chapter two. welcome to the rebellion

𝐇𝐀𝐏𝐏𝐈𝐍𝐄𝐒𝐒
⌇ ☾ ❪ chapter two ❫  ೋ
۫ ₊˚ welcome to the rebellion ˚₊ ۫ ۫

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Cuando los vencedores de los Septuagésimo cuartos Juegos del Hambre se adentraron al escenario, las personas aplaudieron como de costumbre pero sin mostrar ni una pizca de felicidad, al menos no tanto.

Yo me encuentro con un largo vestido para la cena luego de esta presentación, junto a los otros tres vencedores del distrito. Alden, quien se coloca junto a mi con un traje elegante y moño para mirar la pantalla donde se transmitirá todo, me sonríe pero no busco formar una conversación.

—Estamos muy agradecidos...— empieza el chico, el joven Mellark, quien lee las tarjetas en sus manos —De sus tributos, sin ellos no estaríamos aquí...-

—Creo que es el mismo discurso de los otros distritos— murmura Alden.

Lo miro —No sería una sorpresa.

Él niega —No, lo es, algo así.

—Si se miran agradecidos de todas maneras, ¿no lo crees?— le doy un leve vistazo.

—Sí, aunque solo ellos lo están, me parece.

El chico del doce se aparta del micrófono y le da lugar a la chica, una joven castaña del distrito uno. Me parece raro tener dos vencedores este año, todo el tiempo, y durante los últimos setenta y cuatro años solo ha habido uno.

—Antes que nada quiero agradecer a los vencedores y a las personas del distrito cinco por su bienvenida maravillosa que hemos recibido yo, Peeta y nuestro increíble equipo— dice ella, leyendo con voz robotica.

—Quizá sean los nervios— añado, sin dejar de mirar la pantalla. Alden asiente —¿Recuerdas cómo fue tu gira?

El chico se mantiene pensando algunos minutos antes de sonreír, como si recordará algo.

—Me caí al entrar al escenario de los nervios en el primer distrito al que fui— dice y no puedo evitar reírme al imaginármelo.

—No me digas, los nervios.

—Sí, lo peor es que fue frente a toda esa gente, fue horrible— forma una mueca —Jamás olvidaré esas risas, mientras los agentes de la paz trataban de levantarme, no estaba mirando mis pasos, estaba mirando mis tarjetas porque las memorice sin saber que podíamos leerlas. ¿Qué hay de ti? ¿Recuerdas tu gira?

Recuerdo más que solo la gira.

—Sí, la comida fue mi parte favorita, los platillos tradicionales de los distritos y los dulces— sonrío —Era una niña así que me llevé todos los dulces que pude.

—Que adorable.

Río —No, no lo es, es infantil.

—¿A tu edad? ¿Qué edad tenías cuando ganaste tus juegos?

Relamo mis labios, incómoda, no es un tema del que hable a la ligera porque desde ese día el infierno me ha perseguido y me ha atormentado hasta ahora. Perdí a muchísimas personas al regresar a casa cuando creí que estaría a salvo de las manos del Capitolio, de las manos del presidente.

A mi suerte no tengo que responder su pregunta, pues los aplausos de los demás vencedores nos interrumpen y con ello la cena. Me paso toda la cena hablando con los demás vencedores, especialmente con Lincoln, quien me cuenta todo sobre su nueva hija, sus ojos se le iluminan y no le puedo cortar la conversación.

Se va temprano por lo mismo, así que me quedo sola en la mesa con un platillo de galletas medio comidas y un vaso de vino.

—No respondiste mi pregunta— escucho a mi lado.

No tengo que girarme para saber quien es, así como bebo de la copa para ganar tiempo.

—Está bien si no quieres hablar de eso, puede resultar tormentoso.

Niego —No tienes idea de lo que es.

—Entiendo— asiente —No voy a insistir más, pero si diré que si necesitas hablarlo algún día, te escucharé, no es sano guardarse un suceso como eso tanto tiempo. Créeme.

Lo miro. No puedo evitar que mis ojos se humedezcan con tan solo pensarlo. Todo da vueltas en mi cabeza una y otra, y otra vez. ¿Y a quién se lo he dicho? A nadie, la única persona que lo sabe está a kilómetros lejos de mi para siempre. Quizá sea verdad, quizá sea tiempo de empezar de nuevo.

