara de su tesoro más preciado.
Y de verdad que lo fue, Elsa amaba ese ejemplar y lo guardó bajo su almohada como se lo había prometido a su padre. Fue de mucha ayuda en los momentos que se mantuvo encerrada en su cuarto por años y aunque, lastimosamente, no pudo conservarlo lo suficiente, jamás olvidaría las líneas escritas con pluma y tinta sobre el papel de su libro favorito.
Regresó al presente cuando volvió a enfocar su mirada en las nubes blancas que pasaban cerca de ellos. ¿Quién lo diría? Su sueño si se había hecho realidad, estaba volando y aunque al principio sintió mucho miedo, ahora podía sentirse un poco aliviada, con la seguridad de Jack y la alegría de que no era tan imposible el hecho de volar.
Esbozó una nostálgica sonrisa y liberó la tensión que poseían sus hombros.
—Acércame a las nubes, Jack —le pidió.
—¿Qué? —preguntó el peliblanco confundido con su radical decisión.
—Quiero saber si son tan suaves como imaginé de niña —un brillo surcó sus ojos al decirlo.
—Bien —aceptó y sonrió contento.
Jack voló hacia las nubes accediendo a la petición de la platinada, ella, estiró su mano y acarició con sus dedos la superficie de la nube, casi llora de la emoción.
—¡Sí son suaves! ¡Como el algodón! —chilló y giró su rostro para observar la sonrisa que Jack le transmitía —Es hermoso.
—Sí lo es —afirmó —Pero sería más divertido si te dejarás llevar por el momento y la euforia de estar aquí arriba.
Elsa abrió y cerró la boca un par de veces, pero al final decidió mostrarle una radiante sonrisa y decir:
—Quiero saber lo que se siente. Jack, muéstrame.
—Pues, no se diga más —dijo como respuesta.
Con cuidado acomodó a la chica tras su espalda, sin dejarla caer.
—Bien sujétate de mi cuello, sin estrancularme —especificó. Elsa rió tras su espalda.
Jack dejó escapar un suspiro y extendió sus brazos para atraer más la fuerza del viento. Luego emprendió vuelo a toda velocidad. Elsa tuvo que agarrarse con fuerza a su cuello gracias al cambio drástico de velocidad, sin embargo, no podía dejar escapar el sentimiento de adrenalina que la embargaba, se sentía plena y no podía evitar reír.
Jack comenzó a girar y a dar volteretas agregándole más diversión y peligrosidad al momento, la platinada solo podía seguir riendo y disfrutando de su vuelo que parecía como un sueño, su sueño, el que nunca creyó que podría cumplir.
Dio un grito de júbilo que después fue correspondido por una sonora carcajada de su acompañante, si su padre la viera ahorita no podría creerlo, pero esta segura que desde el cielo él la está viendo y se siente feliz por ella.
El viaje estaba en pleno apogeo, pero algo venía asomándose a lo lejos.
—¡Cuidado! —le gritó a Jack, quien estaba mirando hacia abajo, pero que cuando escuchó el grito de la chica volvió su mirada al frente.
Abrió sus ojos como platos y en un rápido y abrupto movimiento esquivó el avión que se aproximaba hacia ellos.
—Vaya, eso estuvo cerca —dijo recuperando el aliento.
Elsa, mientras tanto, trataba de menguar el desenfrenado latir de su corazón dentro de su pecho. Por poco se estrellan contra ese avión por estar tan absortos de la realidad.
—¿Acaso nos vieron? —inquirió preocupada.
—No estoy seguro, será mejor aterrizar antes que suceda algo parecido.
Jack bajó con menos velocidad que antes y dejó caer el cuerpo de Elsa sobre el suelo de la terraza de un gran edificio, allí se podía ver todo el alumbrado de la ciudad.
Elsa se separó de él y caminó hasta el borde de la terraza observando a detalle todo lo que sucedía abajo, los autos transitaban con tranquilidad, algunas personas caminaban por las calles y uno que otro mendigo andaba por allí, todo sucedía como todos los días, ya no había nada nuevo qué observar solo los ojos azules del chico que se había ubicado a su lado.
—Todo desde aquí se ve diferente —comenzó a decir —Aquí puedes disfrutar de la tranquilidad del momento, ser libre, tanto como estar en el cielo, pero cuando decides aterrizar allí abajo todo se vuelca contra ti y te azota para saber si estás preparado para enfrentar esta nueva etapa de tu vida.
—No te sientes libre ¿verdad? —comprendió.
—Antes lo era, disfrutaba de volar todo el día y jugar con mis poderes como un niño, pero ahora, tengo responsabilidades que no debo evadir —desvió la mirada —Aunque me duela aceptarlo, tengo que madurar.
—Lo dices por tu hermana Emma ¿no es cierto? —se acercó un poco más a él para contemplar la tristeza que transmitían sus hermosos ojos azules.
Su rostro se había contraído en una mueca que hacia notar los estragos de la pelea que había tenido en la mañana, aquellos golpes que arruinaban la belleza de su rostro. No le gustaba verlo así de deprimido, tenía que alentarlo a como diera lugar.
Colocó su mano sobre la suya, intentando enviarle su energía positiva. Jack sonrió a medias y entrelazó sus dedos como muestra de su unión como amigos.
—Qué difícil es manejar una vida, una familia. No sé como es que muchos pueden salir adelante solos —dijo sin soltar su mano.
Un escalofrío recorrió la espalda de Elsa al captar el mensaje, ella había sido capaz de seguir sola, sin su familia y sin Isabelle ¿por qué él no podría? Con su mano libre acarició su brazo.
—Oh, creo que tienes frío —comentó Jack tomando el movimiento que había hecho como un gesto de tener frío.
Elsa iba negar porque sabía que ella no podía sentir frío, pero fue muy tarde, Jack se soltó de su mano y se sacó la sudadera por la cabeza y se la extendió.
—Toma.
—Eh... No, gracias, es tuya —respondió, sintiendo nuevamente el calor que ascendía desde su pecho hasta sus mejillas.
—Vamos, recíbela, Elsa —la instó.
Ante su constante petición, a la chica no le quedó más que recibir la prenda de vestir y colocársela. Era suave y fría, ambas cosas le encantaban.
Jack se le quedó viendo por un buen tiempo hasta que ella no pudo más y rompió el contacto visual.
—Elsa —la llamó. Ella levantó su rostro y lo encaró —¿Me puedes dar un abrazo?
—¿Un abrazo? —preguntó, desorientada.
El peliblanco pasó los dedos por su propio cabello.
—Mmm, sé que es algo muy infantil. Mejor olvídalo —desvió la mirada.
Sin embargo, Elsa no le hizo caso y lo envolvió en sus brazos como se lo había pedido, él se sorprendió al principio, pero después correspondió el contacto. De verdad necesitaba sentir el apoyo de otra persona a través de un abrazo. En ese momento se sentía perdido, pero aquella chica lo estaba rescatando de aquel abismo.
Colocó su cabeza sobre el hombro de la chica y respiró el embriagante olor de su cuerpo tan delicado como ella misma. Cerró los ojos y se dejó llevar por la sensación de paz que le trasmitía el abrazo de Elsa.
—Te quiero mucho, Els...
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