5.Los chupitos de Katherine

Querido lector: me conformo con saber que no te aburre. Espero que te guste :) 

Capítulo 5: Los chupitos de Katherine

Estaban cansados de esperar. En la intemperie de la noche londinense, ataviados con sus mejores galas, a las chicas ya le empezaban a doler los pies por los tacones y los chicos se refugiaban todo lo que podían en sus chaquetas. El ruido de las conversaciones quedaba solapado por la música amortiguada que salía de la discoteca, mientras todos los jóvenes de la cola compartían el mismo sentimiento. La incertidumbre. El aforo estaba completo y los porteros no dejaban pasar. 

Nick había hecho acopio de valor durante horas. Azuzado por sus amigos, por fin andaba hacia esa chica morena cuando, de repente, un Porche blanco derrapó por la bocacalle; llevándose con él, no solo una ovación, sino su oportunidad. En un drift perfecto, el automovil enlazó la fricción de sus ruedas contra el asfalto para quedar perfectamente aparcado en el único sitio libre. No rozó ni un solo retrovisor.

Harry bajó del coche con la cara roja  y la cabeza gacha, arráscandose la nuca en un gesto poco natural bordeaba el morro a grandes zancadas deseando perderse de vista lo más rápido posible. Una vez a la altura de la puerta del conductor, tras asegurarse que no se escuchaban sirenas de la policía, miró a su tutor apremiándolo a salir más rápido. Todos esos chicos mirándolos y jaleándoles desde la cola lo ponían nervioso. Pero Ian no era de los se amilanaba por la atención del público. Al contrario, se crecía.

Primero tardó en abrir la puerta, haciéndose de esperar. Después sacó un pie. Luego el otro. Su zapatos marrones, enmarcados por unos vaqueros azules, contrastaron sobre la acera gris. Incorporándose lentamente con una elegancia despreocupada, permitió ver al gentío cómo evaluaba la noche con sus grandes ojos azules perdidos en el horizonte. En su dedo índice daba vueltas a las llaves del Porshe mientras con la delicadeza de una caricia cerraba la puerta del coche. Las risitas y miradas de las chicas de la cola se hicieron más que evidentes cuando Ian les dedicó una sonrisa tras recolocarse sin necesidad, su pelo castaño hacia atrás, y el cuello de su abrigo en un gesto claramente ensayado. 

El muy "mojabragas" se había marcado un cámara lenta junto a un Harry que, cruzado de brazos, esperaba dando toquecitos con el pie sobre la acera.

El maldito de Ian...Los muggles pasaban desapercibidos, no iban por Londres dando clases de derrape.  Esto no era lo que tenía en mente con lo que le dijo antes de salir. 

"Tras una buena ducha, la pelea contra la elección de atuendo podría haber sido peor. Gracias a Merlín que existía Internet (aunque debería agradecerselo a los muggles), porque gracias al ordenador conjuntó los vaqueros negros, la camiseta blanca de manga corta y la chaqueta de cuero que no impedirían (pero sí aplacarían) las burlas de su maestro. 

Ya vestido se colocó  resignado El "Sombrero peluquero" . Aunque en un principio su tutor lo adquirió a modo de burla, en terminos prácticos resultaba de lo más eficaz.  Nunca tuvo el pelo tan impecable en tan poco tiempo.

Parado frente al espejo, la imagen que le devolvía no parecería la de un mago, excepto por la cicatriz. A ojos del mundo sería un muggle más, otro de tantos, como lo fue antes de su marcha a Hogwarts. Cuando solo era un niño huérfano, enclenque, bajito y con gafas. 

La ola de la nostalgia lo arrastró al cajon del escritorio, donde guardaba el preciado objeto. Para Ian las había guardado como parte de su "actuación". Su nefasta visión era una debilidad que podía convertirse en factor sorpresa; pero la verdad era que las reparó por motivos sentimentales y su tutor lo sabía. 

Durante toda su vida, esas gafas eran lo unico que había tenido. Ese fragil objeto lo acompañó siempre, en los buenos y malos momentos, tanto muggles como mágicos, era lo único que le pertenecía desde que tenía memoria, formaban parte de él desde que tenía uso de razón. Esa montura frágil y torcida que sostenía unos simples cristales redondos, lo hacían ser quien era  ... y la eligió tia Petunia.

