Capítulo 24.
— No estás embarazada. — me dice la doctora después de esperar algunos minutos por los resultados. No sé si sentirme relajada o mal con esta noticia. — La muestra de sangre es un poco confusa porque tienes algunos de tus niveles algo elevados pero nada de lo que debamos preocuparnos. Quizás este dolor, sin darte un diagnóstico precipitado, pueda ser a causa de algún quiste. De ahí la razón por la que has tenido muchas irregularidades en tu menstruación. De todos modos, te aconsejo que si no tienes alguna ginecóloga de confianza, empieces a visitar uno más a menudo para que pueda hacerte unos estudios con más profundidad. — sigue explicándome.
Estoy en un estado de confusión severa. Ya que no sé cómo sentirme al respecto. Mi lado materno anhelaba que esos resultados indicaran un sí. Pero ahora que tengo un no como respuesta, me siento algo decepcionada.
— ¿Señora Connor, se encuentra bien? — la voz de la doctora me devuelve a la realidad.
— Sí, sí, estoy bien, solo quiero irme a casa, ¿puedo?
— ¿Ya te sientes mejor?
— Sí, ya me siento mejor. Quizás solo sea lo que usted dice. Tengo una ginecóloga de confianza, así que la visitaré de vez en cuando para que me ayude con esto.
— De acuerdo. La enfermera te retirará el medicamento y le diré a tus amigos que me firmen tu salida.
— Está bien. — cuando me deja a solas, mis ojos se llenan de lágrimas pero antes de que alguien me vea así, me las limpio de inmediato. Llega la enfermera, me retira el medicamento, me coloca una curita sobre el pinchazo y me acompaña a la salida, donde están Jacob y el guardia, esperándome.
— ¿Te sientes mejor? — me pregunta Jacob.
— Sí, sólo quiero ir a casa. — digo sin ánimo alguno.
Minutos después, llegamos.
Al entrar, me encuentro la sorpresa de ver a Karol en mi casa.
— Jacob me llamó y me dijo lo que había pasado. Y ni en sueños te íbamos a dejar aquí sola. — explica antes de que empiece a preguntar.
— Te preparé un delicioso té que te ayudará mucho y tu cama está lista por si quieres recostarte ahora. — añade Freddy. Son tan atentos conmigo que no tengo cómo agradecerles.
— Gracias, ese té me caería muy bien pero ahora necesito descansar, discúlpenme. — no me siento nada bien, física y emocionalmente.
— No tienes nada de qué disculparte. Ve, anda, descansa. Nosotros estaremos por aquí por si necesitas algo. — dice Karol, acariciándome el cabello.
— Muchas gracias, de verdad. — me giro para ver al guardia y a Jacob, quienes están detrás de mí. — Y a ustedes también. — les dedico una sonrisa y con la ayuda de Karol termino de subir los escalones hasta acomodarme en la cama.
Me ayuda con las sábanas y modifica el aire para que no me dé tanto frío.
— ¿Ha sabido algo de Jack? — le pregunto antes de que se vaya.
— Supongo que hasta ahora sabemos lo mismo. Sólo nos queda esperar hasta que vuelva y nos explique qué pasó. Ya sabes, lo de siempre. Estamos acostumbradas a esta vida con Jack Connor. — me sonríe. — Mejor descansa, mañana será otro día. — sale de mi habitación y cierra la puerta pero por más que intente dormir, no podré. Solo tengo cabeza para pensar en la noticia que me acaban de dar, las posibilidades de que tenga algún problema ginecológico que no me permita concebir un embarazo y no saber nada de Jack. Mi vida es una tortura.
No estás embarazada.
La frase se repite una y otra vez en mi cabeza. ¿Por qué mi mente me atormenta tanto? Definitivamente no podré conciliar el sueño esta noche.
Toco mi vientre y algo dentro de mí me asegura que esos resultados no pueden ser del todo ciertos. ¿Pero, cómo podría fallar un examen de sangre? Es totalmente imposible. A menos que se hayan equivocado de resultados. Jack, si tan solo estuvieras aquí las cosas serían más fáciles. Muy en el fondo, tenía la esperanza de que dentro de mi vientre hubiera vida pero esto es lo que es y sólo queda aceptarlo. Ya tendremos más tiempo para seguir intentándolo.
Jack Connor.
