18. Cincuenta sombras de Snape

Capítulo 18: Cincuenta sombras de Snape

Bajo Gringgotts, donde están las cámaras acorazadas de todos los magos, se encontraban un goblin y un malhumorado periodista, Marcus Dawson, que deseaba extraer la nada desdeñable cantidad de quinientos galeones.  

―Llave, por favor ―pidió el trabajador alzando la mano.

―Date prisa, no tengo todo el día ―refulló dándosela de un manotazo.

Odiaba bajar a las bóvedas, esos malditos carros le daban náuseas y, solo pensar que tendría que montarse de nuevo para salir, hacía que le vinieran arcadas.

―Será un placer ―respondió el goblin con una sonrisita maliciosa y, sin atisbo de ética profesional, tardó cinco minutos de más en abrir la puerta.

Si el periodista odiaba algo más que los carros, era a los goblins. Esos rufianes siempre tenían la codicia brillando en sus ojillos negros. Necesitaba salir de allí cuanto antes, respirar otro aire que no fuera humedad; así que se apresuró todo lo que pudo en sacar las monedas, siempre teniendo mucho cuidado de no mancharse la túnica. También odiaba el tufo a cerrado que se respiraba dentro de su bóveda. Para la buena verdad, solo había una cosa que le gustaba del banco: el dinero, y gracias a Merlín, diez minutos después ya lo tenía.

Estaba bajando las escaleras tan indignado que los dientes le chirriaban mientras sopesaba la bolsa de monedas.

―Hijo de acromántula.

Evidentemente maldecía a su informante, Maskiran, el futuro dueño de esos galeones al cual le debía su nuevo puesto en lo más alto de la cima periodística.
Maskiran fue quién le puso en contacto con Mulciber, un antiguo trabajador del Ministerio que había caído en desgracia porque le relacionaban (falsamente, según él) con los mortífagos. Dawson le invitó a unos tragos en "La banshee muda", el tugurio de "mejores compañías" del Callejón Knockturn; y así, con unos pocos Whiskys de Fuego, el no-mortífago le contó todos los razonamientos que él expuso en su artículo. Al parecer había investigado muchísimo intentando limpiar su reputación pero nadie le creía, le faltaba la credibilidad que tenía Marcus gracias al artículo de la desaparición de Potter.
El periodista no podía negarlo, mereció la pena el riesgo.
Desde esa primera exclusiva le habían aumentado el sueldo, su jefe siempre lo tenía en consideración y le llegaban noticias jugosas de todas partes. Si la cosa seguía así, abandonaría su casa/cuchitril pegado al callejón Knockturn, y los servicios de Maskiran ya no serían necesarios. Ese maldito dejaría de sacarle el dinero.

De camino a la oficina de mensajería saludaba con una sonrisa falsa a los magos y brujas que lo paraban felicitándole su trabajo. La mitad de los comercios seguían cerrados, pero poco a poco volvía a respirarse esa sensación de paz que acompaña a la vida. El Callejón Diagon solo era una pequeña muestra de lo que estaba ocurriendo en el mundo mágico en general. Los que emigraron volvían, las tabernas tenían cada vez más clientes, igual que las tiendas; incluso un par de jovencitos emprendedores habían visto el momento idóneo de montar una tienda de bromas.

Y él, Marcus Dawson, ese al que la gente felicitaba al pasar, era el héroe que lo había hecho posible ¿Quién iba a decírselo a su padre, que tanto le insistió para que olvidara el periodismo y se dedicara al negocio familiar?

―¡Disculpe! ¡Disculpe! ―le llamaba una voz de chica a sus espaldas― ¿Es usted el señor Dawson? ¿Podría firmarme un autógrafo por favor?

Los hombros del mago se irguieron resaltando su pecho inflado de orgullo. Porque no llamaban a Oliver Wood del Puddlmere*, ni a Myron Wagtail de las Brujas de Macbeth* ni si quiera al mismísimo Harry Potter. Lo llamaban a él.

―Sí, claro ¿Al nombre de qué preciosa bruja lo tengo que firmar? ―preguntó sacando una foto con chulería(detalle que aprendió de su héroe, Gilderoy Lockart, cuando le hizo una entrevista en San Mugo).

Al girarse quedó prendado, tan cautivado que que el periodista, ese que siempre debía gener palabras, perdió la noción de todas ellas. Los ojos de la chica eran casi tan dorados como su pelo largo, este resplandecía al sol tan brillante como un manto de galeones. Marcus había crecido rodeado por las burlas hacia su baja estatura. Estas le perseguían desde Hogwarts y todavía no se libraba de ellas por culpa de sus compañeros de profesión, que utilizaban su destreza lingüística en inventarse motes cada vez más imaginativos; pero nunca antes, jamás, se sintió tan pequeño como en ese momento.

Esa sonrisa grotesca, la que él creía que era su mejor pose de conquistador, se le borró de un plumazo* ante la belleza de esa joven.

―Al de Katherine Mattews, pero no soy bruja ―le aclaró alzando la mano.

Detrás de ella, un mastodonte vestido de auror carraspeó mientras el periodista correspondía el saludo de la hija del Jefe de Aurores.

―Ejem... tenemos que irnos. Estamos aquí por su hermana ―dijo mirando hacia atrás. Unos metros más allá, en la tienda de Quidditch, el auror Sculmich escoltaba a Keira que esperaba a su hermana con la mirada perdida en un escaparate.

―No se preocupe auror, ya no hay nada que temer―dijo Dawson reponiéndose en su tono más heroico

― ¡Eso Robards! ¡No te preocupes tanto, hombre! ―exclamó Katherine dándole una palmadita en el hombro.

