Capítulo 11
Mis ojos no se apartan de Matías, está ayudando a una chica a posicionarse bien en una bicicleta eléctrica y estoy segura que lo hace para llamar su atención. Su sonrisita la delata, además, he visto que otras veces ella lo ha hecho sola.
No es la única, me he fijado —en el poco tiempo que llevo aquí— que muchas mujeres vienen solo por él. Es el entrenador más solicitado y eso hace que me ponga furiosa.
Disfruta lo que hace, tocar esas piernas tonificadas debe ser placentero para él. Matías es un puto, lo sé, los gritos obscenos de su novia me lo han confirmado muchas veces.
Desvío mi mirada con pesar, quiero olvidarlo y lo único que hago es ponerme celosa porque toca a otras que no soy yo. Debo poner de mi parte, lo sé, pero es tan difícil hacerlo cuando viene con ese uniforme pegado a sus músculos.
Todo en él grita sensualidad, me avergüenza reconocer que me he imaginado muchas cosas sucias al verlo haciendo abdominales. Cómo se mueven sus brazos, caderas y sus grandes manos. Joder, debo parar ya.
—Amelia. —Doy un salto y se me caen unos papeles que tenía que archivar—. Lo siento, no quise asustarte.
Quiere aparentar que está serio, pero noto un atisbo de sonrisa en sus labios. Idiota.
—No me asusté —digo tratando de componerme—. ¿Qué quieres?
¿En qué momento vino hacia aquí?
—¿Vas a seguir enojada conmigo? —Suspira y se me acerca aun más—. Necesito hablar contigo de algo importante, ¿podemos almorzar juntos?
—¿Ya terminaste de tocar a esa chica? Perdón, de entrenar. —Mi voz sale dura y al segundo me arrepiento de haber dicho eso.
—Sí, Amelia, si quieres puedo entrenarte a ti también. —Mi boca se abre en sorpresa al escucharlo. ¿Es cosa mía o habló en doble sentido?
—No, gracias, le voy a pedir a Paul que me entrene —suelto maliciosa. Noto como su porte relajado cambia y tensa los músculos.
—Dime si podemos comer juntos, Amelia, debemos darnos prisa.
Lo pienso, no creo que sea buena idea que vaya. Es decir, estas son las cosas que debo evitar si quiero superarlo. Pero por otro lado, quiero ir y pasar tiempo con él. Extraño mucho a mi mejor amigo.
Matías me abre la puerta del pequeño comedor que se encuentra a una esquina del gimnasio, nos adentramos y nos sentamos en una mesa para dos.
En este lugar no hay meseros, uno mismo debe ir a buscar su comida en el mostrador.
—¿Qué vas a querer hoy? —pregunta mirando el menú que estaba previamente en la mesa.
—No lo sé, lo que tú pidas —hablo desganada.
Se levanta y mis ojos lo siguen hasta que se posiciona en una pequeña fila para comprar el almuerzo.
No tengo idea de qué es lo que quiere decirme, pero espero que no sea sobre su novia y el bebé que esperan.
No me he atrevido a decirle nada, pero una de las razones por la que quiero alejarme es por eso. ¿Cómo se atrevió a embarazarla? Oh Dios mío, ¿y si me trajo para decirme que va a ser padre? No, no puede ser. Debo salir de aquí cuanto antes.
Me levanto de la mesa dispuesta a irme, pero él se acerca con una bandeja llena de alimentos.
—¿A dónde crees que vas? —Coloca la comida en la mesa y me toma del brazo, haciendo que me siente—. En serio necesito que me escuches. —Sus ojos lucen dolidos y angustiados.
Resoplo sonoramente, tengo que ser una persona madura, Matías siempre ha sido mi amigo y apoyo incondicional. Debo ser eso para él también, no soy una niñita, puedo con esto.
Me acerca un plato de ensalada de pollo y papas hervidas. Lo miro de mala manera porque él sabe que no me gusta tanto este tipo de alimentos. Pensé que me iba a traer otra cosa.
—Dijiste que te compre lo mismo que yo. —Sonríe burlón y me dan ganas de clavarle el tenedor en los dedos.
