chapter one. bad news

𝐇𝐀𝐏𝐏𝐈𝐍𝐄𝐒𝐒
⌇ ☾ ❪ chapter one ❫  ೋ
۫ ₊˚ bad news ˚₊ ۫ ۫

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Existen muchas reglas en el nuevo Panem, el resumen de todas ellas es que si no las cumples morirás o algo peor. ¿Qué es peor? A mi consideración, lo peor es no morir, si no, convertirte en un esclavo del Capitolio o en otros terminos: un avox.

Que te corten la lengua y te hagan esclavo sería un sufrimiento si me llegase a pasar. Espero que ese día nunca llegue.

Hoy tengo malas noticias, no para mi, si no para una familia del distrito cinco a la cual conozco y ayudo. La familia Dutton se basa en cinco integrantes, todos los hijos del matrimonio eran mayores de doce y pedían teselas cada año, lo cual aumentaba sus posibilidades de ir a los Juegos pero ese no es mi punto, mi punto es que el padre de está familia había sido víctima de su trabajo, lo cual ha dejado a los pobres niños sin un padre. Y yo, bueno, yo tengo que dar esa noticia.

El presidente insistió en que él lo haría pero me ofrecí como voluntaria puesto a que los conozco desde que había llegado aquí.

—Buenos tardes, Dania— saludo, justo antes de tocar la puerta un par de veces.

La mujer de cabello oscuro se gira desde aquella pequeña cocina que hacía parte del comedor con cinco sillas. No puedo dejar de pensar en que una de esas cinco sillas no será ocupada más.

—Buenos tardes, Mayrin, ¿te ofrezco algo? Acabo de comprar café está mañana con el dinero que nos diste, fue muy amable de tu parte.

Niego con la cabeza, cerrando la puerta detrás de mi para que el frío de invierno no se meta a la casa caliente por el fuego que sale de la chimenea.

—En realidad solo venía de paso— señalo.

Ella limpia sus manos con su delantal —Calentare algo de agua, debes tener frío, el café te calentará un poco.

Ella siempre ha sido tan amable, especialmente conmigo después de que los he ayudado al mantenerse con comida sobre la mesa. Yo tengo mucho dinero, de sobra diría yo, así que no me molesta compartirlo con ellos.

Decido dejar que me traiga agua caliente y café, ella menciona que no tiene azúcar pero le echo bastante leche para aligerar el sabor, lo cual la hace sonreír y sentarse frente a mi.

—Dania, la razón por la que estoy aquí no es por... buenas noticias— comienzo, cuando sé que no podré retrasarlo más —Es sobre Leo...-

Leo, su esposo a quien he visto que ama desde el momento en el que lo conocí a él. Era un hombre tan caballeroso, generoso que me duele demasiado ver los ojos de Dania partirse en lagrimas cuando sabe lo que estoy apunto de decir.

—No...— ella suelta un leve quejido —Necesito que lo digas.

¿Decirlo? Apenas puedo contenerme.

—Leo se ha ido está mañana, los agentes de la paz creen que ha sido un accidente y varios trabajadores han salido con lesiones muy fuertes— mi voz se parte así que tomo un segundo antes de continuar. —Él se ha regresado para ayudar a los demás a salir, pero se ha quedado entre los escombros y... cuando todo exploto... ya no había nadie más que pudiera salvarlo.

La mujer se rompe en llanto y agradezco que sus hijos sigan en la escuela para que no presencien está horrible escena. Abrazo a Dania con fuerza, como si pudiera protegerla y dejo que se calme aunque eso parece nunca llegar ya que tarda unas horas en hacerlo y para cuando sucede sus tres hijos llegan y me da tanto miedo que su alegría se vea apagada.

Simplemente me quedo quieta sobre mi lugar cuando eso sucede, los tres niños que quedan ya que antes eran cuatro pero el mayor fue elegido para los Juegos de hace dos años y, por obvias razones, fui mentora de ese niño. Me dejó en cama llorando por varias horas luego del gong, desde entonces me veo obligada a ocupar mi cabeza en otras cosas que no sea pensar.

