Capítulo 36

Autora

Entra a su casa desorientado, lágrimas pesadas bañando su rostro, el vacío y desolación haciéndolo miserable. Había buscado la forma de sentirse mejor, pero no hubo rastros de Joseph y sus hombres. Tantas veces que los encontraba en todo lugar donde iba y cuando quiere algo de ellos, se desaparecen.

Tengo mala suerte, piensa y se tumba en uno de los sofás nuevos que había comprado Irina hace unos días. Ella llegó a la casa, cambió algunas cosas y se comporta como la ama y señora. Ruddy no le da importancia, tiene la esperanza de poder sacarle alguna información y luego echarla.

Espera que no esté en casa, quiere estar solo porque no le gusta que nadie lo vea en esas condiciones. Sus depresiones han aumentado, reconoce que no ha hecho nada para cambiar eso y se recrimina por lo cobarde que es al no pedir ayuda o no aceptarla. Sus amigos ya no insisten, quizás se cansaron de los rechazos o puede que no les interese realmente.

Toma el teléfono, decidido a llamar a uno de ellos, se queda observándolo y luego lo deja caer. Será una pérdida de tiempo. Cada persona tiene sus problemas y él no es quién para añadir más.

Frota sus muñecas, estas pican y desea levantarse para acabar con todo ya. A nadie le haría falta, no es alguien importante y está bien con eso. O eso cree.

Se levanta del sofá, camina hacia su cuarto y se deja caer en la suavidad del colchón. Le molesta todo lo que la chica que vive con él ha hecho con su habitación, fue la única cosa que le había pedido cuando empezó a remodelar todo: "No toques mi cuarto". Ella no le hizo caso y ahora tiene que soportar las sábanas de seda que nunca le han gustado porque le producen picazón. Irina dijo que era algo romántico y bonito.

Retira la tela que odia y se acurruca en el edredón que le proporciona cierta calidez. Su mente viaja a su infancia, a la forma en la que su madre lo abrazaba y besaba su cabeza con tanto amor. Los recuerdos lo lastiman, nunca pudo superar su pérdida y cree que no lo hará.

Se siente culpable, había escuchado a su mamá gritar en su habitación y no hizo nada. Solo correr hacia donde su hermana estaba para hacérselo saber. Siempre ha sido un cobarde, él debió ir por ella y quizás estaría con vida.

La realización de que todo está mal en su vida lo golpea fuertemente. Ninguna chica lo ha amado realmente y cuando encuentra la ideal para él, está enamorada de otro.

Amelia pasa por su cabeza, la chica loca y rara que lo tiene enamorado. ¿Qué no haría por ella? Sería el hombre más feliz si le corresponde como él quiere. Hasta buscaría ayuda para ser una mejor persona porque se merece todo.

Ruddy no sabe lo equivocado que está, debemos sentirnos bien con nosotros mismos y luego pensar en ser feliz junto a otra persona.

Se arma de valor, se levanta decidido y se sienta en el escritorio que hay en su cuarto. Toma el teléfono y con manos temblorosas marca el número que se sabe de memoria. Llora desconsolado al no obtener respuestas del otro lado, nadie contesta y la angustia en su pecho sigue aumentando.

Escucha la voz de su hermana que lo incita a dejar un mensaje en el buzón de voz. Suspira, limpia sus mejillas con una mano mientras que con la otra aprieta el aparato contra su oreja.

—Nathalia, soy yo, Ruddy —solloza y boquea por falta de aire—. Perdóname por no tomar tus llamadas, sé que soy el peor hermano, y si estás enojada conmigo lo entiendo.

Se queda en silencio por unos segundos, sus ojos azules opacos por el llanto y sus mejillas pecosas rojas. Revuelve su pelo con nerviosismo y muerde su labio inferior con impotencia.

Entonces se desahoga, entre llantos y excusas, le cuenta todo lo que ha hecho y de las cosas que se arrepiente. Le habla de la música, de las personas que ha conocido y en especial de Amelia.

Con un nudo en la garganta le habla de sus adicciones y cómo se ha lastimado. No le importa si solo está llenando su buzón con su patética vida, siente que un peso se le ha quitado de encima y ahora su llanto es de liberación.

Cuelga el teléfono y se sumerge nuevamente entre las colchas en posición fetal. Ahora se martiriza pensando que no debió abrir la boca para decirle todo eso. Ella lo va a odiar, sabrá la clase de monstruo que es su hermano y eso hace que llore más fuerte aún.

Le duele imaginar el asco que debe estar sintiendo su hermana si está escuchando o escuchó su mensaje. No debí, no debí, no...

El timbre del teléfono interrumpe la mantra que tenía en su cabeza y niega varias veces porque no piensa levantar el aparato maldito. Se niega a escuchar de la boca de su única hermana el odio y la decepción que debe estar sintiendo.

Suena varias veces y luego entra el correo de voz.

Ro, si estás ahí toma la llamada por favor. —Puede percibir como su hermana llora y eso lo hace sollozar más—. Solo tengo algo que decirte ante todo esto: te amo y puedes contar conmigo siempre.





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