Un misterio de acoso a sentencia de muerte
Harry se mantenía absorto a cualquier distracción. Incluso Crookshanks, el gato de Hermione, no pudo evitar que se desconcentrara, a pesar de los sempiternos ronroneos, retorciéndose en sus pies.
Se encontraba en el patio interior de Hogwarts, diez pasos a la izquierda los gemelos lanzaban bombas fétidas, incluso eso no lo distrajo. Ojeaba un libro de Historia de la magia. Cerró el libro y empezó a extender su mano para detener hojas que caían de un melocotonero, saturado de estudiar.
Un avión de papel le rozó el hombro y fue a parar a su vientre, comenzó a abrirse dejando entrever una nota en su interior.
Necesito tu ayuda. Alguien me está acosando. Llama a tus amigos. Nos reuniremos después del almuerzo en la Biblioteca.
—¿Qué es esto? —dijo Harry estupefacto, y releía sin tragárselo, el mensaje inesperado—. Espero que no sea otra broma de esos… de Crabbe y Goyle.
Harry salió perplejo del patio. Se dirigía al Comedor, en busca de sus amigos.
—Ve-vean… esto —dijo entre bocados de empanadas de carne y verduras.
—¿Qué es? —apostilló Ron.
—Al parecer una carta de algún estudiante. —Hermione intrigada frunció el ceño, escudriñando la nota—. Pero, Harry ¡nos está pidiendo auxilio!
—Déjame ver. Necesito tu ayuda… después del almuerzo en la Biblioteca. —Ron no parecía muy convencido—. Seguro es una broma de esos envidiosos. No vayamos, chicos.
—Pero si es verdad… —Hermione sorbió un poco de jugo de calabaza—. Debemos asegurarnos.
Harry se levantó y tiró de la mano de Ron la nota.
—¿Vienen conmigo?
—Ya sabes la respuesta —respondieron al unísono, y como de costumbre lo acompañaron a la biblioteca.
Un silencio imperante se discernió en aquel sitio. El lugar estaba contenido por cientos de estantes sobre magia y artilugios, incluso no se oía las censuras de Madame Pince, la bibliotecaria. Solo un molesto ruido de algo que chillaba en un ahogo, sin duda, Harry pensaba que se encontraban cerca esos ratones de bibliotecas que nunca había visto.
Caminaron por los estrechos pasillos, y encontraron un conglomerado superior de estudiantes.
Un chico escuálido se encontraba solo en una mesa aislada.
—Es ese —señaló.
—¿Cómo lo sabes, Harry? —preguntó Ron.
—Mírenlo bien, manos entrecruzadas al pecho, diciendo "No te acerques", engrandecimiento de las fosas nasales como si fueran rápidas bocanadas de aire ante los nervios, labios estirados de forma horizontal, y una exasperación expresada en el temblor de su pie derecho. Su lenguaje corporal deja visible el diálogo de su cuerpo: "No te acerques a mí, pues no es una situación muy apropiada, tengo miedo por algo y me estoy exasperando porque no encuentro salida ni solución a mi miedo".
Hermione gimió con dejo de interés.
—Vamos a conocerlo —replicó Ron silencioso—. Espero que no salga corriendo.
Hermione se acercó primero. El chico notó la situación y se levantó de su silla.
—Por fin han llegado —murmuró preocupado.
Harry le dispensó la nota, y con un evidente gesto facial, exigió una explicación.
—Bien. Eh, creo que todo empieza así —el chico entornó los ojos obligándose a recordar—. Como todos saben, en Hogwarts hace días se inauguró una pequeña cafetería, muy a gusto, por cierto.
— Y porque no me he enterado yo de eso —Ron enalteció su voz con un tono audible —. ¡Qué fastidio! ¿Tienen ranas de chocolate?
—¡Shh!, Ron, por favor. Compórtate, tont. —espetó Hermione amonestándolo.
—Mi primer día fue algo normal, pedí jugo de calabaza, un trozo de pastel y una galleta de la fortuna, el segundo día la frase dentro de la galleta fue la misma —repuso el chico, un poco nervioso— "Espera y dentro de poco recibirás algo. Sigue las instrucciones. Desprécialo y verás", pero lo único desigual fue que en mi segunda estancia me enviaron una carta.