Al rudo auror se le pusieron las mejillas tan brillantes como calabazas, lo que no pasó desapercibido para el periodista que se afanaba en escribir su dedicatoria más pasional.

―Además, mira que contenta está ―dijo mirando hacia su hermana―. Deberíamos comprarle una escoba. Sabes que no le gusta con que nos sigáis a todas partes, lleva semanas que apenas come y está asustada ¡Duerme con la varita! ―dijo surrando en un tono conspirador―. Necesita tomar un poco de aire ¡Ey Key! ¿Quieres la nueva Saeta? ¡Yo te la compro!

Al otro lado de la calle Keira dio un respingo y miró en su dirección.

―Su hermana la llama señorita Mattews ―dijo Stulmich―. Deberíamos darnos prisa, la tienda de Madame Malkin queda a unos minutos.

Todavía abstraída en un uniforme de cazadora, la joven asintió subiéndose los pantalones. Ya iba a decirle a Katherine que no hacía falta la escoba, cuando de repente...

"¡¡PLON!!"

...todo cambió en un segundo.

En un parpadeo Stulmich la tenía acorralada contra el cristal, varita en mano, atento a cualquier circunstancia. Más allá, Gawain Robards hacía lo mismo con Katherine, que la llamaba desde el otro lado de la calle.

También veía a ese tal Dawson tapándose la cabeza con su propia fotografía. Las rodillas del periodista temblaban tanto que Keira pensó que se desmayaría de un momento a otro; ella también temblaba, estaba aterrorizada, pero eso no le impidió que desenfundara y apuntara de un lado a otro esperando un ataque.

Desde esa noche en Londres siempre la llevaba la varita encima. Siempre. Aquel día la guardaba por la parte de atrás de los pantalones holgados, justo donde su padre decía que no la pusiera porque se le podría desvanecer una nalga (un consejo de su instructor, Ojoloco Moody)

A su alrededor algunos magos se habían desaparecido, otros corrían hacia los establecimientos buscando protección y solo unos pocos valientes la imitaron dispuestos a luchar. Todos apuntaban en dirección a la tienda de pociones, más concretamente al pobre niño de barbilla temblorosa que contenía el llanto con un caldero a sus pies.

―¡Toby!¡Te dije que tuvieras cuidado!―gritaba la madre saliendo del establecimiento― ¡Oh! ¡Por Merlín! ―exclamó abrazando a su hijo― Perdonadlo por favor, nunca se está quieto y... ¡Toby! ¡Toby! ¡Pide perdón ahora mismo!

La bruja se disculpaba una y otra vez por el pobre Toby, que lloraba y lloraba escondiéndose tras su túnica, mientras la gente enfundaba la varita. Keira también quería guardarla pero no podía.

Le temblaban las manos.

Esa era una de las razones por las que no quería salir, y menos para compras absurdas ¿Qué más daba que toda la ropa le quedara grande? Eso podría solucionarse con un simple encantamiento reductor, pero esa esa excusa no valía para Katherine. Aprovechó la coyuntura para salirse con la suya: irse de tiendas.

Le costó mucho separar los dedos agarrotados del mango de madera, y todavía más devolverlos a la normalidad. No le respondían por mucho que los flexionaba una y otra vez.

― ¡¿Keira estas bien?!―gritaba su hermana a lo lejos.

―¡Sí estoy bien! ¡Solo ha sido un susto! ¿Y tú?

―¡Yo igual! ¡Ya vamos!

Tuvo que girarse de nuevo hacia el escaparate para que nadie le viera la cara de angustia

―Estas bien Keira, estas bien... ―intentaba convencerse contra el vidrio― Solo vas a escupir el corazón, más más. No es nada.

La sensación del cristal frío traía calma pero no la suficiente, cuando Stulmich le tocó el hombro casi se golpea por culpa del respingo.

―Deberíamos irnos ya ―dijo el auror apartándose.

―Que sí, que sí, Stulmich. Me ha quedado claro ―se quejó contra el escaparate―. Tendríais que haber venido sin mi.

― La ropa es para usted, señorita Mattews.

Inspiró fuerte, y espiró deslizando los dedos por el escaparate. Katherine estaría decidida a seguir con la tortura o, como ella lo llamaba, " compras" y aunque antes le fastidiaba, ahora necesitaba abrazarla. Si la amenaza hubiera sido real, no hubiera soportado perderla por su culpa. Katherine sabía defenderse, la escolta era una mera formalidad para que su padre quedara más tranquilo, pero Keira no le valía. Tenían que salir del mundo mágico cuanto antes.

―¡Kath! ¡Vamos ya! ―gritó de pronto. Unos pocos metros más adelante, su hermana giró la cabeza― ¡Los aurores también tienen vida! ¿Sabes?

Katherine se había repuesto entre risitas nerviosas y se encontraba junto a Gobards que la instaba a proseguir con su visita al callejón.

―¡Ya voy! ―respondió reuniéndose con Dawson―. Muchas gracias señor, ha sido un placer conocerle.

Ya iba a darse la vuelta. Tenía prisa por volver con Key, pero Marcus le mantenía el dorso de la mano agarrado y se lo besaba con parsimonia.

―El placer ha sido mío ―murmuró contra su piel―. Mattews... me suena tu apellido ¿Te conozco?

