—Imposible... —la boca de la chica platinada se abrió gracias a la sorpresiva confesión del espíritu del invierno.
Jack esbozó una sonrisa cargada de orgullo al ver la atónita expresión de Elsa.
—Te aseguro que es lo más sensacional que puedo hacer. Volar es fascinante porque liberas las cargas que se acumulan en tus hombros durante el día, te relaja y disfrutas del bello paisaje desde el cielo —un brillo se instaló en sus ojos azules al reconocer que su actividad favorita, sin lugar a dudas, era sobrevolar por el mundo.
Aunque, una sensación de nostálgica lo embargó al ser consciente que no podrá hacerlo con total libertad ya que ahora es un humano cualquiera.
Elsa no podía comprender por qué este sujeto se abría ante ella y le mostraba sus cualidades, a ella le costó mucho mostrar sus poderes ante su reino, incluso fue mal recibida por su pueblo siendo tratada como una hechicera, y... Este chico en tan solo un par de minutos pudo convencer a varios estudiantes que su magia era divertida y que no hacía daño alguno.
—¿Y no te da miedo lo que piensen de ti? —soltó su pregunta con un poco de timidez, no solía ser así, pero pensó que quizás se ofendería.
—No, en lo absoluto —negó con una radiante sonrisa —Porque lo que yo hago me fascina y divierte a los demás. Es lo que soy, por tanto, tienen que aceptarme así.
—¿Y si lastimas a alguien? O si tu poder se sale de control... ¿Qué harías? —posó su mirada en los ojos de Jack por unos minutos, después desvió la mirada.
Sus manos temblaban y no entendía por qué, tantas emociones encontradas la estaban incomodando. Verse en frente de otro ser con su mismo poder, que puede usarlo con completa libertad la hizo sentir inferior.
—Eso nunca va a suceder. Y ¿sabes por qué? —respondió sin perder esa mirada cálida. Elsa contestó su pregunta con un movimiento de cabeza —Porque confió en mí mismo, con eso es más que suficiente.
—Vaya —dejó escapar un suspiro de sus labios —eso es grandioso —trató de sonreír aunque solo pudo levantar las comisuras de sus labios, levemente.
Un silencio se impuso con solemnidad entre ambos seres helados, ninguno tenía algo que agregar a su conversación. Aunque, se quedaron viendo por unos minutos sin emitir ningún sonido. Sin embargo, el sonido del timbre que anunciaba que las clases se habían acabado los sacó del trance en el que se encontraban.
Emma corrió hasta donde su hermano, lo miró con reprobación y después simplemente lo rodeó con sus brazos, y cuando notó a Elsa cerca de su hermano sonrió con picardía, Jack rodó los ojos fastidiado ya intuía el rumbo de los pensamientos de su hermana menor.
Antes de que decidiera molestarlo con la platinada colocó su mano sobre la boca de Emma, esta trató de zafarse pero no consiguió librarse de su agarre. La castaña emitía sonidos inaudibles y fruncía el entrecejo enojada con su hermano mayor.
Elsa soltó una suave carcajada al ver como los dos hermanos luchaban por soltarse uno del otro. Recordó cuando jugaba de esa forma con su hermana Anna, fueron momentos memorables que jamás se escaparían de sus recuerdos.
—Bien, fue un gusto conocerte, pero ahora tenemos que irnos —dijo mientras sujetaba a Emma —Espero verte en otra ocasión —sonrió.
Elsa asintió con la cabeza.
—Claro, puede que en otro momento podamos encontrarnos —fue lo único que se le ocurrió decir para no compromertese aún.
Le dedicó una dulce sonrisa a Emma, dio la vuelta y se encaminó a la salida del instituto. Su primer día de clases había resultado ser de lo más extraño, sin embargo había conocido a otra persona igual a ella.
Jack siguió con su mirada el camino que tomaba Elsa, esa chica de verdad que lo había cautivado, pero no quería precipitarse, solo había sido mera casualidad que sus caminos se hayan cruzado, es posible que quizás no la vuelva a ver.