—¿Qué carta? ¿La tienes contigo. —Harry alzó su vista, y alcanzó a ver algo que ese chico contenía.
—Nunca la abrí, todo me parecía una broma. —La carta estaba húmeda cuando Harry la examinó, el chico tenía las manos sudorosas—. Ayer, el tercer día de mi estancia en la cafetería, una advertencia hizo turbar mis sentidos, justamente dentro de la galleta se leía "No esperaré más. Voy a por ti".
—¡Tanto frenesí por comerte una galleta! —atajó Ron desconfiado—. Las personas aquí andan chifladas.
El chico carraspeó exasperado.
—Entré en pánico, y dejando mi pedido intacto —retomó—, me dispuse a enviarles una nota a la mañana siguiente y planear una reunión para esclarecer este tema perturbable. ¿Creen que debería preocuparme?
—¿Y por qué nosotros? —se apresuró a decir Ron—. No es más seguro decírselo a los profesores, contratar un detective privado en Londres, o algo por el estilo.
—Escuche los misterios que han resuelto hace semanas. Fueron soluciones muy brillantes para temas triviales. Es más seguro y menos escandaloso pedirles su ayuda. Necesito de los tres —respondió el muchacho—. Por cierto, me llamo Jim, Jim Evans de Ravenclaw -dijo el muchacho citando la Casa de Hogwarts que se caracterizaba por sus estudiantes creativos, eruditos e inteligentes.
—Pero…
—Te ayudaremos, con una condición —truncó Hermione a Ron —. Que todo quedé entre nosotros.
—Hecho —acordó Jim.
Harry se levantó de la silla.
—Bueno, entonces vamos a tu habitación. Déjame ver las pistas.
Los cuatro chicos torcieron en pasillos, bajaron escaleras, hasta que llegaron al séptimo piso de Hogwarts. Llena de adoquines en las paredes y el suelo, majestuosa se imponía la Torre de Ravenclaw.
Subiendo por el vertiginoso círculo que formaba la torre, llegaron a la “entrada”. Harry al ver la puerta, no comprendía como entrar, cuando esta carece de pestillos o siquiera aberturas. Era solo un conjunto de tablas de roble que se anteponían hacia la Casa Ravenclaw.
Una aldaba de bronce en forma de águila comenzó a cobrar vida. Era de seguro, el guardián de la entrada. Poseía un aspecto rapaz.
—Este es el guardián de Ravenclaw. Necesitan responder a unos de sus acertijos para poder entrar. Ya que como sabéis para ser un Ravenclaw debes ser de mente abierta y dispuesta —explicó Jim, rememorando el primer día de selección, la vez cumbre del Sombrero Seleccionador, el que dicta cuales cualidades deben poseer los estudiantes de cada Casa.
—Hola Evans, veo nuevos rostros en la entrada. No parecen de primer año, ni de la Casa. Dejar entrar a estudiantes de otras casas no es tan fácil. Mi acertijo tendrán que resolver y el Sr. Evans no debe intervenir.
—Pero no es justo… —dijo Jim al águila metálica.
—¡Shh! —acalló Harry—, de acuerdo guardián, aceptamos tus condiciones.
—En Roma un viento se encuentra vagando por las calles, empujando a todas las personas a realizar actos osados, una vez que hayan convergido, solo es cuestión de tiempo para que el viento se haya consumado —dijo terminando con una sonrisa el águila de la puerta.
—Es el miedo. Es eso lo que te impulsa a realizar los actos más valientes —respondió Harry, consciente de la veracidad de sus palabras, después de todo, él lo había experimentado en años anteriores.
—Incorrecto.
—Es la vida y la muerte, cuando convergen, la persona ha consumado su existencia —respondió Ron.
—Incorrecto.
—¿Sabes algo Jim? , esta ave es el portero más aguafiestas que he conocido —dijo Ron en voz baja. Jim se rió en silencio.