Por un instante Dawson se había olvidado de Gobards que no estaba para juegos; mucho menos para coqueteos. Veía al periodista como un idiota presuntuoso y no se creía un huevo de doxy todo el palabrerío de su artículo. Para colmo, el incidente con el caldero le había puesto de los nervios, así que no lo pensó dos veces. Escondió a Katherine tras su espalda interponiéndose entre ella y "el mago de la verdad", que  se encogió de miedo al ver como ese auror grandullón le eclipsaba el sol.

―A ella no, inútil― le gruñó desde lo alto― pero si no fueras un periodista de pacotilla, a su padre, mi superior, sí que lo conocerías. No te le acerques buscafamas.

Practicamente cayó de culo cuando le empujó, pero sus nalgas apenas tocaron el suelo. La vergüenza lo levantó más rápido que si los adoquines fueran de clavos. Y, mientras analizaba los alrededores para asegurarse de que nadie lo hubiera visto (no lo vio nadie, solo todo el callejón) observó desde la distancia como Keira abrazaba a Katherine desesperada, antes de que esta la arrastrara al interior de la tienda de Artículos de Calidad para el Quidditch.

Robars le lanzó una mirada de advertencia antes de entrar tras la chicas.

―Estúpido tubérculo con patas―insultó al auror alisándose la túnica.

Normalmente la hubiera escogido un amarillo mostaza o un turquesa, desde que era famoso le gustaba destacar todavía más; pero, dado que iba a una reunión secreta se decidió por una túnica de un violeta apagado, provista de numerosos bolsillos interiores para fotos, libretas, cigarrillos y plumas.

Aún intentaba alisarse un ribete cuando alguien lo llamó.

― ¿Disculpe señor Dawson le importaría firmarme un autógrafo? Soy su mayor admirador.

El mago era bastante grueso, tenía cara de bobalicón, vestía de negro y sostenía un Profeta. Vaya cambio. De una preciosa joven a un... regordete de luto, pero ¿Qué le iba a hacer? ¡Un fan es un fan!

―¡Sí claro! Permítame que...―Se excusaba peleando por sacar otra foto.

―No se moleste, tome ―respondió extendiéndole el periódico de su artículo―. Lo enmarcaré y lo colocaré encima de la chimenea.

Dawson lo cogió entusiasmado.

―¡Perfecto! ¡Cómo me halaga usted, buen mago! Y dígame ¿A nombre de quién hago la dedicatoria?

Cuando el hombre sonrió su cara tenía cierto aire al de un cochinillo malicioso.

―A nombre de Vold ―respondió aguantando una risita.

―¿Vold? ¿Un nombre un poco raro no? ¿Es con "b" o con "v"? ―cuestionaba enfrascado sobre la dedicatoria.

―Con "v", y de apellido Emort.

―Ajá, ajá. Sin "h" imagino ¿No? Perfecto ―Mientras se esforzaba en que quedara bien la letra cursiva, el Dawson de la foto hacía diferentes poses al ritmo del flash―. Pues aquí tiene señor Vold...E..E...mort.

Sus ojillos de topo se volvieron saltones como los de un sapo estrujado, la piel de Dawson empalideció de golpe. Monedas bañaron el suelo de dorado cuando la bolsa cayó. Nadie oyó el grito de Marcus, pues el periódico ya se había activado. Era un traslador.

Este lo llevaría ante el-lord-que-no-resucitó, el cual estaba muy atareado enseñando el significado de la palabra "eficacia" a uno de sus mortífagos.

―Severusss.

―Sí...―jadeó― Sí, mi... señor.

El profesor de pociones se incorporaba luchando contra las secuelas de la imperdonable que acababa de recibir. Para sorpresa y deleite de todos los secuaces, el señor tenebroso lo había escogido para practicar su Crucio, sin embargo, el sabor de la victoria era agridulce; pues solo habían sido veinte minutos de tortura cuando la mayoría recibían mucho más por fallos mucho menores.

Bellatrix y Malfoy, entre otros, con sumo gusto le dirían a su señor sobre esa tremenda injusticia; pero al igual que los demás, sabían que eso era ponerse una diana en el pecho.

―Severussss, de todos mis amados mortífagos tú eres el que menos quiero toturar ¿Sabes por qué?

―No... mi señor―respondió ya de rodillas.

La piel de Snape, ya cetrina de por sí, se veía aún peor bajo las antorchas. El baile de las llamas agitaba las sombras de las siluetas que se arrodillaban ante el pedestal de piedra que regentaba "El Salón de la Marca", lugar donde a los nuevos mortífagos les grababan el antebrazo izquierdo. Ataviados de máscaras,  cabeza gacha y rodilla hincada, estos mostraban sumisión frente al trono donde se alzaba su señor. Como si fuera la mismísima cúspide de una montaña, Voldemort reposaba un rocambolesco sillón de piel, del cual se estaba levantando lentamente para acercarse al bordec con un paso ceremonial. Su intención era observar más de cerca a los vasallos que se encontraban abajo, a sus pies. En su sitio.

―No gritas, no inoportunas con súplicas inútiles. A pesar del poder de mis cruciatusss, como un buen hijo del verde y plateado, tu no muestrasss debilidad y eso, te hace más que un mero mago, te convierte en un digno mortífago.

A la izquierda del profesor, Bellatrix murmuraba entre dientes lo que debía ser una maldición que él no llegó a escuchar, solo terminó de colocarse en su posición de pleitesía.

―No soy merecedor de tales palabras, mi señor. Le he fallado.

Los labios muertos se relamieron antes de alzar una comisura. 

―Lo sé ―dijo apuntándole con la varita―. ¡Crucio!