Decidió soltar con cuidado a su hermana menor, quien no se encontraba muy contenta. Fulminó a su hermano con su mirada oscura, él se encogió de hombros.
—¡Oye! ¿Por qué lo hiciste, Jack? —exclamó, ofendida —yo quería saludarla.
Emma se cruzó de brazos y con el ceño fruncido observó al peliblanco.
—Porque seguro querías avergonzarme delante de esa chica. Emma, te conozco —entre cerró sus ojos con una implícita acusación.
La castaña no pudo evitar transformar su expresión molesta por una sonrisa traviesa.
—Estás equivocado, yo jamás me atrevería a avergonzarte frente a una chica como ella —dijo con ironía.
—De acuerdo. Olvidemos toda esta cuestión de si lo hubieras hecho o no, vamos a casa.
Tomó la mano de su hermana con cuidado e iniciaron a caminar. Aunque, Emma todavía no había dejado morir el tema.
—¿No te parece que es muy linda esa chica? —comenzó hablar, sabiendo muy bien que su hermano se sonrojaría ante su insidiosa pregunta, y, en efecto, un rubor se instaló en las mejillas del peliblanco.
—De verdad, eres una molestia, hermana.
(...)
—Elsa, vuelve a la tierra,amiga —escuchó en medio de su ensimismamiento la voz femenina de su compañera de trabajo.
Se apartó de la ventana y encaró a la chica que le hablaba, Marinette, una de sus compañeras de oficio, quien poseía un singular tono de cabello y un par de ojos azules.
—Lo siento, es que estaba pensando algo que sucedió esta mañana, pero que no tiene importancia —respondió con desdén.
El tema que rondaba por su cabeza tenía nombre propio: Jack. El extrovertido joven que conoció en su instituto. No podía sacar de su mente la manifestación de poder que mostró sin ningún ápice de miedo a que alguien resultada lastimado. Era tan confiado y poseía un aura cálida que transmitía alegría y regocijo.
Lo que había llamado su atención no fue su atractivo porque no quería siquiera pensar en ello, lo que de verdad la dejó maravillada fueron sus poderes, gemelos a los suyos, pero tan hermosos.
—Bien, pero te aconsejo que trabajes arduamente, porque ya sabes que el jefe es muy exigente
Elsa asintió con la cabeza con parsimonia. Sabía muy bien que estaba en proceso de prueba en su trabajo como mesera en la cafetería, no era el mejor trabajo pero de esto podría vivir.
La otra chica se retiró para atender a una pareja que decidió entrar al establecimiento. Mientras que ella limpiaba con un trapo la mesa de madera que tenía en frente.
Recogió dos tazas vacías que habían dejado los anteriores comensales y los llevó a la cocina para posteriormente lavarlos. Aunque, cuando tocó el agua, esta se congeló. Sus ojos se abrieron de par en par ante la impresión, hace mucho que sus poderes no actuaban solos. Su corazón comenzó a moverse con intensidad ante la idea de haber sido observaba por otro trabajador, sin embargo, se encontraba sola.
Llenó sus pulmones de oxígeno y con cuidado deshizo el hielo para que retomara su estado líquido. Aun sentía el revoloteo de sus emociones, seguía sin entender qué había sucedido.
Salió de la cocina para recibir las órdenes de su superior, quien le dijo que atendiera a la persona que se encontraba en la mesa de la ventana.
Elsa sujetó su libreta entre sus temblorosas y frías manos, luego caminó hasta el cliente, que era una chica rubia la cual le daba la espalda. Elsa se situó cerca de ella y dibujó una amable sonrisa en sus labios.
—Bienvenida, ¿qué deseas ordenar? —dijo con cortesía.
La chica se giró para antenderla, sin embargo, Elsa se sorprendió al ver de quién se trataba. Una mujer de tez blanca, cabello rubio y ojos verdes.
—¿Rapunzel? —pronunció su nombre con duda. La chica pelidorada la miró detenidamente.
—Sí, ¿cómo sabes mi nombre? —inquirió con una mirada espectante y llena de desconocimiento.
