Capítulo 3
Al día siguiente, Stan despertó de golpe por los llantos de Natalia. ¿Qué hora era? No lo sabía, pero el sol no había salido todavía.
Los llantos de Natalia retumbaron en la habitación, sacando bruscamente a Stan de su profundo sueño. Parpadeó adormilado, tratando de enfocar la vista en la oscuridad para ver la hora en su viejo reloj de pulsera.
Apenas marcaba las 5 de la madrugada. Suspiró dándose cuenta de que no lograría volver a dormir pronto si la pequeña seguía llorando.
Dirigió la mirada hacia la cuna. La diminuta criatura se agitaba inquieta entre las sábanas, llamando desesperadamente entre continuos sollozos.
Con cuidado de no hacer ruido para no despertar a Ford, Stan se acercó preocupado. Acarició su cabeza suavemente para calmarla, percibiendo su pequeño cuerpecito temblar de necesidad.
—Ya ya, pequeña... Tío Stan está aquí —musitó con ternura—. Vamos a ver qué es lo que necesitas.
Con sumo cuidado la tomó en brazos, meciéndola con delicadeza mientras pensaba en qué podría aliviar su malestar. Quizás tuviera hambre de nuevo.
Stan pensó que lo mejor sería prepararle algo para calmarla, antes de que despertara a todo el mundo con sus fuertes lamentos.
Salió de puntillas de la habitación y se dirigió a la cocina, meciendo suavemente a Natalia en un intento por apaciguar su llanto.
Stan salió sigilosamente de la habitación meciendo a Natalia entre sus brazos, tratando de calmar sus prolongados llantos. Bajó rápido las escaleras y se dirigió a la cocina, concentrado en encontrar algo que pudiera saciar su hambre.
—Ya, ya mi niña, el tío Stanley te dará tu biberón enseguida —musitó con paternal ternura, acariciando su espalda con suavidad.
Una vez en la cocina, colocó a Natalia cuidadosamente en la mesada mientras revisaba los estantes en busca de las cosas necesarias. Para su alivio, halló un biberón estéril y el frasco con las lágrimas de unicornio que habían utilizado ayer.
Vertió algunas gotas brillantes dentro del biberón y lo cerró herméticamente. Luego lo acercó a la pequeña, instándola suavemente a beber su contenido. Para su alivio, Natalia cesó los llantos y comenzó a absorber el líquido con evidente deleite.
—Eso es, así me gusta verte mi niña —susurró Stan con una pequeña sonrisa, admirando embelesado sus movimientos. ¿Cómo podía encariñarse tanto de una criaturita tan diferente? A veces no terminaba de entenderse a sí mismo.
Mientras tanto, la tierna escena iluminada tan solo por la pálida luz de la luna, se desarrollaba en silencio en la cocina de la cabaña del misterio.
Unas horas después, Mabel y Dipper fueron los primeros en despertar. Bajaron las escaleras somnolientos para ir a desayunar y justamente vieron a Stan sentado en el sofá viendo la televisión con un bulto de cobijas en sus brazos.
—¡Buenos días tío Stan! —saludó Mabel con voz adormilada, frotándose los ojos bostezando.
—Buenos días niños. Veo que madrugaron —respondió Stan con una sonrisa afable—. ¿Quieren desayunar ya?
—Por favor —asintió Dipper tallándose el cabello despeinado.
Fue entonces cuando ambos repararon en lo que Stan mecía entre sus brazos con infinito cuidado. Se acercaron curiosos para ver mejor.
—Oh, ya despertó la pequeña —comentó el Sr. Pines con cariño—. Miren quién tenemos aquí, es Natalia. Es la criaturita que les conté que encontró su tío Ford ayer.
Con sumo cuidado destapó un poco la manta, dejando ver la pentagonal cabeza de la bebé entre las telas. Sus ojos se abrieron con asombro al admirar aquel ser nunca antes visto.
Cuando destapó a Natalia, Mabel no pudo evitar soltar un suspiro enternecido al encontrarse con la peculiares facciones de la pequeña.
— ¡Ay, es tan adorable! —exclamó acercando una mano con cuidado para acariciar su cabeza.
Dipper por su parte se quedó mudo de la impresión. A medida que observaba el extraño pero familiar rostro de la criatura, sintió que el alma se le caía a los pies. Reconocería esos ojos y cuerpo geométrico en cualquier parte.
—Tío Stan... n-no puede ser —balbuceó sin creerlo todavía—. E-esa bebé... se parece a...
No pudo terminar la frase. Era como si no encontrara las palabras adecuadas para expresar el torbellino de emociones contradictorias que sentía en ese instante. Por un lado el asombro, la incredulidad, el temor... pero también la curiosidad científica que inevitablemente lo impulsaba a querer saber más.
