8. El fugitivo

Capítulo 8: El fugitivo

Setos, árboles, ramas, charcos, piedras, ... corría sorteando y apartándolo todo con las manos, no había tiempo para hechizos. Ni siquiera se quejó cuando metió el pie en un nido de hadas. Nunca le habían gustado.

Entre los troncos y el follaje, los gritos perdidos organizando la estrategia de su persecución despertaron el graznido y la huida de algunos animales. Y el prófugo rió. Ese bosque era prácticamente su hogar, lo conocía mejor que a sí mismo. En él nunca le darían caza.

Un par de rocs sobrevolaron las copas de los árboles buscándolo desde el cielo y su sonrisa remarcó los hoyuelos de sus mejillas mientras los saludaba con la mano al pasar. Soltar los animales de caza no serviría para nada, nunca lo atacarían. Los había adiestrado él mismo.

El gran abismo de una altura mortal ya podía entreverse, pero el prófugo lejos de desviarse o detenerse rio aún más fuerte. Y aceleró aún más. Ya no importaban las ramas, o las flores con espinas que le salían al paso intentando atraparlo, o los rotos y los girones en los que se había convertido su camisa del uniforme, la casaca hacía ya que la había perdido. El joven se deshacía de todos los obstáculos ayudado solo con la velocidad de su carrera. No iba a parar.

Con el efecto túnel limitándole la vista periférica, entre risas, saltó al abismo. Aún sonaban sus carcajadas cuando, en una púa perfecta se zambulló en el agua.

Desde la parte alta del acantilado el escuadrón de guerreros llegó a tiempo de discernir un leve chapoteo en el río. Sus corceles asustados, encabritados por la altura, les permitieron acercarse lo justo para comprobar la profundidad insondable de la caída. Era imposible que hubiera sobrevivido. Algunos incluso hacían apuestas sobre si habría un cadáver que recuperar; porque si lo había, estaría hecho añicos.

Entre miradas llenas de dudas en el gesto de los jinetes se podría percibir un atisbo de lástima. No hacían falta palabras, ni expresarlo en voz alta: cada uno de ellos agradecía no ser quien tuviera que informar al Condestable de la huida del prisionero. Esa era la responsabilidad del Capitán.

Aún pensando qué podían hacer, el sonido lejano de zarpas desgarrando tierra los puso en tensión. Al instante, en un tornado de movimientos compenetrados todos formaron con sus caballos, paralelos al abismo, preparados para recibir órdenes. Tragaban saliva y les temblaban las riendas en las manos, mientras observaban cómo entre la espesura de los árboles no se percibía nada, excepto el cada vez más creciente ruido del suelo desgarrado.

De repente, atravesando el tronco de un árbol con una furia descontrolada, las astillas volaron disparadas hacia ellos cuando, Ricven Ax, Capitán del Alto Mando al frente del escuadrón Alfa, apareció de un salto montado sobre su oso de piel de escamas. En las manos del gigantesco capitán se marcaban los ríos dilatados de sus venas que ascendían por el antebrazo de su camisa remangada, sus nudillos blancos de tensión imprimían la fuerza necesaria a sus palmas callosas por las bridas con las que controlaba a tirones el temperamento de su bestial montura. Sólo él conseguía dominar a esa cosa. La piel escamosa de lo que parecía ser un oso brillaba flexible como una tela de guijarros negros. Sus dentelladas salivantes ponían nerviosos a los caballos mientras la bestia, por orden de su jinete, paseaba de un lado a otro frente a la fila de hombres.

El capitán miraba a sus soldados asqueado. La cicatriz blanca que atravesaba su cara, se contorsionó al aspirar de su garganta un gargajo con un desagradable sonido gutural. Al escupirlo, el goteante fluido verde lechoso cayó a los pies de su escuadrón que reprimió cualquier gesto de desagrado. Los ojos de Ax, carentes de iris o pupila, analizaban a sus guerreros. Hasta que se decidió por uno.

