3.4. Inicio
Capítulo 3.4. Inicio
Eran las seis de la mañana cuando Harry despertó en una habitación que casi no reconocía.
Las mantas antes blancas las adornaban el león de Gryffindor en blanco y dorado. En las paredes recubiertas de metacrilato azul marino colgaba la tele de plasma frente a un pequeño sofá blanco. Sobre el escritorio negro, estaban la impresora y el ordenador que tenía que aprender a utilizar. La encimera de cristal de este se complementaba a la perfección con el gran ventanal que era la pared de su derecha.
Tras pasear la vista por el armario negro y las dos mesitas de noche a juego con las paredes y el sofá chocó, en el centro de la estancia, con el mánifico piano que declaraba su soberanía sobre el dormitorio.
—Ya veo que te gusta —le dijo una voz desde el umbral de la puerta. El movimiento brusco del elegido hizo que le crujiera el cuello—. Al menos podrías dar las gracias.
— Yo... lo siento... muchas gracias. Es... increíble... de verdad no sé qué decir.
— Las palabras son vanas, demuestrame con hechos. Demuéstrame que merece la pena todo lo que estoy haciendo por ti. Estaré en la cocina, ven con chándal. — Ian miró el ordenador y apuntando al monitor con la mano susurró— Engorgio — el haz de luz resultante aumentó el tamaño de la pantalla —Ahora es de 20 pulgadas —comentó burlón —.Tienes veinticinco minutos para ponerte decente y desayunar.
Cuando llegó a la cocina, Ian leía tranquilamente el periódico. Sobre la mesa los huevos, el beicon, los cereales, las tostadas, el zumo ... le suscitaron un profundo asco. Había pasado dos semanas enteras sin probar bocado, su estómago está completamente cerrado, solo oler la comida sentía nauseas.
—No malgastes tu tiempo y el mío intentando trazar un estúpido plan para escapar del desayuno. Comerás quieras o no —sentenció su maestro sin levantar la mirada del artículo.
Con la vergüenza de haber sido descubierto y tembloroso, cogió una de las tostadas de mermelada. Tenía buena pinta pero las arcadas se sucedían violentas, eso hizo que el pan rebosante de fresa en confitura temblara aún más sobre su mano. Así, sin respirar, la acercó a su boca propinándole un pequeño mordisco. La sentía pastosa, como un chicle molesto que no pudiera despegar de sus dientes.
No podía más. Con solo un trozo el estómago le pesaba el triple. No creía poder seguir; no quería seguir. Pero su tutor lo vigilaba impasible desde el otro lado de la mesa. Presionado por esos orbes azul metalizado Harry se imprimió algo de optimismo al pensar que lo más complicado tenía que ser el principio, así que eligió el zumo de naranja.Por algo había que empezar ¿No?
Recorrió el pasillo a la zaga de su maestro consumido en arcadas , por el zumo y la tostada que se vió obligado a ingerir. y una vez llegaron a un de las habitaciónes Harry solo se discernía oscuridad, hasta que con dos palmadas Ian hizo la luz.
—Estarás aquí dentro casi todo el mes excepto para dormir y comer ¿Entendido? Hoy empezaremos algo sencillo, solo correremos 2 horas a un ritmo lento.
No le parecía tan difícil, hasta que en un parpadeo las paredes de roca y piedra se convirtieron en el desierto del Sahara. El súbito aumento de la temperatura, hacía que el solo hecho de respirar ya costara.
—¿Ian estás loco? ¡Me vas a hacer correr durante dos horas! ¡¿Aquí?!
—Crucio — escupió aburrido con la mano en su dirección.El chico no había terminado de pronunciar la frase cuando el hechizo le impactó de pleno en el pecho.
Dolor, puro dolor. Tirado en el suelo la tortura duró unos segundos, esos segundos gritando por la sensación de cuchillos candentes levantándole la piel, le parecieron horas. Aún podía sentir arder sus músculos al levantarse maltrecho del suelo
—Ahora ya sabes cual es el castigo por saltarte las normas.
Ian comenzó a correr por la arena del Sahara a un ritmo que si era lento, el Elegido era la Reina de Inglaterra.