Mirándoselas puestas agradeció no necesitarlas. Con ellas el atuendo era horrible. 

Esas gafas son un insulto al buen gusto se escuchó desde atrás Deberías darme las gracias por arreglarte la vista para siempre.

Gracias, Ían ¿También debo dártelas por darme las pociones de la vista escondidas en la comida?

¿Te las habrías tomado si te las ofreciera abiertamente?― el Elegido rió.

¿Sinceramente? No.contestó guardándolas en el cajón ―.Hubiera pensado que  querías dejarme ciego como parte del entrenamiento.― comentó divertido.Su tutor alzó una ceja con cierto interés. 

Perfecto. Así no te sorprenderá cuando ocurra.

Antes de que pudiera contestar, ya lo había agarrado por el brazo y aparecido en el garaje.

  ―Si quieres pasar por un muggle, sé un muggle― explicó montando en el Porche.

  ―Entonces no debería llevar la Daga Fundadora y la varita.―objetó el Elegido montando a su lado 

  ― He dicho muggle ... no gilipollas― contestó metiendo la llave. El rugido del motor dió la conversación por terminada."

Y ahora, después del numerito nada normal, Harry deseaba con todas sus fuerzas no tener que unirse al gentío para hacer cola. Aunque conociéndo a su instructor, él no era de los que esperaban.Le lanzaría un imperius al portero delante de todos los muggles y luego hechizaría a toda la discoteca para que no lo molestaran.

 Acompañado del  sonido de sus zapatos sobre los adoquines, Ian se dirigió a la puerta V.I.P ignorando las risitas de las chicas y la envidia de los chicos que encontraba a su paso. Sin corresponder una sola de las miradas, llamadas y piropos que llegaban desde la cola, paró en la puerta lateral; reservada solo para clientes exclusivos.

― ¡Eh, Ían! ¿Dónde estabas? ―la voz tan ronca del portero parecía amenazadora si no fuera por sus palabras joviales― J.C. estaba pensando en poner una esquela en el periódico― unos metros más atrás Harry miraba los brazos y pectorales del segurata y los suyos. Sería como comparar a un jugador de football con uno de lucha libre.―¿Y este quién es?

―Encantado de volver a verte Mark. Este es mi primo, Harry―el aludido frunció el entrecejo por la sonrisa y las palmaditas afectivas que su maestro le dió en la espalda― Hoy cumple dieciocho y venimos a celebrarlo.― añadió pasándole el brazo por los hombros. Si Harry no lo conociera diría que parecía orgulloso y entusiasmado. Esa capacidad de interpretación debía rayar la sociopatía.

―Harry, encantado.― mientras se daba la manos con Mark el mago miró a su izquierda. Todos esos ojos mirándolo le ponían nervioso.

―Igualmente Harry. Ven cuando quieras, la familia de Ian es mi familia. Pasad ya, que J.C. me sermonea por entreteneros― respondió con un dedo en el pinganillo

―Gracias tío, tomate algo con nosotros cuando termines tu turno.

Una vez dentro, el-niño-que-vivió nunca había visto algo parecido. 

Tras la puerta, un pasillo colgaba por encima de las cabezas de la gente, que bailaba y bebía en la planta baja al ritmo de una música a todo volumen. A medida que avanzaba el estrecho suelo bajo sus pies, este se ensanchaba formando una gigantesca planta sostenida en el techo. Parecía un gran mundo colgante, reluciente por su suelo y paredes de espejo.

Hombres y jóvenes de alta posición social charlaban en cómodos sofás de diseño separados por velos blancos. Y en el centro, en una pista elevada, chicos y chicas bailaban al compás de una música más variada.

―¿El mismo sitio de siempre señor White?

―El de siempre, ... Cyra― la sonrisa de Ian era de revista, pero ella parecía inmune a sus encantos. La joven le desplegó los suyos cuando, tras ordenar que la siguieran, con un giro le dió con el pelo en la cara.