Chicago, Ciudad en Illinois. 8:30 de la mañana.
Tuve que instalarme rápidamente en uno de los departamentos que el ministro de defensa dejó preparado para mí. Y a pesar de que pude dormir algunas horas, pasé la mayor parte del tiempo estudiando los planos y estructuras del lugar del que extraeré el documento. Me visto con mi traje de tres piezas, boina y un sublime cárdigan azul marino que me sienta bastante bien.
Ganas de llamar a Melanie y mantenerla al tanto de mi situación no me faltan pero por protocolo de trabajo no puedo hacerlo. Es más, por su seguridad que la mía. Llevo en un maletín metálico todo lo que necesito para que esta operación sea un éxito y termine lo antes posible. Recalcando que estaré completamente solo. Solamente me respaldarán algunos francotiradores y unos agentes encubiertos entre la multitud, según tengo entendido. Y si algo falla, que lo dudo, tenemos un plan de escape. Nos estaremos comunicando todo el tiempo a través de los auriculares invisibles que nos proporcionaron.
Llamada entrante del ministro.
Es el único que tiene acceso a este número de teléfono. El que uso siempre para esta clase de operaciones.
— Connor. — contesto.
— Ya sabes quién te habla. Tendremos una pequeña reunión antes de comenzar, el juego ha cambiado un poco. Camina sin levantar sospechas hasta el semáforo y súbete al taxi que tenga las letras al revés. Es uno de nuestros agentes de confianza y te traerá con nosotros.
— De acuerdo. — respondo y cuelgo.
Reviso las balas de mi arma, le coloco el silenciador con antelación y me pongo en acción. Me acomodo los guantes en piel de cuero negro y observo las calles. No están nada mal. Tienen entre un toque rústico y moderno a la vez. Camino lentamente para llegar al semáforo pero unos gritos provenientes de uno de los callejones llaman mi atención. Escucho atentamente y retrocedo. Debería seguir mi camino pero al ver que un ladrón intenta robarle el bolso a una señora, me obliga a querer ayudarla.
— ¡Hey! ¡Tu! — le grito pero en cuanto me ve, sale corriendo.
— ¿Se encuentra bien, señora? — le pregunto al acercarme más. Asiente con la cabeza, está muy asustada. Más gente se nos acerca y se quedan con ella, así que aprovecho y salgo corriendo detrás del ladrón. Cuando creo que lo he perdido, logro verlo en una esquina de las calles cambiándose de ropa y mirando sospechosamente a su alrededor.
Actúo con normalidad, ya que también hay policías cerca y no estoy en una buena posición para levantar sospechas ni meterme en problemas. De hecho, quizás el ministro se enoje mucho después de esto pero sé lo que hago.
Camino entre la multitud, siguiéndolo desde una distancia apropiada. Se detiene al frente de una vendedora de cafés y compra uno. Se ha quitado los guantes, por lo que sus huellas dactilares quedarán plasmadas en ese vaso. Rápidamente se me ocurre algo. De alguna manera, no se saldrá con la suya. Mucho menos después de que vi lo que hizo. Espero a que se aparte un poco para beberse el café y también me acerco parar comprar uno.
En ningún momento tomo de él y cuando veo el momento preciso, choco a propósito con el ladrón, haciendo que derrame parte del café en su traje.
— Mi scusi signore! Sono stupido, non l'ho visto! Lascia che ti aiuti con il tuo caffè. — finjo que soy italiano. Mientras se enfoca en limpiar la mancha de su traje, intercambio mi vaso de café por el suyo.
— ¡Eres un idiota! ¿Es que acaso no miras por dónde vas? — le hago creer que recojo su café y lo coloco sobre el banco de sentarse que le queda detrás. — ¿Qué haces aquí todavía? ¡Lárgate de mí vista! — vuelve a decirme y cuando me doy la vuelta, sonrío orgullosamente.
Retomo mi camino y cuando distingo el taxi con las letras al revés le hago señas, se detiene y me subo en él.
Luego de un largo recorrido, llegamos.