Harry no pareció impulsado a volver responder. Pensaba ausente en cómo alguien podría enviar una amenaza en una cafetería, con tanto gentío. Pero en comparación con sus últimos años, en el mundo mágico cosas más imposibles ocurrían a diario. Solo necesitaba encontrarle la lógica a la situación, tal vez la magia era la menos culpable. Solo un estudiante obsesivo era capaz de hacer esa treta sin utilizar la varita.
—Tal vez chicos, buscar soluciones simples para problemas complicados es la vía más lógica. —Hermione parecía segura—. Y si es… el amor.
El águila abrió los ojos sorprendida.
—Nunca nadie ajeno a nuestra Casa había respondido con tal rapidez uno de mis difíciles acertijos. Bien hecho, niña. Es correcto. —Y quedándose inerte y sin vida otra vez, la puerta se abrió.
Entrando en la Casa de su nuevo amigo, Harry contempló una sala común muy singular a la suya. Era muy espaciosa y de aspecto intelectual, había una colección inusual de plumas, junto a estantes llenos de libros y cuadernos, numerosas mesas y sillas hechas para una adecuada lectura o como apoyo para deberes interminables. El sitio era tan minucioso y meticuloso con la organización que visualizaba el dormitorio ideal de Hermione en él, lleno de legajos de pergaminos. En la pared estaba adosado un escudo azul y sobre él, un águila de bronce. Era el símbolo de la Casa.
—Chicos, miren esta vista. Es increíble. —Hermione contemplaba por una ventana arqueada, la espectacular panorámica de las montañas que rodeaban Hogwarts—. Esta perspectiva del Colegio nunca la había observado. Este lugar es estupendo.
Harry empezó a repasar un manual de Quidditch, mientras añadía:
—¿Cómo resolviste el acertijo, Hermione? —preguntó interesado.
—¡Ah, eso! —respondió mientras seguía hipnotizada con el paisaje, y el viento jugaba con sus risos—. Utilicé uno de los más habituales anagramas, la contraposición de palabras, entre Roma y Amor. Solo lees al revés esas palabras y verás la otra reflejada. Muy fácil. Además el contexto tenía sentido.
—El amor hace que todos realicen actos osados, y cuando las personas hayan convergido, el amor se ha consumado. Muy inteligente, Hermione —aduló Harry.
—¡Qué sencillo! Eres excelente... con los acertijos —respondió Ron sin intención—. ¡Ah!, es decir, que encuentras respuestas nada malas, solo eso —Ron empezó a fingir que examinaba los libros, ya ruborizado.
—Chicos, vamos a mi habitación —propuso Jim.
Jim era un chico muy delgado. Poseía unas gafas cuadradas y una cabellera abierta en dos direcciones que caían sobre sus sienes, el gusto por la moda para él, lo hacía ver como un decimonónico.
—Estas son. —El chico abrió un estuche escarlata con unas galletas quebradas y dos notas—. Parecen escritas a mano.
—Ya veo. —Harry tomó las notas y las leyó, acercó su nariz a ellas y produjo una rápida bocanada—. Tienen olor a regaliz negro.
—¡Qué asco! —bramó Ron—. No puedo creer que todavía se siga confeccionando tal desperdicio. No se puede ni comer.
—Son de Hogsmeade, Harry —dijo Hermione—. De la tienda de dulces Honeydukes.
La aldea cercana de Hogsmeade ha sido visitada años atrás por Harry, después que su permiso fuese firmado por su tío. Perpetuaba en su mente la primera vez que lo visitó. Era Navidad, en ese entonces. Las tiendas y casitas andaban cubiertas por la gélida nieve, abrazadas por un frío insoportable. Los adornos navideños y los árboles embriagados con velas y guirnaldas, hacían del pueblo un entorno hogareño. Sus recuerdos se cernían en el pintoresco bar Las Tres Escobas y la tienda de dulces Honeydukes, el lugar donde ese regaliz negro se encontraba en frascos enormes, casi caducos por su poco crédito.
—Bien, eso reduce nuestra búsqueda —respondió Harry un poco sumergido en sus pensamientos.
—¿Qué significa eso, chicos? —preguntó Jim ceñudo—. ¿Deberíamos empezar a buscar por Hogsmeade?
—Estás demente. —Ron retiró de su bolsillo una rana de chocolate—. McGonagall no nos dejará con los exámenes tan cerca.