Me siento tan agobiada que decido irme a casa a la primera oportunidad, no sin antes dejarles una proporción adecuada de cena, me voy diciéndole al mayor de los hijos que estaré en casa al pendiente. Cuando llego a la Aldea de los Vencedores me encierro en mi casa sin hacer ruido alguno.

Francis, el niño de once años al que adopte hace unos tres años, asoma su cabeza desde la puerta y me mira alarmado.

—¿Mamá? ¿Eres tu o un fantasma?— inquiere con el ceño fruncido.

Le sonrío al dejar mi bufanda sobre el sofá —Un fantasma, obvio.

—Tengo una linterna y no tengo miedo a usarla.

Entonces me escabullo entre la poca luz que hay, en silencio, apenas veo a Francis apuntar con su linterna y cuando la enciende me lanzó a él para hacerle cosquillas mientras grita un segundo del miedo y ríe al otro.

Sus carcajadas me hacen reír a mi tambien y cuando veo que se está poniendo colorado lo dejo, secando mis lagrimas debido a las carcajadas.

—¿Cómo te ha ido en la escuela?— le pregunto como todas las tardes.

A este punto él ya está en pijama, bañado, pero estoy segura que no ha cenado.

—Bien, vimos más sobre la historia de Panem en los días oscuros y cantamos una canción— me responde, sentándose sobre el sofá.

Me levanto y me dirijo a la cocina para abrir el refrigerado —¿Ya cenaste?

—Sí...— evita mirarme a los ojos, lo cual lo delata totalmente.

—Francis Holloway.

El pequeño rubio abre tanto los ojos del miedo que busca una respuesta en su cabeza pero nada, se queda en silencio sobre el sofá.

—Comí en el descanso.

—Eso no es cena— asomo mi cabeza dentro del refrigerador, cuando noto un extraño intruso —¿Volviste a dejar a tu dinosaurio en el refrigerador?

Francis salta del sofá hasta mi, toma el dinosaurio y grita su nombre: —¡Violet! ¡Con razón no lo encontraba!

Sonrío de lado a lado, no logró soportar tanta ternura así que preparo una cena adecuada sin quemar la cocina de puro milagro y cuando hemos cenado le pido a mi compañero de casa que vaya a lavarse los dientes.

Él corre hacia la cómoda cama con sabanas, se gira a mi y antes de que pueda apagar la luz habla.

—¿Puedes arroparme?— inquiere —Como cuando era niño.

Le sonrío —No, duérmete— le respondo, con un tono de broma que lo hace reír.

Me dirijo a él, lo cubro con las sabanas y cobijas gruesas. Eso lo hace sonreír y a mi recordar cuando era más pequeño y llegó aquí.

Era más chaparrito, su cabello y rostro estaba lleno de tierra, su estado físico era muy débil ya que estaba demasiado flacucho debido a la falta de comida. Pretendía robarme o algo así que ya lo encontré husmeando sobre los muebles de la cocina, entonces, cuando conocí la historia, me di cuenta que jamás podría entregarlo, sus padres habían muerto cuando nació, ambos por una gripe muy fuerte que arrasó con la mitad de su familia, dejándolo a él a su propio cuidado.

En los distritos, el robo está totalmente prohibido, se castiga a muerte y entregarlo significaría eso, que moriría así que mi corazón de pollo y mi soledad me obligo a darle de comer, alimentarlo y después adoptarlo. Luego de largas semanas de papeleo, finalmente había estado en mi vida para siempre.

—¿Necesitas algo más?— le pregunto, tratando de sonar dulce, aunque ambos sabemos que no me sale.

—Sí, cuéntame una historia.

Me siento junto a él, —¿Una historia?— él asiente —¿Sobre qué?

Encoge sus hombros —Lo que sea, pero que tenga final feliz.

—Bueno, veamos...— me quedo un buen rato pensando en el silencio que lo único que se escuchan son las gotas de lluvia caer sobre el techo —¿Alguna vez te dije que tenía una mascota en mi anterior casa?

Él asiente, luego su ceño se frunce —Mamá, ¿por qué ya no vives en el distrito tres?

Eso me toma de sorpresa, porque no es un tema del que me guste de hablar. Estaba ahí, en otra versión de mi, en casa con mi familia... pero eso se fue, ya no existe, se ha ido.