Es una zona boscosa bastante apartada del centro de la ciudad. Supongo que es uno de los tantos escondites secretos del ministro. El conductor (que realmente es otro agente más) no ha hablado conmigo en todo el camino. Solo me guía hasta una puerta que conduce a lo que parece ser una guarida debajo de la tierra. El interior me sorprende bastante porque tiene un toque bastante moderno. Hay pantallas enormes y una mesa de reuniones en el centro. Cuya mesa, es donde están sentados algunas personas que no conozco. El que me transportó se queda de pie en una esquina lejos de nosotros, mientras todos me miran, incluyendo el mismísimo ministro. No pensé que también estuviese aquí.
— Bienvenido, Connor. Puedes sentarte. — me indica la única silla que está desocupada. No sé porque todos me ven de una manera muy peculiar. No los conozco a ninguno y tienen un estilo bastante extraño. No parecen que sean agentes.
Me siento y coloco el vaso con café sobre la mesa.
— Se te dio una orden de venir de inmediato y hasta pasas por café. Eso no estaba en el protocolo. No debes establecer contacto con nadie de esta ciudad. — me dice uno de ellos. El cual, por su apariencia, parece ser el bravucón del grupo.
— ¿Es que acaso no te das cuenta de que lleva guantes? No dejó sus huellas por ningún lado. — le responde una chica morena de afro bonito en mi lugar. Se ve muy joven, no creo que sea una agente federal.
— Ni siquiera los guantes son suficientes cuando estamos en una misión tan riesgosa como esta. — vuelve a decir el bravucón.
— O ese vaso plástico es muy malo o realmente no sabes tomar café. — me dice otra de ellas, viendo fijamente el vaso. ¿Por qué ahora todos están obsesionados con este café? — Sólo miren en las condiciones en las que lo ha traído. ¿Te caíste o algo similar? — vuelve a decirme la otra chica de coletas y maquillaje luminoso.
Sólo los fulmino con la mirada, sin entender a qué tanta desconfianza.
— Si ya terminaron con sus observaciones mediocres, les voy a explicar un poco. — comienzo a hablar. — En primer lugar, este café no es mío. Sino de un ladrón que intentó robarle a una señora. Cuando creí que lo había perdido, lo vi cambiándose de ropa en una de las calles. Como había policías cerca, para no levantar sospechas, actué con la misma normalidad que él. No soy alguien al que se le conoce por dejar escapar a sus criminales. Así que rápidamente, cuando lo vi comprarse un café, se me ocurrió una idea.
— ¿Intercambiaste tu vaso por el suyo, cierto? — atina a la chica del afro.
— Así es. Y ahora tengo todas sus huellas. Las que pondré en mi lugar cuando obtengamos el documento. — el bravucón se ríe.
— Discúlpenme pero no creo que esto sea necesario. ¿No se supone que utilizaremos guantes? No hay necesidad de dejar la huella de nadie en ese lugar.
— Ese lugar tiene mucha seguridad y aunque seamos demasiados buenos, de alguna forma sabrán que ese documento se extrajo. Puede que no sea dentro de muchos años, ya que nadie tiene permitido entrar ni siquiera para comprobar que sigue ahí. Pero también, si queremos que esto funcione, debemos crear una distracción. — digo.
— ¿Una distracción? ¿No nos pondría esto en más peligro? — pregunta a la chica de coletas.
— No será una distracción de la que se darán cuenta en el momento, ya que utilizaremos las mismas precauciones. El plan seguirá siendo el mismo, solo que en vez de robar el documento también robaremos algo más.
— Y es donde piensas colocar las huellas de tu criminal, ¿no es así? — la chica del afro vuelve a atinar.
— Eres muy inteligente. Me estás empezando a agradar. — le digo con una media sonrisa. — Antes de que descubran que el documento ya no está, primero se darán cuenta de que alguien ha robado algo más. Empezarán a investigar y cuando descubran esas huellas, estaremos fuera del foco. Desviamos la atención y no levantamos sospechas.
— Y en nuestro lugar, tu criminal pagará. Estoy entendiendo tu lógica. Es como matar a tres pájaros de un solo disparo. Me gusta. — comenta la chica de coletas. Ellas parecen estar muy de acuerdo conmigo, menos el bravucón. No sigue muy convencido de mis ideas pero al final sabe que tengo razón.
— ¿Y usted, señor ministro? ¿No tiene nada que decir al respecto? ¿No cree que esto es demasiado?