¿Cómo se debe sentir? Me he olvidado por completo. Es claro que Alden es un excelente chico, estoy segura de que cualquier persona quisiera estar a su lado el resto de su vida... ¿Debería ser yo? Me invito a cenar, creo que es un inicio.

—¿Aún sigue en pie la cena?— inquiero de la nada.

Aquello lo toma tan de sorpresa como para mi, pues mi boca se me ha adelantado. Alden asiente dispuesto.

—¿Qué tal ahora?— sonrío.

Alza ambas cejas —¿Ahora?

—Bueno, ¿lo quieres o no?

Aquello lo hace reír —Sí, por supuesto, vamos.

Se levanta y extiende su mano hacia mi, la cual tomo para salir junto a él del edificio de justicia donde todos están demasiado ocupados como para prestarnos atención.

Llegamos hasta el tejado de una casa abandonada en la Aldea de los Vencedores. Las estrellas están por encima de nosotros y la luna nos ilumina más los rostros, no hace tanto aire como aseguraba a pesar de que el invierno está a mediados.

—Creí que íbamos a cenar— le menciono, con una sonrisa en mis labios.

—Mi definición de cena es diferente.

—¿De verdad? ¿Qué es para ti?

Encoje sus hombros —Sentarse a hablar, es lo mismo que hacemos ahora mismo y sería lo mismo que hiciéramos si estuviéramos comiendo. Además me hiciste improvisar, no tengo comida hecha ahora.

—Tienes razón, bueno, ambas formas me agradan.

Me vuelvo a él para mirarlo y noto que me observa a mi. Me siento tan rara con sus ojos avellana y su mente prestandome toda la atención posible

—Gane mis juegos hace unos años— dice él —Cuando tenía como dieciséis, ya no lo recuerdo pero, creí que cuando ganaría estaría a salvo...

—Pero no lo estas— completo y él niega.

—Nunca nadie gana los juegos, Mayrin, solo... sobrevives y ya— frunce un poco sus labios —Y entonces, si crees que eres lo suficientemente valiente, el Capitolio te da tus recompensas por trabajar en el negocio.

Mi ceño de frunce un poco, trato de recordar a qué se refiere con negocio hasta que lo hago.

—Es lo peor que le puede suceder a un vencedor— añade —Porque nadie gana los juegos, ¿Entiendes?

Asiento —Sí, lo hago.

Él se mantiene en silencio y comprendo que es mi turno para hablar. No me incomoda ni nada, al contrario, creo que lo necesito, necesito hablar con alguien de esto.

—¿Recuerdas cuando te dije que no era de por aquí?— inquiero y él asiente —Bueno, dije la verdad, soy de otro distrito pero me enviaron aquí cuando gane mis juegos hace tiempo.

—¿Puedo preguntarte por qué?

—No acepté entrar al negocio— respondo —Sí sabes a lo que me refiero.

Cada vencedor que se considera como deseable no tiene opción, o aceptas ser vendido a la gente del Capitolio o matan a todos los que amas... bueno, supongo que ya todos sabemos como termino para mí.

—Vivía en el distrito cuatro con mi padre y mi abuela— añado —Teníamos una casa cerca del mar, a mi papá le destrozo la idea de irme a la arena pero le prometí que volvería y lo hice pero... sólo tuvimos unas semanas de felicidad hasta que una noche todo cambió.

No puedo mirarlo, ni seguir hablando. La voz se me corta como advertencia de que soltare en llanto en cualquier momento así que simplemente bajo la mirada y espero.

—Lamento mucho tu perdida, Mayrin— dice él —Es algo que nadie debería pasar, especialmente tu, eres maravillosa y no es justo como te ha tratado la vida.

Niego —Debí haber aceptado, ¿sabes? Al menos así los tendría a ellos y todo sería diferente.

—Bueno, no es la vida muy linda si aceptas.

Aquello me hace mirarlo —¿Tu...?

Niega —Uh, no, no, pero me lo veía venir en cualquier momento, jamás pasó, pero tengo algunos amigos vencedores que sí y... no tienes idea de como te destroza la vida.

Muchas personas piensan que llorar es una debilidad, pero si me lo preguntan creo que es más bien una señal de que eres fuerte. Llorar te da fuerzas de levantarte y seguir adelante, todos deberían hacerlo sin sentirse vulnerables.

Alden y yo decidimos cambiar de tema una vez que hemos entrado al circulo íntimo del otro. Es tan maravilloso hablar con él que se me pasan las horas y las horas. Tal vez no haya sido mala idea del todo.