—Creo que intentas decir que se parece a Bill, ¿no es así? —adivinó Stan con seriedad, adivinando el motivo de su turbación—. Tu tío y yo también nos sorprendimos mucho con su parecido cuando la vimos. Aún no logramos entender cómo es posible...
La bebé dormitaba plácidamente en sus brazos, ajena a la conmoción que su apariencia causaba. Sus movimientos eran lentos y suaves, denotando una inocencia propia de su edad.
—No creo que debamos juzgarla apresuradamente ni asustarnos —continuó Stan con sabiduría—. Al menos hasta que conozcamos más de ella. Tu tío la ha cuidado toda la noche y no ha habido problema. Tendremos que seguir observándola.
Mabel acariciaba suavemente la cabeza pentagonal de la pequeña con infinita delicadeza y una amplia sonrisa.
—Yo pienso que solo es una lindura indefensa —opinó con dulzura—. Y miren esos ojitos, ¡ni siquiera está despierta del todo aún! Solo necesita amor.
Stan esbozó una pequeña sonrisa ante sus palabras. Como siempre, Mabel tenía la razón.
Dipper respiró hondo, tratando de serenarse. Sabía que su tío y el tío Stan tenían razón, no debía juzgar a Natalia apresuradamente. Aunque le resultara muy difícil superar el trauma emocional que aún significaba ver algo similar a Bill.
—Lo siento, creo que me tomó por sorpresa —se disculpó frotándose el brazo, avergonzado—. Tendré que ir asimilándolo de a poco.
—Es comprensible muchacho, no te preocupes —lo tranquilizó Stan dándole una palmada reconfortante en la espalda—. Solo mantén la mente abierta.
—Sí, tío Stan tiene razón —concordó Mabel, acunando a Natalia que comenzaba a despertar entre sus brazos—. Además, mírala nada más. ¿Cómo no te vas a derretir viendo esa carita?
Efectivamente, la bebé abrió sus ojitos iluminados por su extraña energía, emitiendo leves sonidos al acomodarse entre la ropa de cama. Su mirada denotaba inocencia y curiosidad por el nuevo mundo que la rodeaba.
Dipper sintió que su corazón se ablandaba ante semejante visión. Tenía razón, Natalia era inocente.
—Creo que tienes razón Mabel —concedió Dipper con una pequeña sonrisa—. Es imposible no sentir ternura frente a esta carita.
Se acercó lentamente para observar mejor a la peculiar bebé. De pronto, Natalia tocó el rostro de Dipper con curiosidad.
—Vaya, parece que le has caído bien a la pequeña —comentó Stan con una risita al ver la escena.
Dipper se quedó quieto, parpadeando lentamente mientras sentía la suave piel triangular de Natalia contra su mejilla. Para su sorpresa, aquel contacto resultó muy agradable y reconfortante. Pudo percibir una cálida energía emanar de su palma, despejando cualquier rastro de temor o malestar.
—H-hola... —musitó tímidamente al pequeño ser, sonriendo de forma casi imperceptible—. Soy Dipper.
En respuesta, Natalia emitió una risita cristalina y juntó su otra manita a su rostro, como si quisiera abrazarlo. Su inocente gesto fue desarmando las barreras del muchacho, que comenzó a derretirse ante tal muestra de afecto.
—Creo que alguien ya hizo una nueva amiga, ¿verdad? —susurró Mabel enternecida.
Dipper tardó en contestar, embelesado por la poderosa ternura de la bebé.
—S-sí, supongo que sí... —balbuceó apenas, sin apartar la vista de aquellos enigmáticos ojitos que lograban calmar su alma.
Stan sonrió satisfecho al ver que Dipper se había ablandado por completo con el contacto de la pequeña Natalia. Sin embargo, le gustó sorprenderlo un poco más.
—Vaya muchacho, parece que ya tienes una nueva amiguita —dijo el tío Stan con picardía—. Bueno, ¿qué dices si la cargas tú un rato?
Antes de que Dipper pudiera contestar siquiera, el mayor ya había depositado a la bebé delicadamente entre sus brazos. Él se quedó rígido como una estatua, sujetando a la criatura con cuidado pero sin saber muy bien qué hacer a continuación.
—¡T-tío Stan! —exclamó con el rostro enrojecido, tratando de no moverse para no incomodar a Natalia que se acomodaba en su agarre.
Stan y Mabel rieron ante su expresión.
—No te preocupes muchacho, sólo sostenla con cuidado —lo alentó Stan entre carcajadas—. Mabel y yo iremos a preparar el desayuno, ¿verdad sobrina?
—¡Sí! ¡Ánimo Dipper, lo harás genial! —lo animó ella con su brillante sonrisa.
Y sin más, ambos se retiraron a la cocina dejando al pobre Dipper solo con la bebé en brazos, rígido como una estatua de sal. Miró hacia abajo topándose con la inocente carita de Natalia, y suspiró resignado.