—Porque... bueno, no lo sé— miro hacia a un lado —Pero el tema es que iba a contarte una historia, ¿no quieres oírla?

Sonríe —Sí, sí quiero.

La rutina del día siguiente es la misma que el día anterior, aunque está vez tengo que levantarme más temprano porque hoy empiezan los preparativos para la Gira de la Victoria y nuestro distrito, el cinco, debe verse bastante presentable para los ganadores.

Cuando dejó a Francis en sus clases me dirigo al Edificio de Justicia, donde hay personas caminando de un lado a otro con cajas llenas de decorativos o de papeles para saber lo que se hará. Una joven de cabello castaño se me acerca en esta ocasión, con un gran listado.

—Debes ser Maria.

Niego —Mayrin, es Mayrin.

—¡Sí! Lo lamento, tengo muchísimas cosas en la cabeza ahora mismo— me extiende la hoja o más bien dicho, las dos hojas llenas de escritos —Aquí tienes tu discurso, traté de no hacerlo tan largo así que si gustas quitarle algo estás en tu derecho.

Intento analizar lo que dice pero todo se mueve demasiado rapido como para reaccionar.

—¿Necesitas ayuda?— inquiero, porque quiero ser de lo más ayuda posible.

De todos modos, no tengo mucho que hacer en casa y creo que he llenado mi ropero y el de Francis con tanta ropa tejida a mano.

Los ojos de la mujer se abren de par en par, como si no pudiera creer lo que le acabo de decir.

—Eso es lo mejor que me han dicho en todo el día y sí, muchas gracias— señala la caja a unos centímetros de mi —En esa caja hay algunas pancartas que irán afuera del edificio, ¿podrías colgarlas?

Asiento y ella me agradece en voz baja antes de irse corriendo a hacer algo más. Las cajas no pesan demasiado así que muevo algunas hasta conseguir tener ambas pancartas con el enunciado: DISTRITO CINCO - PODER.

He tomado unas escaleras y las he colocado junto a los picos donde debe ir la gran pancarta. Con mucho cuidado subo en ellas y pego o más bien, intento que se mantenga firme apesar del poco viento que hace el día de hoy. Aunque sé que caeré, el viento se intesifica más y la escalera tiembla en mis piernas.

—Por favor no, por favor no— cierro los ojos, aferrandome a la cima de la escalera cuando de pronto se detiene.

Aunque el viento no, solo las escaleras. Con el ceño fruncido bajo la mirada para ver al causante y lo hago, el chico de cabello rizado y castaño se asegura de que no vaya a caer.

—¿Todo bien allá arriba?— pregunta.

Me las arreglo para asentir —S-Sí, gracias.

Él niega, con una sonrisa de lado —Hola, creí que necesitabas algo de ayuda.

Y que mejor, me ha salvado la vida.

—Sí, gracias, creí que moriría.

Él ríe —No te preocupes, aquí sostengo la escalera para que no caigas.

Formó una mueca, no porque no le crea de que estaré bien desde una larga altura o bueno, sí, es por eso.

—Soy Mayrin— me presento —¿Qué hay de ti?

—Alden— extiende su mano hacia mi para que la estreche.

Lo hago con timidez y mucha rapidez para volver a mi posición de gato asustado sobre un árbol.

—Un gusto, Alden, gracias por ayudarme a no...— señalo la escalera —Bueno, ya sabes, morir de esta altura.

Él sonríe —No creo que puedas morir desde una altura tan pequeña, pero de nada.

—Sí, bueno, suelo exagerar mucho las cosas— le digo y vuelvo a lo mío.

Cuando termino bajo las escaleras con cuidado y entonces me doy el tiempo de observar bien al chico, por un segundo creo que lo conozco... no, de verdad lo he visto en algún lado pero ¿Dónde?

—Creo que te conozco— entrecierro mis ojos.

El castaño me mira confuso y tarda unos segundos en darse cuenta —¡Ah, sí! Somos vecinos, en la Aldea de los Vencedores.

El foco me ilumina la cabeza, casi quemando mis neuronas.

—Cierto, eres un vencedor del distrito.

Asiente —Así es.

