Fue un largo viaje.
1.
—Quédate conmigo —suplicó Remus Lupin con desesperación.
En medio de la oscuridad, una mano grande y cálida entrelazó los dedos contra una mano fría y delgada que temblaba convulsa. Aquel agarre contenía el hermético amor que había sido guardado bajo la loza de un corazón marchito; eran diecisiete años de desvelos donde los pensamientos recaían en la mujer castaña que ahora chillaba presa del pánico. Eran diecisiete años donde se congregaban los celos jamás sentidos, los besos tirados al aire y los abrazos nunca dados más que al humo de una chimenea que no calentaba.
Todo el amor se había reducido al simple toque entre palmas de un viejo matrimonio que había quedado arrumbado en los escombros de la guerra.
— ¡Adiós! —Gritó Charlotte de pronto, con los ojos arrasados en lágrimas, retorciendo el cuerpo desesperada por no hallar alivio a sus alucinaciones.
Remus Lupin, conmovido, no cedió a dejarla ir tan fácil, o al menos, no sin verla realmente una última vez. Poniéndose en pie, se arrodilló junto a la cama empapada del sudor febril de la enferma. Con ambas manos buscó inmovilizarla, tomándola por los hombros y obligándola a verle, la tenía que encontrar ya fuera perdida en el universo, escondida en sus pupilas o incluso recluida al fondo de alguna parte del alma. Charlotte le rehuía por instinto. Remus sonrió con melancolía, recordando que había épocas donde era ella quien le buscaba para recordarle cuanto le quería.
Charlotte continuaba retorciéndose, ahora luchando contra el agarre de Remus. De sus labios escapaban chillidos espantosos, y sus ojos observaban los del castaño con una visible alteración. En la oscuridad todos los rostros eran parecidos, y aquella cara que le miraba con infinita ternura no era más que la de él, la de Zack Sharkey.
La castaña se desgarró la garganta en un grito trémulo, arqueando la espalda hacia atrás, lo más lejos de Remus.
— ¿A dónde vas? —susurró Remus con los labios temblorosos por la emoción de ver al amor de su vida así, horrorizada de su agarre. Sus ojos botaron dos lagrimillas que no podía sorberse ya; la situación lo sobrepasaba—. ¿A dónde vas, mi querido amor?
Los ojos de la enferma se abrían de forma excesiva, amenazando con salir de sus órbitas en cualquier momento. El miedo y el terror podían palparse en cada fibra de su ser, y eso a Remus, no le provocaba más que impotencia. ¿Qué más se podía decir o hacer en una situación como esa? Llamar al medimago, pero, ¿para qué? Lo más probable es que solo estaba forzando de nuevo a la enferma a que volviera a la realidad, una en la que él la seguía esperando.
El castaño suavizó el agarre y deslizando su mano a través del brazo que se removía como si se quemara, terminó por sujetar de nuevo la mano fina y sudorosa, llevándosela a su corazón, el que quisiera arrancarse si pudiera.
—Por favor, Charlotte.
Afuera fuegos artificiales centellaban, indicando el preámbulo al día de Navidad. Las melodías tristes seguían resonando por la estancia, tan fría y austera, que Remus se preguntaba cómo había permitido vivir a su esposa por más de diecinueve años en aquel cuarto de dos metros de sábanas duras y blancas; sin una palabra de aliento a las seis de la mañana, sin limpiarle las lágrimas cuando lloraba amargamente al entregarse a sus recuerdos. ¿Por qué hizo eso? ¿Por qué le negó a Evan sus visitas? ¿Por qué ocultó al amor de su vida como si fuera un triste accidente más en su existencia? Quizás sí la hubiera raptado para cuidarla en casa, si le hubiera llevado a Evan desde bebé, si, en fin, hubiera estado con ella toda una vida, quizás sabría decir algo más que su nombre.
Quizás habría vuelto.
Sin pensarlo, cerró los ojos, rindiéndose a la voluntad del destino.