La arena ardiente se le metía por dentro de las deportivas. El sol le tenía al borde de la insolación, su malnutrición hacía que estuviera bajo de energías para soportar tal esfuerzo físico y, a todo esto, había que añadirle el dolor del Cruciatus que aún sentía en los músculos. Sin embargo, tenía claro que no iba a rendirse. Rendición no estaba en su vocabulario y se lo demostraría al imbécil de su maestro costara lo que costara.
Les demostraría a todos de lo que estaba hecho y sufriría lo que hiciera falta para conseguir su objetivo, su vida. Todo era una prueba de voluntad, Ian quería que fallara, que fracasara para poder reírse de él una vez más; pero no se lo permitiría. Él era un Gryffindor y su orgullo podía más que aquella absurda carrera.
Siguió corriendo. Un paso, otro, un paso, otro,... una gota de sudor le empañaba la vista. El chico relegó las sensaciones físicas aplacándolas visualizando su objetivo. Ignoró el cansancio, el dolor, el calor y el mareo. Estaba tan enfocado que su maestro había parado hace quince minutos y él había seguido corriendo solo.
Bajo sus pies el desierto volvió a ser habitación y el cuerpo de Harry interpretó ese cambio como la señal que esperaba para empezar a vomitar. Postrado a cuatro patas en una esquina las violentas sacudidas se sucedían mientras devolvía bilis junto a su último desayuno.
—No ha estado mal —opinó Ian mirando el reloj de pulsera. El sonido de vómito salpicando el suelo fue lo que obtuvo como respuesta —. Mañana a un ritmo mayor durante más tiempo.
Ya vacío, el joven mago sintió todo el cansancio y el dolor de la carrera de golpe. Cayó al suelo mareado respirando agitado.
—Ahora gimnasia. Empezaremos por lo básico. Volteretas, equilibrio invertido, rueda lateral y pino. Puedes empezar.
Después de beber agua tuvo que realizar todo tipo de volteretas: hacia delante, hacia atrás, laterales, con piernas abiertas, cerradas, saltando, con una mano, acabando de pie,...
No fue nada difícil, todavía se acordaba de cuando la escuela muggle, pero aún así tuvo que repetirlos unas cuantas veces hasta que fueran algo natural.
También hubiera agradecido tener una colchoneta en el suelo, porque se hizo daño al caer haciendo el pino. Cuando la pidió, Ian le respondió con otro Cruciatus.
— No tendrás comodidades en el campo de batalla.
Ian era implacable y exigente. Realizaba los ejercicios impecables con gracia, delicadeza y fuerza. Harry admiraba esa capacidad de lograr tal perfección que los hacía parecer fáciles.
Primero le explicaba cómo se realizaba, los puntos débiles y las consideraciones a tener en cuenta para una ejecución perfecta del ejercicio. Cuando un movimiento no salía, no dejaba de repetirlo hasta que pudiera ejecutarlo en cualquier contexto sin pensarlo y, por último, lo enlazaba todo hasta crear una serie. La cual no practicaba sobre suelo firme, Ian no se contentaría con eso, sería demasiado fácil. IEn su lugar, conjuraba una barra con trampas a tres metros de altura. Había veces que la hacía de hielo y resbalaba, otras se caía un trozo cuando apoyabas el pie y debía rectificar su posición en milésimas de segundo realizando otro giro, vuelta o ballestón; e incluso, algunas veces debía realizarlos mientras esquivaba hechizos.
Su maestro analizaba y corregía sus fallos con un intachable ojo clínico y no tenía problemas en resolver sus dudas, siempre y cuando estas fueran lógicas. Sin embargo, no estaba permitido repetir el mismo error dos veces, ese hecho suponía un Cruciatus o varios; dependiendo de la gravedad o la cantidad de veces erradas.
El único anhelo de Harry era un descanso, se planteó seriamente atacarlo. Solo para poder respirar. Pero en su fuero interno sabía que seria desarmado en un segundo y después, recibiría unos intensos minutos de tortura. Repentinamente los cuchillos candentes levantando su piel, la presión de sus neuronas apretándole las sienes como si la cabeza le fuera a estallar y el ardor de la sangre recorriéndole las venas como lava le vinieron cuando la imperdonable Cruciatus le impactó. Solo por haber pensado en atacarle.