La tarde se hizo cada vez menos clara ya que la luna se somaba por el cielo. Todas las tardes, durante los últimos años, Francis y yo cenábamos una vez a la semana dulces, pastelillos y esas cosas mientras mirábamos la televisión o algunas cintas con sus programas favoritos que alguna vez dieron.

Él ama estas noches y yo también, así que ahora estoy muy feliz dejando una cantidad excesiva de azúcar sobre la mesa de la sala mientras Francis coloca la cinta y vuelve al sofá dando brincos para cubrirse con la cobija debido al frío.

—¿Qué vamos a ver hoy?— le inquiero con curiosidad.

—Telenovelas no, por favor, mamá— rodo los ojos.

Le miro indignada —¡Oye! Las telenovelas son lo mejor.

—Es que estás anciana, por eso te gustan tanto.

—Disculpe, jovencito, así no se les habla a los adultos mayores de edad— le pico las costillas para hacerle cosquillas.

Logro mi cometido porque apenas y lo toco cuando ya esta retorcido de la risa. No puedo evitar reírme cuando la pantalla se oscurece y luego el símbolo de Panem aparece sin avisar.

Francis se queda callado, comienzo a asustarme pero Caesar Flickerman aparece en la pantalla, con su cabello, barba y cejas de color extravagante. El miedo desaparece de mi entonces.

Los vencedores de este año aparecen en la pantalla junto a él, en una sesión de preguntas cuando... el muchacho se arodilla con un anillo en manos. El capitolio explota en emoción pero Francis y yo solo estamos viendo lo que pasa frente a nosotros demasiado expectantes como para decir algo.

—¿Algún día amarás a alguien así, mamá?— inquiere Francis, girandose a mi.

Lo miro —¿Cuál es la prisa?

Él niega —Es que... cuando yo me vaya no quiero que estés sola.

—¿Ah, sí? ¿A dónde iras?— frunzo mi ceño.

—A los Juegos— responde y me deja atónita. Espero todo menos eso —Ya sabes, este año cumplo doce y por primera vez saldrá mi nombre en la cosecha, no quiero pensar en eso pero tampoco quiero que te quedes sola cuando me vaya.

La idea se forma en mi cabeza, hace añicos mis neuronas y me quedo petrificada en mi lugar. La idea de ser mentora de mi Francis me parte el corazón, porque sé que no podría hacerlo, sé que, jamás podría verlo morir de una forma tan salvaje como lo han estado haciendo los tributos de diferentes distritos cada año desde que tengo memoria.

—No te van a elegir— le digo, aunque creo que es obvio.

El presidente me tiene un gran cariño que mandaría a Francis sin dudar a los juegos. Es más, hasta creo que se ha preparado todos estos años para enviarlo al matadero.

—Todo es posible, tu me lo dijiste cuando me sacaste de esa casa hogar.

Niego —Sí, pero no me refería a eso, lo sabes.

La pantalla se apaga y nuestra cinta aparece otra vez. La película empieza a reproducirse cuando Francis se recuesta en mi regazo.

Acaricio su cabello porque no sé si será la última vez que lo haré. Aquello que me ha dicho me ha dejado pensativa y al mismo tiempo me ha consumido en miedo porque en el fondo sé que tiene una pizca de razón.

Quizá no lo pueda proteger del todo.

—¿Estabas buscándome?— Dania se acerca a mi tan pronto como puede.

Le asiento, —Sí, sé que no debería molestarte porque tienes muchas cosas que hacer pero no tengo muchas amigas por aquí.

Ella niega —No, Mayrin, esta bien, cuéntame.

Decir que dormí mucho no sería nada. Nada.

—Bueno, anoche fue la noche en la que Francis y yo vemos películas y así...

—¿Él esta bien?— inquiere preocupada.

—Sí, bueno, no lo sé— suspiro —Me dijo algo que me dejó aterrada.

Ambas avanzamos por la nieve hasta la plaza. Ella carga su bolso de mandado y yo también, una buena excusa para pensar es ir a reunir comida o cosas totalmente innecesarias solo para pensar y matar las horas que sean necesarias.

—¿Qué pudo haber sido?

—No fue algo que dijo, fue más bien... un pensamiento sobre...— trago en seco, no estoy segura de que este siendo muy discreta —Sobre la cosecha y su nombre, dijo que... que no quiere dejarme sola cuando sea cosechado en los Juegos.