Charlotte había visto toda la transfiguración en la cara de aquel hombre; había pasado de la desesperación a la resignación más profunda. Había vertido lágrimas gruesas y tristes, que habían resbalado por la mejilla hasta mojar el cuello de la castaña. Aquellas lágrimas eran aún más calientes que el agarre que sujetaba su mano. Y sentía, sentía distinto aquel toque: No era violento, no era rudo, sino que emanaba una paz que se extendía de su palma a su brazo y de su brazo al resto de su cuerpo. Charlotte no pudo evitar hacer una mueca igual de triste al ver la tristeza de aquel hombre que comenzaba a perder los rasgos hostiles de su antiguo captor. No, este hombre tenía un precioso bigote de color parecido al ébano; su cara poseía muchas cicatrices temibles, pero no le producía ningún miedo porque olía a dulce, a café ¿o era chocolate?
Para sorpresa de ambos, Charlotte comenzó a hacer acopio de valor para calmar su cuerpo poco a poco. Los vestigios de la cara de Zack Sharkey se desdibujaban en el aire, y en cambio, solo iban quedando los rasgos de un hombre al que había adorado mucho tiempo atrás. Y entonces, Charlotte Lupin ya no se retorcía, sino que temblaba ligeramente. La mirada de juventud eterna, perdida en un principio, volvía a recobrar la serenidad humana que caracteriza al hombre pensante. De sus labios salían suspiros y jadeos, como si acabara de hacer un ejercicio físico extenuante. Su cuerpo sudoroso y helado vibraba aclamando calor, y sus labios secos, buscaban ejecutar una vocal, una palabra, un fonema que había guardado mucho tiempo antes de perderse en el más allá:
— ¿Remus? —susurró con el mismo temple y tranquilidad que había empleado anteriormente.
El aludido abrió de golpe los dos ojos brillosos de todas las lágrimas sorbidas.
—¿Es posible acaso? ¿Charlotte? —susurró con indescriptible alegría, al tiempo que su esposa le devolvía como respuesta un apretón firme en la mano—. ¡Charlie! ¿De verdad estás aquí?
—Creo —dijo con un hilo de voz. Remus, enloquecido de sí, perdido en sí más bien, le besó con fuerza la frente húmeda—. Tengo frío —agregó la castaña, que miraba con atención todos los movimientos de Remus—. Me siento mareada... Ayúdame, por favor.
—Sí, sí, sí, ¡Es cierto! Perdóname, Charlotte —murmuró Remus, recordando de pronto que su esposa estaba quizás con él, pero aún enferma. Se pasó con rápidez las palmas de la mano para eliminar de sus ojos el resto de lágrimas, poniéndose en pie después, a la velocidad de un gamo—. Iré por ayuda, ¡No te muevas!
Mientras Remus Lupin se lanzó a la puerta, Charlotte Lupin se quedó mirando la luz que provenía del pasillo por el que su esposo había salido. Sus ojos alteraban la luz, volviéndola doble; la oscuridad le nublaba la vista a ratos, y sentía, como si no hubiese habitado su cuerpo en largo, largo tiempo. Frente a ella alzó su mano, y notó la dificultad para extender los dedos.
"¿Dónde estoy?"
Intentó recordar lo que le pasó la última vez que había tenido consciencia y el rostro de Zack Sharkey emergió de la horrorosa oscuridad. Soltó un grito ahogado, estremeciéndose, cerrando los ojos. No quería volver a verlo.
— ¿Señora Lupin? ¿Señora? —le llamó una voz áspera, y al mirar, notó que la luz se había encendido en aquella pequeña y triste habitación. A su lado, una mujer regordeta y de piel negra le miraba con incredulidad. Detrás, Remus se pasaba las manos por el cabello, sorprendido.
— ¿Señora Lupin? —Insistió la bruja con suavidad—. Por favor, si me escucha, haga alguna señal o respóndame.
Remus la miraba, anhelante por su respuesta. Jamás lo había visto en tal estado de desesperación.
—La escucho.
Trixie más sorprendida que su marido se giró para ver a Remus, el cual le sonrió ampliamente. La bruja sacó la varita y se volvió a Charlotte.
—Me llamo Trixie, señora Lupin —le respondió está en tono amable, colocando la varita encima del cuerpo de la castaña. Comenzó a moverla con tranquilidad, sintiendo Charlotte una suave serenidad que le adormecía los miembros—. Es una larga historia la que le espera ¿Sabe? Pero no se preocupe por eso. Los medimagos vienen en camino con pociones, y quizás le pidan descanso. Después de todo, fue un largo viaje, ¿no?