—No hay que ir tan lejos —dijo Harry—. Solo una cosa es clara, el culpable se toma las cosas muy en serio: notas con olor a regaliz, galletas de la fortuna, una carta, y sabrá Dios que más. Hasta la grafología es muy interesante.
—¿Grafo… qué? Háblame en español, por favor —dijo Ron incrédulo.
—La escritura de las dos primeras notas indica que fueron hechas por alguien excitado, conmocionado —Harry pareció muy concentrado—. Hiciste bien en llamarnos. Pero por lo que veo, no hay nada de qué preocuparse.
—¿Por qué? —preguntó Jim aturdido.
—Pero, Harry —terció Hermione desconcertada—. La última nota revela una personalidad iracunda, según creo. Este misterio va en dos direcciones.
—Te equivocas, Hermione. La letra la ejerció la misma persona —le respondió.
—No aseguremos nada, chicos –añadió Ron—. Investiguemos más.
Jim se volteó nervioso, Harry dejó de sumirse en sus pensamientos, percatándose de que se dirigía a una esquina de la habitación, y lo siguió en silencio.
Algo extraño estaba pasando. Jim no les contaba toda la verdad.
Vio a través del espejo en la pared, que sus ojos cambiaban de color muy rápidamente, empezaba a estremecerse con ligereza. Ron y Hermione no notaban el peculiar hecho, estaban muy entregados a un debate.
Sus orejas se empezaron a engrandecer, hasta que tomó una píldora de su bolsillo, y engulléndola todos los extraños síntomas parecieron calmarse.
— ¿Y si vamos a la cocina para ver quien preparo las galletas de esos tres días? —propuso Jim, sentado en una silla en la esquina, ocultando tal vez, la rara escena acontecida.
Pero Harry lo vio todo. Jim lo miró evasivo, sabiendo que había notado lo sucedido.
—Buena idea, amigo —dijo Ron—. Tal vez consigamos algo para el camino.
Harry hizo un ademán, para que sus amigos se acercaran hacia él. Se escabullían en silencio hasta las cocinas.
Jim parecía un chico simpático, pero otra vez acentuó una de sus rarezas, mientras todos esperaban la señal de Harry.
De la nada, enormes uñas grises le empezaron a crecer en sus dedos, antes de que las escondiera en la manga de su túnica. Ron había visto el inusual escenario. Pero antes de que pronunciara algún sonido con sus labios, Harry los miró sorpresivo.
—Escóndanse —dijo con asombro.
Un elfo cetrino caminó justo a su lado. Tenía los ojos azules blancuzcos, al parecer estaba ciego. Portaba unas cacerolas sucias hacia el lavabo. Jim y Ron estaban pálidos del susto. Hermione sudaba como de costumbre, pues no era muy partidaria a romper las reglas. Harry sonreía, una sensación de hormigueo invadió su cuerpo, empezó a recordar sus peligrosas aventuras.
La cocina de Hogwarts era un lugar muy hacinado. Elfos domésticos se paseaban hasta el cansancio con cacerolas y platos, preparando la cena de esa noche.
—Cuidado —rezongo un elfo a Ron, casi golpeándose con un plato que levitaba en el aire—. Estos chiquillos.
—Disculpe, señor —dijo Harry.
—¿Qué? —gruñó, sacudiendo sus arrugadas orejas—. No deberían estar por aquí.
—Necesitamos saber quien ha confeccionado las galletas de la fortuna durante los tres primeros días, desde la inauguración de la cafetería —dijo Hermione apartando un mechón hacia atrás de la oreja.
—La elfa anciana, Popis. Está al doblar del pasillo izquierdo, en el fondo.
Harry nunca llegó a pensar que la cocina fuera tan extensa. Tenía muchos pasillos y puertas, muy parecida a la biblioteca.
—Está es la habitación donde se confeccionan las galletas, al parecer —aclaró Hermione—. Fascinante.
El lugar era muy animado, tenían cientos de papelillos en una gran esfera de cristal. Elfos de todas las edades levitaban sin parar, la harina, el azúcar, hasta realizaban encantamientos para convertir los ratones en cucharas para mezclar.