Elsa no podía creer que la estuviera viendo, era real, ante ella estaba la soberana del reino de Corona que caducó hace siglos. ¿Podría ser ella? Pero, no podía ser cierto. A menos que fuera una chica idéntica a la princesa Rapunzel, pero era mucha casualidad ver que sus rasgos faciales son idénticos, además, parecía que no la reconocía.
—¿Sabes quién soy? —preguntó.
La supuesta copia de la princesa negó con la cabeza.
—Jamás te había visto en mi vida —Elsa frunció el ceño, podría estar equivocándose, pero no soportaba la curiosidad de saber quién era ella.
Para constatar sus dudas, decidió hacer algo que consideraba inapropiado pero que creía necesario. Se acercó a la chica y con cuidado retiró su cabello dorado para toparse con un cabello corto y castaño, ante esto Rapunzel pegó un respingo.
—Disculpa, pero me estás incomodando —comentó con un gesto de molestia.
La platinada dio un par de pasos hacia atrás, para otorgarle el espacio que necesitaba.
—Eres tú —dijo en voz baja, mas para sí misma que para la otra chica.
Observó sus dedos. Justo cuando había tocado su cabello dorado sintió la energía luminosa que emanaba, sin duda alguna, ella era la princesa de Corona, Rapunzel, su prima.
—Me estás confundiendo, creo que será mejor que me vaya —se levantó de la silla y tomó su cartera.
Pero, al pasar cerca de Elsa, esta la sujetó por la muñeca.
—Rapunzel, ¿qué pasó contigo? ¿Por qué sigues viva en esta época? ¿Y Eugene?
La ojiverde abrió la boca, Elsa creyó que la había reconocido, sin embargo, estaba equivocada. Rapunzel estaba consternada y la miraba con una mezcla de miedo y fastidio.
Elsa notó que la temperatura del establecimiento descendió, considerablemente, producto de su sorpresa. Además, intuía que estaba quemando a su prima con su hielo, por tanto, soltó su muñeca.
—Lo siento —pronunció con la voz entrecortada.
Rapunzel retrocedió y salió corriendo despavorida. Todos fueron testigos del miedo que se mostró en su iris esmeralda. Elsa sintió las penetrantes miradas de los comensales, pidió excusas y se retiró deprisa de allí, sin embargo, se topó con el ceño fruncido de su jefe.
Un escalofrío recorrió su espina dorsal.
—Espantaste a la cliente, señorita Elsa —afirmó con un tono de voz severo —Me imagino que conoces las consecuencias de no tratar bien a las personas que asisten a este lugar.
—Y... Yo —tartamudeó. Maldijo en su interior la forma en la que trató a Rapunzel, la invadió con sus preguntas y ella escapó.
Guardó silencio mientras que su jefe tomaba una determinación que no le traería beneficios.
—Quedas despedida por un motivo justificado. Comprenderás que no recibirás liquidación por estar en proceso de prueba —argumentó.
Elsa soltó un suspiro, caminó a la cocina, recogió sus pertenencias y salió de la cafetería no sin antes pedir una sincera disculpa a su jefe, él la aceptó aunque no pudiera revocar su decisión.
Caminó por la acera, abatida y cabizbaja, ese trabajo solventaría sus necesidades básicas, ahora no sabía qué hacer. Regresaría a su casa sin un peso en su bolsillo, solo le quedaba buscar nuevas ofertas laborales.
Detuvo su andar, levantó su cabeza y observó el cielo que esa tarde lucía unos lúgubres tonos grisáceos que anunciaban que la lluvia pronto se haría presente, y, en efecto, pequeñas gotas de agua comenzaron a caer sobre su cabeza, cerró los ojos para sentir el agua deslizarse por su pálido rostro.
Retomó su camino bajo la tempestuosa tormenta. Sonreía aunque estuviese empapada, ya que necesitaba relajarse y recordar cuando era una niña de cinco años y se escapaba del palacio para disfrutar de la lluvia al aire libre, era divertido, bueno eso creía ella.