* * *
Por la tarde, después de comer fue la primera vez que la habitación mostró un poco de mobiliario: una silla y una mesa a rebosar de libros. Los de sus cinco años de Hogwarts.
—A esto es a lo que te dedicarás la mayoría de las tardes, a la magia. Son las 15:00, para las 22:00 quiero eso — Señaló la pila con la mano — aprendido como la palma de tu mano. Es fácil, ya deberías sabértelos. Como no sea así,... bueno. Ya lo sabes ¿No? — Y con un "pop" desapareció
Aquello era una locura. Sin ni siquiera saber su nivel de conocimientos su maestro lo había metido en una carrera a contrarreloj en la que llevaba las de perder, y tampoco quería ni imaginarse cual sería el castigo por no saber algo que ya debería tener aprendido.
Decidido a no perder ni un solo segundo, se lanzó al libro de transformaciones con avidez. Tenía que dar lo mejor de sí.
Contra todo pronóstico Harry consiguió estudiarse todo a tiempo. Ya estaba dando una segunda hojeada al libro de pociones del año anterior cuando repentinamente Ian apareció con un pergamino en su mano.
Para el joven gryffindor había sido más complicado no caer dormido que comprender los conceptos y teorías de las lecciones. La revolución de los duendes de 1612 hasta casi se le hace amena.
—Demuestra que no has perdido el tiempo. — los libros desaparecieron y Harry quedó solo ante el examen, con pluma, tinta y un reloj como única compañía durante dos horas.
Las preguntas se sucedían una tras otra con un margen de tiempo determinado por la longitud de la respuesta requerida. En algunas incluso le obligaba a dibujar gráficas y diagramas. Cuando terminaba de contestar dentro del tiempo estipulado la siguiente pregunta aparecía.
Era el tipo de test que ponía a prueba toda tu capacidad. Las respuestas o las sabías o no, el lugar para las medias tintas no existía. No pudo evitar acordarse de Hermione, ese era el tipo de examen con el que ella había soñado toda su vida.
A las 00:00 la hoja desapareció y Harry fue directo a cenar. Tal como dijo Ian en París, al final añoraría la comida.
Nunca supo exactamente cual fue su nota, pero se podía hacer una vaga idea al no haber recibido ni un solo castigo. No al menos por ese motivo.
A partir de ese día los siguientes siguieron más o menos el mismo estilo.
Sólo dormía 6 horas y el resto del tiempo, por las mañanas, corría bajo las condiciones climatológicas mas infames, mejorando su estado físico con actividades gimnásticas y horas de gimnasio.
Si pensaba que el primer día había sido duro, el siguiente fue aún peor por las agujetas. Pero al tercero ya se estaba adaptado al ritmo; fue entonces cuando su maestro aumentó la intensidad.
Harry rió divertido al ver la respuesta de su tutor cuando cuestionó la necesidad de la parte física del entrenamiento.
—Todavía ... no ... entiendo —El chico se apoyaba en sus rodillas semiflexionadas intentando recuperar el aliento después de tres horas y media de carrera bajo una tormenta de nieve. Su maestro, frente a él, lo miraba con la respiración apenas irregular a pesar de haber corrido el mismo tiempo y en las mismas condiciones—. Correr, ... gimnasia,... las pesas,... —Hizo un gesto con la mano en referencia a todo lo demás—. Para acabar con Voldemort solo necesito una varita.
Su instructor extrajo su varita y con un movimiento de esta, la de Harry apareció frente a él.
Todavía agachado el joven la recogió y se enderezó, así pudo ver como su maestro tiraba la suya a un lado.
— Muy bien, ataca. —El elegido no lo pensó.
Toda la rabia, la frustración, el enfado,... acumulados durante días se materializaron en un en una avalancha de hechizos. Maldiciones por las veces que lo había torturado,conjuros por todas las veces que de él se había burlado, con cada uno Harry se liberaba un poco más, sabiendo que con alcanzarlo le haría sentir una mínima parte del dolor que había sentido él.
Ian los esquivó todos sin esfuerzo y, en lugar de atacarle, le hizo un gesto con los dedos pidiéndole más. Esa chulería a Harry le dio rabia, no podía negarlo. Lanzó muchísimos hechizos combinándolos con un sin fin de maldiciones, pero nada le tocó.
