Capítulo 29
El beso se vuelve candente y apasionado, sus grandes manos se posan en mi cintura apretando levemente. Me dejo llevar por el sabor de su boca, el calor que emana su cuerpo quema el mío y siento que el juicio me abandona.
Caminamos hacia su cuarto sin separarnos, ahora me acaricia por todas partes, haciendo que mi corazón lata salvajemente en mi pecho. El deseo me invade, olas de placer se arremolinan en mi interior queriendo que crucemos la línea. ¿Cómo se puede sentir tanto? No lo entiendo, tampoco sé explicarlo con palabras.
Por eso doy tanto en este beso, llevo mis manos a su nuca y acaricio su pelo rizado. Los pequeños gemidos que escapan de su boca me hacen querer más, quiero escuchar esta melodía que emite por más tiempo y que sea más potente. ¿Está mal que lo desee tanto?
Él no sabe que llevo mucho tiempo esperando este momento, que en mis sueños he sido suya muchas veces. Siempre me confundía sin saber qué era realidad y qué no, pero él me confirmó hace unos días que nunca llegamos a tener relaciones porque cuando estuvimos juntos era menor. Todo era producto de mi enferma cabeza.
Ahora que estamos aquí, a punto de entregarnos por primera vez, sé que no tengo dudas que me hagan retroceder ni arrepentirme luego. Estamos hechos el uno para el otro, nos amamos desde niños y estoy consciente que esto es lo que quiero.
—Me gustaría intentar algo contigo, cariño. —Se aleja un poco de mí, sus ojos muestran tanto deseo que me hacen temblar.
Matías retira la camiseta que lleva puesta, poco a poco, dejando sus músculos a la vista. Mi boca se hace agua al observar su bello cuerpo trabajado.
—¿Te sientes cómoda con esto? —Su pregunta me deja confundida, no es la primera vez que le veo el torso desnudo. Asiento efusivamente, haciendo que él sonría de manera pícara—. Tu turno.
Abro la boca en sorpresa al ser consciente de lo que quiere hacer. Entonces pasa, mis nervios aumentan y muero de vergüenza. ¿Qué pensará cuando me vea desnuda? Él está acostumbrado a ver a mujeres delgadas, tonificadas y altas. En cambio, yo estoy gorda y llena de rollitos.
A mi mente vienen las palabras de Irina, desde que supo de mi relación con Matías no ha dejado de compararme con las antiguas novias que él ha tenido. Que si estoy gorda, que él se puede asquear cuando me vea sin ropa...
Nunca he tenido problemas con mi cuerpo, pero ella tiene razón, todas las chicas con las que ha salido Matías son flacas. Mis lágrimas están locas por salir, sería desastroso para mí que él me rechace por eso.
—Amelia, ¿qué sucede? —Su voz se escucha lejana. Mi mente reproduce todas las cosas horribles que me ha dicho mi prima y quizás debí hacerle caso y no comer como lo hago. Soy una gorda...
—No puedo... —Mis ojos dejan salir las lágrimas que tanto he retenido, ha sido inevitable.
—Perdón, amor, no fue mi intención hacerte sentir mal. —Se viste de nuevo y trata de acercarse pero retrocedo—. Habla conmigo, ¿qué es lo que sucede?
Quiero gritarle tantas cosas, decirle que se merece a alguien mejor, pero nada sale. Está diciendo algo, lo sé porque su boca se mueve, pero no logro escuchar nada. Niego varias veces, aprieto mis ojos tratando de evitar que siga llorando aunque es inútil. Tengo que salir de aquí.
Salgo de prisa de la habitación, paro en seco cuando me toma del brazo impidiendo que avance. No quiero que me toque, no quiero que me vea, solo deseo llegar a mi apartamento y tumbarme en mi cama.
—Perdóname, Amelia. He sido un tonto, sé que aún no estás lista y debo ser paciente. —Deseo gritarle que ese no es el problema, pero no puedo. Me zafo de su agarre y salgo de ahí en un santiamén.