—Yo me comía eso, no me lo creo —dijo Jim incómodo.
Una elfa casi ciega se dirigió hacia ellos. Era muy vieja y encorvada. —¿Quiénes son ustedes? —bramó agitando una cuchara de plata.
—Somos estudiantes —se limitó a decir Harry para ocultar sus identidades—. ¿Es usted la elfa anciana?
—Sí. La encargada de hacer las galletas, gustosamente —respondió ablandando su semblante—. Si me asignaban la sección de quesos hechos con leche de dragón me moría. Tienen un olor espantoso.
—Ya veo —dijo Harry irónico—. Pero, ya que hablamos de temas de comida; quisiera preguntarle si en estos últimos días, alguien…no sé, ha escrito notas de amenaza o hecho cartas extrañas.
—Disculpe. Pero no las confeccionamos nosotros. Pocos sabemos leer— respondió.
—¡Oh!, lo siento —dijo Harry sorprendido. «Nos quedamos sin nada», pensó.
—Alguien ha hurgado en sus galletas recientemente —se apresuró a decir Ron—. No es que me gusten, sino que…
La elfa oteo a Ron un poco turbada. Desconfiar de su trabajo lo consideraba una desfachatez.
— No, como crees. Nadie las ha estropeado por suerte. —La pequeña anciana dio un vuelco de carácter, expreso un disgusto que discernía que algo no andaba bien del todo—. Pero el otro día me faltaron tres galletas en mi bol. Fue mi extraño, nunca me ha pasado semejante imprudencia. ¿Me preguntó quién habrá sido?
La elfa expectante miró a Ron, con ojos suspicaces.
—¡Oh!, espero que todo se aclare. —Ron entendió la indirecta, y se llevó la mano a la nuca, con actitud incómoda—. Muchas gracias por la información. ¿Me puedo llevar algunas?
—Sí, mi tesoro, puedes.
—Accio… —Ron decía el conjuro con rostro triunfante, y en ese instante, el nombre del dulce se le esfumó de su mente—. ¡Ehh!... Accio Galletas de la fortuna con cobertura de chocolate. ¡Delicioso!
—Si encontramos al culpable, le avisaremos —dijo Hermione cortés, mientras más adelante se quedaba Ron, y de ínterin los dulces se le estrellaban en la cara, por su conjuro mal ejecutado.
Salieron de la cocina, vagando por los pasillos de Hogwarts.
—Estaba pensando, chicos —inquirió Harry volviendo a su conciencia—. Quienquiera que fuera, las galletas solo pudieron haber sido entregadas al camarero para que le llegaran directamente a la víctima. Esto se complica más, y aumenta mi criterio de que el culpable es todo un meticuloso.
—“Víctima”, en serio. Busca una palabra menos dramática, por favor —dijo Jim ajustándose las gafas—. Con Jim será suficiente.
—Al... me-menos, resultó…útil… —dijo Ron refiriéndose a su pasantía a la cocina, mascullando con sus mejillas saturadas de galletas.
Hermione colocó su dedo encima de sus labios en señal de silencio. No soportaba sus malos hábitos. Aunque, muy en el fondo, no le desagradaba Ron Weasley en conjunto.
—Preparen sus estómagos y bolsillo. —dijo Harry decidido—. Visitemos el lugar donde ocurrió todo.
Se escuchaba el clock del reloj de péndulo. Sonidos rutinarios de vasos y sorbos distinguían junto con el bullicio, el servil lugar. Un sonido de campana anunció a alguien en el umbral. Eran Harry y sus amigos.
—Dispénseme cuatro cervezas de mantequilla, por favor —dijo Harry a la mesera, era una muchacha de coletas con frenillos. Tenía una espantosa sonrisa.
—De inmediato —la mesera parecía muy interesado en Jim, otorgando miradas muy encantadoras de vez en cuando. Ella poseía ojos azules muy oscuros, hermosos.
Ron se acomodaba el pelo con una risa muy influyente. Movía las cejas con camaradería, como reacción de las efímeras miradas de la camarera hacia su amigo de Ravenclaw. Jim lo miraba con la clásica expresión de ya-basta.