La cara de Snape se retorció en un rictus grotesco, mientras su cuerpo se desplomaba hacia atrás entre convulsiones. No gritaba. El dolor eran quejidos huecos y manos agarrotadas a sus costados

Al contrario que con el resto de sus vasallos el mago oscuro no sonreía ante la tortura; de hecho, le pareció ver a su servidor abriendo un poco los brazos, como si quisiera abrazar la maldición.

Retorció un poco la varita, aplicándole más dolor.

Justo eso diferenciaba a Snape del resto. Él no se excusaba como las demás cucarachas que se hacían llamar magos, ya fuera para el disfrute del Lord o como merecido castigo, aceptaba la tortura, y eso era lo que le convertía en un verdadero mortífago. La devoción. El sacrificio. Además, Severus era un gran experto en pociones, una de las mentes más slytherin que tenía entre sus filas; práctico, pero sobre todo devoto. Un creyente en la causa que espiaba al viejo Dumbledore sin levantar sospechas, lo que decía mucho de su habilidad.

Un hilo de saliva descendía por la comisura de Snape y goteaba sobre la piedra. Apretó un poco más intentando disfrutar mientras lo observaba convulsionandose más fuerte.

Durante sus largos años de práctica, la tortura se había convertido en un noble arte gracias al cual Voldemort conocía los límites del cuerpo y la magia, podría seguir torturando hasta que la saliva se convirtiera en espuma (entre otras cosas).

―Así es Severusss ―afirmó sosteniendo la maldición― has fallado y Voldemort no perdona. Pero...   ―guardó silencio para deleitarse con los gritos contenidos de su vasallo― tampoco olvida. Y mientras el resto perdía MI profecía ―algunos se removieron incómodos bajo las máscaras― tú sí cumpliste con tu misión en el Departamento de Misterios. Espero (por tu bien) que guardaras ese tesoro con sumo.. .recelo.

Voldemort deshizo el Cruciatus de un tirón y Snape pudo respirar. Y lo más importante, contestar. 

―Por... por supuesto, Lord Oscuro.  Tal como me ordenó―aseguró apretando los dientes―. Está a su disposición. Solo...solo... pídamelo.

El mago oscuro volvía a su trono donde se sentó complacido. Gracias al profesor de pociones, ahora tenía en su poder algo más poderoso que la estúpida profecía de una vidente fracasada.

―Me alegra saber que mi duelo de distracción contra el viejo, sirvió a su verdadero próposito (sabes que no me hubiera rebajado de no ser necesario)―dijo acariciando a Nagini―.Te relego de la búsqueda de Potter, tus dotes serán más provechosas en tusss otrosss cometidossss. Yo mismo encontraré a ese sangre sucia ―siseó con una inquietante sonrisa― y el joven Malfoy hará el resto.

Al otro lado de la sala, el slytherin se mordía un labio bajo la máscara, pálido por la tortura que se veía obligado a presenciar. Al igual que en su profesor, las ojeras negras enmarcaban su mirada pues él tampoco pegaba ojo* por las noches. En ese momento, mientras veía a Snape intentando incorporarse, concentraba todas sus fuerzas en no rascarse el antebrazo izquierdo, donde la Marca Tenebrosa todavía le picaba a pesar de habérsela grabado hace unos días.  Ante la mención de Voldemort, todas las cabezas había girado en su dirección, pero Malfoy mantuvo la entereza. Esa misma que tendría que mantener el resto del año, pues la misión que le encomendó el Lord Oscuro era imposible de ejecutar.

―Así es, mi señor. No le fallaré.

Evidentemente lo decía en serio. Lo conseguiría. La tortura de su profesor le había servido muchísimo como ejemplo de lo que le pasaría si fallaba. Y, si quería un recordatorio, solo tenía que mirar la cara de su padre, que aunque el resto del mundo no lo viera, había quedado desfigurada.

―Sois muy generoso mi Lord ―alabó Snape. Su pelo negro le tapó la máscara cuando agachó la cabeza, sumiso.

―No me importaría torturarte un más querido Severus, solo eso endulzaría levemente el amargo sabor de la...decepción. No obstante, necesito tus aptitudesss intactas para tu reunión con ese viejo amante de los muggles. Una lástima que te pierdas la visita del famoso que se unirá a nuestra pequeña causa.

"Plaf" "Plaf"

Tras dos palmadas de Voldemort, los pórticos se abrieron de un golpetazo llamando la atención del Círulo Interno. Por ellos entraban sus compañeros Crabbe y Goyle. Ambos mastodontes arrastraban por los brazos a otro mago que miraba hacia los lados temblando como una lechuza mojada.

―¡Mortífagos! ―retumbó la voz del mago oscuro desde lo alto del trono― ¿No es cierto, que no hay más grata visión que la de una familia que crece? 

―¿Qué hago aquí? ¿Qué? ¿Qué? ¡Por favor! ¡Por favor! ¡No me matéis! ¡Yo no quería publicar nada! ¡Fue mi jefe! ¡Él me obligó! ¡Me lanzó un Imperius!¡Es un hijo de malabanshee que me amenazó con despedirme! ¡Yo no quería! ¡No queríaaa! ¡Lo juro!

Marcus Dawson suplicaba sabiendo que la misericordia era lo único que lo podría salvar, pues escapar nunca fue una opción. Le habían quitado la varita, los cigarrillos y todas las fotos antes de arrastrarlo ante el grupo de mortífagos que en ese momento lo rodeaban en silencio.

―¡Él me obligoooooooó! ¡Él me obligooooooooó! ¡Me lanzó un Imperiussss!―rio Bellatrix, y algunas carcajadas la acompañaron bajo las máscaras.