Autora
La noche ha sido provechosa, el ver a las personas emocionarse y disfrutar de su voz es reconfortante y hasta placentero. Fue un golpe de suerte descubrir lo que puede hacer, el haberse inscrito en esa escuela de música fue la mejor decisión que ha tomado. Lo ha salvado después de todo.
Ruddy se sienta en la barra del bar, pide un tequila y chequea su teléfono, aburrido. Viernes por la noche y no tiene nada qué hacer ya, a nadie con quién hablar o eso cree. Sus amigos han sido rechazados por él nuevamente, han tenido que irse solos y resignarse a que nada de lo que hagan podrá ayudar al rubio.
—Nunca pensé que podrías cantar, tocas muy bien también. —Levanta la mirada al escuchar la voz femenina.
La recuerda bien, es la chica que Amelia le presentó como su prima. Quiere decirle que desea estar solo, pero eso sería muy grosero de su parte. En cambio, asiente y toma de un sorbo la bebida que le han preparado.
—Soy Irina, no sé si me recuerdas. —Asiente nuevamente, aburrido, mira la hora en su teléfono y decide que es mejor marcharse a su casa—. Eres Ruddy, ¿cierto?
Carraspea dando a entender que sí, no quiere hablar y la chica se lo está poniendo difícil. Sus ojos azules recorren el bar, nota como Joseph y sus hombres lo miran desde un rincón apartados de la gente. Sabe muy bien qué buscan o qué esperan, son distribuidores de las sustancias tóxicas que consumen la personas que van al bar.
Resopla con fastidio cuando los ve caminar hacia él. Debe irse, últimamente ha estado tratando de no encontrarse con ellos ni tener ningún roce. Se ha unido con el moreno, amigo de Amelia, para poder buscar alguna pista que confirmen que ellos fueron los responsables de la muerte de los padres de ella. Quieren justicia, pero es inútil cuando no hay ninguna prueba.
—No es por ser grosero, pero debo irme. —Ella asiente y se levanta.
—Yo también. —Sale seguido por la castaña y abre la puerta de su auto.
—Entra, te voy a llevar a casa. —No lo piensa dos veces, se acomoda en el asiento del copiloto satisfecha, aspira el rico olor a colonia de hombre que tiene el vehículo y el deseo de percibir ese aroma del cuello del rubio la invaden.
—Qué tonto, te invité a llevarte sin saber si tienes tu auto. —Suelta una risita al darse cuenta de su error.
—Puedes estar tranquilo, vine en taxi. —El rubio asiente y empieza a manejar, bajo la profunda mirada de Irina.
—No quiero ir a casa —se queja cuando nota el camino que él está tomando—. Estoy cansada de Amelia, sus llantos y de todo. —Observa como él aprieta el volante y frunce el entrecejo.
—¿A dónde entonces? —Su voz sale dura, no le gusta como ella se ha referido de Amelia.
—A donde me quieras llevar. —Sus palabras hacen que él desvíe la mirada un momento de la carretera y la pose sobre ella.
Entonces entiende lo que está pasando, mira de reojo a la chica que está a su lado y se percata del diminuto vestido que no deja nada a la imaginación. Es bonita, no lo puede negar y puede que esta noche cambie el panorama. No le vendría mal un poco de diversión...
Lleva una de sus manos a la pierna de la chica para saber como reacciona, Irina muerde sus labios al sentir la piel suave que la acaricia de arriba abajo. Ella se mueve despacio, dándole mayor acceso, esperando que él suba un poco más. Siente frío cuando Ruddy la retira, quiere tomarla ella misma y volver a colocarla donde estaba. En cambio, se queda quieta y sale rápidamente cuando él se detiene frente a un motel.
Está ansiosa, esperando que se registre para que le entreguen la habitación. Caminan por el pasillo de prisa, ella se abalanza sobre él y lo besa con hambre. Cierran la puerta del cuarto y Ruddy se permite tener un viernes diferente comparado con los últimos años.
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