El relincho de dolor del caballo resonó por el bosque al recibir en el morro la titánica patada del Capitán. El brioso corcel blanco se encabritó agitando sus patas delanteras en el aire en una estampa sobrecogedora, pero entonces, su jinete cayó al vacío. Su grito de auxilio se oía lejos, más lejos y más. Hasta que dejó de oírse. Y ante la muerte inminente de su compañero de armas, ninguno de los soldados levantó la mirada, solo miraban de reojo la varita del soldado caído guardada en la funda de su caballo. Si hicieran algo, un solo gesto, también caerían.

Siguiendo su paseo frente a ellos, Ricven observaba a sus hombres. Las armaduras blancas con el símbolo de la ciudad en relieve negro relucían al sol de la mañana otorgándoles cierto esplendor, pero él sabía la verdad. Que detrás de todo el porte orgulloso, detrás de todo ese respeto infundado en aquellos que vieran esas armaduras del metal,... sólo había cobardía. Y Ax no lo permitiría, por el Espejismo Sagrado que no se jugaría el destierro del Arco por esa sarna de sanguijuelas con varita, túnica, capa y armadura.

―Todos deberíais estar ahí abajo ... panda de estiércol― musitó agarrando el látigo― ¡ENCONTRADLO! ― fustigándolo hacia ellos la punta de espina brilló terriblemente cerca del ojo de uno de los jinetes― ¡LO QUIERO ANTE MÍ! ¡VIVO! ¡MUERTO! ¡O A TROZOS!¡ENCONTRADLO!― Las órdenes, contundentes ya de por sí, sonaron aún más convincentes acompañadas con el  chasquido de cada una de las colas del látigo.

Presos de la vergüenza los soldados sacaron las varitas y fustigaron los caballos. Su Capitán tenía razón. Eran el Escuadrón Alfa, tenían que haberse tirado por ese acantilado. El chico no debería haber escapado.

El joven fugitivo solo con el impulso de la caída llegó a una gran profundidad, pero no era suficiente. La luz aún le permitía ver los peces y demás criaturas a las que tanto les costó acostumbrar a su presencia. Debía bajar más, llegar justo al limbo en el que la luz apenas conseguía iluminar el agua que lo rodeaba. En ese punto hallaría la gran gruta que buscaba.

Una vez hallada, nadando entre la oscuridad de sus paredes puntiagudas, sus ojos violáceos vieron el brillo de las antorchas de la gran cámara de roca que le permitió oxigenar sus pulmones. Sus carcajadas rebotaron creando ecos agudos entre las paredes de piedra. tras salir completamente del agua. Ya estaba a salvo, por ahora.

Tras salir completamente del agua, las botas de dónde sacó la varita se le hundían en la arena. Un movimiento aburrido lo liberó del peso del agua y de los desgarrones de lo que quedaba de su uniforme.

― ¡Tú! ¡Pequeño bastardo! ¡Cuánto me alegro de verte, sabía que vendrías! ―el saludo le llegó lejano y en eco. Derek miró al enano que corría hacia él luchando contra la arena que entorpecía sus cortas zancadas,y en algún momento sintió alguna molestia por esa referencia a su condición no lo demostró; solo correspondió a su pequeño amigo frotándole la calva a modo de saludo, mientras el enano le palmeaba la parte baja de la espalda en un gesto afectuoso.

―Sí bueno, ... pasaba por aquí ...

― ¡Has liado una buena ahí arriba, muchacho! ¡Toda la ciudad te busca! ― Derek rodó los ojos divertido. Solo había estado preso una semana en el calabozo más profundo de la mazmorra más olvidada.

―Las cosas ya se estaban poniendo tensas Gruksil ¿Que culpa tengo yo de las demencias de mi padre? ¿A caso es culpa del fruto el tipo de árbol del que procede? ― Las carcajadas de su amigo, sonoras como ronquidos rápidos se escucharon huecas en la roca.

― Oh, querido muchacho, por el Dios del Agua, ... siempre supe que tu alma era la de un poeta. Sígueme, tienes que contarme que ha pasado.