—Bueno... supongo que seremos amigos tú y yo de ahora en adelante, ¿no?
Natalia soltó una risa cristalina, contagiando a Dipper. Mientras tanto, Stan se puso a hacer el desayuno usando su delantal y Mabel ponía la mesa.
Mientras Stan cocinaba animadamente en la cocina y Mabel disponía la mesa canturreando alegremente, Dipper comenzó a relajarse sosteniendo a Natalia.
La bebé lo miraba con curiosidad, emitiendo pequeños balbuceos que al muchacho le parecieron casi musicales. De a poco, sus temores e inseguridades iniciales se disiparon por completo, dejando lugar solo a la empatía y ternura que su corazón le dictaba sentir.
—Bueeeno pequeña, parece que estaremos juntos un rato —dijo en tono suave, acunándola con infinito cuidado—. Espero que te guste conocerme, aunque no soy tan emocionante como mi hermana.
Natalia respondió con otra risita, tomando la solapa de su chaqueta entre sus deditos con confianza. Su inocente carita irradiaba luz, calmando las turbulentas aguas de la mente inquieta de Dipper.
De pronto, no pudo evitar sentir un destello de comprensión hacia aquella indefensa creatura. Tras ella solo quedaba un manto de misterio, no un enemigo potencial. Dipper supo, mirando fijamente sus grandes ojos iluminados, que solamente era un ser de buen corazón y no una amenaza.
Minutos después, Melody, su bebé y Soos bajaron las escaleras para desayunar.
—Buenos días —saludó alegremente la mujer.
—Buenos días Melody, Soos —saludó Dipper amablemente desde el sofá, meciendo con suavidad a Natalia entre sus brazos.
En ese momento, Stan y Mabel salían de la cocina cargando bandejas con todo tipo de deliciosos alimentos para el desayuno.
—¡Llegaron justo a tiempo! Ya está todo listo —anunció el mayor con una enorme sonrisa.
—¡Huelen riquísimo! —celebró Soos con entusiasmo.
Mientras tanto, el bebé de Melody comenzó a lloriquear al percibir los jugosos aromas de la comida. Ella lo tomó para tratar de calmarlo.
—Tranquilo cariño, ya te daré tu biberón —lo arrulló dulcemente.
Fue entonces cuando Ford llegó recién despertado, parecía somnoliento.
—¡Buenos días a todos! —saludó Ford con la voz aún ronca por el sueño, tallándose los ojos bajo sus anteojos.
Su estómago gruñó ruidosamente al percibir el delicioso aroma del desayuno.
—Parece que alguien tiene hambre —bromeó Mabel con una risita.
—Así es, la noche fue algo agitada al parecer —respondió el científico con una sonrisa cansada, dirigiendo la mirada hacia Dipper sosteniendo a Natalia—. Veo que ya conociste a la pequeña.
—S-sí, tuve un encuentro con ella —contestó el muchacho algo nervioso aún, meciendo a la bebé que volvía a dormitar plácidamente en sus brazos.
—Parece que se llevan muy bien —comentó Ford con ternura—, me alegro. Gracias por cuidarla anoche Stanley.
—No hay de qué, siempre es un placer apoyar a la familia —replicó el mayor con su característica simpatía. Luego indicó a todos tomar asiento—. ¡Vengan, el desayuno los espera!
Todos comenzaron a encargarse de saborear las exquisitas preparaciones de Stan para el desayuno, charlando amenamente en medio de risas y anécdotas.
Sin embargo, a los pocos minutos, Dipper comenzó a percibir un olor algo inusual en el ambiente. Disimuladamente, comenzó a olfatear el aire tratando de identificar de dónde provenía, sin quedar en evidencia ante los demás.
Entonces, bajó la vista hacia Natalia que aún descansaba en sus brazos... pero sus ropas lucían una extraña mancha viscosa colorida. Sus mejillas se tiñeron de rojo al darse cuenta de lo sucedido.
Discretamente destapó un poco más el bulto y confirmó sus temores: una amplia mancha de excrementos se expandía en la cobija, llegando incluso a derretir un poco el piso de la cabaña.
Absolutamente avergonzado, se aclaró la garganta para llamar la atención de Ford.
—Ehm, tío Ford... creo que Natalia necesita un cambio —comentó con una tímida sonrisa forzada, acercándose a él.
Para su alivio, el sabio científico estaba acostumbrado a lidiar con estos incidentes, por lo que se limitó a asentir solícito sin poder contener una pequeña risita.
—No te preocupes muchacho, déjamela a mí —lo tranquilizó con calidez, tomando a la bebé entre sus brazos para llevarla a cambiar—. Gracias por avisar.
Todos volvieron a sus conversaciones mientras él se dirigía rápido al baño, no sin antes dedicarle una cálida sonrisa de apoyo para que el pobre Dipper se relajara un poco.