Aquello no le toma de sorpresa y no me lo explico, intento buscar alguna respuesta en su expresión pero solo me deja más confusa.

—¿Qué pasa?— añado.

—Francis no es el único niño que se ha hecho esa pregunta o que ha pensado en sus padres de esa manera— responde ella.

Alzó ambas cejas —¿De verdad? Pues iluminame, vamos.

—Mis niños se han hecho esa misma pregunta desde que cumplieron los doce, les aterra la idea de ir— niega —Créeme, es solo una fase inicial de todo eso que vivimos, se le pasará.

—Sí, pero el hecho de saber que será cosechado hasta que cumpla dieciocho no lo hará— menciono —Tengo miedo de que me lo arrebaten.

Ella coloca una mano sobre mi hombro en forma de apoyo —Tranquila, no lo harán.

Le sonrío devuelta. Las personas gritan y corren despavoridas al otro lado de la plaza cuando menos nos damos cuenta, mi ceño se frunce y no me explico lo que sucede hasta que escucho el sonido de un arma.

—¿Qué es eso?— se pregunta Dania junto a mi.

—No lo sé, será mejor que vuelvas a casa con tus hijos.

—¿Crees que sea eso otra vez?

La miro, hace unas semanas, luego de que los vencedores de los últimos juegos se fueran del distrito, hubo un pequeño levantamiento en una de las industrias. La gente se negó a trabajar durante toda esa semana y cada uno fue castigado de formas inimaginables, lo que ocasionó un desastre que apenas se está curando.

—No lo sé, será mejor no averiguarlo— trago en seco.

Alden corre hasta nosotras, se ve bastante ajetreado después de venir de la plaza con toda esa gente. Esta ayudando a una mujer anciana a caminar lejos de las balas perdidas y, cuando me mira, le cambia la expresión.

—¿Estás bien?— me pregunta.

Asiento, sin soltar mi agarre del brazo de Dania. —Sí, estamos bien, íbamos a la plaza a comprar despensa. ¿Y tu?

—Estoy bien— responde —Fui a comprar el licor de mi abuelo, no puede vivir sin el.

—¿Sabes qué está pasando?— inquiere Dania.

Algo se enciende en la cabeza de Alden —¡Ah, sí! Lo siento, nuevos agentes de la paz, no son muy agradables.

Formó una línea sobre mis labios —Será mejor que recoja a Francis de la escuela, no creo que sea muy seguro estar aquí de todas maneras— me giró a Dania —Pueden quedarse con nosotros.

Ella niega —No es necesario, Mayrin.

—Créeme, lo es, no sabemos qué más cosas injustificadas harán estos nuevos agentes de la paz, la última vez quemaron la casa de los Vill.

Finalmente acepta. Más tarde, luego de recoger a todos sus hijos y a Francis de sus clases, me siento más segura estando en mi casa, alejada de los agentes de la paz y de la plaza.

Hay oscuridad en esta, las casas tienen ventanas y puertas cerradas, incluso algunas luces apagadas así como nosotros. Dejo la simple luz de la chimenea y un par de velas para iluminar la cocina mientras Dania y yo preparamos la cena así que la mujer no puede dejar de darme las gracias cada vez que puede.

Las cosas parecen no mejorar, o no lo sé, no salgo mucho de casa la siguiente semana porque tengo miedo de salir. Únicamente lo hago para comprar la despensa de toda la semana, acompañada de Dania, quien se ha quedado en mi casa toda la semana siguiente.

—Están aquí para fundir miedo— hablo lo más bajo que puedo, ya que un ejército de ellos me pasaba junto.

—Mejor no hablemos de eso— pide —¡Mira! Hay cereal nutritivo, muy barato para ser real.

Miro la caja y confirmo que es demasiado barato para ser real. Algo no me cuadra.

—Revisa la fecha de caducidad— respondo.

Ella gira la caja y nos encontramos con lo que sospecho.

—Ahora no sólo nos van a matar a latigazos, si no también a envenenarnos— suspiro.

Dania me da un codazo, así que guardo silencio ya que un agente de la paz me observa a cada paso que doy. Dudo que sea porque me conoce por ser, entre comillas "famosa".

—Llevemos lo que sirva, no pienso llevar cosas baratas y caducas a casa— le digo.

Y eso hacemos, encontramos muy poco pero entendemos que es lo menos que podemos llevar si queremos seguir saludables y vivos.

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