Gruskil dibujó con su dedo un símbolo en la orilla de esa pequeña playa improvisada y el agua obedeció. Acatando la orden escrita, ese pequeño saliente de lago cavernoso se abrió, transformando el líquido salino en un túnel ondulante y transparente sobre sus cabezas.

― Ey Gruks, ... ¿No tendrás algún problema por mi causa verdad? ― La voz del joven, al igual que sus pasos, sonó algo opaca andando entre las paredes de agua ―Os daría a ti y a tu pueblo mi espada como compensación, pero no he podido traerla y no puedo irme sin la varita. La necesitaré.

― ¿Acaso te has golpeado muy fuerte en la caída pequeño? No oses insultarme a mí y a mi especie comparándonos con esos harapientos globins de superficie. Hasta un muggle sabe darle forma al metal cuando lo calienta y a la piedra cuando la golpea― El enano escuchó cómo Derek se reía de él a sus espaldas mientras jugueteaba con un pez a través de la pared ondeante― ¡Ahh, otra vez con tus mofas! Sí, sí,... tendré tiempo de acostumbrarme a ellas. Tienes suerte de que no nos caigan nada bien esos humanos tuyos, ... ahora empiezo a entender por qué deseaban tanto atraparte, ... graciosillo... ― El joven prófugo hizo caso omiso a los refunfuños de su amigo durante el camino a su casa. Prefería maravillarse con el refugio enano. Quizás esa sería la última vez que lo viera

La ciudad subacuática era el ingenio arquitectónico más bello que Derek hubiera visto jamás. Los enanos en aquella fortaleza de agua nunca serían descubiertos, a menos que ellos así lo desearan; pues sólo su cúpula ya era la mayor muestra de poder e ingeniería mágica a la que ningún otro pueblo podría aspirar.

Lejos de utilizar vidrios, fosas, piedras, metales o hechizos para protegerse, el pueblo enano había hecho lo que mejor sabía hacer: moldear el agua. Así crearon un kilométrico espacio similar al de una burbuja, que rodeaba la ciudad más profunda del océano. Miles de kilómetros y toneladas de agua negra eran el muro que los separaba del exterior.

La luz del sol no conseguía penetrar hasta aquella profundidad, pero a cambio, la vista de los cientos de peces luminiscentes que nadaban entre las aguas negras ajenos a la existencia de la ciudad, la hacían parecer aún más mágica de lo que ya era. Los enanos no tendrían las estrellas, pero habían conseguido su propia versión del cielo.

Y en el centro, orgulloso, poderoso como sólo un Dios podría serlo se encontraba su deidad. Una estatua titánica de porte orgulloso, creada completamente de agua cincelada a un nivel de realismo propio de los antiguos escultores griegos.

Atravesaron las avenidas de coral y arena. Las casas de sal sólida relucían traslúcidas por la luz de los miles de caballitos de mar luminiscentes que, inmersos en grandes gotas de agua, flotaban por las calles. Las gentes vestían ropajes de espuma de mar, algas o escamas y las perlas allí eran tan comunes que los niños las utilizaban para jugar a su versión de las canicas.

Gruskil lo dirigió por las calles menos concurridas de la ciudad intentando que lo viera la menor cantidad de gente posible, aunque Derek ya sabía que era en balde. Con su 1.78 de estatura sería como esconder un árbol entre arbustos.

La casa de su amigo era algo más pintoresca que las demás. Derek se la había agrandado, cansado de chocar su cabeza contra el techo y Gruskil le había añadido un porche de tierra especial en el que cultivaba ciertas plantas. Aunque de oficio del enano era maestro constructor, su curiosidad por las propiedades de las plantas no tenía límites, hasta el punto que realizaba sus propias investigaciones.

De hecho, su amistad debían agradecerla a esa extraña afición. El enano de mar se enteró de que él salía al "Gran mundo" y le pidió que le trajera unas pocas (lo que quería decir cientas) de plantas del exterior.

Al entrar su amigo se acercó presuroso al geiser y le sirvió lo que el prófugo dedujo que eran algas de té, una de las plantas de su jardín.

