➛05.The choice
❲ HARD TO KILL ❳
━━ 𝑎 Deckard Shaw 𝑓𝑎𝑛𝑓𝑖𝑐𝑡𝑖𝑜𝑛
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05.La elección
Había llegado a Londres, una ciudad en la que no esperaba volver, y mucho menos por una situación tan delicada. El frío aire de la mañana me golpeó la cara al bajar del avión, trayendo consigo una oleada de recuerdos. No tenía tiempo para sentimentalismos, no con la vida de tantas personas en juego.
Mientras que llegamos a nuestro destino, intenté concentrarme en la misión. Kitty Shaw, la hermana menor de Deckard, había robado un arma biológica, una enfermedad programable capaz de atacar a cualquiera con un simple análisis de ADN. La víctima tenia 72 horas, antes de que fuera letal. Si el MI6 la atrapaba, la tratarían como una traidora. Pero había una salida: si devolvía el arma, le darían inmunidad.
Los Shaw sí que sabían cómo meterse en problemas. Entre Deckard y su hermana, parecía que el caos venía de familia. Y ahora, aquí estaba yo, atrapada en medio de su último desastre.
El coche se detuvo frente a un edificio que, a simple vista, parecía inofensivo, aunque no debía de bajar la guardia. Había un aire de normalidad en el entorno, con gente entrando y saliendo, pero sabía que en el mundo en el que nos movíamos, las apariencias podían ser engañosas.
Al entrar, tuve que pasar por un detector de metales. Genial, justo lo que necesitaba. La tensión se acumulaba en mi pecho mientras observaba el dispositivo parpadear.
—La pistola, y el cuchillo —dijo el guardia, su tono autoritario no dejaba lugar a dudas.
Las entregué de mala gana, sintiendo cómo cada arma que dejaba iba acompañada de una parte de mi seguridad. Por lo menos, no me habían detectado la daga que había escondido en el zapato, un pequeño alivio en medio de la tensión que se cernía sobre mí. Sabía que podría necesitarla, especialmente considerando con quién estaba tratando.
Una vez que pasé el control de seguridad, me dirigí hacia el vestíbulo.El ambiente era tenso, con un aire de expectación palpable que me hacía sentir como si cada paso que daba fuera parte de un juego peligroso. Fue entonces cuando lo vi. Deckard apareció de entre la multitud, su expresión grave contrastando con la normalidad del lugar.
—¿Qué tal tus vacaciones? —me preguntó, una sonrisa burlona asomándose en sus labios.
—¿Mis vacaciones? —respondí, arqueando una ceja—. No sé de qué hablas.
Me mordí el labio, preguntándome si se habría enterado de mi viaje a Tokio. La última cosa que quería era que Deckard metiera las narices en mis asuntos, especialmente en algo tan delicado. La tensión mientras que esperábamos que el ascensor bajará aumentaba, y podía sentir su mirada evaluándome, como si intentara descifrar mis pensamientos ocultos.
—Parece que te ha ido bien —dijo, esbozando una sonrisa a medias que no llegaba a sus ojos—. ¿Encontraste lo que buscabas?
—Solo información que no me lleva a ningún lado —respondí, cruzando los brazos en un intento de mantener la distancia entre nosotros. La última cosa que quería era abrirme a él, especialmente ahora que las cosas estaban tan tensas entre nosotros.
El ascensor finalmente se detuvo, y las puertas se abrieron con un suave zumbido. Deckard, siempre con su aire de arrogancia, hizo una exagerada reverencia, extendiendo un brazo hacia la salida.
—Las damas primero —dijo con una sonrisa ladeada, como si disfrutara de su propio sarcasmo.
Rodé los ojos antes de pasar, ignorando su actitud, aunque, en el fondo, sabía que no podía evitar sonreír.
—¿Qué tal visitando a tu madre en la cárcel? —pregunté, sin poder evitarlo. La tensión entre nosotros era palpable.