Mediante volteretas, saltos y giros, ... el pupilo no sabía cómo, su maestro consiguió avanzar entre los huecos de sus rayos hasta quedar frente a él; y después, sin esfuerzo, le quitó la varita de la mano sin que pudiera oponer resistencia. El ataque continuado lo había dejado exhausto.
—Agradece que solo te haya desarmado. Podría haberte dado una paliza muggle.
El chico todavía intentaba llevar el oxígeno a sus pulmones; cuando sin previo aviso, un Cruciatus impactó en él.
No debería haber cuestionado a su maestro.
Por la tardes en el entrenamiento mágico, su tutor terminó los dos cursos restantes de Hogwarts en cuatro días.
En sus clases complementaba teoría y práctica, distando mucho del típico procedimiento utilizado por los profesores de Hogwarts.
Sus explicaciones eran concisas, ajenas al vocabulario técnico propio de los libros. Exponía las teorías, sus bases, procedimientos, resultados y sus variables condicionales en ese orden; relatadas como si fueran una historia totalmente lógica y las complementaba después con las teorías de otros autores sobre el mismo tema.
Una vez comprendido lo teorico le hacía ejecutar el hechizo ante diferentes variables, aprendiendo como afectaban en el sentido práctico.
Su capacidad de aprendizaje en cuanto a lo físico y a lo mágico mejoraba a pasos alarmantes, (la amenaza del Cruciatus ayudaba a tener la mente centrada) hasta el punto de sentir aprecio por el conocimiento y leer libros de la biblioteca cuando le sobraba tiempo.
La biblioteca de Hogwarts era, por así decirlo, de niños de primaria comparada con la que tenían en el ático de Londres. Esta no solo era mejor en cuanto a la cantidad de los libros sino en cuanto a la calidad. Algunos de ellos eran copias originales escritas por el propio autor o tan viejos como la propia escuela.
Lo mejor de todo es que Ian no ponía restricciones en cuanto al saber se refería. Así que no había una "Sección Prohibida" y podía leer tantos libros infinitamente perversos como quisiera sin temor a represalias. Su maestro incluso lo animó a ello, por lo que Harry pudo deducir de uno o dos de sus comentarios sueltos.
Pero acabar con Voldemort requería algo más que conocimientos y un buen estado físico. Los ámbitos de la magia y la guerra que debía conocer iban más allá del temario del colegio.
Tras lo ocurrido en el Departamento de Misterios la Oclumancia de opción, pasó a ser necesidad. Ian le enseñó a relegar sus peores recuerdos, ignorarlos y cerrar su mente. Eran numerosos los métodos descritos por varios autores y Harry los probó todos.
Su mente se convirtió en una fortaleza inquebrantable capaz de fundir las neuronas de aquel que intentara penetrar en ella, pero a pesar de tener un órgano a prueba de intrusiones Ian sabía lo que pensaba en todo momento.
Incluso consiguió invadir la mente de los demás, aunque todavía estaba muy verde porque la mente de su instructor seguía siendo un enigma, pero sí pudo penetrar en la de numerosos magos, muggles y goblins que se cruzó cuando volvió a Gringotts. Esa vez fue solo.
Cuando el presidente recibió al Elegido en su despacho, lo hizo como si se tratara de un viejo amigo, incluso lo abrazó. El joven mago se quedó sorprendido por tal muestra de afecto, pero aún más por el repentino envejecimiento experimentado por el goblin en tan solo unos días. Eran las 1:30 de la madrugada, Harry acababa de terminar su jornada de entrenamiento y quería echar un vistazo a todo lo que su herencia podía ofrecerle.
Se presentó en el lobby del banco esperando encontrarlo cerrado, sin embargo, el descanso no formaba parte del vocabulario de sus trabajadores cuando de generar riqueza se trataba.
El joven mago sabía que necesitaría horas, e incluso días, para ver y organizar todo lo que poseía, pero gracias a los papeles del testamento simplificaban mucho las cosas.
La primera cámara que visitó fue la número 1, la de cartas. Esperaba encontrar alguna otra nota de sus padres que le permitiera saber más de ellos. Allí encontró todas las cartas que se enviaron sus padres durante sus años de noviazgo.