Dawson miraba hacia los lados llorando, despeinado y con la cara desencajada. Todo le daba vueltas.

― ¡Haré lo que queráis! ¡Lo que queráis! ―suplicaba arrastrándose de una túnica a otra.

― ¡Pobreciitooo bebé Dawson!¡No sabe suplicar! ¡Bebé Daaaaawson! ¡Bebé Daaaaawson! ―canturreaba sacando la varita― ¡Bebe Dawson no sabe suplicar! ¡No llores, pobrecito!¡Yo te voy a enseñar! ―cuando le apuntó a la cara algunos mortífagos la imitaron dispuestos a divertirse― ¡Cru...!

―Quieta Bella.

La voz del heredero de Slytherin apenas fue un susurro. No era necesario gritar, pues solo la mera expresión de su voluntad calmaba las ansias hasta en el mortífago más sádico.

Los encapuchados se abrieron en círculo ante Dawson, dejando via libre a Mulciber que lanzó un hechizo.

―¡Expulso!

El periodista voló y se estampó contra el púlpito de piedra, cayendo justo a los pies de su señor.

―Bienvenido a mi humilde morada, "mago de la verdad" ―saludó el mago oscuro.

Algunos mortífagos soltaron risitas, la ironía del nombre era una broma recurrente.

―Yo... yo...― balbuceaba el periodista sin encontrar las palabras.

― ¡Crucio! ―La maldición le impactó en plena espalda y Dawson berró de agonía― ¡No hablarás sin el permiso del Gran Lord Oscuro! ¡Escoria! ―gritaba Bellatrix. Sus ojos negros se veían relucientes por la cólera mientras lo miraba retorciéndose― ¡DISCÚLPATE!¡Maldito traidor a la sangre!

―Muchas gracias, querida Bella. Es suficiente ―La bruja cortó la tortura con una inclinación sumisa―. Como ves Marcus, la disciplina es un valor muy apreciado entre mis filas.

Las lágrimas de Dawson mojaban su mejilla hinchada por el impacto contra la piedra, temblaba como un niño que no entendía lo que pasaba, porque realmente así era. No creía que fuera real, tenía que ser una pesadilla, todos los indicios aseguraban que no había vuelto el-que-no-debe-ser-nombrado.

Se pellizcó el brazo, pero seguía allí, acorralado por figuras que se alzaban como titanes en la penumbra. Sombras y reflejos bailaban al ritmo del suave vaivén de las llamas que crepitaban sobre el silencio.

Fue entonces cuando volvió de nuevo esa voz siseante. Se hizo su eco entre las alturas erizándole hasta el ultimo vello de su piel sudorosa.

―Dime Marcusss Dawson, gran mago de la verdad...

Dirigió la vista hacia arriba. Allí, donde una sonrisa acompañaba esa mirada, tan roja y tan reluciente como la sangre que mancha el hueso. Uno cincelado en una cara de serpiente. El rostro del mismísimo Inombrable.

Gritó.

Un alarido profundo y visceral que no tuvo oportunidad de repetir por el pánico de lo que ocurría ante sus ojos. El cuerpo del mago oscuro se deshacía en volutas de sombras, un nivel de transformación humana inconcebible para un mago normal. Estas ascendían, sobrevolaban el techo y después descendieron directas hacia él.

No supo que era aquella garra de uñas largas que lo levantaba por el cuello, hasta que vio ese horrible rostro cuyo cuerpo cobraba forma a escasos centímetros de distancia.

Era la peor de sus más horribles pesadillas.

― ¿Temes a Lord Voldemort, Marcus Dawson?

Un manchurrón de orina caliente se extendió por los pantalones y goteaba sobre el suelo formando en un charco de olor amargo.

―Sí, sí, le temo, le temo muchísimo. Por favor, no me haga daño, por favor, por favor. Puedo pagarle. Tengo dinero, mucho dinero, haré lo que quiera ¡Lo que quiera!

Draco Malfoy apretó los labios sabiendo lo que vendría. El miedo no era la respuesta que quería su señor.

―Severus, puedes marcharte ―ordenó Voldemort acariciando a Dawson con la varita.

―Sí mi señor.

El profesor de pociones atravesó el salón a toda velocidad y cerró el pórtico tras de sí. Ya giraba la esquina cuando un hechizo resonó entre los corredores de piedra.

―"Morsmodre Mark!"―había gritado su señor.

Estaba hecho.

Dawson era uno de los suyos y manejaría la opinión pública al compás que le marcara el Lord Oscuro. Su señor ya tenía el Profeta y el Ministerio sería el siguiente en caer.

Snape cerró la puerta principal acallando así los gritos de dolor de Marcus Dawson cuya sesión de Cruciatus era su precio a pagar por la respuesta incorrecta. De todos los mortífagos solo Draco Malfoy se había salvado de la tortura de bienvenida.

El jardín se desplegaba ante él reluciente por el sol que iluminaba su rostro demacrado. Ya no había penumbra, ni reflejos de antorchas que disimularan las bolsas de ojeras, sus ojos cansados, la piel apergaminada y las mejillas consumidas. Pero poco importaba eso al mortífago que se desapareció en casa, donde ya libre de todo peligro se recostó a disfrutar unos instantes de su sillón favorito.

El Lord Oscuro sabía que tenía una reunión de la Orden a las nueve, pero tenía que estar en Grimmauld Place dos horas antes. 

Bebió una poción energética.