—¿Qué?, no he dicho nada —añadió Ron disimulando.
Harry suspiró divertido. «Es clásico de Ron», pensó.
—Aquí tienen las cervezas. Toma, límpiate el rostro, lo tienes muy sucio, ¿qué comiste?, ¿ranas? —afirmó la chica a Ron facilitándole un pañuelo, estaba al tanto de todo.
Ron se enrojeció. No tocó su cerveza hasta remover el desastre.
Harry, Hermione y Jim rieron a aspavientos cuando la chica se fue. Weasley sonrió.
—¿Por qué siempre me ocurren estas cosas a mí? —comentó Ron irónico.
—Por glotón.
—Ya basta, Hermione y Ron —dijo Harry aún con una sonrisa en los labios—. Concentrémonos en resolver el misterio.
Harry se levantó de su silla en silencio. Sus amigos reaccionaron, lo miraron atónitos. Se dirigió al mostrador, donde la dependiente secaba un vaso con un pañuelo escarlata.
—Dos zurdas y una diestra —terminó diciendo después de una larga explicación.
—Gracias —respondió Harry a la chica.
Se volvió a sentar junto a sus amigos y empezó a sorber su cerveza de mantequilla con total calma.
—¿Qué pasó Harry?
—Nada interesante, de hecho. Todo estuvo muy normal —Harry apoyó su tarro de peltre en la mesa, y se alisó su desordenado pelo hacia atrás, suspirando entre tenues risas—. Si en verdad, quieren saber: Resolví el misterio.
—¿Cómo? —respondieron sorprendidos al unísono.
—Todo fue muy fácil. Tergiversamos mucho la situación, y distorsionamos tanto los hechos, que hicimos parecer que todo fue un acoso. En realidad, es algo mucho más simple —dijo Harry sin poderse tragar la causa y el efecto del misterio.
—Explícate, por favor —dijo Hermione, tan fascinada por esos cambios repentinos de su amigo, en que todo se aclaraba, y en que su actitud de detective y su léxico científico, se dilataban.
—Los detalles resolvieron este enigma, hipotéticamente. No podía especular nada concluyente hasta que no leyera la carta, su contenido dio un vuelco completo a la situación y empecé a pensar que si Jim seguía sus instrucciones, se vería en aprietos. Fue muy fácil intercambiar papeles, improvise una carta con mi pergamino de apuntes de Adivinación, que de nada servían. La carta original yace en mi posesión, justo cuando Hermione acalló a Ron en la biblioteca. ¿Se acuerdan? —dijo Harry sonriente—. Todo fue solo un lapsus de su mente que los absortó a solo concentrarse en el problema que tenían en frente y no en las distracciones.
Jim vació sus bolsillos, y encontró un sobre mal disimulado.
—Gracias, Jim —Harry tiró de su mano el pergamino de Adivinación —. Me fue más útil que en clases.
—Pero, ¿Qué dedujiste de las notas y de la carta? —replicó Ron intrigado.
—La escritura de las notas tenían diferentes estados de ánimo, así que alguna causa tuvo que producir ese efecto, cuando leí la carta confirmé mi hipótesis. Las instrucciones que en la carta se describían debían ser hechas el segundo día, como fue todo lo contrario, la grafología de la tercera nota fue ira, claro, por no consumar lo solicitado.
—Las dos primeras notas eran de alguien conmocionado, excitado, según pude ver —interrumpió Hermione, con el objetivo de llegar a la resolución del misterio—, esa es la personalidad habitual de algún loco obsesivo. En la tercera nota ese obsesivo se vio tan frustrado que demostró con ira su escritura. Además el contexto de las notas con el perfil de nuestro culpable encajan muy bien.
—Pero las apariencias engañan, a veces —prosiguió Harry—. En la recién apertura de la cafetería, tres niñas de la edad de Hermione entraron, todas ellas se acercaron demasiado a la bandeja, solo una dejo una galleta de la fortuna tres días seguido con una carta. La dependiente me describió a la chica, rubia y con esencia de avelladona. Dos eran zurdas, y la rubia era diestra. La escritura de la carta confirma la mano que ejerció, pero eso no demostraba nada, un noventa u ochenta por ciento de los seres humanos son diestros.