Deckard levantó una ceja, su expresión intrigada.
—¿Cómo sabes que fui a ver a mi madre? ¿Tanto me echabas de menos? —su tono era burlón, pero podía ver la defensa que intentaba construir.
Rodeé otra vez los ojos, sintiendo que era más fácil ignorar su provocación. No era la primera vez que Deckard intentaba sacar de quicio mis nervios, y esta vez no iba a caer en su juego.
—Fue fácil seguir tu rastro —le respondí, cruzando los brazos. Deckard sabía de tecnología y podía ocultar su ubicación, pero me lo puso fácil. Siempre había sido un descuidado con sus movimientos, como si creyera que el mundo no podía rastrearlo.
Deckard soltó una risita, como si disfrutara de mi comentario.
—¿Y qué tal si yo quería que me siguieras? —replicó, desafiándome con la mirada.
Fruncí el ceño ante su respuesta. La idea de que él me hubiera permitido seguirlo a propósito era desconcertante.
—¿Por qué querrías eso? —pregunté, escéptica.
Deckard se encogió de hombros, manteniendo su mirada fija en la mía.
—Tal vez porque sé que me echabas de menos. —Se acercó un paso, su voz casi un susurro.—Tu ausencia fue un gran vacío.
Solté un bufido mientras me apartaba ligeramente de él, tratando de mantener una distancia prudente en el pequeño espacio del ascensor. Deckard, con su sonrisa burlona, parecía disfrutar cada respuesta mía como si fuera parte de un juego.
—¿Echarte de menos? —repliqué, levantando una ceja—. Solo eché de menos la tranquilidad.
Deckard soltó una risa baja, acercándose aún más, su rostro tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo.
—¿Tranquilidad? Vamos, Kira, sabes que soy cualquier cosa menos tranquilo.
—Eso es cierto. —No pude evitar sonreír mientras me apartaba un poco, intentando mantener la distancia. —Tú eres como un volcán, siempre a punto de entrar en erupción.
—Y tú, mi querida, eres la lava que no puede resistirse a acercarse. —Dijo, con un guiño.
Lo miré, intentando mantener una expresión seria.
—No me metas en tu lío de erupciones. No soy tu geóloga personal.
—Quizás no, pero cada vez que estamos juntos, hay un poco de chispa en el aire. —Su tono se volvió más serio, pero su mirada seguía llena de desafío.
Me mordí el labio, sintiendo cómo su cercanía creaba una tensión palpable entre nosotros.
—Y tú eres el que siempre se mete en problemas —dije, intentando recuperar la superioridad en la conversación—. Pero, por lo que veo, eso no te detiene.
—¿Detenerme? Nunca. —Sonrió de nuevo, confiado—. Solo significa que la aventura apenas comienza.
—Y a ti no te falta el ego —comenté, sacudiendo la cabeza.
—Lo sé, es parte de mi encanto. —se encogió de hombros con una sonrisa pícara.
—Encanto o no, no puedo dejar que me distraigas. —dije, intentando recuperar la seriedad.
—Ah, pero Kira, la vida es demasiado corta para no disfrutar de una pequeña distracción. —dijo, lanzando un guiño, antes de que las puertas del ascensor se abrieran para revelarnos un largo pasillo iluminado por luces frías. Deckard salió primero, manteniendo un paso firme, y yo lo seguí de cerca, con la mente llena de dudas.—. Vamos, tenemos una misión que atender.
Tomé un último respiro, sabiendo que sería el último momento de calma antes de lo inevitable.
—Claro, la misión... —murmuré, más para mí misma que para Deckard.
Lo seguí por el pasillo, mentalmente preparándome para lo que venía. Sabía que cuando Hobbs y Deckard se encontraran, la situación sería como lanzar una cerilla a un barril de pólvora. Ambos eran como dos fuerzas de la naturaleza, y su ego no permitiría que la cosa se quedara tranquila por mucho tiempo.