— Si algo he aprendido en todos mis años de carrera, es a siempre darle el voto de confianza a uno de mis mejores agentes. Y ese definitivamente, es Jack Connor. — me señala. — Así que como ya veo que tienen el plan bastante organizado, los presentaré para que se conozcan un poquito más. Ella es Kristen, nuestra hacker y conocedora de todos los códigos indescifrables posibles. — señala a la chica de coletas. — Ella es Gwen, nuestra detective y ladrona de carteras profesional. — señala a la chica de afro.
— En mi defensa, lo de ladrona profesional de carteras es porque he estado en un sin números de operaciones y misiones secretas como estas, en las que me ha tocado ser ladrona porque soy muy hábil para tomar cosas sin que nadie se dé cuenta. Nunca he empleado esta habilidad para hacerle daño a nadie, a menos de que sea por órdenes del estado. — añade.
— Y bueno, él es Max, nuestro soldado. — señala al bravucón. — Será el guardián de armas y el que intervendrá por si las cosas se ponen feas. Tiene una excelente puntería.
— Y bueno, ya nos has presentado a nosotros pero no nos has dicho mucho de nuestro querido amigo, roba cafés. — dice Gwen, refiriéndose a mí.
— Él es muchas cosas pero en resumen les puedo decir que es uno de los mejores agentes de Washington y ha sido la mano derecha en varias ocasiones del presidente. Podría decir que es uno de los favoritos de los superiores, por obvias razones. Cada caso que toca es un éxito asegurado. Es como el cerebro de cada operación y esta no será la excepción.
— Yo pensé que el cerebro era usted. — dice Kristen.
— Digamos que soy como el cráneo que los protege a todos ustedes. Cada uno tiene una habilidad peculiar para el propósito de esta misión. Se me asignó escoger a los mejores y por eso están aquí. Todos de una ciudad distinta pero luchando por un mismo objetivo.
— Nos ha dicho que tenemos que extraer un documento de uno de los lugares más seguros de esta ciudad pero no nos ha dicho por qué ni qué contiene dicha carpeta. ¿No cree que sea justo que sepamos lo qué conseguiremos y para qué lo usarán? — pregunto, y por la cara de todos, sé que tienen la misma curiosidad.
El ministro mira al suelo y respira profundo.
— Ah, ya sé lo que me dirá. Dirá que no puede decirnos nada por nuestra seguridad pero lo que no sabe es que ya estamos metidos en esto. No quiero ser pesimista pero si las cosas salen mal, al menos me gustaría saber la razón por la que moriré. — le soy bastante franco. Me mira por un par de segundos y sabe que no lo dejaré tranquilo hasta que nos diga una pista al menos.
— Es una carpeta con cientos de nombres, fotos y datos. Cada hoja contiene todas las identificaciones personales de personas que han tenido problemas y enfrentamientos en contra el presidente. — hace una pausa. — En pocas palabras, son las personas más peligrosas de todos los Estados Unidos.
— ¿Y cómo para qué querrían esta carpeta ahora? ¿Qué tiene de especial? — pregunta Kristen.
— Si se supone que ya saben quiénes son, deben de estar encerrados o algo similar ¿no es así? O sea, para que no ataque más el presidente. Me imagino que si saben quiénes son, están encerrados en alguna parte. — dice Gwen.
— Lo hace una máquina, no nosotros. Simplemente mantiene archivado todos los nombres y los datos de las personas que cree que pueden presentar un peligro para este país. Se diseñó para eso, basándose en todos los acontecimientos que pasan a diario. Lo que quiero decir es que nadie sabe quiénes están ahí. Ni siquiera yo. — revela.
— Okay, ¿y ahora por qué necesitan saberlo?
— Porque tenemos problemas con Rusia. Están amenazando con armar una guerra después de que varios de sus soldados hayan muerto en nuestros territorios por culpa del ejército. Por eso, el presidente los convocó para que llegaran a un acuerdo pero las cosas no terminaron muy bien. Fue entonces que le dijo que no serían los primeros en ser sus enemigos, ya que existe toda una carpeta de personas que habían querido asesinarlo sin obtener éxito alguno y por sorprendente que parezca, al presidente ruso se le ocurrió una magnífica idea para ganar esta batalla de venganza: con la humillación internacional. Le dijo que solo firmaría un acuerdo de paz, si le entregaba dicha carpeta y dejaba que sus hombres los cazaran a su manera, y así el mundo lo reconocería: Rusia salvó el trasero de los Estados Unidos. Como pueden notar, el presidente no tuvo muchas opciones. De todas formas son nuestros enemigos. Nos harían un favor.