—¿Una chica acosadora?, no me lo creo —dijo Ron atónito—. Prosigue, Harry.
—Cuando reuní todas las pistas en mi cabeza solo quedaba confirmarlo. Mi conclusión fue tan segura, que me avergoncé del malentendido que teníamos creado. Aun así me alegré que las cosas dieran ese huelgo tan inesperado —Harry de su bolsillo sacó una nota manchada con tinta—. ¿Ven esta huella dactilar?, si contraponemos el dedo de Hermione sobre ella —Hermione se ofreció de voluntaria rápidamente—, vemos que son muy iguales, así que mi hipótesis más arriesgada fue que la culpable tuviera la edad de Hermione o al menos el mismo tamaño, pero muy diferente a ella; obsesiva, supersticiosa, con esencia de avelladona y girasol y demasiado cariñosa.
—Un momento, ¿Cómo sabes lo de cariñosa y supersticiosa? —señaló Jim.
—En la carta se encontraba una hoja de sauce susurrante, y según Adivinación, atrae el amor deseado, supersticiosa sin duda, ¿quién se traga esos cuentos? En cuanto a la tinta, esta tiene un papel culminante, pertenece a la Fábrica de Sortilegios Encantados por la familia Brown, y justamente se ilumina de un color azul intenso cuando uno de sus herederos se aproxima.
—Pero estos son pistas muy confusas —insistió Hermione—. En serio, Harry, ¿cómo lo supiste?
—Ahora lo sabrán —respondió.
La tinta de la carta empezó a iluminarse con destellos de azul de Prusia claro.
Una chica de cabellos rubios apareció, con una mirada perdida en desesperación, empezó a escudriñar la cafetería en busca de alguien.
—¡JIM, mi amor! —dijo en un frenesí de locura—. Aquí estás.
La chica lo tomó del brazo, y lo llevó a quemarropa hacia la salida del lugar.
Los ojos de Ron eran dos platos de porcelana para cuando la situación pasó.
—Harry, me he quedado sin palabras, ¡Ay, Dios Mío! —Hermione estiró todos sus cabellos hacia atrás, muy impactada—. Sigue contándonos, así podré digerirlo mejor.
—Solo dejo explícito esto, la esencia de avelladona y girasol es una de los componentes principales de la poción alisadora para aclarar el cabello— Harry sacó la carta y la estampó en la mesa—. La carta para Jim dice: « Anónimo: Esto es de lo que tanto te hablé. Encontrémonos a las once en la torre superior. Ven o iré por ti. Adiós Ro-Ro» —Harry guardó la carta riéndose—. La familia Brown solo fue algo adicional, la palabra “Ro-Ro”, fue además de lo más impactante, algo definitorio. ¿Te recuerda algo, Ron?
Ron estaba pálido, solo sorbía su cerveza en silencio.
—¡LAVENDER BROWN!, ¡mi ex!, ¡con Jim! —Ron parecía indignado, pero algo divertido.
—¡Qué vuelcos da la vida! —Hermione parecía la más interesada con esta situación— ¡Lavender es una rubia falsa, se aclara el cabello! Tanta investigación para solo definirse en un amorío.
—No es solo eso, Hermione. —Harry parecía hablar en serio—. Me empieza a gustar.
—¿Qué? — dijo Hermione un poco sorprendida—. Lavender Brown o los amoríos.
—No, tonta; resolver misterios. Posiblemente se convierta en mi pasatiempo favorito, después del Quidditch, claro.
El crepúsculo se asomaba en el cielo. Harry y sus amigos seguían en la cafetería, divirtiéndose a carcajadas con el inhóspito suceso. Harry parecía tan distraído con el asunto, que hasta los sucesos extraños de Jim quedaron al olvido. Pero tarde o temprano, volvería a recordar todos esos síntomas, y empezará a plantearse otro posible enigma; la condición de Jim Evans.
Muy lejos, Lavender, una chica singular y muy intensa, se encontraba con Jim en la torre disfrutando del atardecer. Algo era seguro, fue un misterio de acoso a sentencia de muerte.
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