No podía evitar imaginar la tormenta que se desataría en cuanto se vieran. Hobbs explotaría como un huracán en plena furia, y yo me quedaría en medio de los dos, tratando de evitar que se destrozaran mutuamente antes de que siquiera empezara la misión.
Suspiré.
—Esto va a ser divertido —dije con un tono sarcástico, sin dejar de caminar.
Deckard soltó una pequeña risa, como si compartiera mi resignación.
Aunque, en realidad, no tenía ni idea de lo que estaba por venir.
Deckard siempre pensaba que estaba preparado para cualquier cosa. Que podía manejar cualquier situación. Pero lo que Hobbs traía consigo era otra liga completamente diferente. Si había algo de lo que yo estaba segura, era que cuando esos dos se encontraran, las chispas no solo volarían; incendiarían todo a su paso.
Nos condujeron a una sala de cristal, fría y minimalista, con una mesa en el centro y tres sillas dispuestas de forma casi estratégica. El lugar tenía la apariencia de una jaula, como si quienes nos observaban supieran perfectamente lo volátil que podía volverse la situación en cualquier momento.
El ambiente era clínico, casi asfixiante, lo que no hacía más que intensificar el mal presentimiento que ya me carcomía. Y ahí estaba él, Hobbs, de pie al otro lado de la mesa, esperándonos con su imponente presencia que llenaba el espacio.
—Ni de puta coña —dijeron los dos al unísono, apenas viéndose.
—No pienso trabajar con este tipo. Fue una auténtica pesadilla la última vez —gruñó Hobbs, cruzando sus enormes brazos.
—Si metéis a este Hulk de pacotilla, a tomar por culo la sutileza. El gigante solo sabe aplastar todo lo que ve —replicó Shaw, con su acostumbrado aire sarcástico.
—¿Y tú? ¿El pirómano profesional? Solo sabes hacer explotar cosas. Deberías llevar una advertencia pegada en la frente —disparó Hobbs, sin titubear.
Ambos cruzaron miradas, una mezcla de odio y una chispa de respeto mutuo por lo peligrosos que eran. La tensión era casi física, como si cada palabra que intercambiaban pudiera detonar una pelea.
—Este tipo es un auténtico gilipollas —dijeron de nuevo, sincronizados, sin siquiera darse cuenta.
—O sea, un joputa en tu idioma materno, ¿no? —interrumpió Shaw, con una sonrisa mordaz.
—O un tontolaba en el tuyo —respondió Hobbs, devolviéndole la burla sin pestañear.
—¿Has terminado de lloriquear? Pareces un bebé gigante tatuado —se burló Shaw, cruzándose de brazos con esa expresión altanera que lo caracterizaba.
Hobbs respiró hondo, visiblemente molesto, y sacudió la cabeza, como si estuviera agotado de la discusión.
—No pienso escuchar más de esta mierda. Tengo trabajo que hacer. Ah, y por cierto, saluda a tu madre de mi parte... O mejor, lo haré yo mismo —soltó Hobbs, con esa sonrisa burlona que sabía que encendería a Shaw.
El rostro de Shaw se transformó en una máscara de furia contenida.
—No se te ocurra mencionar a mi madre, o te incrustaré en esa pared —amenazó Shaw, dando un paso adelante. Su voz sonaba tan mortal como el filo de una navaja—. Y para cuando acabe este trabajo, tú seguirás usando aceite de bebés, como siempre. Suerte con eso, espabilado.
Hobbs soltó una carcajada, aunque su mirada estaba llena de rabia.
—Gracias por recordármelo. Eso es justo lo que odio de trabajar contigo: esa vocecita tuya. Esa voz de niñato de Harry Potter cada vez que hablas. Imagínatelo, por un segundo... es como restregarme los huevos contra cristales rotos. Y duele, tío, duele.
Shaw lo miró fijamente, conteniendo una risa sarcástica antes de contestar.