El pueblo enano bebía agua salada, pero cada casa poseía un geiser de agua purificada que utilizaban en las grandes ocasiones por el efecto "espiritoso" que el agua dulce ejercía sobre ellos. También lo utilizaban para adquirir reservas de sal, muy utilizada en reformas o ampliaciones de sus hogares. Esos dos factores unidos hacían que cada ampliación de una vivienda se convirtiera en una festividad de días. Los que fueran necesarios para consumir toda el agua dulce sobrante. Evidentemente podrían adquirir la sal del agua de mar que los rodeaba, pero tal como le dijo Gruskil una vez: " Es solo una excusa para festejar".

Sentados en el sofá de espuma, ambos bebían en silencio a la espera de que fuera el otro quien rompiera el momento. Derek dio un pequeño sorbo y se preparó para el interrogatorio.

―Bueno chico ¿Qué ha pasado? ¿Acaso piensas callar todo el tiempo?― El joven disimuló su sonrisa con la taza de coral en sus labios. A pesar de todos los siglos de vida que tenía su amigo, jamás desarrollaría la paciencia como virtud.

―Tienes razón Gruks― le admitió utilizando su mote cariñoso― Se ha liado una buena ahí fuera ¿Verdad?― Entonces lo miró de soslayo. Sabía que esa respuesta no sería suficiente.

―No tengo prisa muchacho ― le respondió el enano colocando sus pies sobre la mesa frente a él― Pasarás aquí mucho tiempo hasta que las aguas se amansen. ―El joven rio ante la seguridad de su amigo. Dio otro sorbo al té.

― Yo de ti, no mostraría tanto sosiego querido enano, porque me marcho hoy mismo ―Gruksil se levantó de un salto.

De pie, quedaba a la misma altura de Derek sentado. Su nariz bulbosa tenía las aletas de la nariz infladas como cada vez que se enfadaba y sus ojos aguamarina, redondos como gotas de agua, se hicieron aún más redondos al abrirlos sorprendido.

― ¿Te marchas? ¿Cómo...? ¿Pero a dónde? No tienes otro sitio al que ir. ― Derek apuró el té y dejó el vaso sobre la mesa.

―El Condestable ha ordenado mi muerte Gruks, ... ― confesó con una sonrisita. El enano ahogó un gemido llevándose las manos a la boca― ¿No es absurdo? Él es un pésimo gobernante y ¡¿Yo tengo la culpa?! ―reflexionó entre carcajadas― Nuestra ciudad es más débil generación tras generación y ¡Dice que yo tengo la culpa! ¡Y que mi muerte es la solución! ¡Si no fuera porque me afecta directamente hasta me parecería divertido! ―exclamó entre risas―. Pero mi magia está intacta, en pleno crecimiento mi buen amigo, y la usaré para salir de esta maloliente cárcel que ellos llaman ciudad. ― De pie, cogiendo a Gruskil por las axilas, lo subió a la mesa como a un muñeco. Así quedaron a una altura más pareja.

Su amigo pasó por alto la burla enmascarada hacia su altura, solo se refregaba los ojos luchando por no llorar debido a la futura partida de su amigo. Viendo su pesar, el prófugo le puso las manos sobre sus hombros intentando reconfortarle.

―Además, no sabes lo bien que me lo voy a pasar. Hay chicas preciosas allí afuera ¿Sabes? El "Gran Mundo" ofrece miles de oportunidades. Solo hay que explorarlas― reflexionó guiñándole un ojo―. Tranquilo Gruks, ... ― añadió refregándole la calva con la mano― seguro que encontrarás a alguien que te traiga las plantas del exterior.― Pero Gruksil soltó un quejido lastimero y lo abrazó entre lágrimas.

Derek se sobresaltó por su atrevimiento, sobre todo por su abrazo. El enano tenía una personalidad jovial, pero una actitud comedida que pocas veces abandonaba. Y ahora, entre sus brazos, el joven se sentía extraño. Nunca se había encontrado en una situación así. Sin saber que hacer, le dio unos golpecitos en la espalda mientras que el hombrecillo sorbía por la nariz pegado a su abdomen.