Desde el Departamento de Misterios las dudas no dejaban dormir al profesor de pociones. Ante todo era un slytherin, con la autopreservación como uno de los valores fundamentales y, lo que su señor tenía en su poder tambaleaba los cimientos de su ya de por si dudosa lealtad. Para colmo, tuvo pronunciar el Juramento Increbrantable. No hablaría a nadie de lo que sustrajo, lo protegería con su vida y haría con él lo que el Lord Oscuro y solo el Lord Oscuro le ordenase

De un movimiento de varita convocó un brebaje analgésico para las secuelas de los Cruciatus y se lo bebió de un trago. El insomnio se le había empeorado desde inicios de agosto, cuando las pesadillas de un callejón muggle le despertaban por las noches. Pocas horas de sueño no eran más que una pelusa en la túnica, lo que realmente le mellaba era la incompresión sobre el significado de las imágentes.

Mientras se colocaba sus ropajes negros, todavía tenía los labios arrugados por el sabor de la poción; pero tenía mejor cara, así que se apareció cerca de Grimmauld Place. 
Ya entraba por la puerta del cuartel de la Orden cuando se encontró una de las pocas cosas que sí conseguían crisparle los nervios. Ni el insomnio, ni Cruciatus. La primera cosa que le colmaba la paciencia era Potter;  y la segunda eran los gritos de Molly Weasley.

La boca se le torció de amargura, pues justo en ese momento la voz de la matriarca retumbaba por toda la casa.

―¡Ronald Bilius Weasley!

Casi todos sintieron pena por el pobre Ron, incluso Ginny, que se había burlado de él todo el verano. Pero no Snape, que miró con desdén a Molly antes de dirigirse a la cocina.

Desde que obligaron al menor de los varones Weasley a devolver su insignia de prefecto, su madre no le había dado cuartel. Desde limpiar, hasta estudiarse todas las lecciones de Hogwarts. Como Kreacher se había desentendido,  las tareas más horripilantes recayeron en Ron que no había sentido tanta vergüenza en su vida, ni si quiera cuando recibió un howler en segundo. Lo más vergonzoso de todo era que, por orden de su madre, Ginny le corregía las redacciones a pesar de que iba un curso por debajo.

―¡Te dije que quería la redacción para antes de las nueve!―volvió a gritar Molly Weasley― ¡Hoy hay reunión de la Orden! Y como a tu hermana no le de tiempo a corregirla... ¡Sabrás lo que es bueno jovencito! ¡Estarás castigado sin asistir! ¡Y no vendrás al Callejón Diagón a ver la tienda de tus hermanos!

En la cocina Snape intercambiaba un par de palabras secas con Moody a la espera de Dumbledore. Ni si quiera se molestó en saludar a la menor de los Weasley, que incómoda por la presencia del amargado profesor de pociones, se levantó de la mesa rumbo hacia las escaleras.

― ¡Ya casi está mamá!―oyó gritar a su hermano.

En una de las habitaciones, Ron garabateaba una redacción tan rápido que, de mala, su caligrafía pasaba a indescifrable.

Al principio escribía mal a propósito para que a su hermana le costara leerla. Siempre tenía una sonrisita burlona cada vez que le devolvía sus trabajos llenos de tachones rojos, pero esta vez era por el tiempo. Tenía prisa, mucha prisa. Le quedaba más de la mitad y eran las seis y media de la tarde. La reunión empezaba a las nueve.

Se palmeó las mejillas intentando concentrarse.

―Solo setenta y cinco centímetros más.

Pero ¡Por Merlín! ¡Era casi un metro! Todo sería más fácil si estuviera Hermione, que se había ido de vacaciones con sus padres. Ella hubiera redactado ese metro y treinta centímetros en quince minutos, a pesar de su letra diminuta.

Una pequeña sonrisa se dibujó en el rostro mientras mojaba la pluma en tinta. Hoy volvería su amiga y lo mejor de todo era que se quedaría el resto del verano. Estudiarían juntos, irían al Callejón Diagón, ella se perdería entre los libros, él se impacientaría porque querría ir a la Tienda de Artículos para el Quidditch y luego, también entrenarían juntos.

Lupin insistió en que estuvieran más preparados para proteger a Harry, así que Dumbledore le encargó el entrenamiento para darle al pobre Remus algo con lo que distraerse

―Ron ―llamó Ginny a sus espaldas.

El mago se dio la vuelta en dirección a su hermana, que lo miraba preocupada desde el resquicio de la puerta.

―Por favor termina la redacción a tiempo. No quiero que mamá moleste a papá por tu culpa. El pobre ya tiene bastante con el Ministerio.

―Ya lo sé Ginny ―refunfuñó Ron escribiendo más rápido―. No me lo recuerdes.

Hacía semanas que apenas veían a Arthur. Volvía tarde y se marchaba temprano, siempre cargando carpetas a rebosar de pergaminos que, según dedujeron, debían ser informes; porque las pocas veces que coincidieron estaba repasando alguno con un café en la mano. Ambos hermanos sentían una enorme curiosidad, pero su padre no soltaba prenda*.
"Es una investigaciónimportante para La Oficina de Uso Incorrecto de Artefactos Muggles, lo siento chicos" respondía siempre. Evidentemente ambos insistían, pero después de una buena regañina de su madre tuvieron que rendirse (aunque eso no impedía que miraran un poquito de reojo de cuando en cuando).

De repente, se escuchó un murmullo de conversaciones que provenía desde el rellano. Una puerta se cerró y Ginny, que había desaparecido (seguramente para asomarse por la baranda de la escalera), volvió al instante.