 La melena platinada de Cyra era clara, podría decirse blanca incluso. La sedosidad de sus hebras de perla caían como cascadas de nieve que rompían en su cintura. Pero para Harry lo más atrayente fueron sus ojos, tan negros como la profundidad de un abismo al que no llega la luz. Brillantes, llenos un orgullo felino que irradiaba desprecio hacia su tutor. Cuando se echó el pelo hacia atrás de un manotazo fiero, la palidez de su cuello resaltó junto a la de su tez.

Ambos siguieron su paso decidido hasta el sofá del fondo. El mejor. Donde todo quedaba a su alcance. La barra de cristal, ocupada por barmans exibiendo trucos con botellas, a la derecha; a la izquierda las escaleras hacia la pista de baile inferior, detrás los escalones hacia los reservados y la pista de baile justo en frente.

―J.C. vendrá en un momento, está terminando unos negocios. Las camareras os atenderán ya. ― con un chasquido de dedos una hermosa chica vestida de negro apareció―. Michelle, que todos den preferencia a esta mesa. No quiero que les falte de nada. Informa de que lo he ordenado yo― La camarera asintió dispuesta y ansiosa por cumplir órdenes, mientras Cyra la miraba de reojo. Se notaba que era nueva,... la motivación le duraría una semana. 

―Para mí un whisky y para él un vodka― pidió su maestro. La joven trajo el pedido al instante.

―Un placer verle de nuevo, ... señor White.― los gruesos labios de la encargada,  pintados de un fuerte marrón, se torcieron en una mueca de desagrado―. Ya sabes cómo llamarme.

Mientras la miraba marchar hacia la barra, el Elegido supo  que sus palabras significaban todo lo contrario. Esperaba que no la llamara, no quería ni verlo. No soportaba a Ian, y Harry se alegró por ello. Ya tenían algo en común. 

―Un placer, ... como siempre,...- contestó irónico dando vueltas al whisky―.Bueno Potter, brindemos ―su tutor levantó la copa― Por tus 16 años.

―Por mis 16 años ― el tintineo de los vasos apenas se escuchó por el sonido estridente de la música.

Ambos dieron un trago. El vodka estaba fuerte y aunque el sabor a limón lo suavizaba, poco le importaba al mago la bebida. Estaba más atento a Cyra, que en la barra señalaba de uno a otro lado, chasqueando los dedos en la cara de los camareros dándoles instrucciones.

―Es guapa ― comentó Ian escrutando el gentío. 

― ¿Qué? Sí, es espectacular.

― Sí,...lo es...   ―su mueca no parecía que fuera por el trago al whisky― Preciosa,... pero peligrosa. Te rajará el cuello antes de que te des cuenta mientras todavía te sonríe ―dio otro trago―. No por nada es la mano derecha de J.C.

―¿Pero quién es J.C.?

― Yo soy Joan Carlo, J.C. para los amigos― Un hombre grueso, con barba de tres días los abrazó efusivamente por detrás del sofá. 

Sus gruesas cadenas de oro le tintinearon sobre su pecho peludo por encima de la camisa hawaiiana, mientras ambos hombres se daban unas palmaditas en la espalda durante el abrazo. El Elegido, bebiendo vodka de pie, se preguntaba si los sellos de oro, atascados en los dedos regordetes de J.C, habrían dejado algún morado en la espalda de su maestro. Ocultó la sonrisa de esa posibilidad, dando otro trago al vodka.

―Yo soy Joan Carlo, J.C. para unos y "El Gordo" para otros―. Tras un chasquido de dedos otra camarera uniformada le trajo un bourbon.

―Harry, encantado― ambos estrecharon las manos y entrechocaron sus copas―. ¿Ian, no es este el primo del que me hablaste?

―Sí, este es― contesto mientras apreciaba el movimiento del whisky―.Y a ti ¿Cómo te va?

Ambos comenzaron  su conversación vanal con Harry mirándolos de reojo. Era la primera vez que alguien sabía algo de su instructor y él no iba a desperdiciar la oportunidad de averiguar todo lo que pudiera.

* * *

Tres, dos, una. Tres vodkas en el estómago, dos horas sentado y sabía una cosa: que estaba muy aburrido. No había averiguado nada de Ian o J.C, por un pequeño detalle sin importancia: no sabía hablar italiano.