Extiendo mi mano hacia él de forma cortés, ya que no de me ocurre algo mejor que hacer.

No tengo muchos amigos aquí, mucho menos vencedores de juegos anteriores así que me parece raro que alguien esté interesado en hablarme ya que he pasado de desapercibida todos estos años, como si nunca hubiera existido en este distrito.

Puede ser triste, sí, pero creo que es lo mejor.

—Un gusto, espero podamos ser amigos— le digo.

Él sonríe —También espero eso.

Y después nos llaman a ambos para organizar el resto de las actividades, por suerte nos toca juntos así que el tiempo se me va más rápido y cuando menos lo espero estoy volviendo a casa junto a él.

—No es por ser chismoso ni nada de eso— menciona de pronto —Pero he oído rumores de que tu casa no es aquí.

Mi ceño se frunce un segundo —¿A qué te refieres?

—Bueno, no pareces alguien de por aquí.

Entonces entiendo su punto y a la perfección.

—No, tienes razón, de hecho— le respondo —No soy de aquí, aunque no sabía que todo el distrito chismeaba sobre eso.

—No todo el distrito— admite —Pero algo así, lamento si te molesto mi pregunta, tenía curiosidad y siempre me han reconocido por mi incomoda curiosidad.

Niego con una leve sonrisa para tratar de hacerle sentir mejor. —Está bien, no hay problema.

El letrero de la Aldea de los Vencedores aparece frente a nosotros y en el pasillo nos detenemos.

—Fue maravilloso conocerte, Mayrin, espero nos veamos otra vez— dice, sin borrar su sonrisa.

Me despido de él con un ademán debido a la distancia que nos separa en ese momento. Me adentro a la casa y cierro la puerta detrás de mi.


Las pesadillas arrasan una que otra ocasión cuando es de noche, algunas veces todo es peor cuando mis sueños caen en recuerdos, como ahora. El hijo mayor de los Dutton cae muerto por una espada en la arena frente a mis ojos... y yo no puedo hacer nada más que mirar. Se repite como un círculo, una y otra y otra vez hasta que despierto de un salto cuando la sangre pasa la pantalla y brota a mi rostro.

Me sostengo con fuerza de la cama y me doy cuenta que ya es de mañana, la luz del sol me da a los ojos y tengo que respirar unas tres veces antes de poder levantarme a preparar el desayuno.

El distrito cinco está lleno de costumbres cuando se trata de la Gira de la Victoria, pues no sólo se basa en colocar lindos ramos de flores frente al Edificio de Justicia ni nada de eso, de hecho, es poco de lo mucho que se hace.

Como son pocas personas las capaces de ayudar, se organiza desde semanas antes y se empieza desde días posteriores para tener todo listo. La cena es la parte más importante, pues se lleva a cabo con pocas personas y algunas horas ya que los vencedores tienen que ir al siguiente distrito.

Me encargo de llevar a Francis a sus clases correspondientes y después me voy directo a la casa de Dania una vez más. Aunque sé que no quiero enfrentarla a ella y a su familia luego de aquella pesadilla, no puedo dejar que eso me detenga.

—Buenos días— saludo, adentrándome a la casa —Traje el desayuno.

Los pequeños de la casa, incluyendo a su madre, van vestidos de negro por completo. Sin embargo, aquello no les impide a los niños sonreír ante el olor de la comida.

—Mayrin, no tenías que...-

—Bueno, tenía tiempo de sobra— encogí mis hombros —¿No vas a decirle que no a unos waffles o sí?

Entrecierro mis ojos, esperando su respuesta cuando ella sonríe.

—Está bien, está bien— acepta.

Me alegro haber venido, ya que Dania y yo tuvimos una larga charla que la distrajo de lo sucedido. La hice reír un par de veces y para el final de mi visita no deja de agradecerme por el desayuno.

—Se me hace tan extraño ver al distrito tan vivo— dice ella, asomando su cabeza por la ventana.

—Y no has visto lo demás— sirvo una ración más de waffles.

Y eso que nos obligan a celebrarlo. Lo pienso, pero no lo digo porque no sé de qué manera se lo podría tomar ella, así que guardo mis pensamientos para mí.