―¿Algún día volverás, verdad? ― Le preguntó con la cara todavía enterrada en su uniforme. A Derek no le importó que su camisa se estuviera manchado de una mezcla de mocos y lágrimas. Y, a pesar de que la pregunta sonó incomprensible por las palabras opacadas contra su abdomen, consiguió entender a su amigo. Mientras le daba toquecitos en la calva, el chico soltó una risita nerviosa.

―Lo más seguro es que no Gruks; y para ti, quizás sea lo mejor. Así te centrarás en encontrar una buena mujer. ―Su amigo había despegado la cara de su pecho y lo miraba con la barbilla temblorosa por el llanto contenido.

Al ver la pesadumbre del enano, la sonrisa de Derek se hizo menos amplia. Le había comenzado a surgir cierta desazón en el pecho, una sensación tan olvidada que casi no reconocía.

―Gruks, tú y mi espada sois lo único de valor que dejo atrás. Por favor, ... ―Con ambas manos sobre sus hombros, el prófugo agachó la cabeza hasta que sus ojos quedaron a la par. Gruskil se limpió las lágrimas preparado para recibir las palabras serias de su amigo―... abandona la vida de solterona ... no puedes seguir así... se te va a pasar la época fértil― El joven rió ante el bufido indignado de su amigo. Mientras carcajeaba, notó como un líquido acuoso salía de sus ojos. Sorprendido, se limpió las lágrimas con el dorso de la mano. No recordaba la última vez que lloró.

Entonces, antes de que Gruskil lo viera, Derek se desapareció. Quizás no volver jamás.

El pequeño maestro constructor se sintió aún más pesado a pesar de no tener ya unas manos sobre sus hombros. Solo pensar en los pesares que debía soportar su amigo le daban más ganas de llorar. El joven no se merecía una pena de muerte.

No dejó que le salieran las lágrimas. Se apretó los ojos con la palma de la mano hasta que el llanto cesó.

Entonces, su cabeza gacha le permitió ver algo pequeño y reluciente brillar sobre el suelo. El maestro artesano sabía reconocer el agua cuando la veía; así que con un movimiento de sus dedos índice y corazón elevó con su magia la pequeña gota hasta que esta quedó a la altura de sus ojos. Era una lágrima de Derek.

Utilizando su poder la maleó hasta solidificarla, proporcionándole una pequeña abertura en la parte superior. La lágrima relucía como el hielo pulido por un soplo de luz. Y con un cordel de alga sacado de su chaqueta, ató la pequeña gota a su cuello.

Aquella era la única cosa que le había dejado Derek, lo más preciado que jamás podría darle; más incluso que su espada o su varita. Una muestra de su dolor, la prueba de que en él había algo más que alegría y jovialidad.

Y Gruskil tendría siempre esa prueba colgada en el cuello, en recuerdo de ese amigo al que así llevaría siempre consigo.

En la Voie Enchantée, la zona de compras mágicas francesa, el olor a croissants y crêpes con sirope de sidra y vino Saint-Simon envolvía la calle, entremezclándose el dulce aroma con el de los adoquines de madera recién pulidos que conformaban su suelo. La mañana parecía tranquila para los parisinos que madrugadores, ya llevaban varias bolsas de compras levitando tras de sí. Ataviados con túnicas ligeras, paseaban joviales acompañados de la música de un violinista que amenizaba las compras a cambio de unas monedas.

Mientras los dueños de las tiendas atendían a sus clientes, trapos empapados en limpiacristales "Las Tres brujas" pulían los escaparates al ritmo de la música. Era todo tan... correcto y encantador.

Derek olfateó el olor a comida cegado por el hambre. Aún no sabía qué sería de su suerte, aún no estaba a salvo. Nunca lo estaría, lo buscarían aunque les supusiera salir de la ciudad al "Gran Mundo". Pero tampoco es que estuviera muy preocupado. Durante sus días de cautiverio no había probado ni el agua así que deambuló a la caza de los croissants y la sidra.