Comenzó a danzar bajo la lluvia al son de una melodía que se reproducía en su mente, una canción con la que soñaba en las noches. Imaginaba que estaba sola y que podía ser libre como una ave, sin embargo, la realidad era diferente, todos la miraban con desconcierto, creían que estaba demente, pero seguía sumergida en sus pensamientos.
En medio de danzas consiguió llegar a su casa. Rió ante su divertido juego bajo el agua, un baile patético pero divertido, las reinas no podían hacer eso en su tiempo, pero ella ya no era una reina solo una simple chica.
Abrió la puerta topándose con la oscuridad de su hogar, no veía a Olaf por ningún lado, seguro estaría dormido por ahí, su fiel compañero solía dormir mientras llovía.
Dejó su bolso sobre el sofá y caminó hasta su habitación, tomó una ducha fría y decidió recostarse sobre su cama y recapitular sobre todo lo que había pasado.
Primero, descubrió que existen personas igual de especiales a ella. Segundo, se encontró con su prima, la princesa de Corona. Y tercero, perdió su trabajo. Ya no podía intuir qué pasaría al otro día cuando el sol decidiera salir desde las montañas y que el despertador sonara como siempre a las seis de la mañana.
(...)
Paseó por los pasillos del edificio donde estudiaba. Segundo día de clases, esperaba que fuera mejor que el día anterior. Caminaba sola sumergida en sus pensamientos y perdida en el mar de gente que transitaba por aquel lugar en plena mañana.
Sujetó sus libros de literatura con fuerza para que no se le cayeran mientras que muchos estudiantes cruzaban a su lado sin cuidado.
Recordó la promesa que le había hecho el peliblanco de encontrarse en otra oportunidad, pero ella quería continuar sola, un tipo tan enérgico como él no sintonizaba con una chica tranquila y poco habladora como ella.
No obstante, de un momento a otro sintió que su cuerpo se precipitaba contra el frío suelo, alguien le había puesto el pie en su camino para que se cayera. Sus libros quedaron tirados sobre el suelo. Frunció el entrecejo desconcertada, ¿quién se había atrevido a tirarla?
Se reincorporó, recogió sus cosas, enojada, para luego observar a la persona que se encontraba situada a su lado, el atrevido sujeto que la hizo caer.
Casi se cae de nuevo al ver el familiar y anguloso rostro que se mostró ante sus ojos, aquellos ojos claros y ese cabello rojizo solo lo podía tener él, un sujeto despreciable y que continuaba molestándola.
El pelirrojo sonrió con malicia, agitó su mano para saludarla, pero ella solo lo miraba con un gesto contraído. De todas las personas que desea volver a ver, él era el menos esperado.
—Hola, Elsa. ¿Me recuerdas? —aportó con saña.
—Claro que sí, eres la persona más miserable que ha pisado esta tierra —escupió entredientes —¿Cómo es que sigues con vida?
—Gracias por el alago —le guiñó un ojo —Y, estoy aquí gracias a ti reina mía, tu magia me ha mantenido vivo por muchos años.
—¿Mi magia? ¿A qué te refieres? —preguntó impaciente.
—Lo sabrás en su debido momento, mientras tanto solo me queda decirte que estaré muy cerca de ti. Tenemos asperezas que limar, mi reina.
Elsa apretó los libros a su cuerpo. Este sujeto se estaba sentenciando así mismo con esa vaga amenaza.
—No quiero que te inmiscuyas en mi vida, Hans. Porque si lo haces, esta vez si lo pagarás.
—Elsa, me encargaré de revelar tu secreto para que todos te teman —siseó.
Elsa no pudo controlar su impulso así que empujó a Hans contra los casilleros del instituto provocando una leve ráfaga de viento. Luego, se alejó de él. Príncipe de las islas del sur, hombre de mentiras.
Ella no se dejaría influenciar por un sujeto como aquel príncipe, sin embargo, debía ser precavida o en cualquier instante caería y nadie la ayudaría a levantar...
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