―Son Dumbledore y... ―Miró hacia los lados, asegurándose que nadie la escuchara―  el viudo, acaban de llegar. Moody y Snape ya estaban esperándolos. Se han metido en la sala de reuniones ¡Date prisa!

― ¡Me daré prisa si dejas de entretenerme!

―Bueno, bueno ¡Tranquilo! ¡Por Merlín! ¡A ver si vuelve Hermione y se te pasa ese humor de banshee que tienes!―exclamó antes de cerrar la puerta

Las escaleras crujían bajo la pequeña Weasley que resoplaba indignada ante la estarudez de su hermano. Echaba de menos a Fred, George, Hermione y Harry. Sin ellos, los días en Grimmauld Place se hacían insoportables y con el insoportable de Ron eran todavía peor.

Menos mal que ese día volvía Hermione y que su hermano, aunque fuera tan inmaduro  que no se daba cuenta, estaría más relajado. Era evidente que sentía algo por ella.

Ya estaba en el último escalón. La conciencia le dictaba que debía girar a la derecha, hacia la cocina pero... miró hacia la izquierda mordiéndose el labio. Allí estaba la sala de reuniones y no había nadie cerca.

Antes que bruja,era humana y por lo tanto le podía la curiosidad. Así que se deslizó hacia la puerta tan sigilosa como un gato. Quizás habían encontrado a Harry, si era así necesitaba saberlo ¿Por qué si no, iban a reunirse Dumbledore, Ojoloco, Snape y El Viudo dos horas antes que el resto? Ya sabían dónde estaba, tenía que ser eso.
Le quedaba casi nada para poner la oreja. Solo escucharía un poquito, nada más, lo justo para saber si lo habían encontrado.

―¡Ginevra Weasley!

La joven ahogó un grito y se dio la vuelta con la cara tan roja como su pelo.

―Ma..mamá yo...

―¡Hijos de la inmundicia! ¡Bastados! ¡Malditos! ¡Atajo de traidores sangre sucia que llenáis de roña la sagrada casa de mis ancestr...!

La madre de Sirius había despertado.

―¡Mira lo que has hecho!―gritó Molly corriendo hacia el cuadro.
―¡Pero si has gritado tú mamá!― replicaba Ginny luchando por cerrar las cortinas.

Madre e hija tardaron unos minutos en acallar el retrato, mientras dentro de la sala de reuniones cuatro magos miraban hacia la puerta.

Al contrario de lo que creía la pequeña de los Weasley, Snape, Moody, El Viudo y Dumbledore no tenían noticias de Harry. Estaban reunidos para hablar de dos nuevos personajes que podrían ser el mago anónimo que acabó con el batallón de mortífagos ese verano.

Uno de ellos era Ian White, el fantasma de un pasado que El Jefe de Aurores prefería no remover. Cuanto antes acabara con la reunión mejor, pues podría volver con Keira y Katherine. Sus hijas, por ellas aguantaría lo que fuera. Ellas eran lo que más quería.

                                                                                           ***

 Castillo de Godric, 7 meses y dos semanas para el 1 de septiembre.

Su maestro, ni corto ni perezoso, estaba cogiendo algunos de los sobres que pretendía enviar y miraba sus remitentes uno a uno.

―Ministerio de Justicia. Ministerio de Asuntos Sociales ―enumeró pasandolas. La tercera carta muggle tenía en su reverso una docena de sellos― Granger y ...―cogió el último sobre blanco― El abogado Anthony Pepkins, el mejor de toda Inglaterra.

 En el enorme comedor de todas las mañanas, Harry leía "El arte de la guerra mágica", la segunda versión del libro escrito por el mago al que se conocía en el mundo muggle como Sun Tzu. Hedwig comía chuches sobre la mesa, donde, antes de que los cogiera Ian, había numerosos sobres tanto muggles como de pergamino. Todos reposaban junto a unos papeles que ya estaban redactados y listos para ser firmados.

Harry no había abierto la boca en todo el proceso, y tampoco hubiera importado mucho porque el maestro cogió las que estaban escritas en pergamino.

―Arabella Figg ―Cogió la otra― y Tribunal de Exámenes mágicos.

Harry asintió.

―Estas vendiendo la piel del theastral antes de cazarlo Potter. No estarás listo para cuando esto ―alzó las cartas― suceda.

Todavía absorto en el libro y sin decir nada, el gryffindor agitó brevemente la varita, y cuatro papeles ya escritos se posaron frente a Ian. Elegido no dio ninguna explicación, sabía que no hacía falta.

Tras el "cambio de tutor emergente" su maestro también se había convertido en su guardián en el mundo muggle, donde también era menor de edad. Eso significaba que para este tipo de procedimientos tenían que ir a nombre de su representante legal.

El maestro leía minuciosamente, sabía que había pocas posibilidades de que Potter intentara jugársela*, pero no era precisamente por subestimar a sus conocidos por lo que seguía vivo. Viendo que todo estaba en orden, estampó la firma. Los papeles se doblaron solos y se metieron automáticamente en sus sobres.

Harry los ató a Hedwig, que tenía instrucciones de quedarse con Fred y George el resto del verano, y tras acariciarle el plumaje como silenciosa despedida, la lechuza salió por el ventanal dispuesta a cumplir su cometido.

―Estas muy callado ¿No, Potter?

El Elegido se tensó mientras cogía el libro, pero mantuvo la boca cerrada.