—Pues, para mí, no es tu voz, es tu cara. Ese careto enorme y estúpido que tienes... cuando lo miro, siento como si el mismo Dios me vomitara directamente en los ojos. Y sí, quema, quema mucho.
La tensión aumentaba por segundos. Hobbs puso ambas manos sobre una silla cercana, levantándola lentamente. Shaw lo observaba con una sonrisa burlona.
—¿Qué vas a hacer? ¿Tirarme unos muebles encima? —se mofó Shaw.
—Para tu información, iba a coger esta silla, girarla un poco y hacértela tragar entera —amenazó Hobbs, con una seriedad tan contundente que era casi cómica.
—Claro que sí. Esa es tu solución para todo. Aplastar, como una apisonadora. Pero aquí, mi querido Hobbs, eso no funciona —dijo Shaw, manteniéndose calmado y desafiante.
—Ah, pues yo creo que sí —respondió Hobbs, levantando la silla un poco más.
La voz por el megáfono interrumpió el creciente caos.
—Chicos, ¿por qué no se sientan y hablan tranquilamente? —pidió, aunque el tono sugería que el orador sabía lo ridículo que sonaba.
Hobbs, sin pensarlo, lanzó la silla contra el cristal. El golpe resonó en toda la sala, aunque el cristal, reforzado, aguantó el impacto.
Shaw suspiró, sacudiendo la cabeza.
—Tú y yo ya hemos pasado por esto. Es una pérdida de tiempo —dijo Shaw, mirando a Hobbs con un cansancio evidente.
—Por primera vez, estamos de acuerdo en algo —contestó Hobbs, echando un vistazo hacia la puerta.
—Muy bien, entonces lo haré a mi manera. Y si alguien tiene un problema con eso, que venga y me lo impida —espetó Shaw, con su típica arrogancia.
Los dos chicos detrás del cristal intercambiaron miradas nerviosas.
—Yo no entro ahí —dijo uno, su rostro pálido.
—Ni yo —añadió el otro, sacudiendo la cabeza.
Los miré de reojo y murmuré para mí misma, con una pequeña sonrisa:
—Son listos.
Una parte de mí se preguntaba cómo demonios íbamos a completar esta misión sin matarnos entre nosotros primero.
—¿Podéis comportaros como adultos? Estar atrapada entre ustedes dos ya es más que suficiente para mí —dije, lanzando una mirada de advertencia a ambos.
Hobbs me miró por primera vez de manera más directa, levantando una ceja como si apenas notara mi presencia. Luego, una sonrisa se dibujó en su rostro.
—Perdona, no nos han presentado. No soy de los que se saltan las formalidades —dijo Hobbs, extendiendo la mano de forma exagerada, claramente burlándose de la situación—. Soy Hobbs. Encantado.
Tomé su mano sin muchas ganas, pero antes de que pudiera responder, Deckard soltó un gruñido y apartó la vista, claramente incómodo.
—Soy Kira. Kira Lue —dije, soltando la mano de Hobbs antes de mirarlo a los ojos.
Hobbs tardó un segundo en procesarlo, sus cejas fruncidas, hasta que su expresión cambió de golpe.
—¿Lue? —repitió, girando la cabeza rápidamente hacia Deckard—. Espera… ¿No serás familiar de Han Lue? —preguntó, sus palabras pesadas como una bomba.
El silencio cayó sobre la sala como una manta helada. Hobbs me miró esperando una respuesta, mientras Deckard, que hasta ahora había mantenido su típica compostura fría, dejó entrever una ligera incomodidad.
—Sí, Han Lue era mi hermano —respondí con calma, aunque sentía la tensión crecer en mi pecho.
Los ojos de Hobbs se ensancharon ligeramente, y un destello de ira pasó fugazmente por su rostro antes de que lo controlara.
—¿Y estás aquí trabajando con él? —preguntó, incrédulo, señalando a Deckard con un gesto brusco—. ¿Con el hombre que mató a tu hermano?