Harry las releyó por encima nostálgico, aunque no fueran dirigidas a él eran una parte de ellos que siempre mantendría consigo.
La cámara número 3 era mucho más caótica. Las estanterías de libros estaban repletas de textos antiguos y pergaminos indescifrables. Las escrituras se remontaban a lugares que desconocía y los títulos heredados, se referían a familiares cuyo parentesco remoto quizás ya ni existiera. También había otras cartas, todas ellas correspondientes a la mensajería de sus antepasados.
De allí se llevó algunos de los libros más interesantes "Magia Olvidada", "Leyendas Mágicas" "El núcleo interno", "El Falso Diario", "Varitas, composición y poder", "Recuerdos interesantes de recordar, sobre los recuerdos", "Leyes mágicas" ... entre otros.
En la cámara 4 fue donde encontró aquello que más le emocionó. No le había prestado demasiada atención pensando que estaría llena de cuadros de paisajes, estatuas de antiguos familiares memorables o de obras de arte sin ningún valor sentimental. Evidentemente no podía estar más equivocado.
En ella encontró muchos objetos, tanto de sus padres como del resto de sus antepasados. Acumulados, generación tras generación de Potters y sus correspondientes desposados y desposadas, se albergaban los enseres personales pertenecientes a su familia. Ante él se mostraban, perfectamente organizados y conservados; pero, a su vez, cada uno de ellos individualmente imperfecto por las marcas propias del uso continuado.
Un traje completo de piel con algunos botones perdidos, el sombrero preferido de su tatarabuelo algo ajado por los años, unas navajas de afeitar que habían perdido su filo, una bola de adivinación de su tatara tatarabuela, una pluma vuelapluma de su bisabuela, ... aquello era un museo; el museo de su familia.
Al final del todo, en una gran estantería de madera blanca encontró los efectos personales de sus progenitores. Una snitch con las iniciales de su padre grabadas en ella, un par de gafas rotas parecidas a las que le partió Ian, una escoba de quidditch, el uniforme del colegio de su madre, algunas de sus pociones cosméticas, una flor seca cristalizada, calderos de pociones, sus varitas y numerosas fotos mágicas.
Con una sonrisa triste Harry abrió la cajita de cristal de la snitch y jugó a atraparla y soltarla un rato. Cuando la guardó de nuevo supo que no podía llevarse demasiadas cosas de las que había allí.
Pronto volvería a Hogwarts, no podía arriesgarse a que alguien las descubriera sin tener que dar explicaciones sobre sus cuentas recién descubiertas.
En una de las fotos sus padres estaban en un gran campo, en el porche de una casita cercana a un lago. Debería ser alguna especie de pequeña residencia de verano perteneciente a la familia. Ambos se veían jóvenes mientras reían jugando a los gobstones. James y Lily, al sentirse observados, se acercaron al marco del cuadro y le sonrieron saludándole con la mano. No podrían tener un par de años más de los diecisiete. Sus miradas eran brillantes, sus sonrisas amplias, llenas de verdadera alegría. Quizás fuera así como eran antes de la guerra.
Harry decidió que se llevaría las fotos que más le gustaran aunque, si hubiera podido, se las hubiera llevado todas.
Una vez se despidió del señor Torboc volvió al ático del centro de Londres. Había pasado tres horas y media paseando por las cámaras y el día siguiente sería difícil.
Ian había tenido la gentileza de informarle de que (en palabras textuales) " Ahora que no era tan enclenque como un bowtruckle" comenzarían con las clases de lucha muggle porque "ya tenía la suficiente fuerza para dar un golpe".
Cada capítulo escrito lleva detrás tiempo, esfuerzo y quebraderos de cabeza, pero si lo has disfrutado habrá merecido la pena.
Si ha sido así, dímelo. Con un solo click sabré lo que piensas y si lo tengo que mejorar.
A todos aquellos que me indiquen que les está gustando, los estoy añadiendo a mi lista para prepararles un detalle de agradecimiento.
Uno que podrán elegir ellos mismos, quedárselo y darle uso.
* * *
En el próximo capítulo:
"...Te quieren, siempre en la eternidad. James y Lilian Potter"
...quizás podría escapar de las garras de Ian y del mundo mágico.
* * *
Deseándote siempre una buena lectura, se despide
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top