Al pronunciar aquel "no" la medimaga se volvió a Remus, el cual asintió de forma casi imperceptible con la cabeza. Confundida, Charlotte frunció el ceño y vio a Remus buscando explicación, el cual sonriendo de oreja a oreja se limitó a encogerse de hombros.
—Sí... Lo fue—contestó Charlotte, sonriéndole débilmente a su esposo.
—Bueno, par de tortolos no quiero interrumpirlos, pero ella tendrá algunos exámenes después de la poción —dijo y ésta vez miró a Remus.
—Oh, no, Trixie, no quiero irme, podría...
—Podría —le cortó la enfermera, dirigiéndole una mirada de advertencia—. Pero no sucederá, señor Lupin.
— ¿De verdad no se puede quedar? —preguntó Charlotte, como una niña pequeña que pide un capricho.
—No, son reglas de San Mungo.
—Al menos, despedirme si puedo, ¿no es así?
Trixie hizo una mueca.
—Solo cinco minutos más, señor Lupin —miró a Charlotte sonriendo, retirando la varita a su bolsillo—. Volveré en unos momentos, linda. Procure no hablar mucho.
—Gracias, Trixie —dijo Remus al salir, antes de arrodillarse con Charlotte—. Es más amable de lo que aparenta —susurró a su mujer.
—Lo es —concedió Charlotte con voz queda, que miraba mejor a su esposo bajo la luz fría y blanca de la habitación—. No puedo esperar a que me cuentes... ¿Te tiñes el cabello? Estas mechas grises... Son nuevas —la mano delgada y delicada, se paseaba por el cabello de Remus—. Y estas cicatrices... No las recuerdo —comentó en tono confundido, delineándolas con la yema de los dedos—. Has llorado, cariño ¿Por qué?
— ¿No recuerdas nada?
La castaña suspiró haciendo una mueca, y negó con la cabeza.
—Me he accidentado, lo presiento por el lugar donde estamos, el dolor que me recorre...Y Zack Sharkey tuvo algo que ver porque lo he visto bastante todo este tiempo... De ahí en más, todo en blanco.
Remus bosquejó una sonrisa de lado.
—Tranquila, Charlotte. Como dice Trixie, no debes preocuparte. Es completamente normal —le cogió la mano y se la colocó en la mejilla, adorándola, adorando a su Charlotte que había vuelto.
—Tu tampoco te preocupes, Remus —le pidió la castaña, esbozando una sonrisa débil, apenas visible en su rostro—. Pronto volveré a casa, contigo y nuestro bebé. Y quién sabe, quizás otros bebés.
Un nudo se rehízo en la garganta de Remus, que solo logró responder con una sonrisa triste. Había recuperado a la Charlotte que se había ido diecinueve años atrás.
—Muy bien señor Lupin, arriba —anunció la voz de Trixie que se había apostado en la puerta de la habitación de Charlotte con un ejército de medimagos—. Aún hay mucho que hacer por la señora Lupin. Vuelva mañana temprano para informar como va todo.
Ante la mirada dura, la inyección en la mano y la varita en otra, Remus quedó desarmado. Miró a Charlotte una vez más.
—Ve tranquilo, soy una chica grande y fuerte.
Remus sonrió y se inclinó para besar su frente, en la cual imprimió un beso suave y amoroso. Antes de separarse, Charlotte le tomó del cuello de la capa y lo jaló hacia él, para dejar un beso, pequeño, un toque apenas, en sus labios.
Se separaron sonriendo, Remus, acariciando con la yema de sus dedos el labio donde le había tocado su esposa.
Esposa.
Cogió su bastón del suelo y se puso en pie con muchísima más dificultad y dolor que hacía cinco minutos. Se encaminó a la puerta con desgana. No quería dejarla.
—Vamos, señor Lupin —insistió Trixie, acercándose a él, con menos severidad y algo conmovida—. No crea que somos malvados, pero, trabajamos para devolvérsela sana y salva. ¿Ah?
—Es mi mayor tesoro, Trixie, cuídela bien.
—Lo haremos.
Remus se giró para ver una última vez a Charlotte, pero Trixie cerraba la puerta ante sus narices.
Un suspiro escapó de su alma, a la par que caminaba por el pasillo directo a la calle. De su pecho brotaba incalculable alegría, pero también, la zozobra de que algo malo iba a suceder lo abrazó al pisar la calle, pues su siguiente destino era la tragedia.
La cena de navidad en la madriguera.
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