Era su cumpleaños, y se encontraba en una discoteca desperdiciando la experiencia en escuchar una conversación que no entendía. Antes de que se diera cuenta, motivado por el "carpe diem", Harry bajaba las escaleras cuando Cyra se cruzó en su camino.

— ¿A dónde va, señor Potter? ¿Es que no le gusta la zona VIP? —Por un instante Harry se perdió entre la inmensidad de sus pestañas y su tez tan pálida como el invierno. No sabía que decir, buscaba las palabras adecuadas sin siquiera reparar en el hecho de que esa joven conocía su apellido.

— Sí, me gusta. Solo, solo,... quería conocer el resto de la discoteca

El escote de Cyra situado un par de escaleras abajo, invitaba a la observación y algo le decía que ella lo sabía. El tatuaje de una pequeña rosa en negro sobresalía tímido por el escote corazón. Sonrojado desvió la vista. "Antes de que te des cuenta, ... te rajará el cuello mientras sigues prendado de su sonrisa"

— Entiendo, ... pues si no encuentra a nadie que le divierta abajo...siempre puede venir arriba—. Harry giró  la cabeza hacia arriba. Cyra ya lo había esquivado y subía los escalones acompañada del perfecto vaivén de su silueta.

Todavía azorado pidió otro vodka y lo desgustó observando a su alrededor apoyado de espaldas a la barra. Mediante parpadeos de luces de colores en una penumbra semiluminada las chicas bailaban de forma sensual acompañadas de amigas u otros chicos que intentaban seguirles torpemente el ritmo. Los atuendos dejaban mucha más piel al descubierto, quizás en consecuencia del increíble calor que hacía y apenas vio a nadie conversando pues la música  a todo volumen obligaba a unos y a otros a gritarse en los oidos. 

Se quitó la chaqueta con la camisa y le dio las prendas al camarero, el joven no puso objeciones. Esa noche él era un VIP.

Todavía se preguntaba qué hacía allí cuando pasados unos minutos cientos de chicas empezaron a presentarse sin motivo ni razón aparente. Angelica, Becky, Sarah, Natalie, Deborah, Janice, Carol, Helen,... la lista era interminable.

Al principio resultó difícil. No sabía de qué hablar, pero al rato con la ayuda del alcohol, estaban riéndose por algún comentario divertido. El tiempo, el tráfico, la fiesta, la música, las bebidas,... cualquier conversación parecía buena, y luego, sin saber por qué, todas le ofrecían pasear.

Harry no tenía ganas. Era su primera vez en una discoteca y quería vivir la experiencia, así que declinaba educadamente la oferta. A los minutos las chicas se despedían. No entendía nada.

De súbito hombres uniformados irrumpieron en la discoteca y el silencio por la música cortada envolvió la penumbra del local que encendió sus luces blancas. Mirando a los lados, el mago comprobó que a la gente dejaba de bailar pero seguían conversando. Las redadas eran una constante en las noches de "The Fabric". El dueño pagaría la multa pertinente y todo estaría solucionado.

Entonces llegó Katherine. Ella no le dijo nada, solo le ofreció un vaso muy pequeño y corto relleno de un licor que olía fuerte.

Harry no sabría decir qué tenía de especial. No había un rasgo que resaltara más que el otro pero el conjunto resultaba de lo más impactante. La armonía de sus finas facciones era tan sublime que parecía cincelada por el propio arte.

—Toma anda, bebe. Esto irá para largo—le sugirió ofreciéndole uno de los vasitos

— ¿Qué es?

—Un chupito de Cointreau. Tienes que bebértelo de un trago —ella levantó el suyo a modo de brindis— Por la fiesta de esta noche.

—Por la fiesta de esta noche — al principio la garganta le ardía, pero ni tosió, ni escupió. Al contrario, se deleitó con ese calorcillo agradable en el esófago y el regusto a limón.

—Me llamo Harry― se presentó alzando la mano. La chica se la estrechó con una sonrisa.

—Yo Katherine— dijo mientras colocaba los vasos bocabajo sobre la barra—. ¿Harry, puedo hacerte una pregunta? A parte de la pregunta que te estoy haciendo, por supuesto —al apoyar sus antebrazos en la barra, sus largas y brillantes hebras de sol se apartaron mostrándole la espalda que no cubría su camiseta

—Claro.