A cada zancada ignoraba los carteles parlantes que anunciaban las ofertas de sus establecimientos. Hasta que el " ¡50% de descuento en túnicas de Beauxbatons! Pasen y pruébeselas", le trajo una ligera idea. Aun persiguiendo el aroma dió unos pasos más. No estaría mal asistir a un colegio lleno en su mayoría de bellas señoritas. La idea se hacía más y más tentadora a medida que seguía el rastro de la comida, ignorando magos y brujas, los carteles de "Se Busca" que susurraban a su paso, los anuncios de ciertos servicios de placeres "mágicos" y la oportunidad de comprar la nueva escoba del mercado. 

Solo quería comer. Una pirámide de quesos de cabra bicéfala olía tan fuerte que casi lo hacen perder el rastro, pero justo enfrente encontró la confitería.

Su puerta de cerezo le pareció la entrada al paraíso mientras el joven se recolocaba el pelo preparando su mejor sonrisa. Sus hoyuelos casi siempre conseguían que todo lo obtuviera gratis. Al otro lado de los ribetes azules que decoraban los nudos de la madera, se escuchaban las risas graves, el sonido de los platos sirviendo a los clientes y el alcohol cayendo en copas redondas, listo para ser ingerido y el olor de los más suculentos manjares.

Abrió la puerta y entonces todo acabó. Al verlo, los platos se rompieron, las mesas se volcaron utilizandose como barricadas; unos gritaron, otros rugieron de rabia, algunos se escondieron y el resto lo atacaron. Entre los magos y brujas asustados una voz resonaba por encima del alboroto

―¡Ahí estoy!¡Ahí estoy! ¡COGEDME!¡ATRAPADME! ― Un Derek mal dibujado con una nariz grotesca chillaba frenético señalándole desde el cartel de "SE BUSCA".

Los rayos de múltiples colores atravesaron el local directos hacia él mientras los esperaba apoyado en el marco. Algunos clientes ya lo veían amordazado, entregado, enjuiciado y encarcelado. Lo daban por apresado hasta que su sonrisita infantil les produjo un fuerte escalofrío. 

El potente Desmaius estaba a pocos centímetros de su cabeza cuando, en plena reverencia, Derek desapareció. Los hechizos siguieron su curso impactando contra la gigantesca montaña de embutidos lácticos que había en la tienda de enfrente. Los quesos reventaron. Estampándose contra escaparates, magos, brujas,niños, suelos y fachadas. Manchando de un pastoso amarillo blancuzo el interior de toda la taberna, a sus clientes y acallando los chillidos agudos del cartel con la cara del joven que dejó de gritar "¡Cogedme!¡Atrapadme!¡Apresadme!".  La lluvia de leche pasteurizada extraída 100% de cabra bicéfala pura impregnó la Voie Enchantée de un hedor rancio durante semanas.

A Derek se le había olvidado el pequeño detalle: también lo buscaban en Francia. Era una lástima que por un pequeño lío de faldas ahora no pudiera asistir a un colegio lleno de chicas. Aunque... la idea de vivir en un castillo plagado de brujas seguía siendo tentadora y, sabía de otro país donde todavía no lo buscaban. Donde decían que estaba el lugar más seguro del mundo. Más seguro, incluso que Gringotts. Sí, seguridad y chicas era lo que necesitaba. 

Además, lo más probable es que allí encontrara a su pequeño amigo de batallas. Así podría cobrarle unas copas.

Cada capítulo escrito lleva detrás tiempo, esfuerzo y quebraderos de cabeza así que: 

Si lo has leído, gracias :)

Si te ha gustado, me encantará saberlo! ;P y si no te ha gustado...también XD

Si has votado, comentado o lo que sea te regalo un gran abrazo y te contestaré en cuanto pueda. Gracias de verdad por hacermelo saber y reconocer todo lo que escribir conlleva. Muaaks!










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