—¿Irás a ayudar hoy? No quisiera ser causa de tu retraso.

Niego —Uh, no te preocupes, hay más personas que se encargarán.

—Sí, bueno, aún así debo ir por un par de cosas de Leo— menciona, llevándose la mano al anillo de la mano —Ya debería salir.

Noto que su voz se quiebra un poco al terminar de hablar, puedo sentir el ambiente de tristeza una vez más así que me limito a tomar su mano en forma de apoyo.

—Puedo acompañarte si quieres— dije —No estás sola en esto, Dania.

Sonríe para intentar ocultar sus ojos cristalizados —Mírate, pensé que yo era la mayor.

—Vamos, los acompañaré— me levanto —De todos modos necesito ir a ayudar para terminar los pendientes de la gira.

Ella acepta, así que ambas partimos hasta el edificio de justicia, donde la dejo en el pasillo para que ella suba por el elevador y recoja todo lo que necesite.

Para mi hay ordenes diferentes, pues tengo que recibir un par de paquetes que han venido de otro distrito y, que aún no entiendo qué tiene que ver con mi trabajo en la decoración.

Sin más me dirigo a la estación de trenes y me cruzó con Alden, quien parece más alegre que ayer ya que camina dando pequeños saltos que me hacen reír.

—Me parece que alguien si durmió anoche— menciono.

—¿Tu no?— inquiere y mi expresión es mi respuesta —Es la primera noche en la que duermo sin que existan esas pesadillas.

—Lo sé, ¿cómo lo haces? ¿Algún consejo?

Encoge sus hombros —Lee un libro de ochenta páginas en una noche y se te quita, créeme.

Sonrío, aunque no se si lo decía en broma o no. —¿De verdad funciona? Estoy desesperada.

—Lo probaré hoy, te diré mañana, ¿de acuerdo?

Asiento —Me parece bien, aún queda mucho trabajo por hacer en el edificio de justicia, me parece que existe un sótano lleno de cosas que podríamos sacar para...

Se detiene, interrumpiendome totalmente a lo que estaba diciendo y su expresión me confunde, así que me acomodó en mi lugar.

—¿Qué pasa?— inquiero.

—Mayrin, yo no me refería a eso, quizá, podría hablarte de ello en una... ¿Cómo le llaman?

Frunzo el ceño, descifrando lo que quería decir. Los acertijos son como el arte para mi, los resuelvo demasiado pronto a una lenta velocidad.

—¿Una cita?— me pregunto.

—Sí, sabes, no existen muchas de esas aquí— sonríe un poco, tratando de aligerar el ambiente —A-Aunque solo si t-tu quieres.

Suspiro. No sé qué se supone que deba responder, desde que llegue al distrito cinco no he pensado en aquello, en qué debía hacer con mi vida, casarme y tener hijos. Aunque no creo que sea posible, de por sí ya tengo miedo de que Francis salga en la cosecha, porque estoy segura de que lo hará, tener que imaginarme que no sólo uno de mis hijos, si no varias generaciones de ellos tengan que enfrentarse al terror de los Juegos.

Supongo que me estoy adelantando demasiado, Alden es un chico muy lindo pero algo me hace dudar en mi decisión, no de una mala manera, al contrario de ello.

—Bueno...— formo una línea en mis labios —Es que tengo que cuidar de Francis, es muy pequeño para dejarlo sólo por las noches.

—Puede ser durante el día o aún mejor, puedes traerlo contigo— guardo silencio unos segundos —Yo amo a los niños aunque ellos a mi no tanto.

Sonrío. Una cita comienza a ser buena idea en mi cabeza, pero la parte de Francis aún me detiene por lo que me decido en que hablar con él primero podría ser una buena opción.

—Lo pensaré— respondo —Pero no puedo prometer nada.

—Estoy abierto a esperar.

Así ambos comenzamos a caminar de nuevo a nuestra tarea principal, la cual se vuelve tan sencilla como la de ayer puesto que Alden me ayuda.

Hay algo extraño en el que me hace confiar en todo su ser. Es raro, hace un par de años que no sentía esta conexión y la última persona que me hizo sentirlo ya no está conmigo y me temo que el destino no nos volverá a unir, ¿verdad?

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