— Una vida por una vida. — dice Gwen suavemente. Comprende todo lo que pasa.
— Esa carpeta es lo único que nos salvará. Prácticamente nos humillaremos como país en cuanto el mundo sepa que Rusia eliminó a nuestros enemigos, cuando verdaderamente las cosas en ningún momento se dieron así. Quedarán como los héroes y nosotros como los desamparados. Pero nuestro presidente ama tanto a su gente que prefiere perder el orgullo que perder a sus hombres por una guerra innecesaria.
— ¿Y por qué si lo que haremos será para salvar a nuestro propio país, tendrá que ser de esta manera? ¿Por qué simplemente no van y les piden amablemente el documento y ya? — pregunta el bravucón. Aunque ya sé cuál es su nombre, me resulta más fácil llamarlo así, ya que fue la primera impresión que me dio.
— Porque ese es justamente el problema, nadie tiene que saberlo. Esto solamente es cosa del presidente y del ministro de defensa. Ni siquiera la NASA se debe de enterar, ya que toman sus propias decisiones independientemente de lo que diga el presidente y es un riesgo que debemos impedir. Y todo para que salga exactamente como Rusia quiere. Sólo si lo hacemos de esta forma, firmarán un acuerdo de paz. — camina lentamente por nuestro alrededor, con las manos en los bolsillos de su costoso traje. — Todo silencioso, en secreto, sin levantar sospechas y obedientemente. Obtendremos esa carpeta sin que nadie se entere, se lo cederemos al presidente de Rusia, vengarán la muerte de sus soldados., firmarán un acuerdo de paz y ya no tendremos que preocuparnos por esto. Ustedes ganarán una gran cantidad de millones en sus cuentas bancarias y aunque no podremos darles el mérito y el reconocimiento que merecen al ser un caso clasificado, de todos modos estarán en nuestra lista número uno en la seguridad internacional.
— Mi padre colaboró una vez para destruir un monumento de los Estados Unidos. ¿Cómo sé que no está en esa lista? — pregunta Gwen, cruzando los brazos.
— Fue suficiente por hoy. Es información que ustedes no necesitaban saber pero por ser mis favoritos se los dije y todavía no sé si cometí un grave error. Espero que no. Ahora sólo tienen que enfocarse en extraer esa carpeta, escapar y volverán a su vida normal. Nosotros nos encargaremos del resto, sólo es eso. — nos quedamos en silencio. — A pesar de los planos y de todo lo que ya tienen preparado, hay un detalle que aún no les dije. — ¿otro detalle más? Esta misión va para largo. — La carpeta está dentro de una caja fuerte. La caja más compleja de abrir. Tiene alrededor de 7 combinaciones y todas son diferentes.
— ¿Y nos lo dice hasta ahora? ¿No cree que eso era algo que teníamos que saber desde el principio? ¿Cómo demonios vamos a poder abrir algo así? Eso no estaba en la ecuación. — Gwen se altera.
— Para eso les traje a un integrante más. — el sonido de alguien caerse llama nuestra atención y hace que miremos a la misma dirección. Es un chico rubio de ojos azules, con un montón de libros encima pero que también lleva un traje de tres piezas de buen gusto.
Aparentemente, también es algo torpe.
— ¡Discúlpenme! Creo que se me olvidó atar mis cordones. — se agacha y los amarra. En algunos aspectos me recuerda a Paul. Como no hay más sillas, se queda de pie.
— Otro niño lindo de ojos azules en el equipo, no está nada mal. — dice Kristen mientras mira al chico nuevo y a mí.
— Él será quien abrirá esas cerraduras. Es un experto total. Puede que con su apariencia, los engañe pero es muy listo. — por la forma en que habla de él, se nota que lo estima mucho y que no es la primera vez que lo ve.
Apenas recuerdo que el conductor sigue aquí, en una esquina sin decir absolutamente nada.
— Por cierto, ¿quién es el? — pregunto.
— Será su conductor. No es de muchas palabras y mientras menos sepan de él, mejor. — me contesta el ministro. Está clarísimo que no es de muchas palabras. No ha dicho ni una sola palabra desde que me trajo aquí.
— Ahora que ya todos están aquí, que empiece la función.
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