No se ve mal, así que empiezo a comer y debo reconocer que sabe delicioso.
—Habla, Matías. —Me mira fijamente y asiente —. De antemano te digo que no sé si felicitarte o darte el pésame. —Su rostro cambia ahora a confusión.
—¿Qué? ¿De qué hablas? —Ruedo los ojos por lo idiota que es.
—El bebé, Matías, sé que vas a tener un hijo con tu novia. —Me mira espantado y luego suelta una carcajada. Me molesta que esté tan feliz por eso.
—¿Qué rayos estás diciendo, Amelia? Claire no está embarazada, gracias al cielo. —Se echa una papa a la boca, negando divertido.
—¿Ah no? —Niega de nuevo—. Es que escuché, no importa. —Hago silencio para que no descubra que lo espío de vez en cuando.
—Escuchaste mal, hermosa, lo que te quiero decir es que terminé con ella. —Una ola de felicidad me arropa al escucharlo decir esto, no es que me alegre del mal ajeno, pero era obvio que ellos no podían seguir juntos.
—No sé qué decirte, Matías. —Asiente sonriendo y se acerca a mí, su cuerpo casi encima de la mesa y logro percibir su respiración.
—No es necesario, pero lo hice porque me gusta alguien más. —Toda felicidad se esfuma, mis ojos se llenan de lágrimas que no pienso derramar y salgo corriendo del lugar escuchando como grita mi nombre.
Autora
Ruddy se baja de su auto e inmediatamente es rodeado por Joseph y sus hombres.
—¿Qué hacen aquí? —Se alarma porque nunca habían tenido la osadía de seguirlo hasta su casa, hasta ahora.
—Hace frío, Ro, vamos a entrar. —Los demás tipos se ríen como si él hubiese dicho el mejor chiste.
—Claro que no, ya les dije que me dejen en paz. —En un movimiento rápido, Joseph lo toma por la camiseta y pasa una navaja por su rostro.
—Al parecer los golpes no fueron suficientes, Ruddy. —El rubio respira con dificultad, siguiendo con sus ojos los movimientos de él—. Sabemos que estás saliendo con la perra esa.
Abre la boca en sorpresa, era cuestión de tiempo para que lo descubrieran. Ahora se lamenta por todas las cosas horribles que ha hecho, quiere algo serio con Amelia, ¿pero ella se quedará si sabe quién es en realidad?
Está seguro que no, por eso ha intentado alejarse de estas personas, no ha consumido la porquería que se metía y hasta dejó de lastimarse. Pero está consciente que nada de lo que haga podrá remediar lo que le hicieron a esa pobre chica.
—No estoy con ella. —Joseph se carcajea en su cara y lo suelta bruscamente.
—Abre la puerta, quiero que hablemos de algo serio y hace frío. —Asiente porque no le queda de otra.
Ruddy entra a su casa seguido por ellos, Joseph silba al ver el lujo que se puede apreciar en cada detalle. No es una casa tan grande, pero para él está bien.
—Eres un riquillo de mierda, Ro —habla, observando todo a su alrededor.
Los demás tipos se sientan en el sofá y tocan cada adorno que ahí se encuentran.
—Habla de una buena vez, estoy cansado y necesito dormir. —Se queda parado con los brazos cruzados, molesto por tenerlos en su casa.
—Hay que desaparecer al tipo, Ruddy, es cuestión de tiempo para que nos delate con la policía, si ya no lo ha hecho. —Mira a Joseph aterrado, no puede permitir esto.
—Él no reconoce a ninguno, no es ninguna amenaza. —Trata de razonar, pero Joseph niega varias veces.
—No, debemos matarlo —sentencia levantándose del sofá y se posiciona frente a él—. Debes alejarte de la gordita, ella anda con él y es estúpido que te pongas en bandeja de plata.
—No tengo que ver con ustedes, te he dado dinero. Déjenme en paz. —Su reacción les causa gracia porque se carcajean.
—Ay, Ruddy, estás metido en esto y si caemos, te vas con nosotros también. —Le hace señas a sus hombres y salen de la casa.
En su cama, no puede dormir de tanto pensar qué puede hacer para proteger a Amelia y al imbécil de su amigo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top