Capítulo 12
Arrastro a Violeta con furia, se ha apagado en medio de la calle y estoy tarde para ir a trabajar.
Hice un acuerdo con Kevin, nuestro jefe en el gimnasio, porque hay días que entro de tarde y otros por la mañana para que no me estorbe con la universidad.
Hoy me toca entrar de tarde, pero debido al percance, creo que será de noche que llegaré. Ha sido un día fatal, el profesor de estadísticas hizo oficial que soy un asco cuando me dijo que reprobé su clase.
Además, hay veces que me siento fuera de mí, como si en realidad fuera otra persona. Creo que eso se debe a los terribles sueños que he tenido últimamente. Es horrible porque se sienten tan reales que duele.
Por otro lado está Matías, desde el día que me confesó que le gustaba otra no lo he visto. Anoche fui a su casa para que hablemos —porque fui consciente que exageré mi comportamiento—, pero no estaba.
Lo he llamado varias veces y no responde tampoco. Debe estar enojado, será mejor que le de su espacio. Cuando desee hablarme o verme, me buscará.
Me doy por vencida, subo la motoneta a la acera y tomo mi celular para llamar a alguien. Me da pena porque sería molestarlo, pero no me queda de otra.
Ruddy se acerca sonriendo, sus mejillas pecosas sonrojadas y sus ojos azules cristalinos. Se ve muy bien en esos pantalones rasgados y camiseta ceñida a su torso. Su cabellera rubia está suelta, cayéndole por la frente y los hombros.
No lo puede negar, es un chico muy apuesto y encima de eso divertido. Pasar el tiempo con él es una delicia, sus ocurrencias son únicas al igual que su personalidad.
—¿En qué lío estás metida ahora, Amelia? —Cruzo los brazos ofendida y él se carcajea.
—Mi motoneta se averió y estoy retrasada para ir al trabajo. —Asiente y se acerca a Violeta para revisarla.
Me recargo de la pared y espero a que él termine. Se aleja hasta su auto y saca del baúl una mochila vieja que luce pesada. Saca muchas herramientas de ahí que emplea en mi motoneta.
Luce concentrado, frunce de vez en cuando su ceño y muerde sus labios levemente. Estoy maravillada, nunca me pasó por la mente que él iba a saber sobre motonetas.
—Listo. —Sonríe victorioso y la enciende. Salto de la alegría, corro hacia él y lo abrazo fuertemente. Deja caer lo que tenía en la mano y se queda paralizado por mi movimiento. Me siento avergonzada y me alejo de él, agachando la cabeza.
—Gracias —murmuro apenada.
Siento sus brazos alrededor de mí y levanto la mirada. Me encuentro con sus ojos claros que me miran fijamente y sonríe complacido.
—De nada, Amelia, es un placer para mí ayudarte. —Asiento ida e intimidada por la intensidad de su mirada.
—No sabía que podías reparar motonetas, ni nada. —Se carcajea y siento mi cuerpo vibrar con el suyo.
—Sé algo, me encantan los vehículos. De hecho, tengo una colección de motocicletas en mi garaje. —Mis ojos se abren en sorpresa al escucharlo.
—¿En serio? Sería genial poder verlas.
—Si quieres puedo pasar a buscarte esta noche y así te las muestro. —Asiento varias veces emocionada—. Perfecto, linda, nos vemos en unas horas. —Besa las comisuras de mis labios y se aleja hacia su auto, dejándome desorientada.
—Amelia. —Levanto la mirada de la computadora y diviso a Matías frente a mí. Sus ojos miel lucen opacos y cansados.
—Hola, no sabía que estabas aquí aún. —Asiente desganado.
—Es que necesito que hablemos, Amelia, creo que es hora de dejar todo claro entre nosotros. —Sus palabras me sorprenden, ¿será que se enteró que lo amo en secreto?
Mi corazón se acelera al pensar en que me descubrió. Claro, he sido tan obvia. Es una vergüenza que él sepa esto, se supone que debo verlo como mi mejor amigo, es patético que esté sintiendo otras cosas.
—N-No puedo —balbuceo presa del pánico y confusión. Esta puede ser la oportunidad de sincerarme, pero no quiero que nuestra amistad cambie o se extinga.
¿A quién engaño? Hace mucho tiempo que no somos lo que solíamos ser. Matías ha sido mi amigo por mucho tiempo, hemos compartido casi todo y sería una pena arruinarlo por mi debilidad.
—Por favor, Amelia, sé que hay muchas cosas que no entiendes y por eso quiero explicártelo. Estoy consciente que me vas a odiar...