No fue una pregunta, fue una acusación directa.
Deckard, por su parte, mantuvo su expresión impasible, pero sabía que esto no iba a quedarse así. Sus ojos no se apartaban de los de Hobbs, y su mandíbula estaba tan tensa que parecía que iba a romperse en cualquier momento.
—La situación es más complicada de lo que parece —dije, tratando de mantener la calma. Sabía que Hobbs no lo entendería, no ahora—. No todo es blanco y negro.
—¿Complicada? —soltó Hobbs, incrédulo, dando un paso adelante—. Este cabrón mató a Han, y ¿tú vas y trabajas con él? ¿De qué estás hablando?
—Hobbs —interrumpió Deckard con voz baja pero firme, dando un paso adelante para enfrentar directamente al gigante—. Ya te dije, lo que pasó con Han no es lo que crees. Las cosas no siempre son lo que parecen.
—¿Ah, no? —Hobbs levantó las manos con sarcasmo—. Entonces, ilumíname, Shaw. Dime cómo mataste a Han y resulta que no lo mataste. Estoy esperando.
Sentí mi paciencia desvanecerse. Estaba harta de que esta historia siguiera siendo el centro de todo. Han había sido mi hermano, pero el mundo era más grande que nuestra venganza personal.
—¡Basta! —grité, sorprendiéndome incluso a mí misma. Ambos hombres se detuvieron y me miraron, sorprendidos.
—Sí, Deckard mató a mi hermano —admití con la voz temblorosa, pero firme—. Pero ahora hay algo más grande en juego, algo que podría matar a millones de personas si no lo detenemos. Así que os guste o no, vais a tener que dejar esto a un lado, al menos por ahora.
El silencio volvió a caer, pero esta vez era diferente. Hobbs me miraba fijamente, como si intentara decidir si podía aceptar lo que acababa de decir. Finalmente, soltó un suspiro pesado.
—Solo pienso trabajar contigo —dijo Hobbs, señalándome—. Este idiota puede largarse.
Deckard soltó una risa seca, cruzándose de brazos. Sabía que no iba a quedarse callado ante esa provocación.
—No me lo digas dos veces, mejor trabajemos por separado —dijo Deckard, girándose hacia la salida y comenzando a alejarse de la sala.
Hobbs resopló, cruzándose de brazos también.
—¡Vamos! ¡Es lo mejor que ha dicho en todo el día! —exclamó, mirando a Deckard con incredulidad mientras se alejaba—. Al menos otra cosa en la que estamos de acuerdo.
Nos quedamos en la sala, Hobbs y yo, solos. La tensión en el aire era palpable, y por un momento, ambos guardamos silencio. No sabía si era una buena idea seguir a Deckard o quedarme aquí con Hobbs. Ninguna de las dos opciones parecía prometedora.
—Bueno, ¿qué hacemos ahora? —pregunté, intentando romper el hielo, aunque mi mente seguía debatiéndose.
Hobbs me lanzó una mirada y luego miró hacia la puerta por donde Deckard había salido.
—Ese tipo es una bomba de tiempo, pero... —se encogió de hombros—. Si tienes que elegir entre él y yo, sabes que yo al menos sigo las reglas... más o menos. —Su tono era despreocupado, pero la advertencia estaba ahí.
Suspiré, sopesando mis opciones. Quedarme aquí y trabajar con Hobbs, o salir corriendo tras Shaw, que probablemente iba a hacer todo a su manera y desatar el caos. Ambas rutas parecían peligrosas.
—Él se maneja mejor solo, pero eso no significa que no vaya a necesitar una mano más adelante —comenté, más para mí misma que para Hobbs.
—Haz lo que creas correcto, Kira —respondió Hobbs, apoyándose en la mesa—. Pero no esperes que yo le cubra las espaldas. No es mi estilo.
Apreté los labios, sabiendo que en esta misión, ninguno de los dos iba a ceder ni un centímetro.
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