— ¿Es la primera vez que vienes a una discoteca, verdad? —preguntó con una sonrisa ladeada estilo Ian. El suave carmín rojizo resaltaba aún más su bronceada piel. El Elegido tragó con fuerza intentando no escupir la bebida.

— ¿Tanto se me nota?

—Hombreeeee... pueeeees...sí — ambos rieron—. ¿Y sabes en qué?

—No, pero adivino que me lo vas a decir — contestó el mago mientras pedía dos chupitos más. Los camareros en ningún momento dejaron de servir. Debían mantener a los clientes contentos mientras se retomaba la fiesta.

—Adivinas bien. Verás, estás demasiado introvertido para ser una persona que va sola a una discoteca. Estar bebiendo en la barra toda la noche no es precisamente lo que hace un chico joven y guapo. Has podido "irte de paseo" y no lo has hecho, lo que significa que no sabes el "lenguaje" del cortejo ¿Tengo razón? — la chica agitaba uno de los chupitos suavemente mientras lo miraba. Sus cejas alzadas denotaban cierta diversión.

—Vale, vale, me has pillado. ¿Me explicas lo del paseo?

—¿A ti te atraía alguna de las chicas con las que has hablado? ¿O solo tienes ojos para Cyra?

— ¿Cómo...?

— Tranquilo, no te he estado espiando ni nada de eso. — aclaró con unas palmaditas en su hombro—. Todo el mundo os ha visto en la escalera. Ella ha trabajado aquí desde que tengo memoria y los chicos babean por donde pisa. Cada noche rechaza como mínimo a siete y todos creíamos que serías el siguiente. Pero hoy ha sido la primera vez que alguien no ha quedado prendado por sus encantos— el joven se rascó la cabeza sin saber que pensar―. Sinceramente, no me extraña que le babeen. Es guapísima― tras terminar se bebió el chupito de un trago.

Al contrario que el resto de la discoteca Katherine iba demasiado tapada. La espalda abierta era la única piel al descubierto. Por delante la camiseta blanca de cuello alto la tapaba desde la barbilla hasta la cadera. Igual que sus largos pantalones negros de cuero, combinados con unos tacones de terciopelo. No dejaba casi nada a la vista, pero para aquellos que se fijaran en algo más que la piel, entre su ropa ajustada se entreveía una perfecta silueta. Era preciosa

— ¿Y lo del paseo?

― Ahí era donde quería llegar ¿A ti te gustaba alguna de las chicas con las que has hablado o no? —de un golpetazo dejó el vaso sobre la barra

El joven se bebió su Cointreau de golpe y pidió otros dos. No pensaba decirle a Katherine lo perfecta que le parecía por muchos chupitos con los que intentara emborracharle

—La mayoría eran guapas, no puedo negarlo. Pero no conocía a ninguna, no...

—Ohhhh, que mono Harry. Pero creo que no me has entendido ― ante su tono condescendiente Harry frunció el ceño― Para "dar una vuelta" no tiene que ser el amor de tu vida. Solo tiene atraerte―Katherine suspiró―. Harry,...lo de pasear es solo una excusa para pasar a la "privacidad" ¿Lo entiendes o necesitas un dibujo? ― el Elegido casi se atraganta con su siguiente chupito. Ella en cambio, cogió el suyo y se lo bebió como si fuera agua. 

Entonces la música volvió y el mundo se volvió loco. La gente pedía más copas, las chicas bailaban más alocadas, la música estaba más alta e incluso las luces se movían más frenéticas. 

— ¿QUÉ? ¡Pero si no me conocen de nada!— respuso alzando la voz por encima de la música. 

— ¡No te sorprendas! ¡Eres muy guapo,estas como un queso!¡Y algunas chicas se lanzan como lobos!―el Elegido torció la boca. Él no estaba tan seguro―. ¡Confia más en ti!¡Hoy te enseñaré!¡Ven! ¡Vamos a bailar! — no tuvo tiempo de protestar. Antes de que se diera cuenta Katherine ya no le gritaba en el oído. Le agarró de la mano y lo arrastraba a una zona de baile donde no cabía ni un alfiler. La chica se abrió paso sin soltarlo.