Hace silencio de repente y aprieta los puños con fuerza. No comprendo lo que quiere decir, es imposible que llegue a odiarlo o deje de quererlo.
—Es que quedé con Ruddy. —Mi voz sale tímida y juego con mis dedos.
—Ya veo. —Niega varias veces con la cabeza—. Así que va en serio lo que sea que tienes con ese tipo —habla con reproche, noto angustia y dolor en su mirada.
—Solo nos estamos conociendo. —Ríe sin gracia y se acerca de prisa a la puerta. No lo pienso mucho, dejo mi puesto y corro hacia la salida.
—¡Matías! —La brisa de la noche golpea mi rostro y el pecho se me encoge al no ver rastros de él.
Me quedo quieta en medio de la calle mirando a todos lados, asustada con la sensación extraña que estoy sintiendo otra vez. Es raro, pero es como si esto ya lo hubiese vivido. Mis manos tiemblan y los nervios me hacen estremecer. ¿Por qué este sentimiento de desolación? ¿Quién soy yo en realidad?
Matías abre la puerta y me abalanzo sobre él. Me aprieta contra su pecho sin importarle que estoy empapada, su olor distintivo y calor llenándome.
Mis lágrimas se confunden con las gotas de agua que caen de mi pelo. Camina hacia la sala sin soltarme, se sienta en un sillón y me posiciona sobre sus piernas. Sus brazos fuertes me rodean, siento su respiración y como su pecho sube y baja rápidamente.
Ruddy no fue a buscarme como dijo, estuve esperando fuera del gimnasio y nunca llegó. Como si eso fuera poco, empezó a llover. Fue inútil llamarlo, porque tampoco contestaba las llamadas. Otra vez.
—Ese maldito va a saber quién soy yo, Amelia. —Me aparto de su pecho, hipando por el llanto.
Sus ojos lucen angustiados, me miran de una manera que me provoca llorar más.
—El problema soy yo, Matías, siempre pasa lo mismo. —Más lagrimas salen y él me abraza suavemente. Besa mi frente varias veces mientras acaricia mis brazos de arriba abajo.
—No, idiota es el que dañe a alguien como tú. —Me aparto y lo miro fijamente—. Eres especial, Amelia, la chica más linda y con el corazón más puro que he conocido.
Sus palabras crean un remolino de sensaciones en mí, si solo supiera todo lo que siento, todo lo que he querido decirle y no me atrevo.
—Ven, hermosa, tienes que darte una ducha caliente porque te puedes enfermar. —Asiento desganada y lo sigo a su habitación.
Él busca una pijama en mi casa y me visto con ella luego del rico baño. Entro a la habitación tímida, tantas veces que he estado aquí y ahora se siente tan raro.
—Toma, te hice un té para que te relajes. —Me acerco a la cama, me acomodo a su lado y tomo la taza humeante—. ¿Te sientes mejor? —Asiento despacio y le doy un sorbo a mi bebida—. Perfecto, hermosa, hoy dormirás conmigo, no pienso dejarte sola esta noche.
•••
Mi risa se escucha por todo el lugar, correteo como loca esperando que él me atrape, pero nunca aparece. El pelo me cubre parte del rostro y me detengo para apartarlo.
Algo se encierra en mis muñecas, me arrastra a otro lugar y siento como mis rodillas se lastiman. Grito a todo pulmón esperando que pare, pero ejerce más fuerza y me avienta al piso.
Sus ojos enrojecidos me miran de una manera que no logro descifrar. No lo reconozco, pero es un hombre entrado en edad y tiene una cicatriz en su cara. Por alguna extraña razón me relajo, siento que es cercano, lo sé. Nunca me haría daño.
Todo eso cambia cuando golpea mi rostro, una y otra vez. Rasga mi vestido y grito aún más con desesperación.
Su peso sobre mí me asfixia, el olor a rancio y algo más me causan ganas de vomitar. Su manos están en todas partes mientras mi garganta duele de tanto gritar.
Mi padre aparece, lo aleja de mí y forcejean. El filo del cuchillo entra y sale sin parar. La sangre sale a borbotones del desconocido, sus gritos opacan los míos hasta que todo queda en silencio.
No emito ningún sonido porque ya no puedo más. Me sostiene besando mi cara y revisando cada parte de mi cuerpo. Sus ojos verdes mirándome con horror.
—¿Por qué estás así, papá?
No sé si es mi voz, porque ya no sé ni donde me encuentro.
—Tranquila, pequeña, todo estará bien.
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