―¿Te gusta el sabor de la hoja de mandrágora? Será un alivio no escucharte durante un mes entero y muy divertido obligarte a que te la tragues o la escupas ―Su pupilo seguía enfrascado en el libro sin intención de contestar―. Te recomiendo que busques un buen lugar en la zona noroeste del bosque, allí es donde hay más tormentas eléctricas. Si es que lo consigues, claro ―matizó de camino a la puerta―. Te quiero en la mazmorra en tres minutos. Vas a aprender las acepciones de "corpóreo" por las buenas o por las malas. 

Cuando los grandes pórticos se cerraron tras él Kreacher apareció con un sonoro "pop". Tenía órdenes de dirigirse a él solo cuando estuviera solo.

―El sangresucia Potter ordena y Kreacher obedece.

Harry lo miró con asco y volvió la vista al libro.

<<Habla>>―El elfo doméstico rumió un par de insultos ultrajado. El sangre sucia le estaba infectando la cabeza con su legeremancia. 

―Hoy los sangres sucia y traidores al señor oscuro se reúnen en la casa del ama ―El cuerpo le temblaba de rabia bajo los harapos de funda de almohada―. Pero el viejo amante de los muggles, el traidor grasoso, el del ojo asqueroso y el jefe de aurores ―Kreacher se limpió la lengua repetidas veces desesperado por borrarse las menciones de la boca― se han reunido antes.

Asintió analizando un mapa de estrategia de la página ciento ochenta y seis.

―<<Ya sabes lo que tienes que hacer>> .

―Como el amo sangresucia ordene ―respondió el elfo ente dientes.

Kreacher desapareció, y Harry marcó la página antes de tomar rumbo hacia las mazmorras. La Legeremancia le estaba siendo muy útil para lidiar con ese traidor durante esta primera fase de la animagia. Esa hoja de mandrágora estaría en su boca un mes entero, aunque le costara los dientes.

Cada capítulo escrito lleva detrás tiempo, esfuerzo y quebraderos de cabeza, pero todo compensa si me dices que lo has disfrutado. 

Llega un momento en el que hemos de decidir entre lo correcto y lo fácil

-Albus Dumbledore

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Vocabulario

1*Pegar ojo: expresión coloquial que se utiliza para referirse a dormir. "No he pegado ojo en toda la noche"= "No he dormido en toda la noche. 

2* Puddlemere:  es un equipo de quidditch que juega en la Liga de quidditch de Gran Bretaña e Irlanda. Fue fundado en 1163, lo que lo convierte en el equipo más antiguo de la liga. Oliver Wood es el guardían de los aros y antiguo capitán de Gryffindor que fichó a Harry Potter por recomendación de la Subdirectora MinervaMcGonagall

3*Myron Wagtail de las Brujas de Macbeth*:  banda muy popular en el mundo de la magia, y en la red inalámbrica mágica. Se podría suponer que el género que tocaban era Pop rock alternativo. A pesar del nombre, los ochos miembros que se conocen son hombres. Myron Wagtail  es el cantante.

4* Jugársela: es una expresión coloquial que tiene dos usos. 

   --> Indicar riesgo. "Venga, voy a por todas. Me la juego" ="Venga, voy a por todas. Me arriesgo"

   --> Indicar traición, deslealtad. "¡El muy cabr*n me la ha jugado!" = "¡El muy cabr*on me ha traicionado!"

  [N.A]  

Sé que ha pasado mucho tiempo, disculpadme. Llevo unas semanas alejada de Wattpad porque quería enfocarme en escribir, organizar trama y otros proyectos como la editoral de la que me estoy encargando del diseño gráfico. De hecho, hace meses que no leo. Ni en Wattpad ni en ningún sitio, algo que pienso remediar ya mismo.

Pido perdón de antemano por los comentarios que aún no he contestado, en cuanto suba este capítulo me pondré a ello.

Pero ¡Ojo! Os voy a compensar. Lo juro:

-Primero: en este captítuo en realidad van dos capítulos

-Segundo: el siguiente está escrito y lo subiré ultra rápido

-Y el tercero: ¡Yo cumplo mis deudas! ¡Harry Potter y el sueño eterno ya ha llegado a los 1K! Y para celebrar tan hercúlea hazaña os daré contenido gráfico para: vuestras historias, ya sean de HP o no, para vuestros selfies y para vuestros libros físicos ¡Y gratis!

Los elegidos que podrán beneficiarse de mi sudor, lágrimas y esfuerzos gráficos son:

@ItsasoAU @MareiFawn @EvelinHail IamCronamenta @NishaSaez RubnPrezPardo @Shinami_nigashi @EduardoAlvaradoAlamo @ylienneazul_yokamoto23 @Beflody @Silice2 @Steph_iguanzo @p-prxngs @descubresnuevamerodeadora @Usuario685 @Anhiluz87 @stydiadidas @AlyssaMGH @La_letra_Escarlata @yadedgaliciaquintero @moryel8 @yoch-zan @crbarrera @danny9392 @Alexa100ales 

@CrazyWriterForever @MaryGarcia1257 @NatachaVallejo @AlejandroEl @Starlight_n_n @FrAnBrizu @Driada-sama @ElboxerDeYoongi @theblackprincess1818 @daianemellark @Mnieves05 @solesteban0 @niche-wissxvados

Si estáis mencionados no es porque yo os haya escrito sino porque os lo habéis ganado vosotros. Es mi forma de daros las gracias por vuestros comentarios y/o votos en cada capítulo. Por ellos sigo con esta historia y por vosotros intento hacerla cada vez mejor. 

Los pequeños obsequios que pueda daros siempre se quedaran cortos.  

Con un abrazo, se despide

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