Capítulo 25
Matías
Las cosas que uno hace por amor.
He decidido ayudarla, protegerla y ser su soporte aunque ella no quiera nada conmigo. Sin importar que me eche de enemigos a sus padres en el proceso, sin tomar en cuenta el dolor que sentiré cuando me rechace y diga que no siente lo mismo por mí.
Aún no entiendo cómo pude ser tan idiota al dejar que el tiempo pase sin hacerle entender lo que realmente significa para mí, estoy consciente que estamos hechos el uno para el otro.
Cuando la conocí, apenas éramos unos niños, pero ella siempre ha tenido esa personalidad explosiva, soñadora y extrovertida. Mi primera impresión fue que estaba loca, pero eso me atraía más a ella, tanto así que le seguía sus juegos y por eso me metía en muchos problemas. Pero no solo eso, sabía que su manera de ser le iba a causar muchos inconvenientes y por eso estaba ahí para protegerla, hasta de ella misma.
Me encantaba la manera despreocupada en que vivía, siempre ha sido una estudiante de notas no tan altas por su falta de concentración. Recuerdo que pasaba tardes enteras explicándole algunas asignaturas para su próximo examen.
Amelia es una chica peculiar, pero encantadora. Con el corazón más grande y puro que he conocido. La vida la ha golpeado de una manera despiadada y ella sigue adelante, luchando por lo que quiere, aun sin tener una idea de lo mucho que ha sufrido.
Está loca, lo sé, y eso hace que la ame aún más.
Nos encontramos en un puesto de tacos, disfruto verla devorar su comida con satisfacción. Me da miradas furtivas de vez en cuando y luego la desvía apenada. Sonrío con suficiencia, complacido por las expresiones que hace y que soy yo el causante.
—Ay, Matías. —Aleja el plato y me mira con pesar—. Me he enterado de algo muy feo. —Agacha la cabeza y puedo notar lo afectada que está.
No le digo nada, sé que cuando esté lista va a hablar, solo espero que sus padres no hayan salido con alguna treta para mantenerla en este lugar.
Tomo sus manos temblorosas entre las mías y las aprieto levemente. Levanta la mirada y sus ojos verdes están cristalinos, al borde del llanto. Mi corazón se encoge al verla tan vulnerable, tan dañada. No es justo todo lo que le ha sucedido.
—Estoy aquí para ti, cariño, sabes que puedes contar conmigo. —Asiente dudosa, haciendo que frunza el ceño.
—Y-Yo —balbucea y noto como trata de ordenar sus ideas. Esto es muy frecuente que pase, Amelia pierde la concentración fácilmente y le es difícil mantener la coherencia en algunos temas.
—Termina de comer y luego vamos a un lugar tranquilo para que hablemos. —Suspira aliviada y sigue degustando su comida en silencio.
Sus ojos brillan de emoción al vislumbrar el lugar donde la he traído, es una vieja cabaña que mis padres usaban para vacacionar. No está muy lejos de casa, pero es más tranquilo y los árboles son más abundantes.
Ellos me la dejaron cuando se fueron a vivir a Europa con mi hermana mayor, Raquel. He venido un par de veces luego que me mudé a la ciudad con Amelia, así que está presentable para que pasemos un rato. O eso espero.
Entra dando saltitos de alegría, el piso de madera rechina en algunas partes ante mis pisadas. Se tumba en el gran sofá de piel luciendo como una niña de nuevo.
Cuando éramos niños, pasábamos mucho tiempo en este lugar, nuestras risas y correteos hacían que mi madre nos regañara. Solía oler a manzana y canela por las galletas que horneaba y que disfrutábamos tanto. Por tal razón, siempre tengo velas con esos aromas y eso me hace sentir en casa.
—Huele rico, Matías —ronronea estirando su cuerpo y retirando los zapatos de sus pies.
—Sabía que lo ibas a notar. —Asiente complacida.
—Gracias por traerme aquí, me trae buenos recuerdos. —Se acerca despacio y luego se detiene.
Deseo que me muestre qué siente en realidad, que me diga las cosas que tanto ha callado. En cambio, desvía la mirada apenada y pasa sus manos por los brazos en señal de nerviosismo.
Quiero gritarle tantas cosas, pero no tengo la calidad moral para hacerlo, no soy quién para reclamarle que sea sincera conmigo cuando no lo he sido con ella. Estoy consciente que cualquier reacción que tenga hacia mí, la merezco.
Camino decidido y acorto la distancia entre nuestros cuerpos, sus respiración se torna irregular al igual que la mía. Acaricio su mejilla suavemente, ella cierra los ojos y puedo sentir como se relaja.
No lo soporto más, el deseo me ciega y la beso. Su labios suaves y dulces se mueven con timidez, posa sus manos en mi pecho y la atraigo más a mí si eso es posible.
He besado y estado con un montón de mujeres, pero sin duda, ninguna me hizo sentir las cosas maravillosas que siento con Amelia. Con un simple beso, una caricia o tan solo una mirada suya logra desarmarme por completo.
—¡No! —Se separa de golpe, alejándose y dejando una sensación de frío en mi piel.
—Amelia...
—No soy un juguete, Matías —habla con reproche y dolor—. Es mejor que esto no pase de nuevo, estás saliendo con Irina y no me siento bien haciéndole esto.
—¿Qué? —Abro la boca en sorpresa al escuchar lo que dice. ¿Yo saliendo con Irina? Nunca haría eso.
—No te hagas, sé que tienen algo. —Se cruza de brazos y me da la espalda.
—No, claro que no. Ella y yo no tenemos nada, nunca estaría con Irina. —La giro y noto como sus ojos brillan.
—¿No? —Niego sonriendo por lo confundida que luce—. Yo pensé que...
—Pensaste mal, linda —la interrumpo y tomo sus manos entre las mías—. ¿Sabes por qué? —Niega efusivamente—. Porque me gustas tú.
Su boca se abre de una manera muy graciosa y me carcajeo sin control. Luego de unos segundos, trato de componerme porque ella camina hacia la salida. La tomo de los brazos mientras se mueve de manera violenta.
—¡Suéltame! No quiero que me vuelvas a poner un dedo encima, animal. —La cachetada que me ha dado me deja aturdido y aprovecha para salir de la cabaña.
Reacciono rápido y salgo corriendo como un loco detrás de ella. Vislumbro como trota por el camino de tierra con las manos apretadas y refunfuñando. Me parece divertida su reacción, pero no me atrevo a reírme por miedo a que se devuelva y me pegue nuevamente.
—¡Te amo, Amelia! —grito a todo pulmón y es como si un peso se ha quitado de mis hombros.
Ella detiene su andar, sus puños se abren y deja caer sus hombros. Se gira, puedo notar como lágrimas caen de sus ojos y niega con pesar.
—No juegues conmigo, por favor —suplica y mi corazón se hace pedazos al percibir lo angustiada que está. Me le acerco, tomo sus manos y la beso.
No me importa que sepa salado por las lágrimas, solo quiero demostrarle todo lo que significa para mí. Me separo un poco y junto nuestras frentes.
—No estoy jugando, mi amor, te amo desde que te vi la primera vez y he sido un tonto y cobarde. —Las lágrimas siguen bañando sus mejillas y paso mis pulgares por ellas.
—Y-Yo... —Se detiene, puedo ver el miedo en sus ojos.
—Dilo, amor, libera lo que sientes. —No aguanto más, un nudo se ha instalado en mi garganta y lloro.
—Te amo —susurra y tengo que sostenerla entre mis brazos porque se desmaya.
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