—¡No voy a bailar!

—¡No seas aburrido! ¡Yo te enseño! ¡Harry tienes que espabilar! —Se remangó la manga larga de encaje y aflojó un poco el cuello—. ¡Distingue el tipo de música, encuéntrale el ritmo y cuando lo hagas, muévete con él!¡No es tan difícil!―. Entonces ella comenzó a bailar. Sus movimientos tan suaves, sugerentes y elegantes se sincronizaban con la música en una armonía perfecta.

Harry se rascaba la nuca, parado como un poste en el centro de la pista. A su alrededor chicos y chicas bailaban ajenos a los demás, solo dejándose llevar por la música. La presión social era cada vez era más fuerte, así que, con Katherine animándolo, empezando por mover la rodilla los tímidos movimientos del mago ganaron en seguridad.

—¡Muy bien! — gritó la chica en su oído— ¡No como otros!— señaló con la cabeza a un joven que bailaba como si le estuviera dando un ataque. Ambos rieron.

No sabía por qué, pero se sentía hechizado. Ella se comportaba normal, y eso era lo que la hacía tan particular. No se mostró coqueta, retraída, o explosiva sino, ... como un amigo más. Bebiendo y bromeando con el chico tímido que vio solo en una barra.

Era extraño, su actitud desenvuelta, tan natural, lo ponía nervioso y a la vez confiado. Si las clases del Torneo de los Tres magos hubieran sido así seguro que hubiera hecho un mejor papel abriendo la ceremonia.

Ambos bailaban muy cerca, casi pegados el uno contra el otro, debido el gentío que los apretaba. Pero a ninguno les importó, mirándose a los ojos entre sonrisas cómplices, continuaron en sintonía. A cada movimiento, la joven irradiaba su fragancia a vainilla impregnando el ambiente. Durante su baile elegante, suave y sensual, el mago se perdió en su sonrisita ladeada, en su naturalidad, en su pizca de locura, ... y comprendió que no quería separarse de Katherine. Jamás

Bajo las luces de la discoteca, moviendose al mismo al compás, ignorantes de las espaldas que los aprisionaban; el joven se sumergió en esos ojos, que se alzaban hacia  los suyos. El movimiento de los focos de colores, creaban un tiovivo de reflejos que hacían aún más mágico el dorado de su mirada.  

Pecho contra pecho, ella le colocó las manos en la cintura exultante por haber conseguido que bailara. Harry sonrió hipnotizado, por ella y por el balanceo de su pelo largo, que le rozaba el antebrazo produciendole un cosquilleo. 

No sabía si la presión de la pista había cedido, o si directamente ya no la sentía. Solo sabía que, en ese momento, en ese lugar, solo estaban ella y él. Katherine y Harry. Moviéndose juntos al ritmo de la música. Con sus rostros separados por solo unos centímetros. La proximidad de su boca, ... era tal que el mago ni si quiera recordaba su propio nombre. Solo una palabra. Solo una, se articulaba en su mente confusa: "Bésala"

—¡No lo haces mal ... nada, nada, mal!— gritó ella en su oído. 

Él quería, pero apenas pudo prestarle atención. Su cálido aliento acariciándole la piel casi acaba con su autocontrol.

Nunca supo por qué lo hizo. Quizás fuera el alcohol, la situación, o todos los sentimientos que ella le provocaba, pero no contestó. En su lugar acercó la nariz a su cuello canela, inspirando su aroma para memorizarlo por siempre. Harry no notaba como Katherine suspiraba agarrada a su hombro ni como le acariciaba la espalda. Fueron sus húmedos labios rozando su cuello, los que le estremecieron erizándole el vello de la nuca...

Cada capítulo escrito lleva detrás tiempo, esfuerzo y quebraderos de cabeza, pero si lo has disfrutado habrá merecido la pena.

Si ha sido así, dímelo. Con un solo click sabré lo que piensas y si lo tengo que mejorar.

A todos aquellos que me indiquen que les está gustando, los estoy añadiendo a mi lista para prepararles un detalle de agradecimiento.

Uno que podrán elegir ellos mismos, quedárselo y darle uso.

*     *     *

 Deseándote siempre una buena lectura, se despide

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