Ford dirigió una gentil sonrisa hacia Dipper antes de subir las escaleras con Natalia. En el baño, colocó cuidadosamente a la bebé sobre la mesada y comenzó a desvestirla con extrema delicadeza.
—Parece que alguien necesitaba cambio urgente —le comentó con ternura al remover la prenda húmeda.
Natalia lo observaba con curiosidad, emitiendo suaves balbuceos. Ford le respondió con una cálida risita.
—Sí pequeña, ya sé. Es natural para tu edad— le dijo con comprensión mientras buscaba pañales limpios—. A cualquiera le puede pasar.
Con movimientos expertes, prosiguió a limpiar y vestir a la bebé. Se tomaba su tiempo para acomodarle la ropa y comprobando que estuviera en perfectas condiciones.
—Listo, ¡como nueva! —celebró una vez terminado su tarea.
Natalia reía feliz, estirando sus bracitos hacia él. Ford la tomó dulcemente en brazos, admirando sus enigmáticos ojos con infinito cariño. La pequeña había robado su corazón sin remedio.
—Vamos abajo con los demás —le sugirió con ternura antes de encaminarse de nuevo al comedor.
Con infinita delicadeza bajó las escaleras, protegiendo el pequeño cuerpo entre sus brazos. Al llegar al comedor, todos dirigieron sus miradas curiosas hacia ellos.
—Ya está como nueva —anunció el científico con una sonrisa.
Los demás rieron relajadamente, comprendiendo que esos incidentes eran naturales en los bebés. Solo Dipper seguía algo avergonzado.
—No te preocupes muchacho, sabes que no fue culpa tuya —lo tranquilizó Ford.
—S-sí, gracias tío. Aún me siento algo torpe —reconoció el chico frotándose la nuca.
—Descuida, todos pasamos por eso al conocer criaturas tan pequeñas —lo reconfortó el sabio.
Natalia volvió a reír en sus brazos, contagiándolos. Su energética risa parecía derretir cualquier malestar.
—Ya ven, no hay de qué preocuparse si tenemos tanta ternura en casa —intervino Mabel con cariño.
Todos asintieron complacidos, volviendo a centrarse en la agradable convivencia del desayuno familiar.
Tras terminar el nutritivo desayuno, Ford se ofreció a cuidar de Natalia mientras los demás limpiaban. Se sentó en el sofá con la bebé en brazos, quien observaba sus alrededores con evidente curiosidad, balbuceando dulcemente.
—Eres toda una exploradora, ¿verdad pequeña? —le dijo el sabio con una sonrisa, admirando su viva energía—. Este mundo seguramente te resulta muy nuevo.
Natalia respondió con una risita cristalina. En esos momentos en que sostenía su ligero cuerpecito, Ford podía sentir una extraña calidez emanar de ella, una especie de energía que lo llenaba de paz.
Acarició suavemente su cabeza pentagonal, perdido en tiernos recuerdos del pasado. La inocencia de la pequeña lo conmovía, al igual que su increíble parecido con...aquel ser. Aún quedaban muchas incógnitas por resolver, pero por ahora solo deseaba proteger esa frágil vida.
—Esta es tu nueva familia, Natalia —susurró con dulzura—. Aquí siempre tendrás amor.
La bebé gorgojó alegre, abrazando su dedo índice con toda la confianza del mundo. Ford sonrió enternecido, convencido de que juntos descubrirían el misterio que encerraba.
En ese momento, Ford percibió una presencia acercándose por detrás. Al girar levemente la cabeza, se encontró con los ojos marrones de Dipper, que lo observaba con timidez. El niño aún parecía sentirse incómodo por el "incidente" de antes.
—Disculpa que interrumpa, tío Ford. Sólo quería ver cómo estaba Natalia —explicó con suavidad.
—Descuida muchacho, no interrumpes nada —lo tranquilizó Ford con una cálida sonrisa, indicándole que se sentara a su lado—. ¿Quieres sostenerla un momento? Parece que se ha encariñado contigo.
Sin esperar respuesta, con sumo cuidado le pasó a la bebé a los brazos del joven Pines. Dipper se quedó estático al principio, como si temiera hacerle daño a la pequeña criatura.
—Tranquilo, la estás sosteniendo muy bien —lo elogió el mayor con amabilidad—. Verás que no muerde.
Esas palabras lograron relajar al chico, que poco a poco se fue acostumbrando a la suave piel pentagonal de Natalia entre sus manos. La bebé gorgoteó contenta, destensando por completo el cuerpo de Dipper.
—Gracias por confiar en mí de nuevo, pequeña... —musitó él con dulzura, olvidándose por un instante de las miradas.
Ford los contempló enternecido, vislumbrando el naciente lazo de confianza entre ambos.
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